miércoles, 27 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 27





Paula levantó el puño para llamar a la puerta del cuarto de Belen, pero, en el último momento, cambió de idea y empezó a mordisquearse las uñas. No tenía la menor idea de lo que podía decir para consolar a una jovencita con el corazón roto. ¿Cómo se había metido en semejante lío?


Por Pedro. Su mirada de angustia, la honda preocupación que se reflejaba en cada uno de sus gestos le había conmovido. He ahí un hombre que no se avergonzaba de sus emociones. No tenía la típica actitud masculina de superioridad, y eso le había llegado al corazón. No podía por menos que hacer lo posible por ayudarlo. Le gustaba demasiado como para dejarlo en la estacada.


El corazón le dio un vuelco: sí, aquel hombre le gustaba. Se aceleró el ritmo de sus latidos hasta hacerse casi insoportable: todo en él le gustaba. 


Y también le gustaba mucho Belen, así que, haciendo caso omiso de sus temores, llamó a la puerta y entró sin vacilar al oír una ahogada respuesta afirmativa.


La muchacha estaba tendida en la cama boca abajo, con dos almohadas sobre la cabeza.


—Hola —dijo Paula.


—¡Ah, eres tú! —exclamó Belen sentándose en la cama—. Esperaba…


—A tu padre, ¿no? Estuvimos hablando y nos pareció que a lo mejor no te apetecía mucho ver a ningún hombre rondando por aquí…


—No quiero volver a ver ninguno en mi vida —dos gruesos lagrimones resbalaron por sus mejillas.


—Eso es un poco drástico, ¿no crees?


—¡Es que son tan estúpidos!


Paula se sentó en el borde de la cama.


—Y muy insensibles, no lo olvides —añadió.


—Y solo piensan en sí mismos, son unos egoístas.


—La verdad, no sé por qué perdemos el tiempo hablando de ellos. Fíjate en Flasher por ejemplo… —empezó Paula con delicadeza.


—Flasher no está tan mal —Belen se interrumpió, mirándola con los ojos muy abiertos—. ¡Ya lo entiendo! Lo dices solo para que admita que me pasé un poco…


—No, no creas. Si yo hubiera estado en tu lugar, le hubiera dado un par de puñetazos.


Belen se echó a reír.


—¡Ojalá se me hubiera ocurrido!


—No lo habrías hecho, eres un encanto. Si yo te contara la cantidad de veces que he salido huyendo en situaciones mucho más desairadas que la tuya… Eres muy joven todavía.


—¡Ya no soy una niña!


—No, claro que no. Y Flasher tampoco es ningún chiquillo. Creo que es un poco mayor para darse cuenta de lo que vales en realidad. Sin embargo, apostaría algo bueno a que ahora mismo se siente terriblemente avergonzado, y muy culpable.


—¿De verdad lo crees? Pues me alegro —Belen se estaba animando por momentos—. La verdad es que es un poco mayor para mí.


—Es cierto, pero te aseguro que es un tipo muy majo —dijo Paula con dulzura—. Su único fallo es la edad. Tienes muchos años por delante, muchos chicos interesantes en perspectiva con los que salir.


Belen la miró agradecida. Paula contuvo la respiración; a ella nadie le había ayudado a superar su primer desengaño… ni el segundo, ni los que siguieron… Ni siquiera estaba segura de haber dicho lo más adecuado, de haber ayudado a la pequeña efectivamente.


—Entonces, lo que quieres decir es que todavía hay vida después de Flasher, ¿no? —preguntó Belen con una sonrisa.


Paula asintió con un gesto. Sintió un gran alivio al ver que lo había conseguido: no solo le había consolado, sino que había conseguido que tuviera esperanza en el futuro. Había llegado el momento de marcharse, así que se puso de pie sin dilación.


—¿Cómo es que no estás casada?


La pregunta le pilló completamente por sorpresa.


Casada, con su propia familia: inmediatamente pensó en Pedro. Imposible. Quiso tomárselo a broma, pero le salió solo una risa forzada.


—Me casaré en cuanto encuentre al hombre perfecto —contestó—. ¿Conoces algún candidato?


—¿Perfecto? Solo a Tommy Johnston, de mi clase. Lo hace todo tan bien… que no puedo soportarlo. Cuando estoy con él me siento como si fuera… retrasada o algo parecido. La verdad es que no mola estar con alguien tan perfecto. Además, en todas las revistas pone que los hombres con fallos son más sexys —la niña agachó la cabeza un poco avergonzada.


—¿Ah, sí? —justo como era Pedro. Paula sintió su corazón vibrar como la cuerda de un arco, y tuvo que sentarse para superar la emoción.






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