miércoles, 27 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 28




Quince minutos más tarde, Pedro seguía sentado en la escalera con expresión desolada. 


De repente se abrió la puerta del dormitorio y las dos mujeres salieron. Belen se había lavado y cambiado de ropa. Aunque el vestido también era algo atrevido, por lo menos resultaba apropiado para su edad.


—¡Está sonriendo! —le dijo Pedro a Paula—. Sea lo que sea lo que le has dicho, ha funcionado. Eres estupenda, gracias.


—Tienes una familia maravillosa. Me gustan mucho, de verdad, y no lo digo como editora, ¿eh?


Pedro estaba seguro de que decía la verdad. Se había fijado en cómo miraba a los niños y le daba la impresión de que aquel cacareado ascenso no era lo único que le importaba en la vida.


Estaba seguro de que le encantaban sus niños… o, mejor dicho, los niños de Ana. Pedro tragó saliva, súbitamente angustiado. Se había inventado la familia perfecta para sobresalir como el padre perfecto, y, no contento con eso, se lo había pasado por las narices.


Le inundó un terrible sentimiento de culpa. 


Tendría que andarse con mucho cuidado si no quería cometer un error irreparable. Para evitarlo, lo mejor sería mantener la boca cerrada, centrarse en el plan original, seducirla, pero manteniendo las distancias. A fin de cuentas, muy pronto Paula volvería a Chicago, y su vida a la normalidad… todo lo que tenía que hacer era mantener aquella mascarada durante unos pocos días más.


—Oye, solo por curiosidad, ¿de qué habéis hablado? —preguntó, intentando parecer simplemente un padre preocupado.


—De ranas.


—¿De ranas verdes y asquerosas?


—Más o menos —replicó Paula con una sonrisa maliciosa. Se puso de puntillas y le dio un suave beso en la mejilla que le hizo temblar de pies a cabeza. ¿Quién demonios estaba seduciendo a quién?



EN APUROS: CAPITULO 27





Paula levantó el puño para llamar a la puerta del cuarto de Belen, pero, en el último momento, cambió de idea y empezó a mordisquearse las uñas. No tenía la menor idea de lo que podía decir para consolar a una jovencita con el corazón roto. ¿Cómo se había metido en semejante lío?


Por Pedro. Su mirada de angustia, la honda preocupación que se reflejaba en cada uno de sus gestos le había conmovido. He ahí un hombre que no se avergonzaba de sus emociones. No tenía la típica actitud masculina de superioridad, y eso le había llegado al corazón. No podía por menos que hacer lo posible por ayudarlo. Le gustaba demasiado como para dejarlo en la estacada.


El corazón le dio un vuelco: sí, aquel hombre le gustaba. Se aceleró el ritmo de sus latidos hasta hacerse casi insoportable: todo en él le gustaba. 


Y también le gustaba mucho Belen, así que, haciendo caso omiso de sus temores, llamó a la puerta y entró sin vacilar al oír una ahogada respuesta afirmativa.


La muchacha estaba tendida en la cama boca abajo, con dos almohadas sobre la cabeza.


—Hola —dijo Paula.


—¡Ah, eres tú! —exclamó Belen sentándose en la cama—. Esperaba…


—A tu padre, ¿no? Estuvimos hablando y nos pareció que a lo mejor no te apetecía mucho ver a ningún hombre rondando por aquí…


—No quiero volver a ver ninguno en mi vida —dos gruesos lagrimones resbalaron por sus mejillas.


—Eso es un poco drástico, ¿no crees?


—¡Es que son tan estúpidos!


Paula se sentó en el borde de la cama.


—Y muy insensibles, no lo olvides —añadió.


—Y solo piensan en sí mismos, son unos egoístas.


—La verdad, no sé por qué perdemos el tiempo hablando de ellos. Fíjate en Flasher por ejemplo… —empezó Paula con delicadeza.


—Flasher no está tan mal —Belen se interrumpió, mirándola con los ojos muy abiertos—. ¡Ya lo entiendo! Lo dices solo para que admita que me pasé un poco…


—No, no creas. Si yo hubiera estado en tu lugar, le hubiera dado un par de puñetazos.


Belen se echó a reír.


—¡Ojalá se me hubiera ocurrido!


—No lo habrías hecho, eres un encanto. Si yo te contara la cantidad de veces que he salido huyendo en situaciones mucho más desairadas que la tuya… Eres muy joven todavía.


—¡Ya no soy una niña!


—No, claro que no. Y Flasher tampoco es ningún chiquillo. Creo que es un poco mayor para darse cuenta de lo que vales en realidad. Sin embargo, apostaría algo bueno a que ahora mismo se siente terriblemente avergonzado, y muy culpable.


—¿De verdad lo crees? Pues me alegro —Belen se estaba animando por momentos—. La verdad es que es un poco mayor para mí.


—Es cierto, pero te aseguro que es un tipo muy majo —dijo Paula con dulzura—. Su único fallo es la edad. Tienes muchos años por delante, muchos chicos interesantes en perspectiva con los que salir.


Belen la miró agradecida. Paula contuvo la respiración; a ella nadie le había ayudado a superar su primer desengaño… ni el segundo, ni los que siguieron… Ni siquiera estaba segura de haber dicho lo más adecuado, de haber ayudado a la pequeña efectivamente.


—Entonces, lo que quieres decir es que todavía hay vida después de Flasher, ¿no? —preguntó Belen con una sonrisa.


Paula asintió con un gesto. Sintió un gran alivio al ver que lo había conseguido: no solo le había consolado, sino que había conseguido que tuviera esperanza en el futuro. Había llegado el momento de marcharse, así que se puso de pie sin dilación.


—¿Cómo es que no estás casada?


La pregunta le pilló completamente por sorpresa.


Casada, con su propia familia: inmediatamente pensó en Pedro. Imposible. Quiso tomárselo a broma, pero le salió solo una risa forzada.


—Me casaré en cuanto encuentre al hombre perfecto —contestó—. ¿Conoces algún candidato?


—¿Perfecto? Solo a Tommy Johnston, de mi clase. Lo hace todo tan bien… que no puedo soportarlo. Cuando estoy con él me siento como si fuera… retrasada o algo parecido. La verdad es que no mola estar con alguien tan perfecto. Además, en todas las revistas pone que los hombres con fallos son más sexys —la niña agachó la cabeza un poco avergonzada.


—¿Ah, sí? —justo como era Pedro. Paula sintió su corazón vibrar como la cuerda de un arco, y tuvo que sentarse para superar la emoción.






martes, 26 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 26




—No quiere hablar conmigo y tampoco salir de su habitación —dijo Pedro bajando las escaleras con la cabeza gacha.


No se atrevía ni a mirar a Paula. Menudo SuperPapá estaba hecho… después de haber escrito decenas de artículos dando consejitos sobre cómo educar a los niños, ni siquiera era capaz de convencer a una cría de trece años para que saliera de su habitación.


—Es comprensible —dijo Paula—. La pobre estará muerta de vergüenza. A nadie le gusta quedar como una idiota delante del objeto de su adoración.


—¿Cómo dices? —Pedro no tenía la menor idea de a qué se refería.


—Me refiero a Flasher.


—¿Flasher? No me dirás que se ha quedado colada de alguien diez años mayor que ella.


—Suele pasar. ¿Qué vas a hacer ahora?


Pedro se sentía acorralado. ¿Qué podía hacer? 


Ninguno de los libros que había leído le servía de mucha ayuda en aquellas circunstancias. No podía llamar a Ana para pedirle ayuda… si llegaba a confesarle que su hija se había quedado prendada de un hombre diez años mayor que ella que, además, estaba viviendo en la casa, su hermana era muy capaz de volver en el primer vuelo.


—No sé cómo voy a poder ayudarla, la verdad. Ni siquiera soy capaz de manejar mi propia vida sentimental… No estoy preparado para esto, la pobrecilla necesitaría hablar con su madre… —Pedro se mordió la lengua. A punto había estado de meter la pata hasta el fondo—, en caso de que su madre viviera, claro —se corrigió inmediatamente.


—Si quieres, puedo hablar yo con ella, de mujer a mujer… —propuso Paula tímidamente, asiéndole por el brazo.


Pedro se la quedó mirando. Sus dedos, aunque frágiles y delicados, le transmitían ánimo y buenas vibraciones.


—¿Por qué no? La editora de la revista al rescate… Hay algo irónico en eso, si lo miras bien —intentó parecer despreocupado, pero estaba realmente angustiado por la situación—. A estas alturas, debes tener una opinión pésima de mí —reconoció tristemente.


—Nada de eso: se necesita mucho valor para reconocer los errores. Me pareces un hombre valiente y sincero, y te admiro, en serio —tras darle un último apretón en el brazo, se encaminó al cuarto de la adolescente.


¿Lo admiraba? A pesar de todas sus meteduras de pata, de lo mal que habían acabado todos sus intentos por aparecer ante sus ojos como el padre perfecto, ella había dicho que lo admiraba. ¿Dónde estaba la mujer dura y sarcástica que se había imaginado? ¿Acaso su plan para seducirla estaba teniendo un éxito inesperado? 


Si así era, paradójicamente no lograba alegrarse en absoluto.




EN APUROS: CAPITULO 25




Pedro abrió la lavadora, metió la ropa sucia y ajustó los botones para programarla. Ana estaría orgullosa de él. Solo le quedaba añadir el detergente, el suavizante y ponerla en marcha. 


Echó la cantidad indicada para una colada grande y añadió un poco más por si las moscas.


Flash. El fogonazo de la cámara le hizo parpadear.


—Eso que estás echando es detergente concentrado, supongo que lo sabes —le advirtió Flasher.


—Seguro que deja la ropa resplandeciente —se defendió.


—No hace falta que la impresiones con tus habilidades domésticas. Ya le gustas.


Pedro no pudo evitar un sobresalto… y ponerse un poco colorado. Antes de que pudiera salir de su estupor, Flasher aprovechó para sacarle una foto boquiabierto y como alelado.


—¡Vaya, vaya, vaya! Esto se está poniendo interesante —comentó Flasher antes de marcharse.


¿Interesante? Ese hombre tenía una imaginación desbordante… aunque, dado que era la mente creativa, quizá conviniera tenerlo en cuenta. De todas formas, tenía demasiadas cosas que hacer como para entretenerse con las fantasías de Flasher.


Para cuando terminó de limpiar la cocina, la lavadora había completado el ciclo. Entró en el lavadero con cierta aprensión, temiendo encontrar el suelo lleno de agua y espuma, así que no pudo reprimir un suspiro de alivio al ver que, aparentemente, las cosas habían ido como la seda.


—¿Quieres que te ayude a ponerlo en la secadora? —le preguntó Paula apoyándose en el umbral—. ¿O sigues enfadado conmigo?


—No sé a qué te refieres —replicó muy digno, aunque recordaba perfectamente lo que le había dicho. Lo único que le preocupaba era que el artículo quedara bien y les gustara a los lectores… y pensar que había sido tan ingenuo como para creer que se interesaba por él…


—Saliste de la cocina hecho una furia —le recordó.


—No, lo que pasa es que tengo muchas cosas que hacer —se defendió. Abrió la lavadora y se quedó atónito. La ropa no estaba impecable… a decir verdad todas las prendas tenían unos horribles manchurrones azules. Volvió a cerrarla, rezando para que Paula no se hubiese dado cuenta, pero temiendo que no había sido así, ya que podía sentir perfectamente su cálido aliento en la nuca.


—De verdad, no hace falta que me ayudes, prefiero hacerlo solo…


—¿Sí? ¿Y te importaría explicarme entonces qué ha pasado para que la ropa se haya puesto así? No parece blanca en absoluto…


—Es un blanco azulado —se defendió. De repente vio una camiseta azul oscuro en medio de la colada. ¿Quién había puesto esa maldita cosa entre la ropa blanca? Enfadado, cerró tan bruscamente que se pilló los dedos con la puerta.


—Será mejor que me vaya —dijo Paula—, ya veo que te las puedes apañar perfectamente.


¿A cuento de qué venía aquella ironía? Se estaba esforzando como un condenado en sacar adelante el trabajo de la casa, ¿es que no podía entenderlo? Con un gruñido volvió a rellenar el cajetín de detergente, añadiendo además una buena dosis de lejía.


Mientras la lavadora completaba otro ciclo, decidió emprender la limpieza de la casa. Sacó el aspirador del armario, era un armatoste ultramoderno, casi industrial, capaz según la propaganda de aspirar hasta la última mota de polvo. Se lo había regalado a Ana hacía unos meses. Lo enchufó en el salón, suponiendo que no le llevaría ni cinco minutos dejar la estancia impoluta.


—Si quieres, lo hago yo.


Pedro se dio la vuelta. Aquella voz era la de su sobrina Belen, e indudablemente aquella chica se parecía a Belen… ¡Y era Belen! Se había peinado el cabello en un moño alto, se había pintado con colorete y lápiz de labios y se había puesto un vestido que prácticamente no dejaba nada a la imaginación.


—¿De… de… de? —tartamudeó conmocionado
—¿De dónde has sacado ese vestido?


—Me lo compraste después del último artículo, ¿ya no te acuerdas?


Recordaba haberle dado dinero para que se fuera de compras, nada más. Jamás hubiera consentido en que se comprara un vestido tan atrevido como aquel.


—¿Lo ha visto tu madre?


—Ya no soy una niña —replicó muy digna mientras buscaba el enchufe para poner en marcha el aspirador—. Además, he venido a ayudarte: nosotros, los adultos, tenemos que hacernos cargo del trabajo.


—Estoy de acuerdo, y ahora, sé de una semiadulta que va a subir inmediatamente a su cuarto a ponerse algo decente —le amonestó Pedro terminante, sin dejarse impresionar por su cara de fastidio.


Pedro enchufó el aspirador, Belen apretó el interruptor e inmediatamente profirió un grito desgarrador. En menos de un segundo, se vieron envueltos en una nube de suciedad. 


Aquella maldita máquina, en vez de aspirar, estaba provocando una auténtica tormenta de polvo.


Belen se acuclilló en un rincón, sin dejar de gritar. La aspiradora vibraba con unos ruidos diabólicos. Cerrando los ojos y echándole valor, Pedro se acercó al centro del torbellino para intentar apagarla.


Alguien le tocó en el hombro. Por fin dio con el botón, y en cuanto lo apretó, la aspiradora se quedó inmóvil. Con mucho cuidado se quitó el polvo y la basura de la cara antes de atreverse a abrir los ojos. Cuando lo hizo, vio a Paula a su lado, temblando.


—No irás a decir que tampoco ahora quieres que te ayude…


Pedro contempló consternado el lamentable estado del salón. Parecía que lo único que podía hacerse era declararlo zona catastrófica. Los muebles, las lámparas, plantas y cortinas estaban cubiertos de una gruesa capa de polvo. 


En cuanto a la alfombra, parecía que había sufrido los efectos de una erupción volcánica.


Los niños llegaron corriendo y se quedaron clavados en el umbral, con una expresión de horror pintada en sus caras. Indudablemente, por un lado se estaban imaginando la reacción de Ana cuando viera aquel desastre, y, por otro, no podían por menos de sentir alivio al no haber sido ellos los responsables.


¿O sí lo habían sido? A Pedro le pareció notar cierto rastro de culpabilidad en su mirada…


—Madre mía, habrá que llamar a los bomberos… —dijo Flasher.


Paula asintió con la cabeza.


—Lo mejor sería avisar a una empresa de limpieza. Lo dejarán como nuevo en menos que canta un gallo.


—Me conformaría con que lo dejaran como estaba —gruñó Pedro—. Ahora mismo parece un cenicero gigante.


Tenía el amargo presentimiento de que los días que le quedaban iban a ser una dura prueba. 


Sus únicos consuelos eran la tierna mirada de Paula y la dulce presión de su mano sobre su hombro.


—¿Eso es lo único que os preocupa? —gritó Belen—. ¡Mirad cómo estoy yo!


—¡Dios mío! ¡Vaya cosita polvorienta! —rió Flasher disparando su cámara sin tregua.


Con un aullido, Belen salió de la estancia presa del furor. Dejando una estela de polvo, subió las escaleras en dos zancadas y se encerró en su habitación.




EN APUROS: CAPITULO 24





Belen y sus hermanos estaban sentados al pie de la escalera del sótano. Como no querían que les pillaran, no habían encendido la luz.


—Si quieres que te lo diga, a mí me parece que estaban enfadados —dijo Simon pesimista.


—Eso está bien. Solo te enfadas con las personas que de verdad te importan —replicó su hermana—. Confía en mí, el plan está saliendo a las mil maravillas.


—¿Qué pasará si ella se enfada de verdad y se marcha? —preguntó Kevin.


—¡Menuda pasada! —exclamó Simon.


—Si sigues con esa actitud, no conseguiremos que se casen, tonto. Seguiremos saliendo en esos estúpidos artículos hasta el fin de nuestros días —dijo Belen desdeñosa. Se apartó el pelo de la cara, intentando hacerse un rudimentario moño—. ¿Parezco mayor así peinada?


—Lo que parece es que te has puesto una fregona en la cabeza.


—Pues Flasher dice soy muy madura para mi edad, y muy fotogénica, además.


—¡Olvídate de Flasher! —exclamó Simon empezando a hartarse—. Tenemos que concentrarnos en nuestro plan, ¿no?


—Para variar, podríais ocuparos un rato vosotros solos de la estrategia, me parece a mí.


—Tendremos que hacerlo, si tú te empeñas en continuar en el mundo de la fantasía. Ya se me han ocurrido un par de ideas…


—Recuerda que Pedro no tiene que parecer un completo inútil —le advirtió Belen. En el fondo, no le preocupaba demasiado lo que fueran a hacer sus hermanos, no eran más que dos chiquillos, mientras que ella tenía en la cabeza planes verdaderamente ambiciosos.




lunes, 25 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 23




—No sé por qué se ha puesto así —murmuró perpleja.


—Si quieres mi opinión, a mí me parece otro caso claro del síndrome de la cama medio vacía —comentó Flasher mientras examinaba lo que había para desayunar. Os estáis moviendo en círculos, en vez de acercaros… tendríais que atreveros de una vez a morder la fruta prohibida —continuó, dando un mordisco a una manzana—. ¿Qué es esto? —preguntó, señalando una tortita de mantequilla con mermelada.


—Un ataque al corazón —replicó Paula—. Pues yo creo que me estoy comportando como lo que debo ser, una profesional. He venido aquí a trabajar, no a buscar un hombre.


—¿Y quién dice que no puedes tener las dos cosas y, de paso, cambiar tu vida de una vez por todas?


—Ese puesto de editora jefe es lo que quiero que cambie mi vida.


—¿Vas a ayudarme a comer todo esto, o no? —quiso saber Flasher.


—No, me tomaré solo una taza de café, como siempre. No quiero alterar mis costumbres con un atracón de calorías.


—No seas tan cuadriculada: olvídate por un día de tus normas, lánzate.


—No voy a arriesgar mi carrera por este asunto de Pedro Garcia.


—Por lo que veo, el pobre tipo no te gusta nada.


—¡Nada de eso! Es muy majo, muy abierto y simpático, y sincero, además. También es inteligente y divertido —justo las cualidades que siempre había buscado en un hombre.


—Y está disponible.


—Sí, eso también— y ahí estaba el problema. 


No pensaba volver a enredarse con un hombre que estuviera relacionado, de una forma u otra, con su trabajo. Le había costado mucho llegar tan lejos como para arriesgarse a un suicidio profesional. Además, no estaba dispuesta a hacer otra vez el primer movimiento; por otra parte, Pedro no había hecho la menor alusión a que le interesara algo que no fuera su casa y sus hijos; no había mostrado el menor interés por ella.


Entonces recordó el primer apretón de manos, y lo que había estado a punto de ocurrir en el pasillo.


—No lo entiendo —continuó Flasher mientras la emprendía con los huevos y el Bacon—. Eres más dura que el acero con esas bestias de la redacción. Siempre pareces segura de ti misma, fuerte… y cuando tienes la oportunidad de conocer mejor a un tío realmente majo, te amilanas como un ratón…


—No tengo miedo, nada de eso —se defendió Paula con una sonrisa.


—Entonces, vete a hablar con él. Anda, atrévete.


—¿Y por qué debería ir detrás de él, vamos a ver?


—Porque se supone que entre tus obligaciones está la de entrevistarle a fondo. Es el protagonista del reportaje, ¿recuerdas?


—¡Oh, sí, claro! —aquel maldito artículo. Salió de la cocina dando un bufido, mientras Flasher se quedaba tan campante, dando buena cuenta del suculento desayuno.




EN APUROS: CAPITULO 22




Ante el aroma a café, Pedro intuyó que las cosas no iban bien, suposición que se confirmó cuando oyó un rumor de conversación que salía de la cocina. Se echó a hombros al pequeño Kevin y se encaminó hacia el recibidor.


—¡Huele a comida! —exclamó el pequeño, que empezó a tirarle del pelo para que lo bajara al suelo—. ¡Mamá ha vuelto!


—¡Espera! —exclamó Pedro, pero fue incapaz de detener al pequeño, que salió disparado hacia la cocina—. ¡Kevin, espera! —salió tras él tan precipitadamente, que resbaló en el bien encerado suelo del recibidor, y no paró hasta chocar con el umbral de la cocina.


—¡Oh! ¡Qué foto tan buena! —exclamó Flasher al ver abrirse la puerta.


—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Pedro.


—Estamos preparando el desayuno —contestó Paula.


—¡Pero si hay comida para un ejército! ¿Es una costumbre de Chicago?


—No, del Sur. Eso es lo que me han dicho tus hijos. Han querido ocuparse ellos del desayuno, porque, por lo visto, a ti suele olvidársete prepararlo.


—¿Qué se me suele olvidar? Simon, Belen…


—¿Puedo irme a mi cuarto? —dijo la pequeña dirigiendo una sonrisa a Flasher—. Se me ha quitado el hambre —y antes de que Pedro pudiera replicar, salió de la cocina.


—A mí también —dijo Simon aprovechando la ocasión.


Sin decir nada, Kevin siguió a sus hermanos escaleras arriba.


Paula y Flasher se quedaron mirando la huida de los niños y después se enfrentaron a Pedro.


—¿Qué pasa? ¿Qué es lo que he hecho? —preguntó.


—No, nada —respondió Paula—. Para empezar, no has bajado a tiempo, no te has preocupado de si tus hijos tenían algo para desayunar, y encima de que ellos se han tomado la molestia de prepararlo, ni siquiera te has molestado en darles las gracias.


Los días que no tenían que ir a la escuela, Belen y Simon no se levantaban jamás antes de las nueve, y, como mucho, solían tomar para desayunar un zumo, un yogur y una tostada. 


Normalmente su madre tenía que obligarles para que comieran algo más. Esos dos rufianes estaban tramando algo, pero no se lo podía decir a Paula, al menos, si no quería quedar en evidencia delante de ella.


—Está bien, lo admito: puedes quitarme cinco puntos.


—Diez —dijo ella—, pero bueno, no importa.


Le dirigió una dulce sonrisa; sus labios se curvaron de la forma más deliciosa que Pedro había visto en su vida. Le había perdonado: aunque le había pillado en falta, no le estaba condenando. Y eso le alegraba. 


Mucho.


De repente se dio cuenta de que quería gustarle… y no por la revista. Quería que le gustara Pedro Alfonso, no Pedro Alfonso.


—Gracias —dijo.


—No importa, de verdad. Creo que quedará muy bien en el reportaje: a los lectores les encantará comprobar que no eres perfecto, que tienes los mismos fallos que cualquier hijo de vecino.


Esas palabras tuvieron el mismo efecto que un jarro de agua fría; en menos de un segundo, consiguieron hacerle volver al mundo real.


—Entonces estás de suerte: el día de hoy está lleno de pruebas. La colada, la limpieza, la cocina… Estate preparada, porque vas a tener un montón de oportunidades de pillarme en falta.


Muy digno, se dio la vuelta y salió de la cocina, dejando a Paula y Flasher completamente perplejos. Decidió que lo primero sería la colada, y mientras acababa la lavadora, empezaría con la limpieza. Iba a demostrarle de lo que era capaz. Iba a ser el padre perfecto.