miércoles, 6 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 16




Antes de que pudiera cambiar de nuevo de opinión, Pedro se levantó de la cama y se dirigió a la habitación de Paula. Llegó hasta allí a una velocidad récord, casi como si el viento que había levantado la tormenta lo hubiera levantado a él y lo hubiera llevado hasta ella.


Llamó a la puerta, pero no oyó nada al otro lado, sólo silencio. Al cabo de un momento, volvió a llamar.


Nada.


Maldita fuera. ¿Adónde habría ido, si no había vuelto a su habitación? Paula era una mujer a la que le gustaba la diversión y no hacía falta ser un genio para adivinar que, si no estaba allí, tenía que estar en cualquiera de los locales del centro.


¿Pero en cuál? Había tres bares y dos clubes en el centro, además de la fiesta en la playa. 


Teniendo en cuenta el mal tiempo que hacía, era obvio que, o bien la fiesta de la playa no se estaba celebrando allí, o bien había sido cancelada. De modo que decidió empezar por el club más cercano.


El interior de Carnaval estaba decorado con motivos brasileños y la música tendía a inspirar los bailes más sensuales. Pedro imaginó que aquél era el lugar más adecuado para Paula. 


Escrutó con la mirada la barra y la abarrotada pista de baile, pero no vio a ninguna pelirroja. 


Posiblemente, lo único bueno de Paula era que tenía un pelo tan rojo que le resultaba imposible fundirse en la multitud.


Pedro rodeó la pista de baile y estaba a punto de renunciar para dirigirse al siguiente local cuando distinguió un fogonazo rojo detrás de un grupo de gente.


Bingo.


—Eh, señor Alfonso, ¿cómo le va? —le preguntó una camarera cuando pasó a su lado.


El grupo de gente se movió, permitiéndole una vista completa de Paula.


—Estupendamente, gracias —miró el nombre que figuraba en su tarjeta—. Diana, ¿podrías hacerme el favor de llevarle una copa a esa pelirroja de allí?


—Claro.


—Y también una nota.


Mantenía la mirada fija en Paula, que parecía completamente ajena a su presencia mientras permanecía sentada en la barra.


Estaba bebiéndose un ya casi vacío martini. 


Escrutaba con la mirada a las personas que bailaban y se movía al ritmo de la música. Todo el cuerpo de Pedro se puso en tensión, en alerta, mientras la miraba. Una mujer con un aspecto como el de Paula no podía pasar más de unos minutos sola en una barra sin que algún hombre se le acercara.


Pedro no tenía ningún derecho a reclamarla como suya, y de hecho, sabía que era una locura sentir algo así, pero lo sentía.


—¿Quiere que le sirva otro martini? —preguntó la camarera.


Pedro asintió.


—Y para cuando pases por aquí para llevárselo, ya tendré escrita la nota.


La camarera sonrió y le guiñó el ojo con expresión cómplice. Y Pedro se sintió como un estúpido, por ninguna razón en particular.


Se sentó al final de la barra, donde era poco probable que Paula lo viera. Le pidió un bolígrafo al camarero, tomó una servilleta de papel y estuvo intentando decidir lo que iba a escribir. Si de algo estaba seguro era de que si no buscaba la manera de acercarse a Paula, ella terminaría alejándose de su lado. Necesitaba enviarle una nota que la aplacara y al mismo tiempo la invitara a que salieran a fuera, donde podrían hablar sin tanto público.


Lo siento, escribió y el resto le salió solo:
Vuelve a mi suite. A lo mejor, si somos capaces de mantener la boca cerrada y entramos pronto en materia, podamos hacer aquello para lo que has venido.


Era lo más arrastrado que Pedro podía llegar a escribir.


La camarera se llevó la nota y Pedro la observó mientras se la entregaba a Paula junto a la bebida. Paula leyó la nota, frunció ligeramente el ceño y miró a su alrededor.


Al cabo de unos segundos, lo vio. Sus miradas se encontraron y, aunque no vio una abierta invitación en los ojos de Paula, al menos ésta tampoco salió huyendo.


Pedro se levantó del taburete y se abrió camino entre la gente que abarrotaba el bar para acercarse a ella. Sin decir una sola palabra, la estrechó contra él y le dio un beso largo, profundo y ardiente. Se entregó completamente en aquel beso, convirtiéndolo en una promesa irresistible de los placeres que todavía estaban por llegar.


Paula se sentía tan bien entre sus brazos que le resultaba difícil imaginar que habían estado a punto de estrangularse el uno al otro unos minutos antes. Después, lo agarró de la mano y lo condujo a través de la multitud a la pista de baile, donde comenzó a bailar restregándose contra él.


Lo estaba volviendo loco.


Y a Pedro no le quedó otro remedio que bailar con ella. El constante palpitar de su cabeza y el cuerpo de Paula restregándose contra él era más fuerte que cualquier droga. La gente que bailaba a su alrededor parecía latir con el ritmo de la música, sus cuerpos se convertían en una sola masa y Pedro ni siquiera notaba a la gente que chocaba contra él. Sólo sentía el calor de Paula, sólo sentía sus manos en sus caderas y su mirada penetrante.



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