martes, 5 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 14




Pedro no tenía nada que ver con un pescado frío. Era todo piel ardiente y músculo, como en sus malditas fantasías.


Paula estaba segura de que sólo necesitaba acostarse con Pedro para demostrarse que aquel hombre solo era materia de sueños. Una noche mediocre, eso era lo único que pedía.
Inclinó la cabeza hacia atrás y tiró de Pedro hacia ella mientras éste aceptaba su beso. Un beso largo, tórrido y demandante que prometía mucho más. Definitivamente, aquél no era el beso de un hombre frío.


En el interior de Paula crecían el calor y un agradable hormigueo. Nada importaba, excepto el calor de Pedro, su contacto, su beso. Incluso le gustaba sentir la barba rozando su piel. Y estaba a punto de quitarle la camisa para averiguar cómo era el contacto de su pecho desnudo bajo sus dedos cuando Pedro interrumpió el beso.


—¿Cómo sé que no estás mintiendo sobre esa información extra? —le dijo, casi sin respiración.


—No tienes ninguna forma de saberlo. Supongo que tendrás que confiar en ti.


Cuando ya era demasiado tarde para rectificar, Paula comprendió lo arriesgada que aquella propuesta era para Pedro.


Observó la duda en los ojos de Pedro y sintió que se le volvía a escapar la oportunidad de lograr su objetivo aquella noche. Tenía que hacer rápido.


Y rápido.


—Esto es una locura.


Pedro retrocedió, pero Paula lo agarró con fuerza, al tiempo que se endurecía para cualquier inminente humillación.


—Sí, es una locura. Así que hazlo y mañana me iré.


—Después de darme esa misteriosa información.


—Por supuesto.


—Aunque si es algo que tú has averiguado, quizá pueda averiguarlo yo también.


—Tú no tienes tiempo para jugar a detectives. Eres un hombre ocupado y ésta es una cuestión que amenaza directamente a tu negocio.


La mirada dubitativa de Pedro se tornó calculadora y Paula vio que tenía otra oportunidad. Movió las caderas para que su cuerpo se amoldara perfectamente al de Pedro, deslizó una mano por su pecho y bajó la otra hasta los firmes músculos de su trasero.


Era demasiado bueno para dejarlo marchar.


Y entonces, Pedro, cedió.


La envolvió con sus brazos y la devoró con otro beso. Mientras su lengua acariciaba la de Paula y sus manos trazaban caminos de fuego por su espalda, Paula sintió que se derretía. Pedro continuaba conservando un parecido inquietante con el hombre de sus fantasías, lo que la estaba afectando seriamente.


Había esperado que, al menos, tuviera un aliento apestoso, o que oliera a sudor, cualquier cosa que le recordara que aquello era la vida real. Pero no, Pedro olía a jabón y a algo delicadamente silvestre y su fragancia sólo servía para añadirle atractivo.


Maldita fuera.


Entró una ráfaga de viento en la habitación y, por un instante, Paula imaginó que entre ellos dos estaban creando su propia tormenta. 


Cuando Pedro interrumpió el beso y se volvió hacia la verdadera fuente del viento, Paula reparó por primera vez en las puertas abiertas de la terraza.


Afuera, pudo ver un oasis particular, un exuberante jardín rodeando una enorme galería con lo que parecía una bañera de agua caliente en una esquina. El viento sacudía las frondosas palmeras y otras plantas exóticas. Por encima de ellas, el cielo había adquirido una lúgubre oscuridad.


Pero en lo único en lo que Paula podía pensar era en sus fantasías tropicales, en aquellas en las que Pedro aparecía haciendo el amor con ella en algún lugar húmedo y lleno de vegetación. Las gotas de lluvia salpicaban sus pieles desnudas, y los sonidos salvajes del sexo se mezclaban con la música de la tormenta.


¿Qué mejor manera de cortar de raíz aquella fastidiosa y recurrente fantasía que convertirla en realidad para eliminar su potencia?


Sí.


—Salgamos allí —dijo.


Pedro la miró como si la conociera de toda la vida.


—¿En medio de la tormenta?


—En realidad todavía no ha empezado la tormenta. Sólo está lloviendo un poco.


De acuerdo, de vez en cuando, la lluvia caía de forma casi torrencial, pero eso no afectaba a su determinación. Estaba tan cerca de conseguir el premio que no permitiría que nada la detuviera en su carrera.


Sólo contaba con una noche para deshacerse para siempre de Pedro Alfonso.


Pedro miró con expresión escéptica hacia fuera y después volvió a mirarla.


—Yo no pienso salir de aquí.


—Muy bien. Esto no tenemos por qué hacerlo fuera. Lo único que quiero es hacerlo. De modo que, si vas a ponerte pesado con…


—Si hay alguien que se esté poniendo pesada, eres tú.


—¿Nunca te han dicho que eres un hombre muy dominante? —dijo Paula. El enfado comenzaba a aguar en parte el deseo.


—Sí, probablemente tú —la silenció con un beso, pero Paula retrocedió.


—A eso era exactamente a lo que me refería.


Pedro dejó escapar un suspiro entrecortado.


—¿Y ahora qué pasa? ¿Me suplicas que me acueste contigo y ahora no quieres que te bese?


Explicándolo de aquella manera, la hacía parecer una loca.


—No es eso lo que quiero decir.


—Creo que ni siquiera sabes lo que quieres decir. ¿Cómo demonios se supone entonces que voy a comprenderte?


—¿Vamos a seguir con esto o no?


—Aquí dentro, nada de salir.


—Muy bien. Jamás habría esperado nada interesante de un monstruo del control como tú.


—¿Perdón? Si crees que soy un amante aburrido, estás muy equivocada.


Paula se desabrochó el vestido y lo dejó caer al suelo.


—Eso ya lo veremos.


Pedro bajó la mirada hacia sus senos, desde allí hacia su vientre y continuó descendiendo. Se tomó su tiempo en recorrerla de los pies a la cabeza, seguramente intentando hacerla sentirse incómoda. Pero se estaba equivocando al intentar jugar con ella.


—Ahora te toca a ti —le dijo Paula.


Pero Pedro no hizo ningún movimiento que indicara que estaba dispuesto a desnudarse.


—De acuerdo —al cabo de un rato, comenzó a desabrocharle la camisa.


—Intenta no disfrutar demasiado —le advirtió Paula.


—Créeme, ni siquiera tengo que intentarlo.


La furia de Paula estalló. Jamás la habían acusado de ser una pésima amante, y se le ocurrió pensar por primera vez que ni siquiera había pensado en cómo iba a comportarse durante su encuentro. ¿Debería entregarse por completo e intentar actuar como si realmente estuviera disfrutando? ¿Pero por qué iba a tener que hacer algo así?


Definitivamente, aquél era un problema que no había anticipado.


Siempre se había sentido orgullosa de no haber engañado a ningún hombre. ¿Y de pronto qué? 


Seguramente tendría que fingir para poder hacer el amor con Pedro


Aunque no había nada ni remotamente falso en lo que sentía arder en sus entrañas. De eso estaba convencida. Quizá, en cuanto las cosas comenzaran a rodar de verdad, podría surgir algún problema y tendría que utilizar sus dotes de actriz para superar aquella terrible prueba. O quizá, por primera vez en su vida, tendría que mentir e intentar soportarlo.


Quizá sí, o quizá no.


Pedro se abalanzó sobre ella, la agarró por la cintura y la estrechó contra él.


—Si quieres que esto funcione, vas a tener que cambiar de actitud.


—¿No te gusta mi actitud? Yo pensaba que estaba siendo muy amable.


—Creo que te falta dulzura.


—A otros hombres les parezco suficientemente dulce —dijo, aunque no estaba del todo segura de que fuera cierto.


Podía ser divertida, salvaje, interesante, ¿pero dulce? No era una palabra que hubieran utilizado nunca para describirla.


—¿De verdad crees que me falta dulzura? Porque me han dicho que puedo ser extraordinariamente dulce… según qué circunstancias.


—Ya sabes a lo que me refiero.


—Estás intentando llevar tú las riendas otra vez. ¿Es que no eres capaz de ceder el control ni durante cinco minutos?


—Pequeña, esto va a durar mucho más de cinco minutos.


Paula lo miró de soslayo.


—Estoy segura.


Aquello estaba resultándole mucho más difícil de lo que había imaginado, lo cual demostraba exactamente el grado que había alcanzado su locura.


Pedro se cruzó de brazos y dijo al mismo tiempo que ella:
—Esto no va a funcionar.


Se produjo un embarazoso silencio.


—Exacto —respondió Paula, a punto ya de perder la paciencia—. No va a funcionar, así que me voy.


¿Cuántas veces tendría que terminar desnuda delante de aquel hombre sin acostarse realmente con él?


Furiosa, se puso el vestido, le dio la espalda y se subió la cremallera.


Pedro la observaba sin decir nada.


—Si quieres saber algo más sobre tu problema con esa red de amas, tendrás que averiguarlo tú mismo. Porque no voy a ayudarte más de lo que ya lo he hecho.


Se volvió sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta.


—Soy capaz de averiguar cualquier cosa que necesite saber —replicó Pedro.


Paula abrió la puerta, salió y la cerró de un portazo, consciente de que había volado hasta el Caribe para nada.



1 comentario:

  1. Naaaaaaaaaaaa, lo que me río a carcajadas con esta historia. Buenísimos los 3 caps.

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