martes, 19 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 2




Paula Chaves se alisó la minifalda negra, se estiró la chaqueta del traje y se encaminó a la puerta para salir de su despacho, pero se detuvo en seco incluso antes de abrirla.


—¿Y ahora qué te pasa? —le preguntó Flasher con su bien modulada voz de tenor.


Paula. se dio la vuelta para mirar a su joven amigo y colega, que estaba sentado en el borde de la mesa con las piernas cruzadas.


—¿Qué tal estoy? —le preguntó agobiada—. Por favor, dime la verdad…


—Muy bien —respondió.


—Eso no me basta. Eres fotógrafo, el ojo crítico se te supone, ¿no? Anda, no te cortes, por favor, sé sincero y dime qué tal estoy.


Flasher ladeó la cabeza observándola con atención.


—Pues… como fotógrafo y crítico, he decirte que… estás igual de bien que antes.


Paula exhaló un gemido: el nuevo director acababa de convocarla para una reunión, necesitaba estar mucho mejor que bien. Tenía que proyectar una imagen de fría profesionalidad, de absoluta seguridad en sí misma, todo en su aspecto debía denotar que la revista no podría salir adelante sin ella, y que, además, sabía ir a la última sin resultar estridente. Así que un simple «bien» no le bastaba.


—Es el pelo, ¿verdad? —preguntó apartando de la cara algunos mechones sueltos.


—Tu pelo está perfecto, como siempre.


—¿El maquillaje entonces?


—Estás impecable.


—¿Estás seguro? —se precipitó a su escritorio y sacó un espejito del cajón superior.


—De acuerdo —se rindió al fin Flasher—, si insistes en encontrar algún fallo, no me queda más remedio que admitir que sí, que tienes uno…


—¿Qué, qué es?


Flasher extendió sus manos moviendo los dedos delante de ella.


—Las uñas, cariño.


Paula examinó las suyas, salvajemente mordisqueadas.


—¿Y qué sugieres?


—No estaría mal que dejaras de mordértelas.


—Creo que lo único que no he probado es la hipnosis.


—Dime una cosa, ¿hay alguien aparte de mí que conozca esa faceta tuya de niña pequeña? —preguntó Flasher.


—Se llama Paula Esther y ya me he cuidado yo muy mucho de mantenerla bajo siete cerrojos. No en vano soy la única mujer que ha llegado a ser editora de Modern Man Magazine (Revista del hombre moderno) y ha sobrevivido. Todos en esta revista me conocen como P.E. Chaves, «la Dama de Hierro»… Tú eres el único al que puedo confesar que estoy como un flan.


Flasher hizo un gesto desdeñoso.


—No sé por qué te preocupas tanto. No creo que tenga intención de despedirte.


Ojalá pudiera tener ella la seguridad de su amigo. El nuevo jefe había llegado a la oficina de Chicago hacía solo dos semanas, pero como solía ocurrir con las malas noticias, su reputación le había precedido: su afán por recortar presupuestos y hacer reajustes de personal sin que se le moviera un músculo le habían valido el apodo de «El Segador». 


Durante su primera semana en el puesto había despedido al editor jefe sin contemplaciones, aunque todavía no había anunciado quién le sustituiría.


Por otra parte, Flasher no dejaba de tener parte de razón. Gracias a ella, Modern Man tenía la mejor columna de todas las revistas de su categoría: Viviendo y aprendiendo. Experiencias de un padre soltero en la educación infantil ofrecía a los lectores algo más que los habituales artículos sobre sexo y moda.


Entonces, ¿por qué estaba tan nerviosa? 


Mordisqueó lo que le quedaba de la uña del pulgar sin dejar de mirar la puerta.


—¡Ay! —exclamó dolorida sacándose el dedo de la boca.


—Tienes razón: deberías probar con la hipnosis. Mírame a los ojos —bromeó Flasher haciendo una estupenda imitación de Boris Karloff.


Sonriendo, Paula se apartó, pero su amigo se levantó de la mesa y se acercó a ella, asiéndola por los hombros. La joven lo miró a los ojos por fin, incapaz de seguir evitándolo.


—¿Quién es la mejor editora que ha tenido esta revista? —preguntó Flasher muy serio.


—Yo, pero es un secreto, solo lo sabemos nosotros dos…


—¿Y quién consiguió aumentar la tirada en un cincuenta por ciento?


—¿En un cincuenta? Ya me hubiera gustado…


—¡No me interrumpas! A ver, ¿quién es el alma más buena que conozco, aunque esté escondida detrás de esa armadura de acero?


Flasher rebuscó en el cajón superior hasta encontrar la bolsita con los cosméticos. Con mano experta aplicó los polvos compactos, colorete y pintalabios.


—Escúchame bien —le animó—, eres lo mejor que le ha pasado en años a esta revista. Eres original, directa y sincera, y estás llena de ideas. El puesto de editora jefe es tuyo.


—Mío —murmuró Paula nada convencida.


—Muñeca, no seas tan modesta: no has luchado de la forma en que lo has hecho todos estos años con esos monstruos machistas de la redacción para nada. Te mereces ese ascenso, así que ve a por él.


Paula. sintió que se disipaba la tensión que la atenazaba y que sacaba de su interior nuevas reservas de seguridad en sí misma.


—Tienes razón: no voy a dejar que me amilane —dijo.


Eso sí que hubiera impresionado a su padre. «P.E. Chaves, editora jefe». ¿Por qué no? A fin de cuentas, aquel era su objetivo desde hacía tiempo. Ya se imaginaba, presidiendo reuniones con los redactores que ella misma habría convocado, tomando decisiones importantes, y de ese modo, poco a poco, consiguiendo sensibilizar a la población masculina sobre la forma de ver el mundo de las mujeres.


—Eres genial, Flasher —dijo agradecida—. Ojalá todos los hombres fuesen como tú.


—¿Cómo? ¿Fornidos, guapísimos y gays?


Ella le dio un cariñoso puñetazo en la barbilla.


—No: dulces, cariñosos y leales.


—No se puede tener todo.


Como si ella no lo supiera. Mejor sería que se conformara con conseguir una de las dos metas de su vida. A la otra, un sueño a decir verdad, a la de encontrar un hombre honrado y sincero con el que casarse había renunciado hacía tiempo.


Aunque había conseguido introducir algunos cambios en la revista, lo cierto y verdad es que la campaña para sensibilizar a la población masculina había llegado demasiado tarde para ayudarla en su búsqueda del «Hombre Perfecto».


El «Hombre Perfecto». Qué ironía.


Los dos únicos hombres que poseían las cualidades que ella consideraba imprescindibles en su media naranja ideal eran Flasher y su autor estrella, Pedro Garcia: uno estaba definitivamente fuera de su alcance, mientras que el otro… El único contacto que mantenían eran los artículos que Pedro le mandaba regularmente; solo habían hablado una vez por teléfono. Sin embargo, estaba segura de que nunca podría olvidar su profunda voz, teñida con el dulce acento del Sur. Cálida y seductora.


«Sácatelo de la cabeza, estúpida romántica», se amonestó a sí misma. Si ni siquiera se habían visto… no merecía la pena ni considerarlo como una posibilidad.


Había que concentrarse en la realidad, se recordó, en su carrera. Cerró los ojos y vio una especie de globo brillando delante de ella: el Sueño Número Uno. Y estaba a punto de hacerse realidad.


Cuando al fin salió por la puerta, no dudó ni un solo instante en que lo conseguiría.




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