sábado, 19 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 54




Pedro fijó la mirada en la ventana, dejando que sus pensamientos viajaran hasta la noche en la que había conocido a Natalia. Ella era entonces una joven vulnerable y asustada. Suspiró lentamente, contuvo la respiración e intentó buscar las palabras adecuadas.


—Pienso en ella.


—¿Y todavía estás enamorado de ella?


Pedro tenía que tener mucho cuidado en su respuesta. No quería mentirle a Paula, pero tampoco quería mentirse a sí mismo.


—¿Qué sabes sobre Natalia? —le preguntó a su vez.


—Sólo lo que me contó Mateo. Que murió hace siete años. Pero tienes su fotografía en tu estudio, y ésa es la única fotografía de tu casa. ¿Era tu esposa?


—No. Vivimos juntos durante casi un año, pero no nos casamos. Ella no quería casarse. Decía que el matrimonio echaría a perder nuestra relación. Tenía muchas ideas locas como ésa.


—Pero tú la querías, a pesar de sus locas ideas.


—Sí. Natalia era lo mejor que me había pasado en toda mi vida.


—¿Cómo la conociste?


—Estaba investigando un caso, trabajando durante horas y horas sin dormir, sobreviviendo a base de aspirinas y cafés. Una noche, cuando estaba siguiendo a un sospechoso por haber robado en una tienda de licores, salió de entre las sombras y me pidió que la arrestara por prostituta.


—¿Natalia era prostituta?


—Sí. Tenía diecinueve años y trabajaba en la calle, pero no aparentaba más de quince. Tenía una melena rubia y unos ojos increíblemente azules. Y cuando me miró… Bueno, el caso es que no tuve corazón para arrestarla, pero comprendí que estaba asustada por algo, así que me la llevé a mi casa.


—¿Así de sencillo?


—Así de sencillo. Yo sólo tenía treinta años, pero me sentía muchísimo más viejo que ella. Era tan vulnerable… Nunca me dijo de qué tenía miedo. Simplemente, se quedó en mi casa y me amó. Nadie me había querido como ella me quiso.


—¿Y qué ocurrió? ¿Cómo murió?


—La asesinaron en nuestro apartamento. Yo sabía que había vuelto a estar asustada, pero pensaba que era por mí. Ignoré las señales. Dejé que la mataran. Estaba tan obsesionado por atrapar a un hombre que había asesinado a un policía, que dejé que la mataran a ella.


—¿Encontraste al hombre que la mató?


—No, pero lo intenté. Me volví loco intentándolo. Y bebía noche tras noche hasta terminar completamente borracho, porque no era capaz de resolver el caso. La única persona en toda mi vida que me había amado, que contaba conmigo, y yo le había fallado. Cuando ya llevaba dos años destrozando mi vida, mi jefe me dijo que dejara de dedicar todo mi tiempo a un caso que parecía irresoluble o me despediría.


—¿Y qué hiciste?


—Me fui. Regresé a Georgia. Estuve viviendo en Atlanta durante una temporada y después acepté este trabajo en Prentice. Llevo cuatro años aquí. Ahora ya lo sabes todo.


—¿Sigues culpándote de la muerte de Natalia?


—Supongo que sí. No, no lo supongo, lo sé. Todavía me culpo a mí mismo. Si hubiera podido atrapar al asesino, habría sido diferente. Pero ese tipo continúa caminando por las calles, como un hombre libre.


—¿Y el hombre que había matado al policía?


—Lo agarré, pero ahora está libre. Era mi hermanastro, RJ. Blocker.


—Fin de la historia —dijo Paula.


Pero no, aquel no era el fin. Pedro se arrodilló al lado de Paula y le tomó las manos.


—Me has preguntado que si todavía estaba enamorado de Natalia.


—Y tú me has contestado, Pedro. Es posible que no pretendieras hacerlo, pero lo has hecho. Ahora ya sólo quiero saber una cosa más.


—Pregúntame lo que quieras.


—¿Te recuerdo a ella? ¿Es eso lo que te atrae de mí?


—Al principio un poco, pero no es ésa la razón por la que estoy aquí.


—Es porque estoy asustada, ¿verdad? Ves en mí el mismo miedo que veías en ella y crees que tienes que protegerme. Crees que te necesito, que soy débil.


—¿Tú débil? Tú no eres débil, Paula. Eres una superviviente. A ti nada puede destrozarte. Eres mucho más fuerte de lo que era Natalia. Mucho más fuerte que yo.


La estrechó en sus brazos. Paula intentó apartarlo, pero él no se lo permitió. Desde el momento en el que había empezado a hablar, las cosas habían ido aclarándose en la mente de Pedro. Todavía no comprendía del todo sus propios sentimientos y probablemente nunca los comprendería, pero estaba convencido de una cosa: No quería perder a Paula.


—No estoy enamorado de Natalia, pero estoy enamorado de ti. Y no creo que pueda vivir sin ti.


—¡Oh, Pedro! ¿Estás seguro? Necesito que estés muy seguro.


Una lágrima rodó por su mejilla.


—Estoy completamente seguro. Y no porque seas débil, o fuerte, o porque me recuerdes a alguien. Te quiero sólo porque eres tú.


—Y yo te quiero a ti, Pedro. Con todo mi corazón. Nunca habría pensado que se podía llegar a querer tanto a alguien en sólo dos semanas.


—No han sido sólo dos semanas. Nos ha costado toda una vida llegar hasta este momento, llegar a conocernos el uno al otro.


La levantó en brazos y la llevó hasta la cama con la única intención de abrazarla y esperar a su lado el amanecer.




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