martes, 1 de enero de 2019

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 35



Paula denunció el robo en la oficina del sheriff, pero no tenía esperanzas de recuperar el maletín. El ladrón había dejado otros objetos valiosos, como el teléfono móvil o el reproductor de CDs. Quienquiera que fuese sólo quería el contenido del maletín.


Por otro lado, estaba contenta de haber dejado el caso y de poder marcharse. Para el almuerzo con los Tierney se había puesto unos vaqueros y una camiseta amarilla, en vez de su habitual ropa de trabajo. Quería estar cómoda para el viaje de regreso a Tallahassee.


Agnes la recibió con una sonrisa, vestida con una túnica verde azulada.


-Ayer no tuve oportunidad de darte la buena noticia... ¡Bob y yo vamos a casarnos!


-Oh, Agnes, es maravilloso -exclamó Paula, abrazándola, feliz de que hubiera otro hombre en su vida aparte de Gaston.


-Estás preciosa, querida. Deberías ponerte vaqueros más a menudo.


Paula tuvo que sonreír. Se había pasado toda su infancia con vaqueros.


-Te veo sonreír, pero presiento que estás abatida -observó Agnes-. Se trata de un hombre, ¿verdad?


-¡No! -respondió, forzando una carcajada-. No se trata de ningún hombre. Pero tengo algunas noticias que tal vez no te gusten.


-No te marcharás de Point, ¿verdad?


-La verdad es que sí.


-¡Pero apenas has tenido tiempo para conocer a Gaston! Llegó muy tarde al picnic, y...


-Gaston está aquí, ¿verdad?


-Sí, se reunirá con nosotras en el solarium. Pero primero ven conmigo -la tomó del brazo y la llevó a un dormitorio decorado con tapices y cortinas de seda-. Cuando tienes problemas con los hombres, necesitas la fragancia adecuada -dijo, y seleccionó un frasco verde esmeralda de la cómoda-. Este almizcle hizo maravillas con Bob. Potencia las feromonas de una mujer y hace que un hombre no pueda resistirse.


Descorchó el frasco y un olor rancio a hierbas impregnó la habitación. Agnes frunció el ceño.


-Es extraño. ¡Sólo lo usé una vez y ya no queda nada!


Paula le agradeció sus buenas intenciones, ocultando el alivio por no tener que usarlo. El olor era demasiado empalagoso para su gusto. 


Además, no tenía el menor deseo de acentuar sus feromonas.


Agnes, sin embargo, estaba decidida a hacer un último esfuerzo para emparejarla con Gaston. La sacó al solarium, con espléndidas vistas al mar, y le indicó una mesa preparada para dos con porcelana dorada, copas de cristal y una botella de vino.


-Vino de diente de león -dijo Agnes-. Lo hago yo misma, y lo reservo para ocasiones especiales.


-Agnes, ¿por qué sólo hay dos cubiertos?


-Yo he almorzado. Tengo que llamar a mis amigas para contarles lo de mi compromiso. No podré acompañaros a ti y a Gaston.


-Ah, la encantadora Paula Chaves. Buenos días -la saludó Gaston, saliendo al solarium con una camisa azul. Le apartó una silla y ella se sentó con renuencia-. Espero que hayas descansado después del baile de anoche.


Paula se ruborizó al recordarla incómoda escena en la pista de baile.


-Oh, ¿bailasteis los dos juntos? -preguntó Agnes con expresión esperanzada.


-No. Pero espero que lo hagamos algún día -dijo Gaston, sentándose frente a Paula y clavándole una mirada tan intensa que Paula sintió náuseas.


-Quiero decirles a los dos que me retiro de la investigación.


-¿Que te retiras? -exclamó Agnes-. Pero, ¿por qué?


-Me temo que mi relación personal con varios miembros de la comunidad dificultan seriamente mi trabajo. Crecí en Point. Creo que cualquier otro investigador lo hará mejor que yo.


-Madre -dijo Gaston con voz suave-, ¿no tenías que hacer unas llamadas?




domingo, 30 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 34




-¿Que te retiras del caso? ¿Te has vuelto loca?


Paula puso una mueca al oír el grito de Malena y se apartó ligeramente el teléfono de la oreja. Se había pasado toda la noche preparándose para la reacción de su hermana.


-Lo siento, Malena, pero no voy a cambiar de opinión. Nunca debí aceptar este caso.


-¿Se te ha olvidado cuánto trabajo nos pueden proporcionar Gaston y Agnes Tierney? Podría acabar siendo socia de su empresa, y me aseguraría de que todas nuestras investigaciones se te encargaran a ti. Vale la pena acabar ésta, ¿no?


-He perdido mi... imparcialidad.


-¿Tu qué?


Paula se esforzó por encontrar su voz. El sol de la mañana no había sofocado su torbellino emocional. Quería volver a ver a Pedro. Lo necesitaba más que nunca. Y rezaba porque Gaston Tierney no hubiera oído hablar a Frankie del caso de Sharon Landers.


-Paula, esto no será por Pedro Alfonso, ¿verdad?


-Sí -susurró ella.


-¿Lo has visto? ¿Has hablado con él?


-Sí. No creo que sea culpable de negligencia, y no quiero contribuir a destruir su reputación.


-¡No puedo creerlo! Has permitido que te encandile con esa sonrisa suya, y ahora...


-No quiero discutir esto, Malena. Estoy fuera del caso.


-Te das cuenta de cómo van a tomarse esto los socios, ¿verdad? Cuando les diga que tenemos que contratar a otro investigador, pensarán que no eres digna de confianza y no volverán a encargarte ningún caso importante. E incluso podrían demandarte por romper el contrato. Tendrás suerte si alguien vuelve a ofrecerte trabajo. Paula... no te habrás enamorado de él, ¿verdad? -le preguntó. Al no recibir respuesta soltó un suspiro-. Espero que no te estés buscando problemas. Te mereces encontrar a un buen hombre, pero no creo que Pedro Alfonso sea el adecuado.


-No te preocupes por mí, Malena -dijo Paula con toda la firmeza que pudo-. Ya casi lo he superado. Hoy me voy a casa, y seguramente no vuelva a verlo en años, o tal vez nunca.


Sólo de pensarlo sintió una punzada de dolor.


 ¿Cómo había podido enamorarse tan desesperadamente de él? ¿Cómo había sucumbido a algo tan superficial como su encanto?


Fuera como fuera, no podía dejar de pensar en todo lo que habían compartido.


-Está bien, hermanita -aceptó Malena-. Estás oficialmente fuera del caso. Pero, ¿te importaría pasarte por casa de los Tierney y aclarar las cosas por mí? Agnes se llevará una gran decepción. Me llamó para decirme lo mucho que le gustabas. Y a Gaston no le hará ninguna gracia el retraso. Diles que ha surgido una emergencia.


-No les mentiré, Malena. Pero les pediré disculpas y les aseguraré que encontrarás a alguien mejor.


-Gracias. Y, Paula, si me necesitas llámame, ¿de acuerdo? Puedo estar ahí en un santiamén.


Paula se despidió y, tras llamar a Agnes y concertar una visita, hizo el equipaje y llevó las maletas al coche. Pero entonces se encontró que la puerta del Mercedes estaba abierta, y cuando miró en el salpicadero, vio que su maletín había desaparecido.


Alguien le había robado todos los trapos sucios que había reunido contra Pedro Alfonso.



EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 33




Pedro se paseaba por la cubierta del velero mientras observaba el puerto, esperando a Paula.


¿Iría a reunirse con él? La ansiedad se le arremolinaba dolorosamente en el pecho. Paula se había marchado muy disgustada de la pista de baile, y él no podía culparla. Ella le había pedido discreción, y él la había convertido en el centro de todas las miradas. Apretó los dientes con frustración. Tendría que haber permitido que Tierney bailara con ella. Pero no soportaba la idea de ver a Paula en sus brazos. Había visto a demasiadas mujeres sucumbir al incomprensible encanto de Tierney, y el impulso de protegerla había sido más fuerte que su sentido común. 


Pero no sólo había sido un instinto protector... 


Quería a Paula para él solo.


Se dejó caer en una silla y cerró los ojos. 


¿Cuándo había llegado a la conclusión de que Paula le pertenecía? ¿Cuándo había sabido que su vida no sería plena sin ella? ¿Cuándo se había dado cuenta de que deseaba mucho más que sexo?


No sabía cuándo ni por qué, pero sí sabía una cosa: se había enamorado de ella. Paula sólo llevaba tres días en casa, y sin embargo él sabía que nunca había dejado de necesitarla.


¿Sería posible que un sentimiento tan fuerte no fuera mutuo? No podía imaginárselo. Había sentido la pasión en sus besos, en sus miradas, en sus caricias. Tal vez lo único que Paula necesitaba era tiempo para asimilar lo que aquella emoción significaba.


Sin embargo, el instinto le advertía que podría perderla si se equivocaba. Ya la había asustado la noche anterior al hacer el amor, y había vuelto a asustarla en la pista de baile.


El ruido de unas pisadas en el muelle lo hizo levantarse de un salto. ¿Había ido a verlo? Tal vez tuviera su oportunidad. Si le hacía el amor aquella noche, Paula no querría dejarlo al día siguiente.


Una figura femenina se detuvo junto al velero y lo miró en silencio. Era Frankie.


-Lo siento, Pedro. Paula ha vuelto al hotel. Dice que no puede venir y que si te importa algo... -puso una mueca y acabó la frase a regañadientes-, no vuelvas a contactar con ella.


El dolor más horrible que se pudiera sentir impidió responder a Pedro. ¿Que si le importaba algo? ¿Acaso Paula lo dudaba?


-Parece que está pensando en marcharse de Point -siguió Frankie-. De vuelta a su vida, dice ella.


«Su vida». Una vida de la que él no formaría parte.


-Pedro, no quiero parecer grosera, pero te has comportado como un imbécil en la pista de baile, obligándola a elegir entre humillarte a ti o a su socio.


Pedro sintió que la piel le ardía, pero más por dolor que por vergüenza. Su intención no había sido obligar a Paula a declarar públicamente su lealtad. Pero era eso lo que había hecho.


-Deberías estar agradecido de que sea Paula quien investigue este caso para Tierney -dijo Frankie-. Sólo buscará la verdad, y la verdad sólo puede ser beneficiosa para ti. Además, seguro que cree que eres inocente.


Pedro apretó la mandíbula y miró el cielo estrellado. No le importaba que Paula creyera o no en su inocencia. Lo único que quería era tenerla a su lado, fuera cual fuera el veredicto del jurado.


Quería que estuviera enamorada de él. Nunca se había enfrentado a esa clase de dolor ni presión emocional, pero sabía cómo recuperar el control de sí mismo. Sólo necesitaba pasar tiempo a solas rodeado por la inmensidad del mar. Consiguió esbozar una sonrisa y mandó a Frankie de vuelta a la fiesta con la promesa de no provocar más escenas. Después, guió el barco por el canal y salió a las turbulentas aguas del golfo.


Pero en aquella ocasión no encontró ninguna emoción al luchar contra el oleaje. El viento sólo conseguía enfriarle la piel. Y mar abierto sólo conseguía acentuar su soledad y la amarga sensación de pérdida.



EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 32




-¡Paula! ¡Paula, espera! -la llamó Frankie, golpeando la ventanilla del Mercedes justo cuando Paula se disponía a salir del aparcamiento-. Tengo que hablar contigo.


Paual detuvo el coche, aunque no estaba de humor para hablar. Tenía la cabeza llena de dudas. Frankie abrió la puerta y se sentó junto a ella.


-Paula, cariño, no puedes irte así. Sé que estás disgustada, pero... -se interrumpió y contempló el lujoso interior del vehículo-. Vaya, bonito coche.


-No es mío -murmuró ella, aferrando el volante mientras miraba las sombras de la tarde-. Es de Malena. Yo conduzco un Chevy que nunca me ha dado problemas. Y vivo en un bonito apartamento de dos dormitorios. Cómodo, pero nada ostentoso. Y he estado saliendo con un contable al que conozco de un mes. Nada serio... -la voz se le quebró y apretó los labios.


-¿De qué estás huyendo esta vez, Pau?


-¿Huyendo? -repitió ella, girando la cabeza hacia Frankie-. No huyo de nadie. Vuelvo a casa. A mi vida. La vida que he construido... La vida que entiendo -añadió, más para sí misma.


Una expresión de angustia ensombreció los azules ojos de Frankie.


-Pedro me ha enviado con un mensaje. Dice que te reúnas con él.


Paula la miró, demasiado aturdida para responder. Pedro la estaba esperando en su barco para hacerle el amor en el mar. Cerró los ojos y apoyó la frente en el volante. A pesar de todo, quería irse con él. Y entonces, en un destello de lucidez, se dio cuenta de la escalofriante verdad. ¡Se estaba enamorando de Pedro!


Aquella certeza le provocó un doloroso nudo en el estómago. Se había esforzado mucho para dejar de ser la niña insegura y traumatizada que se marchó de Point. Había sobrevivido al rechazo del coronel y de Pedro, y se había fortalecido en todos los frentes para no volver a sufrir. Ahora el dolor volvía a llamar a su puerta. ¡No podía dejarle paso!


-Dile a Pedro que no puedo ir con él. Y dile también... -añadió, con los ojos llenos de lágrimas- que si le importo algo, no vuelva a contactar conmigo.


Frankie la miró en silencio durante unos momentos.


-No sé lo que está pasando, Pau, pero por lo que he visto en la pista de baile, sientes algo por él. Y a Pedro... bueno, nunca lo había visto en ese estado. Normalmente es muy frío y tranquilo.


-¿Y no sabes por qué?


-¿Por qué está loco por ti?


Paula negó con la cabeza. Estaba demasiado alterada para explicar que la actitud de Pedro se debía a su rivalidad con Gaston más que a lo que sintiera por ella.


-Paula, creo que Pedro te necesita.


-No quiero oír nada más de él -espetó ella.


-Si te importa algo, será mejor que escuches -insistió Frankie en tono cortante-. Todos estamos muy preocupados por él. Hace un par de meses, operó a un niño de una lesión en la columna. Hizo todo lo que pudo, pero la lesión era demasiado grave y el niño no podrá volver a caminar.


A pesar de su determinación por permanecer impasible, el corazón se le encogió de dolor a Paula.


-Pedro cree que ha aprendido a aceptar los problemas que no puede solucionar -siguió Frankie-, pero no es así. En su tiempo libre se rodea de gente, pero nunca conecta realmente con nadie. Se marcha en mitad de las fiestas y sale a navegar en solitario.


-Seguramente se lleva a una mujer con él -murmuró Paula.


-No. Muchas lo desearían, pero no se lleva a ninguna.


El alivio que sintió Paula sólo sirvió para inquietarla aún más.


-¿Qué tiene que ver eso conmigo?


-Él conecta contigo, Paula. Incluso de niños teníais una relación especial. Ahora que has vuelto, Pedro vuelve a mostrarse abierto y animado. Cielos, la forma en que te miraba en la pista de baile...


-La conexión que hemos tenido desde mi regreso es sexo -afirmó Paula-. Nada más que sexo.


-Bueno, eso es un comienzo.


-Y también un final.


Frankie soltó un suspiro de frustración y dejó caer las manos en el regazo.


-Por culpa de la demanda de Tierney, ¿verdad? -hizo un mohín con los labios y sacudió la cabeza-. Por frívola que sea, esta demanda le hará más daño a Pedro que la otra.


-¿La otra? -preguntó Paula, poniéndose rígida en el asiento.


-El caso de Sharon Landers -respondió Frankie, pero enseguida puso una mueca de horror, como si se arrepintiera de haberlo dicho-. No... no puedes usar una antigua demanda contra Pedro, ¿verdad? -balbuceó-. Quiero decir... no fue culpa suya. Todo el mundo sabe que no fue culpa suya.


Paula se estremeció. Otra demanda en el historial de Pedro sería pertinente para la investigación, y ocultársela a Malena constituiría una violación del contrato.


-Puedes contármelo, Frankie. Lo habría descubierto de todos modos. ¿Fue algo sin importancia?


-No... pero por favor, no creas que fue culpa de Pedro. Él era uno de los tres cirujanos que atendieron a la mujer después del accidente de coche. Mientras Pedro le operaba la pierna, un cirujano plástico le recomponía el rostro. El cirujano jefe supervisaba toda la operación. Por desgracia, el anestesista desconectó accidentalmente el tubo respiratorio... La mujer no recuperó la conciencia -murmuró, desviando la mirada hacia la ventana.


-¿Murió?


Frankie asintió.


-Su marido demandó al hospital y a los tres médicos que la habían operado. Al final se decidió resolver el caso fuera de los tribunales. Pedro quedó destrozado por la muerte de su paciente. Pensaba que tendría que haberse dado cuenta de que algo iba mal. Era su primer año en prácticas...


A Paula le dolió pensar cuándo debía haberlo afectado aquella muerte. Y aún le dolió más pensar en cómo se sentiría si aquel caso salía a la luz en un juicio... gracias a ella.


-Mira, Pau. Sé que tu trabajo es investigar a Pedro, pero a veces los asuntos personales están por encima de las decisiones profesionales -dijo Frankie, y levantó una mano cuando Paula abrió la boca para discutir-. Tal vez ésta no sea una de esas veces... O tal vez sí -añadió, apretándole el brazo-. Piensa en ello, ¿de acuerdo?


Paula asintió, incapaz de hablar. Frankie salió del coche y cerró la puerta. Pero después de dar unos pasos se dio la vuelta y se inclinó sobre la ventanilla abierta de Paula.


-Y por favor, no le cuentes a nadie el caso de Sharon Landers. Ocurrió cuando Pedro estaba trabajando en Miami, y muy poca gente de aquí lo sabe. Yo lo sé porque su madre me lo contó.


Sonrió tristemente y se marchó. Aturdida, Paula se dispuso a subir la ventanilla, pero entonces vio una figura alta que se separaba de una palmera y se acercaba al coche. Los faros delanteros iluminaron el rostro pálido y aristocrático de Gaston Tierney.


Se apoyó en el techo del vehículo y le sonrió a Paula.


-Sólo quería felicitarte. Estás haciendo un trabajo excelente.



sábado, 29 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 31




-No, yo... No bailo. No se me da bien. No...


-¿Qué ocurre, Pau? -preguntó Pedro, rodeándola por la cintura-. ¿Tienes miedo?


-Claro que no, pero...


-Te desafío -la interrumpió él, mirándola intensamente.


No estaba jugando limpio. El orgullo de Paula la obligaba a aceptar cualquier reto, y él lo sabía. 


Jimbo los miraba con interés mientras bailaba con su pareja. Todo el mundo en la pista de baile parecía estar pendiente de ellos. Indecisa, Paula le puso una mano en el hombro, y la otra en la palma extendida, consciente de la atención que atraían y de la embriagadora sensación que le provocaba la cercanía de Pedro.


El la sujetó firmemente y la guió por la pista de baile, sin apartar la mirada de sus ojos. Y, por primera vez en su vida, Paula no bajó la mirada a sus pies ni se concentró en los pasos de su pareja. De algún modo, Pedro consiguió hacerla olvidar que estaba bailando, y pronto Paula estuvo moviéndose con armonía y naturalidad. 


Él le levantó la mano y le hizo ejecutar movimientos más atrevidos, obligándola a sonreír por los inesperados giros y caídas. La falda del vestido ondulaba tras ella, envolviendo los vaqueros de Pedro.


Cuando alcanzaron un rincón vacío, la hizo girar por última vez y la sujetó por el costado contra su pecho. Ella lo miró a los ojos, y la intensidad de su mirada casi borró la sonrisa de Pedro.


-No tengas miedo de hacer nada conmigo, Paula.


A Paula le latía con demasiada fuerza el corazón para poder responder, rendida ante la ardiente mirada de Pedro. Los músicos empezaron a tocar una canción lenta y romántica, pero ninguno de los dos pensó en abandonar la pista de baile. Él la apretó con fuerza y ella cerró los ojos y presionó la mejilla contra su hombro, deleitándose con la dureza de sus músculos bajo la camisa de algodón.


Apenas se movieron, meciéndose suavemente al ritmo de la música. Empapándose con las sensaciones, los olores, la sensualidad del momento... y deseando más.


-Dios -susurró él, aspirando la fragancia de sus cabellos-, cuánto te he echado de menos.


Ella sabía a lo que se refería, aunque habían estado todo el día a escasa distancia el uno del otro. También ella lo había echado de menos y había anhelado recibir su tacto y su atención. Un hormigueo de alarma la recorrió. No debería necesitarlo tan desesperadamente.


-Reúnete conmigo en mi barco, Paula -le murmuró él al oído-. Nos alejaremos de la costa y echaremos el ancla para pasar la noche.


Paula se quedó sin aliento. ¡Podía pasar otra noche con él! En sus brazos, en su cama...


-Nadie tiene por qué saberlo, Paula -la apremió él. Se retiró y le clavó su mirada ardiente-. Escabúllete tan pronto como puedas. Te estaré esperando...


-Disculpa -los interrumpió una voz masculina y refinada.


Pedro giró la cabeza con el ceño fruncido. Gaston Tierney los miraba con una ceja arqueada.


-¿Puedo? -preguntó con una sonrisa.


Paula sintió cómo todos los músculos de Pedro se tensaban.


-No, no puedes -respondió él con voz grave y amenazadora.


-Me parece que es la dama quien decide, ¿no?


-No vas a tocarla.


Paula miró a los dos hombres como si hubiera despertado de un sueño. Había estado tan inmersa en la conversación con Pedro que se había olvidado del resto del mundo. Y lo único que quería era apartar a Gaston como a un mosquito y volver a sumergirse en su sueño dulce y sensual.


Pero la fría realidad la esperaba. Y Gaston Tierney era una parte importante de esa realidad.


Las demás parejas habían dejado de bailar y los observaban. Jimbo y Robbie se habían adelantado, con expresión de alerta. Pedro la rodeaba fuertemente con los brazos, mirando a Gaston.


-¿Habla por ti? -le preguntó Gaston a Paula.


Paula se vio atrapada entre dos fuerzas opuestas. Aquel enfrentamiento representaba más que un simple baile para los dos hombres. Su elección significaría una victoria moral en público. Y a ella la convertiría en una especie de trofeo.


La música cesó y Freddie, el líder del grupo, anunció alegremente que se tomarían un descanso de diez minutos. El silencio que siguió sólo fue roto por los susurros de la multitud expectante.


Paula apretó la mandíbula y miró más allá de Pedro y de Gaston.


-Parece que tendré que dejarlo para otro momento -le murmuró a nadie en particular y se apartó de Pedro para perderse entre el mar de rostros.




EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 30




Mientras los chicos limpiaban el salmón que habían pescado y sus madres asaban los filetes a la parilla, Pedro se duchó y se cambió de ropa en el velero, antes de volver al picnic. Se sentó en una mesa junto a su padre, y enseguida empezaron a ofrecerle platos de comida. Los amigos se detenían para bromear con él y algunas mujeres le dedicaban sonrisas tentadoras.


Debería estar disfrutando del momento, pero no podía apartar la mirada de la esbelta morena que se negaba a prestarle la menor atención. La vio servirse un plato del bufé y se fijó en las miradas que le echaban algunos hombres. Se puso tan tenso que se asustó.


No podía culparlos por mirarla. Era tan hermosa que él sufría sólo de contemplarla. El vestido blanco sin tirantes se ceñía a sus pechos y a su estrecha cintura, para luego caer en pliegues vaporosos sobre sus larguísimas piernas. Su pelo oscuro y ondulante invitaba a hundir los dedos en sus mechones. Y sus caderas se movían con la misma elegancia sensual que tanto lo había turbado de joven.


Paula se había sentado en una mesa lejana con Frankie, su madre y otras mujeres. Sólo un hombre se había unido al grupo... el pequeño Kyle Talmidge, a quien Paula le dedicó una tierna sonrisa.


Pedro nunca había sentido envidia de un niño de seis años. Y si no conseguía una sonrisa para él mismo, no creía que pudiera resistir el resto del picnic. Necesitaba besar a Paula.


-Freddie -llamó al músico, sentado en la mesa contigua-. Creo que es hora de tener un poco de música.