domingo, 30 de diciembre de 2018
EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 32
-¡Paula! ¡Paula, espera! -la llamó Frankie, golpeando la ventanilla del Mercedes justo cuando Paula se disponía a salir del aparcamiento-. Tengo que hablar contigo.
Paual detuvo el coche, aunque no estaba de humor para hablar. Tenía la cabeza llena de dudas. Frankie abrió la puerta y se sentó junto a ella.
-Paula, cariño, no puedes irte así. Sé que estás disgustada, pero... -se interrumpió y contempló el lujoso interior del vehículo-. Vaya, bonito coche.
-No es mío -murmuró ella, aferrando el volante mientras miraba las sombras de la tarde-. Es de Malena. Yo conduzco un Chevy que nunca me ha dado problemas. Y vivo en un bonito apartamento de dos dormitorios. Cómodo, pero nada ostentoso. Y he estado saliendo con un contable al que conozco de un mes. Nada serio... -la voz se le quebró y apretó los labios.
-¿De qué estás huyendo esta vez, Pau?
-¿Huyendo? -repitió ella, girando la cabeza hacia Frankie-. No huyo de nadie. Vuelvo a casa. A mi vida. La vida que he construido... La vida que entiendo -añadió, más para sí misma.
Una expresión de angustia ensombreció los azules ojos de Frankie.
-Pedro me ha enviado con un mensaje. Dice que te reúnas con él.
Paula la miró, demasiado aturdida para responder. Pedro la estaba esperando en su barco para hacerle el amor en el mar. Cerró los ojos y apoyó la frente en el volante. A pesar de todo, quería irse con él. Y entonces, en un destello de lucidez, se dio cuenta de la escalofriante verdad. ¡Se estaba enamorando de Pedro!
Aquella certeza le provocó un doloroso nudo en el estómago. Se había esforzado mucho para dejar de ser la niña insegura y traumatizada que se marchó de Point. Había sobrevivido al rechazo del coronel y de Pedro, y se había fortalecido en todos los frentes para no volver a sufrir. Ahora el dolor volvía a llamar a su puerta. ¡No podía dejarle paso!
-Dile a Pedro que no puedo ir con él. Y dile también... -añadió, con los ojos llenos de lágrimas- que si le importo algo, no vuelva a contactar conmigo.
Frankie la miró en silencio durante unos momentos.
-No sé lo que está pasando, Pau, pero por lo que he visto en la pista de baile, sientes algo por él. Y a Pedro... bueno, nunca lo había visto en ese estado. Normalmente es muy frío y tranquilo.
-¿Y no sabes por qué?
-¿Por qué está loco por ti?
Paula negó con la cabeza. Estaba demasiado alterada para explicar que la actitud de Pedro se debía a su rivalidad con Gaston más que a lo que sintiera por ella.
-Paula, creo que Pedro te necesita.
-No quiero oír nada más de él -espetó ella.
-Si te importa algo, será mejor que escuches -insistió Frankie en tono cortante-. Todos estamos muy preocupados por él. Hace un par de meses, operó a un niño de una lesión en la columna. Hizo todo lo que pudo, pero la lesión era demasiado grave y el niño no podrá volver a caminar.
A pesar de su determinación por permanecer impasible, el corazón se le encogió de dolor a Paula.
-Pedro cree que ha aprendido a aceptar los problemas que no puede solucionar -siguió Frankie-, pero no es así. En su tiempo libre se rodea de gente, pero nunca conecta realmente con nadie. Se marcha en mitad de las fiestas y sale a navegar en solitario.
-Seguramente se lleva a una mujer con él -murmuró Paula.
-No. Muchas lo desearían, pero no se lleva a ninguna.
El alivio que sintió Paula sólo sirvió para inquietarla aún más.
-¿Qué tiene que ver eso conmigo?
-Él conecta contigo, Paula. Incluso de niños teníais una relación especial. Ahora que has vuelto, Pedro vuelve a mostrarse abierto y animado. Cielos, la forma en que te miraba en la pista de baile...
-La conexión que hemos tenido desde mi regreso es sexo -afirmó Paula-. Nada más que sexo.
-Bueno, eso es un comienzo.
-Y también un final.
Frankie soltó un suspiro de frustración y dejó caer las manos en el regazo.
-Por culpa de la demanda de Tierney, ¿verdad? -hizo un mohín con los labios y sacudió la cabeza-. Por frívola que sea, esta demanda le hará más daño a Pedro que la otra.
-¿La otra? -preguntó Paula, poniéndose rígida en el asiento.
-El caso de Sharon Landers -respondió Frankie, pero enseguida puso una mueca de horror, como si se arrepintiera de haberlo dicho-. No... no puedes usar una antigua demanda contra Pedro, ¿verdad? -balbuceó-. Quiero decir... no fue culpa suya. Todo el mundo sabe que no fue culpa suya.
Paula se estremeció. Otra demanda en el historial de Pedro sería pertinente para la investigación, y ocultársela a Malena constituiría una violación del contrato.
-Puedes contármelo, Frankie. Lo habría descubierto de todos modos. ¿Fue algo sin importancia?
-No... pero por favor, no creas que fue culpa de Pedro. Él era uno de los tres cirujanos que atendieron a la mujer después del accidente de coche. Mientras Pedro le operaba la pierna, un cirujano plástico le recomponía el rostro. El cirujano jefe supervisaba toda la operación. Por desgracia, el anestesista desconectó accidentalmente el tubo respiratorio... La mujer no recuperó la conciencia -murmuró, desviando la mirada hacia la ventana.
-¿Murió?
Frankie asintió.
-Su marido demandó al hospital y a los tres médicos que la habían operado. Al final se decidió resolver el caso fuera de los tribunales. Pedro quedó destrozado por la muerte de su paciente. Pensaba que tendría que haberse dado cuenta de que algo iba mal. Era su primer año en prácticas...
A Paula le dolió pensar cuándo debía haberlo afectado aquella muerte. Y aún le dolió más pensar en cómo se sentiría si aquel caso salía a la luz en un juicio... gracias a ella.
-Mira, Pau. Sé que tu trabajo es investigar a Pedro, pero a veces los asuntos personales están por encima de las decisiones profesionales -dijo Frankie, y levantó una mano cuando Paula abrió la boca para discutir-. Tal vez ésta no sea una de esas veces... O tal vez sí -añadió, apretándole el brazo-. Piensa en ello, ¿de acuerdo?
Paula asintió, incapaz de hablar. Frankie salió del coche y cerró la puerta. Pero después de dar unos pasos se dio la vuelta y se inclinó sobre la ventanilla abierta de Paula.
-Y por favor, no le cuentes a nadie el caso de Sharon Landers. Ocurrió cuando Pedro estaba trabajando en Miami, y muy poca gente de aquí lo sabe. Yo lo sé porque su madre me lo contó.
Sonrió tristemente y se marchó. Aturdida, Paula se dispuso a subir la ventanilla, pero entonces vio una figura alta que se separaba de una palmera y se acercaba al coche. Los faros delanteros iluminaron el rostro pálido y aristocrático de Gaston Tierney.
Se apoyó en el techo del vehículo y le sonrió a Paula.
-Sólo quería felicitarte. Estás haciendo un trabajo excelente.
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