miércoles, 20 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 5




Paula estaba sentada delante de su mesa, buscando frenéticamente las tabletas antiacidez. 


Siempre guardaba una caja en la oficina, otra en casa, otra… Rebuscó en el bolso y por fin la encontró. Sacó dos y las masticó de inmediato.


¿Cómo había sido capaz «el Segador» de insinuar que Pedro no era más que un fraude? ¿Acaso pensaba de verdad que aquellos artículos los escribía un ama de casa mientras Garcia se limitaba a contestar el teléfono y prestar su nombre? Ridículo.


Paula sabía distinguir un material auténtico cuando lo tenía delante. Y Pedro Garcia era un auténtico viudo empeñado en educar a sus tres hijos. No hacía falta más que leer sus artículos para darse cuenta de eso. Paula podía notar su preocupación cuando afrontaba problemas serios, y su genuino alivio cuando los solucionaba. Era evidente su alegría y su amor por su familia.


Aquel hombre presentaba sus emociones desnudas, y seguramente fuera eso más que otra cosa lo que había molestado a su jefe.


¿Molestado? Le había aterrado: no podía soportarlo, como tampoco podían hacerlo los otros machos de la redacción. Sin embargo, esos artículos no habían producido el mismo efecto en los lectores, que estaban encantados, como demostraba el aumento de las ventas y las entusiastas cartas que se recibían cada día.


Pedro Garcia era la persona más auténtica con la que se había tropezado en años. Estaba dispuesta a arriesgarlo todo por lavar su reputación.


Paula tragó saliva y se metió en la boca otras dos tabletas. Sabía que había puesto toda la carne en el asador: su trabajo, su prestigio profesional, sus planes para el futuro…


—Demostraré que no es un fraude —había dicho en el despacho de su jefe—. Yo misma haré un reportaje en profundidad sobre el autor y sus hijos… en su propia casa. Eso entusiasmará a los lectores.


Su jefe aceptó sin vacilar. Paula notó incluso cómo empezaba a calcular mentalmente los beneficios. Su propuesta recibió todos los parabienes, e incluso se admitió que, por un tiempo, dejara a un lado sus otras responsabilidades para centrarse en el artículo. 


Sin embargo, si el reportaje demostraba que Pedro Alfonso no era mas que un fraude…


Entonces bien podía despedirse de su trabajo; su prestigio profesional quedaría a la altura del betún y jamás de los jamases conseguiría el anhelado puesto de editora jefe de la revista.


Sin embargo, no tenía porqué preocuparse. 


Todo lo que tenía que hacer era convencer a un hombre muy celoso de su intimidad, tanto que ocultaba su verdadero nombre y el de sus hijos detrás de un seudónimo, para que aceptara una entrevista muy lucrativa. Y tendría que hacerlo si no quería renunciar a unos sabrosos ingresos.


Planteado de aquella forma, ¿qué padre de familia se negaría a aceptar?


Paula echó un vistazo a su reloj: las nueve en punto. Un día más que se quedaba hasta las tantas en la oficina. Demasiado tarde para llamar a nadie que viviera en la Costa Este. 


Decidió que telefonearía a la mañana siguiente.




EN APUROS: CAPITULO 4




Pedro se encaminó por el sendero flanqueado de petunias que conducía a la entrada de la casa de estilo colonial de su hermana. Era la casa perfecta, situada en un arbolado barrio residencial de la señorial ciudad sureña de Richmond, en Virginia. Perfecta también para una mujer divorciada con tres hijos, dos chicos y una chica. Sin embargo, resultaba demasiado doméstica para él, Pedro Alfonso, que empezaba a considerarse a sí mismo un impenitente solterón. Por esa razón había puesto la mansión a nombre de su hermana cuando una anciana tía se la dejó en su testamento.


Aquella casa, sin embargo, le sentaba como un guante a su alter ego, Pedro Garcia, padre soltero y escritor. Por suerte para los dos Pedros, aquellas visitas a casa de su hermana le proporcionaban material suficiente para elaborar los artículos de varios meses.


Dio un par de golpes con la aldaba de bronce que adornaba la puerta de roble pulido y, a través de los cristales entrevió la silueta de su hermana que se acercaba a abrirle. Cuando lo hizo, notó el delicioso aroma del asado.


—Hmmmm. Huele de maravilla —dijo, besando a Ana en la mejilla…


—Sí, no me extraña que te parezca apetitoso, teniendo en cuenta que te alimentas de pizza y palomitas.


—Pizza, palomitas y una cervecita de vez en cuando —le corrigió Pedro.


—Más que de vez en cuando, a juzgar por la tripa que se te está poniendo.


—¡Mentirosa!


No le pasaba nada a su tripa ni a ninguna otra parte de su cuerpo. Hacía ejercicio todos los días por pura necesidad: pasaba ocho o nueve horas al día delante del ordenador, y temía los problemas que eso pudiera acarrearle, especialmente teniendo en cuenta que ya había pasado de los treinta…


Tenía que reconocer, sin embargo, que cuidaba muy poco su alimentación, pero, por suerte, Ana se había propuesto corregir ese defecto.


—¡Tío Pedro! —su sobrino Kevin, de cuatro años, irrumpió en la habitación y corrió hacia él. Pedro lo levantó en brazos.


—¡Hola, monito! —dijo, besando al pequeño.


—No soy un monito, soy un león.


—¿Pero no eras un monito la otra vez que vine?


—Los monos tienen que comer verdura —replicó el pequeño haciendo una mueca de asco.


—¡Qué cara tienes! ¿Y qué comen los leones? —preguntó Pedro.


—Monos —contestó Kevin con un rugido.


—¿Dónde están tus hermanos? No me digas que también te los has comido…


—No, claro que no, pero ellos serían capaces de comerte a ti. Están muy enfadados porque volviste a sacarles en tu revista.


—No lo hice.


—Sí lo hiciste —replicaron Ana y Kevin a coro.


—De todas formas, ¿cómo es que leyeron Modern Man?


—En casa de su padre. Y no cambies de tema: volviste a sacarles en tu artículo.


—Solo utilicé un par de anécdotas, y cambié los detalles. ¡Ni siquiera puse sus nombres!


—Lo que necesitas es una esposa y una familia propias sobre las que escribir —dijo Ana.


—Eso es mucho peor que las verduras —se estremeció Pedro—. Me parece mucho mejor seguir con este arreglo.


—Cobarde: bienvenido al club de los gatos escaldados.


—Tú saliste escaldada —replicó Pedro—. A mí me hicieron pedacitos y dejaron que me devoraran los abogados.


Su experiencia matrimonial y el amargo trago del divorcio le habían enseñado todo lo que quería saber sobre las relaciones de pareja, y de ahí su empeño por evitar enredarse en otra.


Esa había sido la segunda gran lección de su vida. La primera la había obtenido en el mundo académico: tras pasarse años trabajando e investigando, había sido el jefe de su departamento el que se había llevado todos los laureles. Y había sido tan ingenuo como para pensar que tras una denuncia oficial iba a conseguir el reconocimiento que le debían.


Al final, se había encontrado sin nada: sin trabajo, sin cartas de recomendación y sin ahorros. Aprendió rápidamente que una saneada cuenta bancaria era el mejor sinónimo de seguridad en la vida.


Y por ese baremo medía el éxito que había alcanzado aquellos meses. Gracias a «Viviendo y Aprendiendo» sus ahorros crecían de día en día.


Y cuanto más dinero tuviera, más podría ayudar a Ana y a sus sobrinos. Ella no había tenido suerte con el divorcio: aunque su marido le pasaba regularmente y sin la menor queja la pensión que había determinado el juez, no era suficiente ya que tampoco su ex cuñado era precisamente un hombre rico.


Otra buena razón para evitar caer en la trampa matrimonio — divorcio.


La voz de su sobrino le hizo volver a la realidad.


—Simon y Belen se pusieron como locos.


—¿Y tú, señor León? ¿También estás enfadado conmigo?


—Ummm —Kevin meneó la cabeza, considerando aquella pregunta con la mayor seriedad.


—Me parece que necesito un poco de magia para arreglar este asunto: ¿qué tal si le regalo un CD a Simon, un vestido nuevo a Belen y te doy a ti una bolsa grande de gominolas? —propuso Pedro persuasivo.


—¡Nada de chantajes! —protestó Ana encaminándose a la cocina.


—Dos bolsas —susurró Kevin al oído de su tío.


—Trato hecho.



martes, 19 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 3





Tres minutos después estaba delante de la puerta del despacho de su jefe. Llamó discretamente con los nudillos antes de entrar, con una sonrisa llena de confianza y las manos encogidas para disimular el lamentable estado de sus uñas.


Para su sorpresa, se topó con cinco compañeros sentados en la mesa de reuniones. «El Segador» no estaba con ellos.


—Vaya, vaya: ya está la pandilla reunida —comentó uno de sus colegas.


Tras dudar un instante, Paula. se irguió y se dirigió hacia ellos.


—No es que no me alegre de veros, chicos, pero pensé que esta sería…


—Una reunión privada —acabó Jones por ella—. Únete al club de los desinformados.


—¿Dónde está Owens? —preguntó, mirando a los hombres que estaban alrededor de la mesa.


—Le han despedido esta mañana. Al «Segador» no le han gustado sus dos últimos artículos.


—¿Los de cómo ligar? Querrás decir entonces sus pasados cincuenta artículos —replicó Smith con una carcajada.


Podía haberle ocurrido a cualquiera de ellos, pero Paula no detectó ni un átomo de simpatía en la voz de sus camaradas. Hombres. 


Permanecían juntos como… una manada de tiburones. Para ellos un compañero herido se convertía de inmediato en una presa fácil ¿Qué ocurriría si llegaban a darse cuenta de su debilidad? Cerró los puños para evitar la tentación de empezar a comerse las uñas.


—¿Así, sin más? ¿Sin avisarle? —preguntó.


—No tienes por qué preocuparte, Chaves. He oído que le gustan las mujeres.


—Bueno, chicos, siento desilusionaros, pero prefiero que me juzguen por mi trabajo, no por mis curvas.


—¡Y menudas curvas!


—¡Sois unos animales! —exclamó Paula cuando cesaron los silbidos—. Estáis por lo menos dos escalones por debajo en la escala de la evolución.


—A juzgar por lo bien que está funcionando tu nueva columna, no creo que tengas problemas para conservar tu puesto. ¿Quién hubiera pensado que iban a tener tanto éxito esos consejitos para padres inexpertos?


En ese momento se abrió la puerta y, rodeado de sus más directos colaboradores, el jefe entró en el despacho.


—Buenos días. Acabo de revisar el planning para los próximos números —anunció sin más preámbulos mientras tomaba asiento. No miraba a nadie al hablar, y a pesar del bien cortado traje y del impecable bronceado, su expresión hacía pensar en un cocodrilo enfadado. Sin embargo, eran sus ojos los que tenían a Paula aterrada: eran tan fríos y crueles como los de un tiburón.


—Hay varias cosas que me preocupan —continuó «el Segador»—. Empecemos con esa columna de «Viviendo y Aprendiendo» y el tal Pedro Garcia, ese supuesto especialista en pedagogía infantil —Paula sintió un peso en el estómago. ¿Era solo producto de su imaginación el que la voz de su jefe sonara más gélida de lo habitual?—. Tengo el presentimiento de que ese hombre es un fraude. No hace falta que te explique el daño que semejante montaje podría hacerle a la revista… y a tu carrera —dijo mirándola directamente por primera vez.


Paula vio estallar el brillante globo que encarnaba a su Sueño Número Uno.


Parpadeó rápidamente, resuelta a no dejarse vencer. Un montón de agujas habían acabado con su otro sueño, y no estaba dispuesta a que ocurriera lo mismo otra vez. No iba a rendirse. 


No, sin luchar.


Se adelantó un poco, colocando las dos manos encima de la mesa, olvidando por completo la imagen de profesionalidad y el lamentable estado de sus uñas.


—¿Qué quieres decir con eso de que tienes la impresión de que es un fraude?




EN APUROS: CAPITULO 2




Paula Chaves se alisó la minifalda negra, se estiró la chaqueta del traje y se encaminó a la puerta para salir de su despacho, pero se detuvo en seco incluso antes de abrirla.


—¿Y ahora qué te pasa? —le preguntó Flasher con su bien modulada voz de tenor.


Paula. se dio la vuelta para mirar a su joven amigo y colega, que estaba sentado en el borde de la mesa con las piernas cruzadas.


—¿Qué tal estoy? —le preguntó agobiada—. Por favor, dime la verdad…


—Muy bien —respondió.


—Eso no me basta. Eres fotógrafo, el ojo crítico se te supone, ¿no? Anda, no te cortes, por favor, sé sincero y dime qué tal estoy.


Flasher ladeó la cabeza observándola con atención.


—Pues… como fotógrafo y crítico, he decirte que… estás igual de bien que antes.


Paula exhaló un gemido: el nuevo director acababa de convocarla para una reunión, necesitaba estar mucho mejor que bien. Tenía que proyectar una imagen de fría profesionalidad, de absoluta seguridad en sí misma, todo en su aspecto debía denotar que la revista no podría salir adelante sin ella, y que, además, sabía ir a la última sin resultar estridente. Así que un simple «bien» no le bastaba.


—Es el pelo, ¿verdad? —preguntó apartando de la cara algunos mechones sueltos.


—Tu pelo está perfecto, como siempre.


—¿El maquillaje entonces?


—Estás impecable.


—¿Estás seguro? —se precipitó a su escritorio y sacó un espejito del cajón superior.


—De acuerdo —se rindió al fin Flasher—, si insistes en encontrar algún fallo, no me queda más remedio que admitir que sí, que tienes uno…


—¿Qué, qué es?


Flasher extendió sus manos moviendo los dedos delante de ella.


—Las uñas, cariño.


Paula examinó las suyas, salvajemente mordisqueadas.


—¿Y qué sugieres?


—No estaría mal que dejaras de mordértelas.


—Creo que lo único que no he probado es la hipnosis.


—Dime una cosa, ¿hay alguien aparte de mí que conozca esa faceta tuya de niña pequeña? —preguntó Flasher.


—Se llama Paula Esther y ya me he cuidado yo muy mucho de mantenerla bajo siete cerrojos. No en vano soy la única mujer que ha llegado a ser editora de Modern Man Magazine (Revista del hombre moderno) y ha sobrevivido. Todos en esta revista me conocen como P.E. Chaves, «la Dama de Hierro»… Tú eres el único al que puedo confesar que estoy como un flan.


Flasher hizo un gesto desdeñoso.


—No sé por qué te preocupas tanto. No creo que tenga intención de despedirte.


Ojalá pudiera tener ella la seguridad de su amigo. El nuevo jefe había llegado a la oficina de Chicago hacía solo dos semanas, pero como solía ocurrir con las malas noticias, su reputación le había precedido: su afán por recortar presupuestos y hacer reajustes de personal sin que se le moviera un músculo le habían valido el apodo de «El Segador». 


Durante su primera semana en el puesto había despedido al editor jefe sin contemplaciones, aunque todavía no había anunciado quién le sustituiría.


Por otra parte, Flasher no dejaba de tener parte de razón. Gracias a ella, Modern Man tenía la mejor columna de todas las revistas de su categoría: Viviendo y aprendiendo. Experiencias de un padre soltero en la educación infantil ofrecía a los lectores algo más que los habituales artículos sobre sexo y moda.


Entonces, ¿por qué estaba tan nerviosa? 


Mordisqueó lo que le quedaba de la uña del pulgar sin dejar de mirar la puerta.


—¡Ay! —exclamó dolorida sacándose el dedo de la boca.


—Tienes razón: deberías probar con la hipnosis. Mírame a los ojos —bromeó Flasher haciendo una estupenda imitación de Boris Karloff.


Sonriendo, Paula se apartó, pero su amigo se levantó de la mesa y se acercó a ella, asiéndola por los hombros. La joven lo miró a los ojos por fin, incapaz de seguir evitándolo.


—¿Quién es la mejor editora que ha tenido esta revista? —preguntó Flasher muy serio.


—Yo, pero es un secreto, solo lo sabemos nosotros dos…


—¿Y quién consiguió aumentar la tirada en un cincuenta por ciento?


—¿En un cincuenta? Ya me hubiera gustado…


—¡No me interrumpas! A ver, ¿quién es el alma más buena que conozco, aunque esté escondida detrás de esa armadura de acero?


Flasher rebuscó en el cajón superior hasta encontrar la bolsita con los cosméticos. Con mano experta aplicó los polvos compactos, colorete y pintalabios.


—Escúchame bien —le animó—, eres lo mejor que le ha pasado en años a esta revista. Eres original, directa y sincera, y estás llena de ideas. El puesto de editora jefe es tuyo.


—Mío —murmuró Paula nada convencida.


—Muñeca, no seas tan modesta: no has luchado de la forma en que lo has hecho todos estos años con esos monstruos machistas de la redacción para nada. Te mereces ese ascenso, así que ve a por él.


Paula. sintió que se disipaba la tensión que la atenazaba y que sacaba de su interior nuevas reservas de seguridad en sí misma.


—Tienes razón: no voy a dejar que me amilane —dijo.


Eso sí que hubiera impresionado a su padre. «P.E. Chaves, editora jefe». ¿Por qué no? A fin de cuentas, aquel era su objetivo desde hacía tiempo. Ya se imaginaba, presidiendo reuniones con los redactores que ella misma habría convocado, tomando decisiones importantes, y de ese modo, poco a poco, consiguiendo sensibilizar a la población masculina sobre la forma de ver el mundo de las mujeres.


—Eres genial, Flasher —dijo agradecida—. Ojalá todos los hombres fuesen como tú.


—¿Cómo? ¿Fornidos, guapísimos y gays?


Ella le dio un cariñoso puñetazo en la barbilla.


—No: dulces, cariñosos y leales.


—No se puede tener todo.


Como si ella no lo supiera. Mejor sería que se conformara con conseguir una de las dos metas de su vida. A la otra, un sueño a decir verdad, a la de encontrar un hombre honrado y sincero con el que casarse había renunciado hacía tiempo.


Aunque había conseguido introducir algunos cambios en la revista, lo cierto y verdad es que la campaña para sensibilizar a la población masculina había llegado demasiado tarde para ayudarla en su búsqueda del «Hombre Perfecto».


El «Hombre Perfecto». Qué ironía.


Los dos únicos hombres que poseían las cualidades que ella consideraba imprescindibles en su media naranja ideal eran Flasher y su autor estrella, Pedro Garcia: uno estaba definitivamente fuera de su alcance, mientras que el otro… El único contacto que mantenían eran los artículos que Pedro le mandaba regularmente; solo habían hablado una vez por teléfono. Sin embargo, estaba segura de que nunca podría olvidar su profunda voz, teñida con el dulce acento del Sur. Cálida y seductora.


«Sácatelo de la cabeza, estúpida romántica», se amonestó a sí misma. Si ni siquiera se habían visto… no merecía la pena ni considerarlo como una posibilidad.


Había que concentrarse en la realidad, se recordó, en su carrera. Cerró los ojos y vio una especie de globo brillando delante de ella: el Sueño Número Uno. Y estaba a punto de hacerse realidad.


Cuando al fin salió por la puerta, no dudó ni un solo instante en que lo conseguiría.




EN APUROS: CAPITULO 1





A Pedro Alfonso no le gustaba que rechazaran sus solicitudes pero, por desgracia, empezaba a acostumbrarse. Y la última vez ni siquiera se habían molestado en mandarle la carta en el papel con el sello de la empresa, se habían limitado a una fría nota en una hoja corriente. 


Estrujó la carta con una mano y la arrojó a la papelera mientras que con la otra sostenía el auricular del teléfono.


—¡Así que te han mandado una carta tipo! —se quejó su hermana Ana amargamente al otro extremo de la línea telefónica—. ¡Sin encabezamiento, sin despedida…!


Como de costumbre, su hermana se estaba tomando las cosas a la tremenda, lo que le obligaba a fingir un optimismo que estaba muy lejos de sentir.


—Bueno, no es para tanto: esta, por lo menos, no está impresa, sino escrita a mano —le explicó.


—¡Como si eso…! ¡Vaya! Espera un momento —se interrumpió Ana. Pedro la oyó gritar—. ¡Simon, deja de una vez ese videojuego! En fin, algo es algo —continuo dirigiéndose otra vez a su hermano—. ¿Y qué es lo que te dicen esta vez?


Por supuesto, su hermana no le iba a ahorrar esa humillación.


—Que a los textos les falta chispa, originalidad —leyó Pedro, lamentando no tener la rapidez mental suficiente como para decirle una mentira.


—¡Como si alguna de esas revistas tuviera la menor originalidad! —exclamó Ana—. ¡Pero si se puede saber la época del año en la que estamos leyendo los reportajes! Primavera, cómo ponerse en forma, cómo afrontar el divorcio y cómo ligar; verano, planes de vacaciones para hombres, divorcio y cómo ligar; otoño, guardarropa, inversiones y cómo ligar; e invierno…


—Divorcio y cómo ligar —remató Pedro por ella.


—Pues si lo que quieren es divorcio, ¿por qué no escribes sobre el tuyo? Ese sí que fue de aupa.


—Porque es un tema que no pienso volver a tocar, ni siquiera por dinero —declaró Pedro con firmeza, aunque sabía mejor que nadie que su cuenta bancaria muy pronto entraría en números rojos.


—Sabes que siempre podrías volver a… ¡Simon, te he dicho que apagues ese chisme de una vez!


—Oye, te llamo luego —propuso Pedro.


—No, no, no te preocupes. ¿Qué te estaba diciendo? ¡Ah, sí! Siempre puedes volver a dar clases y a investigar. No en el Instituto Tecnológico, claro, tendrías que buscar otra universidad.


Pedro tragó saliva.


—No, ya no quiero saber nada del mundo académico.


—No puedo echártelo en cara, pero… ¡Belen! No pienso dejarte salir con esas pintas. Irías más vestida con una hoja de parra.


—¡Pero mamá! —Pedro oyó protestar a su sobrina de trece años, con aquel tono de sufrimiento que tan bien conocía.


—Ya me has oído: sube y cámbiate —replicó su madre terminante, y, con un suspiro, reinició la conversación con su hermano—. ¡Niños! No hay quien pueda con ellos, y eso que me he leído todos los libros y artículos sobre cómo educarlos sin padre. Es una pena que no puedas escribir algo parecido en las revistas masculinas.


—No creo que les parezca un tema muy atractivo…


—Oye, Pedro


—Hey, no te preocupes —Pedro no podía soportar la idea de que su hermana se angustiara por sus problemas. Además, estaba acostumbrado a ser él el que cuidara de ella—. Todo se arreglará, ya me conoces. Saldré adelante como sea.


—Muy bien —se resignó Ana con un suspiro. Nos vemos mañana, porque, vendrás a cenar, ¿no?


—Claro, mi nuevo lema será «Escritura por Comida».


—En ese caso, prepararé brócoli.


—¡Sádica! —justo antes de colgar Pedro oyó el aullido de disgusto de Kevin, el más joven del clan.


Parecía una broma que Ana buscara consejo para educar a sus hijos en la revistas. Aunque su sobrina y sus dos sobrinos no eran precisamente unos angelitos, la verdad era que su hermana había conseguido hacer de ellos unos jovencitos con mucho encanto y personalidad.


Se le ocurrió que inspirándose en su ejemplo podría escribir una serie de artículos con consejos para los hombres que debían educar a sus hijos sin la ayuda de una madre. 


Probablemente resultarían de mucha ayuda para un montón de padres solteros.


Una oleada de adrenalina le recorrió las venas: acababa de dar por fin con una magnífica idea.


Se dirigió de inmediato a su despacho y encendió el ordenador. Tamborileó por un instante sobre la mesa para darse algo de tiempo antes de empezar.


Era una propuesta sin duda original y tenía chispa… por lo menos, sería una novedad agradable en comparación con todos esos artículos sobre cómo ligar.


Pedro tomó aire y escribió resueltamente: Viviendo y aprendiendo. Experiencias de un padre soltero en la educación infantil.




EN APUROS: SINOPSIS




Pedro Alfonso se estaba haciendo rico escribiendo una columna en una revista sobre las tribulaciones de un padre obligado a educar solo a sus retoños… aunque, en realidad, él era un feliz soltero sin hijos.


Por eso, cuando su editora, la seductora Paula Chaves, insistió en hacer un reportaje sobre su vida, no le quedó más remedio que pedir prestados unos niños y convertirse en el hombre que ella creía que era…