sábado, 19 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 57




El Bon Appetit estaba lleno, aunque eran poco más de las diez. Paula se acercó al mostrador.


—¿Está Barbara? Quiero hablar con ella.


—No, se ha tomado el día libre. Supongo que estás al tanto de la gran noticia.


—¿Te refieres a su compromiso?


—¿A qué otra cosa iba a referirme?


—¿Sabes dónde pensaba ir Barbara hoy?


—No, pero tengo la impresión de que se iba con Joaquin.


—¿Pero ha dicho adónde iban?


—No, ¿ocurre algo malo?


—Necesito ponerme en contacto con ella. ¿Sabes cómo puedo localizar a Joaquin?


—No tengo la menor idea. Puedes intentar llamar a los padres de Barbara. O llamarla a ella a su casa. A lo mejor no ha salido todavía.


—Gracias. Si hablas con ella, dile que me llame. Que es muy importante.


Paula estaba temblando cuando regresó al coche. Pedro le tomó la mano y se la estrechó.


—No te precipites, Paula. No hay ninguna razón para pensar que Barbara pueda estar en peligro.


—Está con un asesino brutal y despiadado.


—Es posible. Pero al parecer ha estado con él muy a menudo. Están comprometidos.


Pedro, ayer me dijo que pensaban fugarse.


Pedro gimió.


—Entonces pueden estar en cualquier parte. Háblame de sus padres.


—El padre de Barbara es el doctor Scott Simpson. Es pediatra en el hospital de Prentice. Su madre no trabaja. Viven cerca del club de campo.


—Intentaremos localizar a Barbara en su casa. Si está allí, dile que necesitas hablar con ella y que no se mueva hasta que llegues. No le digas los motivos por los que queremos verla.


—Pero en algún momento tendrá que enterarse, Pedro.


—Joaquin podría estar allí. Si lo alertas, quizá se vaya.


—O le haga algún daño a Barbara. ¡Oh, Pedro…! Para aquí mismo. La casa no está lejos.


—De acuerdo. Pero antes de ir, llama a su madre. Si no sabe cómo localizar a Barbara intenta averiguar si tiene alguna manera de ponerse en contacto con Joaquin. Algún número de teléfono, cualquier cosa. Y procura tranquilizarte.


Paula estaba tan tranquila como un océano en medio de un huracán. Pero aun así, consiguió marcar el número de teléfono y mantener una conversación cuerda con la señora Simpson.


—¿Qué has averiguado? —le preguntó Pedro, en cuanto Paula colgó el teléfono.


—Barbara no está en casa. Ha llamado a su madre hace una hora y le ha dicho que iba a pasar unos días fuera con Joaquin.


Pedro golpeó con fuerza el volante.


—¿Y te ha dado alguna información sobre Joaquin?


—Al parecer vive con sus padres en Gadsden, Alabama, a dos horas de Prentice. No tiene ninguna dirección, pero su padre es el propietario de un concesionario de coches en Gadsden.


—Eso puede servirnos. Tengo que parar por la comisaría para hacer algún papeleo y hablar con la policía de Gadsden. Después te dejaré en el periódico, y no quiero que te muevas en ningún momento de allí. Después del trabajo, irá a buscarte uno de mis hombres, te llevaré a casa y estará contigo hasta que yo vuelva.


—No. Voy a ir contigo.


—Esto es un asunto de la policía.


—Y mío. ¿Tienes idea de cómo me siento al saber que una persona a la que quiero está en peligro?


—Sí —contestó con solemnidad. Alargó la mano hacia la suya—. Puedes venir conmigo, Paula, pero yo me encargaré de todo.


—Gracias, Pedro.




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