domingo, 20 de enero de 2019
AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 58
Albert Jackson Smith era muy conocido por la policía de Gadsden desde que tenía quince años. En aquel momento tenía veintiocho.
Cuando era adolescente, lo habían arrestado por entrar en una casa y robar armas y munición. También había tenido un juicio por haber abusado de una joven de catorce años y había sido acusado en otra ocasión de matar al perro de sus vecinos.
Pero ninguno de sus delitos había sido demostrado y no había pasado más de un par de días en un centro de menores. Su padre era un hombre influyente y con mucho dinero.
Ya de adulto, había sido detenido en tres ocasiones por posesión de drogas, otras dos por desórdenes públicos, y una más por lesiones.
Pero tampoco había podido probarse ninguno de sus delitos. Según el policía con el que Pedro había hablado, Joaquin era un mentiroso compulsivo y todos los testigos que tenía en su contra retiraban los cargos antes de que llegara el juicio. Pedro sabía por qué.
Pero en aquella ocasión, una de sus víctimas había hablado, y aunque no pudieran demostrar nada más, podrían detenerlo por intento de violación mientras investigaban los dos asesinatos.
Pedro aparcó al coche frente al concesionario del padre de Joaquin, en la zona de los clientes.
—Ese del coche verde es nuestro hombre —dijo Pedro—. Es el detective Williams, del departamento de policía de Gadsden. Ha llegado justo a tiempo.
—¿Hablará él con el padre de Joaquin o lo harás tú?
—Yo soy el que lleva la batuta. Él está aquí por cuestiones legales, porque esta zona está fuera de mi jurisdicción.
—¿Vas a decirle al señor Smith que quieren detener a su hijo por asesinato?
—Eso depende de cómo lo vea. La mitad del trabajo de un detective consiste en la intuición. La otra mitad en la suerte. Y hoy vamos a necesitar las dos cosas.
Joaquin no se parecía a su padre, decidió Paula al ver a un hombre bajo, calvo y con una enorme barriga. Los recibió en un lujoso despacho, con una sonrisa de oreja a oreja, pero en cuanto Pedro se presentó a sí mismo y le presentó al otro oficial de policía, su expresión cambió por completo.
—Estamos intentando localizar a su hijo Joaquin, ¿sabe dónde podemos encontrarlo?
—¿Qué es lo que ha hecho?
—Quizá no haya hecho nada, pero tenemos que hacerle unas cuantas preguntas.
—¿Tienen una orden de detención?
—Sí. ¿Sabe dónde podemos localizarlo?
—Mi hijo tiene veintiocho años. No lo sigo a todas partes.
—Yo pensaba que trabajaba aquí.
—Pero ésta es su semana libre. Creo que se ha ido de vacaciones.
—¿Y no sabe dónde localizarlo?
—No tengo ni idea.
—¿Tiene teléfono móvil?
—Cuando está trabajando, usa uno de la empresa, pero no suele llevárselo a casa. Dice que no le gusta estar localizable. Ya sabe cómo son los chicos a esa edad.
—A los veintiocho años no se es precisamente un chico, señor Smith.
—Tiene razón. Y haya hecho lo que haya hecho, yo no soy responsable de lo que haga mi hijo.
—Pero sí puede ser responsable de encubrimiento.
—¿De qué lo acusan?
—Sólo queremos hablar con él.
El policía de Gadsden le entregó una tarjeta.
—Cuando sepa algo de él, llámeme —como el padre de Joaquin no la agarraba, la dejó encima de la mesa—. Él también puede llamarme, a cualquier hora del día.
—Sólo queremos una llamada de Joaquin, señor Smith —dijo Pedro, en su tono más amenazador—. A menos que lo encontremos nosotros antes.
Albert Jackson observó marcharse a los dos arrogantes detectives y a la mujer que los acompañaba. No lo habían conseguido engañar ni por un momento. Había reconocido a Pedro Alfonso, lo había visto antes en la televisión y en las portadas de los periódicos de Prentice.
Joaquin se había metido en un problema serio en aquella ocasión. Y la verdad era que no le extrañaba. ¿Pero cometer un asesinato? No creía que su hijo hubiera sido capaz de algo así. No quería creerlo.
Y no pensaba hacerlo. Pero estaba asustado.
Cerró la puerta. Necesitaba intimidad para la llamada de teléfono que iba a hacer. Se sentó tras el escritorio y marcó el número de teléfono de Joaquin.
Más allá de lo que hubiera hecho, continuaba siendo su hijo. Y tenía que advertirle.
sábado, 19 de enero de 2019
AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 57
El Bon Appetit estaba lleno, aunque eran poco más de las diez. Paula se acercó al mostrador.
—¿Está Barbara? Quiero hablar con ella.
—No, se ha tomado el día libre. Supongo que estás al tanto de la gran noticia.
—¿Te refieres a su compromiso?
—¿A qué otra cosa iba a referirme?
—¿Sabes dónde pensaba ir Barbara hoy?
—No, pero tengo la impresión de que se iba con Joaquin.
—¿Pero ha dicho adónde iban?
—No, ¿ocurre algo malo?
—Necesito ponerme en contacto con ella. ¿Sabes cómo puedo localizar a Joaquin?
—No tengo la menor idea. Puedes intentar llamar a los padres de Barbara. O llamarla a ella a su casa. A lo mejor no ha salido todavía.
—Gracias. Si hablas con ella, dile que me llame. Que es muy importante.
Paula estaba temblando cuando regresó al coche. Pedro le tomó la mano y se la estrechó.
—No te precipites, Paula. No hay ninguna razón para pensar que Barbara pueda estar en peligro.
—Está con un asesino brutal y despiadado.
—Es posible. Pero al parecer ha estado con él muy a menudo. Están comprometidos.
—Pedro, ayer me dijo que pensaban fugarse.
Pedro gimió.
—Entonces pueden estar en cualquier parte. Háblame de sus padres.
—El padre de Barbara es el doctor Scott Simpson. Es pediatra en el hospital de Prentice. Su madre no trabaja. Viven cerca del club de campo.
—Intentaremos localizar a Barbara en su casa. Si está allí, dile que necesitas hablar con ella y que no se mueva hasta que llegues. No le digas los motivos por los que queremos verla.
—Pero en algún momento tendrá que enterarse, Pedro.
—Joaquin podría estar allí. Si lo alertas, quizá se vaya.
—O le haga algún daño a Barbara. ¡Oh, Pedro…! Para aquí mismo. La casa no está lejos.
—De acuerdo. Pero antes de ir, llama a su madre. Si no sabe cómo localizar a Barbara intenta averiguar si tiene alguna manera de ponerse en contacto con Joaquin. Algún número de teléfono, cualquier cosa. Y procura tranquilizarte.
Paula estaba tan tranquila como un océano en medio de un huracán. Pero aun así, consiguió marcar el número de teléfono y mantener una conversación cuerda con la señora Simpson.
—¿Qué has averiguado? —le preguntó Pedro, en cuanto Paula colgó el teléfono.
—Barbara no está en casa. Ha llamado a su madre hace una hora y le ha dicho que iba a pasar unos días fuera con Joaquin.
Pedro golpeó con fuerza el volante.
—¿Y te ha dado alguna información sobre Joaquin?
—Al parecer vive con sus padres en Gadsden, Alabama, a dos horas de Prentice. No tiene ninguna dirección, pero su padre es el propietario de un concesionario de coches en Gadsden.
—Eso puede servirnos. Tengo que parar por la comisaría para hacer algún papeleo y hablar con la policía de Gadsden. Después te dejaré en el periódico, y no quiero que te muevas en ningún momento de allí. Después del trabajo, irá a buscarte uno de mis hombres, te llevaré a casa y estará contigo hasta que yo vuelva.
—No. Voy a ir contigo.
—Esto es un asunto de la policía.
—Y mío. ¿Tienes idea de cómo me siento al saber que una persona a la que quiero está en peligro?
—Sí —contestó con solemnidad. Alargó la mano hacia la suya—. Puedes venir conmigo, Paula, pero yo me encargaré de todo.
—Gracias, Pedro.
AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 56
—Tengo que llamar a Barbara para advertírselo —dijo Paula, mientras bajaba con Pedro hacia el coche.
—Nada de llamadas telefónicas.
—Barbara no es ninguna asesina. Ella no tiene nada que ver con esto.
—No es ninguna asesina, pero es una mujer enamorada.
—¿Y qué se supone que significa eso?
—Digamos que puede necesitar mantenerse en todo momento al lado de su hombre. Algunas mujeres creen que tienen que ser fieles a sus parejas en todo. Es algo que también les sucede a los hombres, aunque no tan a menudo.
—Pero Barbara es incapaz de hacer una cosa así.
—Nada de llamadas telefónicas —repitió Pedro. Abrió la puerta de pasajeros para Paula, rodeó el coche y se sentó tras el volante—. ¿Sabes la manera de ponerte en contacto con Billy?
—No, pero estoy segura de que Barbara lo sabe.
—Entonces iremos a verla. ¿Dónde podemos encontrarla?
—Es la propietaria del Bon Appetit y normalmente está allí a esta hora de la mañana. Está en la calle Front.
—Lo sé. Mateo me llevó en una ocasión. Probablemente quería ir a ver a tu amiga.
—Es una pena que no se enamorara de él.
—Es posible que se enamorara. Pero esto fue hace meses y Mateo no es capaz de mantener una aventura que dure más de una semana.
—Qué gran compañero.
—Es un buen policía.
Pedro continuaba dándole conversación, pero su mente estaba ocupándose de todos los detalles de lo que suponía iba a ser un rápido arresto.
Quizá estuviera incumpliendo alguna ley al dejar que Paula lo acompañara, sobretodo siendo ella periodista, pero también era amiga de Barbara y era muy posible que necesitara su ayuda.
Además, de esa forma no tenía que preocuparse por la posibilidad de que Joaquin encontrara a Paula antes de que lo encontraran a él.
Obsesionado con Paula. Y comprometido con su mejor amiga. Aquello no encajaba. Pero todavía no tenían nada que probara que Joaquin era el asesino que estaban buscando, y mucho menos, la persona que estaba atormentando a Paula. Pero esperaba que poco a poco fueran encajando las piezas.
—¿Cuándo conociste a Joaquin?
—La primera vez que lo vi fue en la fiesta de cumpleaños de Barbara. La misma noche que mataron a Sally.
—¿Estaba en la fiesta el día que la mataron?
—Sí, pero se fue antes de que terminara.
—¿Mucho antes?
—Como media hora antes de que Juan me llamara para decirme que fuera al parque Freedom.
—Media hora antes de encontrar una víctima, matarla y llamar a la televisión local. Eso es muy poco tiempo.
—Pero tiene que ser él. ¿Por qué si no iba a amenazar a Tamara para que no dijera que había estado saliendo con Sally?
—Él no estaba en el restaurante el día que pasaste por allí. De modo que sólo pudo enterarse de que habías estado con Tamara si alguien se lo dijo.
—Estaba allí. No lo vi, pero estoy segura de que estaba. Está en todas partes. No sé cómo lo hace, pero parece ver todo lo que hago.
Pedro giró bruscamente para aparcar el coche cerca del restaurante.
—Creo que será mejor que hables tú. No comentes que soy policía ni nada que tenga que ver con los asesinatos hasta que podamos hablar con Barbara en privado.
AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 55
Josephine Sterling no era en absoluto como Paula había pensado. Se había imaginado a una mujer alta, delgada, de dedos largos y ágiles.
Pero se había encontrado con una mujer ligeramente gruesa, de dedos cortos y regordetes. Tenía una melena pelirroja que parecía dispararse en todas las direcciones a la vez, además de una magnífica sonrisa. Su edad podía estar entre los treinta y los cincuenta. No había manera de saberlo.
Pedro hizo las presentaciones y Josephine comenzó a trabajar. En realidad no había ningún motivo para que Paula estuviera allí, puesto que Josephine tenía una forma de relacionarse con la que había conseguido ganarse a todo el mundo.
A todo el mundo, excepto a la madre de Tamara. La señora Mitchell también se quedó en la habitación, pero no paraba de moverse.
Josephine acercó una silla a la cama de Tamara en la escayola.
—Todas las enfermeras han firmado. Y también los policías.
—He visto al policía cuando venía hacia aquí. Es bastante guapo.
—Se llama Kirk. Ese es mi favorito. Y no está casado.
—Perfecto. No hay nada mejor que un policía guapo para que le haga a una compañía. Yo he tenido a uno a mi lado durante más de veinticinco años.
—¿Entonces estás casada? —le preguntó Tamara.
—Muy casada —Josephine le mostró la alianza que llevaba en el dedo—. Y tenemos tres hijas. Muy inteligentes, por cierto. Ninguna de ellas quiere ser ni policía ni artista.
Paula estaba impresionada. Si Josephine era tan buena dibujando como ayudando a relajarse a los testigos, aquella sesión iba a dar muchos frutos.
—A partir de hoy ya no tendré guardaespaldas —comentó Tamara—. Hoy mismo me van a dar el alta.
Aquélla era una noticia nueva para Paula. Y por la expresión de Pedro, también para él.
Josephine y Tamara estuvieron hablando durante unos minutos más y a continuación la pintora le pidió a la joven que iniciara la descripción.
—Vete contándome lo que recuerdas de ese hombre y yo iré dibujando.
—¿Qué es lo primero que quieres saber?
—Empieza por cualquier parte. Yo iré siguiéndote y cuando me pierda, pararé y te preguntaré por dónde tengo que seguir.
Tamara sonrió, pero volvió a tensarse otra vez. Cerró los ojos un instante y a continuación bajó la mirada hacia sus manos.
—Billy tiene una cara normal, pero es bastante guapo.
—Háblame de su pelo.
—Es rubio. Y lo lleva muy corto por detrás. El flequillo es más largo, y a veces le cae un mechón sobre la frente.
—¿No se lo fija con gomina?
—No, de hecho siempre lo lleva un poco revuelto. Aunque va muy arreglado, con ropa de marca y zapatos caros.
—¿Y sus ojos?
—Tiene los ojos azul claro. Es su rasgo más atractivo. La nariz es normal. Y también la boca, no, bueno, en realidad una de las comisuras de sus labios es más alta que la otra.
—¿Algo así?
Josephine le mostró el dibujo.
—Sí, así.
—Mira estos ojos. ¿Se parecen a los de Billy?
—No mucho. Creo que los de Billy no son tan redondos.
—¿Así está mejor?
—Se parecen más, pero no del todo. A lo mejor son las cejas las que hay que cambiar.
—¿Las de Billy son más finas?
—En realidad no se juntan tanto en el entrecejo.
Paula retrocedió para permanecer al lado de la señora Mitchell. Por su expresión, era evidente que necesitaba más apoyo que Tamara. Desde donde estaban, ninguna de ellas podía ver el dibujo, pero por las respuestas de Tamara, Paula podía decir que se estaban acercando bastante a la descripción.
Era un proceso fascinante. Josephine se concentraba en una de las facciones y después empezaba con otra, y vuelta a retroceder, como si estuviera intentando reconstruir un rompecabezas en el que ella elaboraba sus propias piezas.
Llevaban cuarenta minutos de sesión, cuando Tamara comenzó a asentir con vigor.
—Ése sí que se parece. Josephine, se parece mucho. Hay algo que todavía no encaja, pero no sé qué es exactamente.
Pedro se acercó para poder ver el dibujo. Frunció el ceño. En realidad el dibujo no encajaba con el de ningún posible asesino.
Cuando retrocedió, Paula se acercó. Y se quedó completamente horrorizada.
—Intenta pensar, Tamara ¿qué debería cambiar? —preguntó Josephine.
—Es la nariz —contestó Paula, forzando su garganta seca—. En realidad es más estrecha y más corta.
Se estremeció y Pedro se acercó inmediatamente a ella.
—¿Conoces a ese hombre?
Paula asintió e intentó dominar el pánico mientras Josephine seguía dibujando.
—Es él, ¿verdad, Tamara? —preguntó Paula.
Pero no necesitaba que Tamara le respondiera con palabras. Su rostro lo decía todo.
—Lo conozco —dijo Paula—, pero no como Billy. Para mí se llama Joaquin Smith. Y acaba de comprometerse con mi mejor amiga, Barbara.
¡Genial! Aquello era mil veces mejor de lo que Pedro esperaba. No sólo tenían un sospechoso, sino que tenían a una persona que lo conocía y que probablemente sabía dónde vivía. Por supuesto, lo sentía por la amiga de Paula. Pero aun así era preferible que se hubiera enterado antes de la boda.
AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 54
Pedro fijó la mirada en la ventana, dejando que sus pensamientos viajaran hasta la noche en la que había conocido a Natalia. Ella era entonces una joven vulnerable y asustada. Suspiró lentamente, contuvo la respiración e intentó buscar las palabras adecuadas.
—Pienso en ella.
—¿Y todavía estás enamorado de ella?
Pedro tenía que tener mucho cuidado en su respuesta. No quería mentirle a Paula, pero tampoco quería mentirse a sí mismo.
—¿Qué sabes sobre Natalia? —le preguntó a su vez.
—Sólo lo que me contó Mateo. Que murió hace siete años. Pero tienes su fotografía en tu estudio, y ésa es la única fotografía de tu casa. ¿Era tu esposa?
—No. Vivimos juntos durante casi un año, pero no nos casamos. Ella no quería casarse. Decía que el matrimonio echaría a perder nuestra relación. Tenía muchas ideas locas como ésa.
—Pero tú la querías, a pesar de sus locas ideas.
—Sí. Natalia era lo mejor que me había pasado en toda mi vida.
—¿Cómo la conociste?
—Estaba investigando un caso, trabajando durante horas y horas sin dormir, sobreviviendo a base de aspirinas y cafés. Una noche, cuando estaba siguiendo a un sospechoso por haber robado en una tienda de licores, salió de entre las sombras y me pidió que la arrestara por prostituta.
—¿Natalia era prostituta?
—Sí. Tenía diecinueve años y trabajaba en la calle, pero no aparentaba más de quince. Tenía una melena rubia y unos ojos increíblemente azules. Y cuando me miró… Bueno, el caso es que no tuve corazón para arrestarla, pero comprendí que estaba asustada por algo, así que me la llevé a mi casa.
—¿Así de sencillo?
—Así de sencillo. Yo sólo tenía treinta años, pero me sentía muchísimo más viejo que ella. Era tan vulnerable… Nunca me dijo de qué tenía miedo. Simplemente, se quedó en mi casa y me amó. Nadie me había querido como ella me quiso.
—¿Y qué ocurrió? ¿Cómo murió?
—La asesinaron en nuestro apartamento. Yo sabía que había vuelto a estar asustada, pero pensaba que era por mí. Ignoré las señales. Dejé que la mataran. Estaba tan obsesionado por atrapar a un hombre que había asesinado a un policía, que dejé que la mataran a ella.
—¿Encontraste al hombre que la mató?
—No, pero lo intenté. Me volví loco intentándolo. Y bebía noche tras noche hasta terminar completamente borracho, porque no era capaz de resolver el caso. La única persona en toda mi vida que me había amado, que contaba conmigo, y yo le había fallado. Cuando ya llevaba dos años destrozando mi vida, mi jefe me dijo que dejara de dedicar todo mi tiempo a un caso que parecía irresoluble o me despediría.
—¿Y qué hiciste?
—Me fui. Regresé a Georgia. Estuve viviendo en Atlanta durante una temporada y después acepté este trabajo en Prentice. Llevo cuatro años aquí. Ahora ya lo sabes todo.
—¿Sigues culpándote de la muerte de Natalia?
—Supongo que sí. No, no lo supongo, lo sé. Todavía me culpo a mí mismo. Si hubiera podido atrapar al asesino, habría sido diferente. Pero ese tipo continúa caminando por las calles, como un hombre libre.
—¿Y el hombre que había matado al policía?
—Lo agarré, pero ahora está libre. Era mi hermanastro, RJ. Blocker.
—Fin de la historia —dijo Paula.
Pero no, aquel no era el fin. Pedro se arrodilló al lado de Paula y le tomó las manos.
—Me has preguntado que si todavía estaba enamorado de Natalia.
—Y tú me has contestado, Pedro. Es posible que no pretendieras hacerlo, pero lo has hecho. Ahora ya sólo quiero saber una cosa más.
—Pregúntame lo que quieras.
—¿Te recuerdo a ella? ¿Es eso lo que te atrae de mí?
—Al principio un poco, pero no es ésa la razón por la que estoy aquí.
—Es porque estoy asustada, ¿verdad? Ves en mí el mismo miedo que veías en ella y crees que tienes que protegerme. Crees que te necesito, que soy débil.
—¿Tú débil? Tú no eres débil, Paula. Eres una superviviente. A ti nada puede destrozarte. Eres mucho más fuerte de lo que era Natalia. Mucho más fuerte que yo.
La estrechó en sus brazos. Paula intentó apartarlo, pero él no se lo permitió. Desde el momento en el que había empezado a hablar, las cosas habían ido aclarándose en la mente de Pedro. Todavía no comprendía del todo sus propios sentimientos y probablemente nunca los comprendería, pero estaba convencido de una cosa: No quería perder a Paula.
—No estoy enamorado de Natalia, pero estoy enamorado de ti. Y no creo que pueda vivir sin ti.
—¡Oh, Pedro! ¿Estás seguro? Necesito que estés muy seguro.
Una lágrima rodó por su mejilla.
—Estoy completamente seguro. Y no porque seas débil, o fuerte, o porque me recuerdes a alguien. Te quiero sólo porque eres tú.
—Y yo te quiero a ti, Pedro. Con todo mi corazón. Nunca habría pensado que se podía llegar a querer tanto a alguien en sólo dos semanas.
—No han sido sólo dos semanas. Nos ha costado toda una vida llegar hasta este momento, llegar a conocernos el uno al otro.
La levantó en brazos y la llevó hasta la cama con la única intención de abrazarla y esperar a su lado el amanecer.
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