miércoles, 6 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 17



La música estaba demasiado alta como para poder decir nada. Sólo podían bailar, y Pedro sentía cómo iba creciendo su erección contra su vientre. Sí en aquel momento lo hubiera invitado a hacer el amor allí, en la pista de baile, no estaba seguro de que lo hubiera rechazado.


La música cambió, pasando de un ritmo muy rápido a una música claramente tribal, en la que el fuerte retumbar de los tambores parecía llamar a sus más primitivos instintos. También cambiaron las luces. Se fueron haciendo más tenues hasta dejarlos en una total de oscuridad en la que sólo las luces intermitentes les permitían verse.


Negro, blanco, negro, blanco, negro, blanco… 


Pronto se hizo evidente que no tenía sentido centrar la mirada en ningún lugar. Sencillamente, tenía que olvidarse de todo y bailar. Pero veía a los demás danzantes y tenía la sensación de que la gente, cuanto más costaba ver, más se desinhibía. Y cuanto más bailaban, más calor hacía en la pista de baile y la gente comenzaba a desprenderse de sus ropas. Pedro vio retazos de senos, torsos desnudos, cuerpos entrelazados en los más íntimos movimientos.


Comprendió sobresaltado que la pareja que tenía a su lado no sólo estaba a su lado. La visión intermitente de sus caderas desnudas moviéndose al unísono, las partes desnudas de sus cuerpos, los labios besando unos senos…


Estaban haciendo el amor en la pista de baile.


Pedro debería haberles dicho que se fueran a una habitación. Como propietario de aquel establecimiento, debería haber llamado a seguridad o hacer algo. Pero saber lo que iba a pasar, teniendo a Paula presionada contra él, con las manos sobre su trasero y moviendo las caderas al mismo ritmo que él, convirtiendo su cuerpo en una descarada invitación a hacer exactamente lo mismo que él estaba deseando hacer, lo estaba volviendo loco de excitación.


Y entonces, Paula hizo lo único que Pedro estaba seguro de que podía conducirlo a la ruina.


Le bajó la cremallera del pantalón y deslizó la mano en su interior, alrededor de su codiciada erección. Pedro no podía esperar ni un segundo más.


¿Qué mejor que hacer el amor con Paula en un entorno en el que no podían hablar, en el que no podían confundir lo que estaba pasando con nada que no fuera una aventura de una noche?


Estaban cerca de la pared y, dando unos cuantos codazos, Pedro logró guiarla hasta ella en medio de la oscuridad. En medio de los destellos de aquella luz plateada, consiguió atrapar imágenes de Paula con los ojos brillantes de excitación, la piel cubierta de una película de sudor y moviendo el cuerpo a un ritmo tribal.


Pedro la hizo apoyarse contra la pared y ella le rodeó la cintura con las piernas. Pedro le bajó las bragas, deslizó los dedos en su interior y la encontró mucho más caliente de lo que estaba por fuera.


Por el rabillo del ojo, vio a otra pareja en una situación parecida. La mujer se inclinaba sobre la barandilla que rodeaba la pista de baile y el hombre la embestía por detrás. Pedro se sintió arder. Era una sensación extraña darse cuenta de que la gente que lo rodeaba estaba haciendo el amor, e inesperadamente excitante también.


Pero cuando tuvo a Paula contra la pared, se dio cuenta de que necesitaba un preservativo. 


Consiguió sacar la cartera del bolsillo trasero de los pantalones y encontró uno en su interior.


—¿Te importaría? —le preguntó a Paula, sin estar muy seguro de que pudiera oírla por encima del volumen de la música.


Paula comprendió inmediatamente lo que le estaba diciendo. Abrió el preservativo con los dientes e hizo rápidamente la tarea, con la mirada fija constantemente en Pedro, como si lo estuviera desafiando a darse cuenta de lo que estaban a punto de hacer.


Pero Pedro no necesitaba ningún desafío. 


Estaba demasiado excitado como para preocuparse por nada que no fuera aliviar las ganas de estar dentro de ella, de hundir su pene en Paula hasta que fuera capaz de recuperar parte del control.


Paula movió seductoramente las caderas contra él y entonces lo consiguió.


Buscó su tensa abertura y se hundió en ella hasta que sus cuerpos chocaron como el mar contra la orilla.


En cualquier momento, estaría bien otra vez. 


Sólo un poco más y se habría hartado para siempre de Paula.


Pero aquellos pensamientos tan sensatos se diluyeron en las increíbles sensaciones que provocaba su cuerpo, en la dulce tensión que lo envolvía, en la fogosa excitación, en aquella música embriagadora, y en los cuerpos entrelazados que había visto en los destellos de luz.


Se hundía en ella con movimientos rápidos, con fuerza, una y otra vez, incapaz de hacerlo más despacio. Jamás se había sentido así con ninguna mujer y, en el fondo de su mente, comprendió que aquello podría ser un problema. 


Sentía el cuerpo de Paula como un templo e imaginaba que, si pudiera hundirse más profundamente en ella, podría encontrar la respuesta a todas sus preguntas.


Paula se bajó el vestido y desnudó sus senos para él. Pedro los saboreó, succionándolos como si pudieran saciar aquella sed insaciable. 


Sus manos se aferraban con fuerza a su trasero mientras se hundía en ella, y comenzaron a dirigirse hacia el clímax mucho más rápido de lo que esperaba, ambos vencidos por el giro sexual que tan repentinamente había tomado la noche. Cuando sintió los músculos de Paula contrayéndose alrededor de su sexo y vio que tenía los ojos cerrados y el rostro transformado por el placer, se dejó llevar también él.


Con una última embestida, se vació dentro de ella, dejándose arrastrar por una ola de puro y candente placer, en un orgasmo tan intenso que estuvo a punto de desmoronarse sobre la pista de baile. Su cuerpo temblaba mientras continuaba manteniendo a Paula contra la pared, con las réplicas de aquel increíble placer.


El orgasmo de Paula terminó y le dio un beso largo y profundo en los labios, hundiendo en ellos su lengua en una incitante invitación.


Pedro sentía los latidos del corazón en los oídos, o quizá sólo fuera la música. Tenía el cuerpo empapado en sudor y de pronto era perfectamente consciente de que estaba en medio de una orgía y de que su cuerpo continuaba estrechamente unido al de Paula.


No era exactamente eso lo que había planeado.


Aquél no había sido un encuentro anodino que le sirviera para saciar para siempre su deseo por Paula. Lo que le gustaría hacer en aquel momento era arrastrarla a su dormitorio y pasar el resto de la noche intentando recuperar el tiempo perdido.


Y entonces sintió una mano en el trasero, aunque en realidad Paula continuaba apoyando las manos en sus hombros. Una mujer vestida únicamente con un sujetador de encaje negro y unas bragas bailaba a su lado y los miraba en una abierta invitación.


—¿Puedo unirme a vosotros? —preguntó, alargando la mano para acariciar el brazo desnudo de Claire.


—No, gracias —contestó Pedro.


Paula no pareció inmutarse por la oferta, al menos por lo que él podía ver, pero como la mayoría de las mujeres solían mostrarse o entusiasmadas o absolutamente ofendidas ante la idea de un trío, decidió que lo que tenía que hacer era salir inmediatamente de allí antes de que se desatara un infierno. Pedro podía haber fantaseado con relaciones múltiples, pero sabía que eran sólo eso, fantasías que no tenía ningún sentido intentar reproducir en la vida real.


Se separó de Paula y la ayudó a bajar hasta el suelo. Después, vio una papelera al borde de la pista de baile, tiró el preservativo y se colocó bien los pantalones. Cuando se volvió de nuevo hacia Paula con intención de sacarla de allí, no estaba precisamente preparado para verla bailando con la mujer del sujetador y las bragas.


Gracias a los fogonazos de luz, pudo ver que Paula había vuelto a ponerse el vestido y que alzaba los brazos por encima de la cabeza mientras se movía al ritmo de la música.


Paula mantenía la mirada fija en Pedro mientras se movía junto a su acompañante en una danza tan erótica que Pedro sintió crecer de nuevo su erección.


Aquella mujer fogosa, irritante y sensual como el infierno…


Paula hizo un gesto con el dedo, invitándolo a unirse al baile. Por un instante, Pedro estuvo tentado. Dos mujeres hermosas, una noche ardiente…


En aquel momento, la mujer acababa de posar las manos en la cintura de Paula, sus cuerpos se movían al unísono y sus bocas estaban a sólo unos centímetros. Paula estaba jugando con él, practicando un juego que ni siquiera era capaz de imaginar. El pulso se le aceleró de tal manera que se sentía como si acabara de participar en una carrera.


Agarró a Paula del brazo, le dirigió a la otra mujer una sonrisa conciliadora y apartó a Paula antes de que pudiera protestar. La sostuvo con fuerza contra él, con la mente corriendo a toda velocidad, el cuerpo dolorido. Cada fibra de su masculinidad protestaba por haber desaprovechado la oportunidad de un trío, y se abrió paso entre la gente que abarrotaba la pista de baile lo más rápido que pudo.



1 comentario: