miércoles, 6 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 17



La música estaba demasiado alta como para poder decir nada. Sólo podían bailar, y Pedro sentía cómo iba creciendo su erección contra su vientre. Sí en aquel momento lo hubiera invitado a hacer el amor allí, en la pista de baile, no estaba seguro de que lo hubiera rechazado.


La música cambió, pasando de un ritmo muy rápido a una música claramente tribal, en la que el fuerte retumbar de los tambores parecía llamar a sus más primitivos instintos. También cambiaron las luces. Se fueron haciendo más tenues hasta dejarlos en una total de oscuridad en la que sólo las luces intermitentes les permitían verse.


Negro, blanco, negro, blanco, negro, blanco… 


Pronto se hizo evidente que no tenía sentido centrar la mirada en ningún lugar. Sencillamente, tenía que olvidarse de todo y bailar. Pero veía a los demás danzantes y tenía la sensación de que la gente, cuanto más costaba ver, más se desinhibía. Y cuanto más bailaban, más calor hacía en la pista de baile y la gente comenzaba a desprenderse de sus ropas. Pedro vio retazos de senos, torsos desnudos, cuerpos entrelazados en los más íntimos movimientos.


Comprendió sobresaltado que la pareja que tenía a su lado no sólo estaba a su lado. La visión intermitente de sus caderas desnudas moviéndose al unísono, las partes desnudas de sus cuerpos, los labios besando unos senos…


Estaban haciendo el amor en la pista de baile.


Pedro debería haberles dicho que se fueran a una habitación. Como propietario de aquel establecimiento, debería haber llamado a seguridad o hacer algo. Pero saber lo que iba a pasar, teniendo a Paula presionada contra él, con las manos sobre su trasero y moviendo las caderas al mismo ritmo que él, convirtiendo su cuerpo en una descarada invitación a hacer exactamente lo mismo que él estaba deseando hacer, lo estaba volviendo loco de excitación.


Y entonces, Paula hizo lo único que Pedro estaba seguro de que podía conducirlo a la ruina.


Le bajó la cremallera del pantalón y deslizó la mano en su interior, alrededor de su codiciada erección. Pedro no podía esperar ni un segundo más.


¿Qué mejor que hacer el amor con Paula en un entorno en el que no podían hablar, en el que no podían confundir lo que estaba pasando con nada que no fuera una aventura de una noche?


Estaban cerca de la pared y, dando unos cuantos codazos, Pedro logró guiarla hasta ella en medio de la oscuridad. En medio de los destellos de aquella luz plateada, consiguió atrapar imágenes de Paula con los ojos brillantes de excitación, la piel cubierta de una película de sudor y moviendo el cuerpo a un ritmo tribal.


Pedro la hizo apoyarse contra la pared y ella le rodeó la cintura con las piernas. Pedro le bajó las bragas, deslizó los dedos en su interior y la encontró mucho más caliente de lo que estaba por fuera.


Por el rabillo del ojo, vio a otra pareja en una situación parecida. La mujer se inclinaba sobre la barandilla que rodeaba la pista de baile y el hombre la embestía por detrás. Pedro se sintió arder. Era una sensación extraña darse cuenta de que la gente que lo rodeaba estaba haciendo el amor, e inesperadamente excitante también.


Pero cuando tuvo a Paula contra la pared, se dio cuenta de que necesitaba un preservativo. 


Consiguió sacar la cartera del bolsillo trasero de los pantalones y encontró uno en su interior.


—¿Te importaría? —le preguntó a Paula, sin estar muy seguro de que pudiera oírla por encima del volumen de la música.


Paula comprendió inmediatamente lo que le estaba diciendo. Abrió el preservativo con los dientes e hizo rápidamente la tarea, con la mirada fija constantemente en Pedro, como si lo estuviera desafiando a darse cuenta de lo que estaban a punto de hacer.


Pero Pedro no necesitaba ningún desafío. 


Estaba demasiado excitado como para preocuparse por nada que no fuera aliviar las ganas de estar dentro de ella, de hundir su pene en Paula hasta que fuera capaz de recuperar parte del control.


Paula movió seductoramente las caderas contra él y entonces lo consiguió.


Buscó su tensa abertura y se hundió en ella hasta que sus cuerpos chocaron como el mar contra la orilla.


En cualquier momento, estaría bien otra vez. 


Sólo un poco más y se habría hartado para siempre de Paula.


Pero aquellos pensamientos tan sensatos se diluyeron en las increíbles sensaciones que provocaba su cuerpo, en la dulce tensión que lo envolvía, en la fogosa excitación, en aquella música embriagadora, y en los cuerpos entrelazados que había visto en los destellos de luz.


Se hundía en ella con movimientos rápidos, con fuerza, una y otra vez, incapaz de hacerlo más despacio. Jamás se había sentido así con ninguna mujer y, en el fondo de su mente, comprendió que aquello podría ser un problema. 


Sentía el cuerpo de Paula como un templo e imaginaba que, si pudiera hundirse más profundamente en ella, podría encontrar la respuesta a todas sus preguntas.


Paula se bajó el vestido y desnudó sus senos para él. Pedro los saboreó, succionándolos como si pudieran saciar aquella sed insaciable. 


Sus manos se aferraban con fuerza a su trasero mientras se hundía en ella, y comenzaron a dirigirse hacia el clímax mucho más rápido de lo que esperaba, ambos vencidos por el giro sexual que tan repentinamente había tomado la noche. Cuando sintió los músculos de Paula contrayéndose alrededor de su sexo y vio que tenía los ojos cerrados y el rostro transformado por el placer, se dejó llevar también él.


Con una última embestida, se vació dentro de ella, dejándose arrastrar por una ola de puro y candente placer, en un orgasmo tan intenso que estuvo a punto de desmoronarse sobre la pista de baile. Su cuerpo temblaba mientras continuaba manteniendo a Paula contra la pared, con las réplicas de aquel increíble placer.


El orgasmo de Paula terminó y le dio un beso largo y profundo en los labios, hundiendo en ellos su lengua en una incitante invitación.


Pedro sentía los latidos del corazón en los oídos, o quizá sólo fuera la música. Tenía el cuerpo empapado en sudor y de pronto era perfectamente consciente de que estaba en medio de una orgía y de que su cuerpo continuaba estrechamente unido al de Paula.


No era exactamente eso lo que había planeado.


Aquél no había sido un encuentro anodino que le sirviera para saciar para siempre su deseo por Paula. Lo que le gustaría hacer en aquel momento era arrastrarla a su dormitorio y pasar el resto de la noche intentando recuperar el tiempo perdido.


Y entonces sintió una mano en el trasero, aunque en realidad Paula continuaba apoyando las manos en sus hombros. Una mujer vestida únicamente con un sujetador de encaje negro y unas bragas bailaba a su lado y los miraba en una abierta invitación.


—¿Puedo unirme a vosotros? —preguntó, alargando la mano para acariciar el brazo desnudo de Claire.


—No, gracias —contestó Pedro.


Paula no pareció inmutarse por la oferta, al menos por lo que él podía ver, pero como la mayoría de las mujeres solían mostrarse o entusiasmadas o absolutamente ofendidas ante la idea de un trío, decidió que lo que tenía que hacer era salir inmediatamente de allí antes de que se desatara un infierno. Pedro podía haber fantaseado con relaciones múltiples, pero sabía que eran sólo eso, fantasías que no tenía ningún sentido intentar reproducir en la vida real.


Se separó de Paula y la ayudó a bajar hasta el suelo. Después, vio una papelera al borde de la pista de baile, tiró el preservativo y se colocó bien los pantalones. Cuando se volvió de nuevo hacia Paula con intención de sacarla de allí, no estaba precisamente preparado para verla bailando con la mujer del sujetador y las bragas.


Gracias a los fogonazos de luz, pudo ver que Paula había vuelto a ponerse el vestido y que alzaba los brazos por encima de la cabeza mientras se movía al ritmo de la música.


Paula mantenía la mirada fija en Pedro mientras se movía junto a su acompañante en una danza tan erótica que Pedro sintió crecer de nuevo su erección.


Aquella mujer fogosa, irritante y sensual como el infierno…


Paula hizo un gesto con el dedo, invitándolo a unirse al baile. Por un instante, Pedro estuvo tentado. Dos mujeres hermosas, una noche ardiente…


En aquel momento, la mujer acababa de posar las manos en la cintura de Paula, sus cuerpos se movían al unísono y sus bocas estaban a sólo unos centímetros. Paula estaba jugando con él, practicando un juego que ni siquiera era capaz de imaginar. El pulso se le aceleró de tal manera que se sentía como si acabara de participar en una carrera.


Agarró a Paula del brazo, le dirigió a la otra mujer una sonrisa conciliadora y apartó a Paula antes de que pudiera protestar. La sostuvo con fuerza contra él, con la mente corriendo a toda velocidad, el cuerpo dolorido. Cada fibra de su masculinidad protestaba por haber desaprovechado la oportunidad de un trío, y se abrió paso entre la gente que abarrotaba la pista de baile lo más rápido que pudo.



AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 16




Antes de que pudiera cambiar de nuevo de opinión, Pedro se levantó de la cama y se dirigió a la habitación de Paula. Llegó hasta allí a una velocidad récord, casi como si el viento que había levantado la tormenta lo hubiera levantado a él y lo hubiera llevado hasta ella.


Llamó a la puerta, pero no oyó nada al otro lado, sólo silencio. Al cabo de un momento, volvió a llamar.


Nada.


Maldita fuera. ¿Adónde habría ido, si no había vuelto a su habitación? Paula era una mujer a la que le gustaba la diversión y no hacía falta ser un genio para adivinar que, si no estaba allí, tenía que estar en cualquiera de los locales del centro.


¿Pero en cuál? Había tres bares y dos clubes en el centro, además de la fiesta en la playa. 


Teniendo en cuenta el mal tiempo que hacía, era obvio que, o bien la fiesta de la playa no se estaba celebrando allí, o bien había sido cancelada. De modo que decidió empezar por el club más cercano.


El interior de Carnaval estaba decorado con motivos brasileños y la música tendía a inspirar los bailes más sensuales. Pedro imaginó que aquél era el lugar más adecuado para Paula. 


Escrutó con la mirada la barra y la abarrotada pista de baile, pero no vio a ninguna pelirroja. 


Posiblemente, lo único bueno de Paula era que tenía un pelo tan rojo que le resultaba imposible fundirse en la multitud.


Pedro rodeó la pista de baile y estaba a punto de renunciar para dirigirse al siguiente local cuando distinguió un fogonazo rojo detrás de un grupo de gente.


Bingo.


—Eh, señor Alfonso, ¿cómo le va? —le preguntó una camarera cuando pasó a su lado.


El grupo de gente se movió, permitiéndole una vista completa de Paula.


—Estupendamente, gracias —miró el nombre que figuraba en su tarjeta—. Diana, ¿podrías hacerme el favor de llevarle una copa a esa pelirroja de allí?


—Claro.


—Y también una nota.


Mantenía la mirada fija en Paula, que parecía completamente ajena a su presencia mientras permanecía sentada en la barra.


Estaba bebiéndose un ya casi vacío martini. 


Escrutaba con la mirada a las personas que bailaban y se movía al ritmo de la música. Todo el cuerpo de Pedro se puso en tensión, en alerta, mientras la miraba. Una mujer con un aspecto como el de Paula no podía pasar más de unos minutos sola en una barra sin que algún hombre se le acercara.


Pedro no tenía ningún derecho a reclamarla como suya, y de hecho, sabía que era una locura sentir algo así, pero lo sentía.


—¿Quiere que le sirva otro martini? —preguntó la camarera.


Pedro asintió.


—Y para cuando pases por aquí para llevárselo, ya tendré escrita la nota.


La camarera sonrió y le guiñó el ojo con expresión cómplice. Y Pedro se sintió como un estúpido, por ninguna razón en particular.


Se sentó al final de la barra, donde era poco probable que Paula lo viera. Le pidió un bolígrafo al camarero, tomó una servilleta de papel y estuvo intentando decidir lo que iba a escribir. Si de algo estaba seguro era de que si no buscaba la manera de acercarse a Paula, ella terminaría alejándose de su lado. Necesitaba enviarle una nota que la aplacara y al mismo tiempo la invitara a que salieran a fuera, donde podrían hablar sin tanto público.


Lo siento, escribió y el resto le salió solo:
Vuelve a mi suite. A lo mejor, si somos capaces de mantener la boca cerrada y entramos pronto en materia, podamos hacer aquello para lo que has venido.


Era lo más arrastrado que Pedro podía llegar a escribir.


La camarera se llevó la nota y Pedro la observó mientras se la entregaba a Paula junto a la bebida. Paula leyó la nota, frunció ligeramente el ceño y miró a su alrededor.


Al cabo de unos segundos, lo vio. Sus miradas se encontraron y, aunque no vio una abierta invitación en los ojos de Paula, al menos ésta tampoco salió huyendo.


Pedro se levantó del taburete y se abrió camino entre la gente que abarrotaba el bar para acercarse a ella. Sin decir una sola palabra, la estrechó contra él y le dio un beso largo, profundo y ardiente. Se entregó completamente en aquel beso, convirtiéndolo en una promesa irresistible de los placeres que todavía estaban por llegar.


Paula se sentía tan bien entre sus brazos que le resultaba difícil imaginar que habían estado a punto de estrangularse el uno al otro unos minutos antes. Después, lo agarró de la mano y lo condujo a través de la multitud a la pista de baile, donde comenzó a bailar restregándose contra él.


Lo estaba volviendo loco.


Y a Pedro no le quedó otro remedio que bailar con ella. El constante palpitar de su cabeza y el cuerpo de Paula restregándose contra él era más fuerte que cualquier droga. La gente que bailaba a su alrededor parecía latir con el ritmo de la música, sus cuerpos se convertían en una sola masa y Pedro ni siquiera notaba a la gente que chocaba contra él. Sólo sentía el calor de Paula, sólo sentía sus manos en sus caderas y su mirada penetrante.



AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 15




Pedro esbozó una mueca al oír el portazo y cruzó la habitación a toda velocidad, con la cabeza rebosante de imágenes de Paula desnuda y delante de él. En su mente se repetían fragmentos de su conversación mientras pensaba en todo lo que debería haber dicho y hecho. No podía decir que hubiera manejado muy bien aquel encuentro.


Jamás había manejado bien a Paula y por fin comprendía cuál era el problema. Paula era una mujer a la que no se podía ni manejar, ni dominar, ni controlar. Por lo menos no de la forma en la que a él le gustaba por eso lo arrastraba prácticamente hasta la locura cada vez que estaba con ella.


Pero había estado tan cerca de él, y estaba tan viva… Tórrida, deliciosa, embriagadora. Lo había besado de una forma que lo había dejado loco de deseo y en aquel momento allí estaba, solo, en medio de una suite enorme y vacía. Se cruzó de brazos y miró hacia el jardín, iluminado en aquel momento por los focos. Y por si el problema con Paula no fuera suficiente, tenía también el problema que había ido a contarle.


¿Realmente habría en su centro una red de servicios sadomasoquistas funcionando en su centro turístico? Si eso era cierto, tendría que detenerla cuanto antes. La imagen que quería proyectar de Escapada era la de un lugar hedonista y lujoso y sabía perfectamente que la frontera entre el hedonismo y la sordidez podía llegar a ser muy pequeña. Era una batalla que había estado librando durante años en Rancho Fantasía y sabía que tendría que enfrentarse al mismo desafío con Escapada. Pero hasta entonces no había sido consciente de la rapidez con la que se iba a presentar.


Maldita fuera.


Se metió en le dormitorio y se tiró en la cama.


Estaba demasiado frustrado para pensar correctamente. Las posibilidades runruneaban en su cabeza a más velocidad de la que era capaz de considerar.


Pedro dio vueltas en la cama, golpeó la almohada y la tiró a un lado, porque le parecía de pronto tan dura como una piedra. Pero eso lo dejó tumbado en un duro colchón, con el cuerpo tenso y preparado para la acción y anhelando compañía.


Paula Chaves había conseguido sacarlo de quicio.


Y tendría que acostarse con ella.


Aquel pensamiento llegó a su mente completamente formulado. Estaba tan seguro de lo que acababa de pensar como de su propio nombre.


Pero era ridículo. Paula acababa de estar en su habitación, desnuda y dispuesta, y él le había pedido que se fuera. Porque era lo que tenía que hacer.


Quizá si ambos fueran capaces de mantener la boca cerrada durante el tiempo suficiente como para poder…


Tenía que acostarse con ella esa misma noche.


Ya era hora de dejar de andarse con rodeos y de ir directamente al grano, tal como ella había propuesto. La idea de Paula ya no le parecía en absoluto tan disparatada como se lo había parecido en un principio y, de pronto, estaba convencido de que la única forma de olvidarse de Paula era acostarse con ella.




martes, 5 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 14




Pedro no tenía nada que ver con un pescado frío. Era todo piel ardiente y músculo, como en sus malditas fantasías.


Paula estaba segura de que sólo necesitaba acostarse con Pedro para demostrarse que aquel hombre solo era materia de sueños. Una noche mediocre, eso era lo único que pedía.
Inclinó la cabeza hacia atrás y tiró de Pedro hacia ella mientras éste aceptaba su beso. Un beso largo, tórrido y demandante que prometía mucho más. Definitivamente, aquél no era el beso de un hombre frío.


En el interior de Paula crecían el calor y un agradable hormigueo. Nada importaba, excepto el calor de Pedro, su contacto, su beso. Incluso le gustaba sentir la barba rozando su piel. Y estaba a punto de quitarle la camisa para averiguar cómo era el contacto de su pecho desnudo bajo sus dedos cuando Pedro interrumpió el beso.


—¿Cómo sé que no estás mintiendo sobre esa información extra? —le dijo, casi sin respiración.


—No tienes ninguna forma de saberlo. Supongo que tendrás que confiar en ti.


Cuando ya era demasiado tarde para rectificar, Paula comprendió lo arriesgada que aquella propuesta era para Pedro.


Observó la duda en los ojos de Pedro y sintió que se le volvía a escapar la oportunidad de lograr su objetivo aquella noche. Tenía que hacer rápido.


Y rápido.


—Esto es una locura.


Pedro retrocedió, pero Paula lo agarró con fuerza, al tiempo que se endurecía para cualquier inminente humillación.


—Sí, es una locura. Así que hazlo y mañana me iré.


—Después de darme esa misteriosa información.


—Por supuesto.


—Aunque si es algo que tú has averiguado, quizá pueda averiguarlo yo también.


—Tú no tienes tiempo para jugar a detectives. Eres un hombre ocupado y ésta es una cuestión que amenaza directamente a tu negocio.


La mirada dubitativa de Pedro se tornó calculadora y Paula vio que tenía otra oportunidad. Movió las caderas para que su cuerpo se amoldara perfectamente al de Pedro, deslizó una mano por su pecho y bajó la otra hasta los firmes músculos de su trasero.


Era demasiado bueno para dejarlo marchar.


Y entonces, Pedro, cedió.


La envolvió con sus brazos y la devoró con otro beso. Mientras su lengua acariciaba la de Paula y sus manos trazaban caminos de fuego por su espalda, Paula sintió que se derretía. Pedro continuaba conservando un parecido inquietante con el hombre de sus fantasías, lo que la estaba afectando seriamente.


Había esperado que, al menos, tuviera un aliento apestoso, o que oliera a sudor, cualquier cosa que le recordara que aquello era la vida real. Pero no, Pedro olía a jabón y a algo delicadamente silvestre y su fragancia sólo servía para añadirle atractivo.


Maldita fuera.


Entró una ráfaga de viento en la habitación y, por un instante, Paula imaginó que entre ellos dos estaban creando su propia tormenta. 


Cuando Pedro interrumpió el beso y se volvió hacia la verdadera fuente del viento, Paula reparó por primera vez en las puertas abiertas de la terraza.


Afuera, pudo ver un oasis particular, un exuberante jardín rodeando una enorme galería con lo que parecía una bañera de agua caliente en una esquina. El viento sacudía las frondosas palmeras y otras plantas exóticas. Por encima de ellas, el cielo había adquirido una lúgubre oscuridad.


Pero en lo único en lo que Paula podía pensar era en sus fantasías tropicales, en aquellas en las que Pedro aparecía haciendo el amor con ella en algún lugar húmedo y lleno de vegetación. Las gotas de lluvia salpicaban sus pieles desnudas, y los sonidos salvajes del sexo se mezclaban con la música de la tormenta.


¿Qué mejor manera de cortar de raíz aquella fastidiosa y recurrente fantasía que convertirla en realidad para eliminar su potencia?


Sí.


—Salgamos allí —dijo.


Pedro la miró como si la conociera de toda la vida.


—¿En medio de la tormenta?


—En realidad todavía no ha empezado la tormenta. Sólo está lloviendo un poco.


De acuerdo, de vez en cuando, la lluvia caía de forma casi torrencial, pero eso no afectaba a su determinación. Estaba tan cerca de conseguir el premio que no permitiría que nada la detuviera en su carrera.


Sólo contaba con una noche para deshacerse para siempre de Pedro Alfonso.


Pedro miró con expresión escéptica hacia fuera y después volvió a mirarla.


—Yo no pienso salir de aquí.


—Muy bien. Esto no tenemos por qué hacerlo fuera. Lo único que quiero es hacerlo. De modo que, si vas a ponerte pesado con…


—Si hay alguien que se esté poniendo pesada, eres tú.


—¿Nunca te han dicho que eres un hombre muy dominante? —dijo Paula. El enfado comenzaba a aguar en parte el deseo.


—Sí, probablemente tú —la silenció con un beso, pero Paula retrocedió.


—A eso era exactamente a lo que me refería.


Pedro dejó escapar un suspiro entrecortado.


—¿Y ahora qué pasa? ¿Me suplicas que me acueste contigo y ahora no quieres que te bese?


Explicándolo de aquella manera, la hacía parecer una loca.


—No es eso lo que quiero decir.


—Creo que ni siquiera sabes lo que quieres decir. ¿Cómo demonios se supone entonces que voy a comprenderte?


—¿Vamos a seguir con esto o no?


—Aquí dentro, nada de salir.


—Muy bien. Jamás habría esperado nada interesante de un monstruo del control como tú.


—¿Perdón? Si crees que soy un amante aburrido, estás muy equivocada.


Paula se desabrochó el vestido y lo dejó caer al suelo.


—Eso ya lo veremos.


Pedro bajó la mirada hacia sus senos, desde allí hacia su vientre y continuó descendiendo. Se tomó su tiempo en recorrerla de los pies a la cabeza, seguramente intentando hacerla sentirse incómoda. Pero se estaba equivocando al intentar jugar con ella.


—Ahora te toca a ti —le dijo Paula.


Pero Pedro no hizo ningún movimiento que indicara que estaba dispuesto a desnudarse.


—De acuerdo —al cabo de un rato, comenzó a desabrocharle la camisa.


—Intenta no disfrutar demasiado —le advirtió Paula.


—Créeme, ni siquiera tengo que intentarlo.


La furia de Paula estalló. Jamás la habían acusado de ser una pésima amante, y se le ocurrió pensar por primera vez que ni siquiera había pensado en cómo iba a comportarse durante su encuentro. ¿Debería entregarse por completo e intentar actuar como si realmente estuviera disfrutando? ¿Pero por qué iba a tener que hacer algo así?


Definitivamente, aquél era un problema que no había anticipado.


Siempre se había sentido orgullosa de no haber engañado a ningún hombre. ¿Y de pronto qué? 


Seguramente tendría que fingir para poder hacer el amor con Pedro


Aunque no había nada ni remotamente falso en lo que sentía arder en sus entrañas. De eso estaba convencida. Quizá, en cuanto las cosas comenzaran a rodar de verdad, podría surgir algún problema y tendría que utilizar sus dotes de actriz para superar aquella terrible prueba. O quizá, por primera vez en su vida, tendría que mentir e intentar soportarlo.


Quizá sí, o quizá no.


Pedro se abalanzó sobre ella, la agarró por la cintura y la estrechó contra él.


—Si quieres que esto funcione, vas a tener que cambiar de actitud.


—¿No te gusta mi actitud? Yo pensaba que estaba siendo muy amable.


—Creo que te falta dulzura.


—A otros hombres les parezco suficientemente dulce —dijo, aunque no estaba del todo segura de que fuera cierto.


Podía ser divertida, salvaje, interesante, ¿pero dulce? No era una palabra que hubieran utilizado nunca para describirla.


—¿De verdad crees que me falta dulzura? Porque me han dicho que puedo ser extraordinariamente dulce… según qué circunstancias.


—Ya sabes a lo que me refiero.


—Estás intentando llevar tú las riendas otra vez. ¿Es que no eres capaz de ceder el control ni durante cinco minutos?


—Pequeña, esto va a durar mucho más de cinco minutos.


Paula lo miró de soslayo.


—Estoy segura.


Aquello estaba resultándole mucho más difícil de lo que había imaginado, lo cual demostraba exactamente el grado que había alcanzado su locura.


Pedro se cruzó de brazos y dijo al mismo tiempo que ella:
—Esto no va a funcionar.


Se produjo un embarazoso silencio.


—Exacto —respondió Paula, a punto ya de perder la paciencia—. No va a funcionar, así que me voy.


¿Cuántas veces tendría que terminar desnuda delante de aquel hombre sin acostarse realmente con él?


Furiosa, se puso el vestido, le dio la espalda y se subió la cremallera.


Pedro la observaba sin decir nada.


—Si quieres saber algo más sobre tu problema con esa red de amas, tendrás que averiguarlo tú mismo. Porque no voy a ayudarte más de lo que ya lo he hecho.


Se volvió sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta.


—Soy capaz de averiguar cualquier cosa que necesite saber —replicó Pedro.


Paula abrió la puerta, salió y la cerró de un portazo, consciente de que había volado hasta el Caribe para nada.