sábado, 29 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 27



Paula sintió el desprecio de la comunidad en cuanto entró en la zona sombreada del picnic con vistas a la playa. Aunque reconoció muchos rostros junto a las mesas y las parrillas, nadie le sonrió ni la saludó. Algunos la miraron, otros apartaron la mirada y unos pocos cuchichearon entre ellos.


Aunque Agnes y el sheriff la habían prevenido, el rechazo le resultó muy doloroso. Pero no podía marcharse sin hacer sus averiguaciones, así que mantuvo la cabeza alta y una expresión agradable.


No vio a Pedro ni a su familia, ni tampoco a los amigos de su vieja banda... Jimbo, Robbie o Frankie. A quien sí vio fue a Agnes, vestida con un kimono amarillo, sentada en una mesa junto al pabellón y jugando a las cartas con tres ancianas y un caballero de pelo blanco. Paula se dirigió hacia ellos, esperando posicionarse en territorio amistoso antes de infiltrarse en la multitud hostil. Todo el mundo vestía shorts, vaqueros y trajes de baño, y se sentía fuera de lugar con su vestido de tirantes, no demasiado informal. No se había atrevido a ponerse los pantalones cortos.


Se esforzó por esbozar una sonrisa amable e intentó entablar una conversación con el grupo más cercano. Sólo consiguió que le respondieron con monosílabos, y nadie recordaba si habían puesto gambas en los platos del último picnic.


Mientras paseaba entre las mesas y los vecinos, intentando romper el hielo, un adolescente en bañador se subió a una mesa vacía y empezó a gritar y a apuntar hacia el puerto deportivo.


-¡Mirad, mirad! ¡El doctor Alfonso viene en su barco!


La gente empezó a aplaudir y a silbar. Los niños de todas las edades echaron a correr hacia el puerto, mientras un esbelto velero blanco a motor se acercaba por las verdes aguas de la bahía. Las madres retuvieron a los más pequeños y les gritaron a los mayores para que no se acercaran demasiado al muelle, y los padres siguieron a sus hijos con la vista fija en la embarcación.


Paula se apoyó en una mesa y observó cómo el velero atracaba limpiamente. La primera persona que vio fue a una rubia pequeña y bronceada, con el pelo por los hombros y una radiante sonrisa, que saludaba a los niños desde la cubierta.


Una garra invisible atenazó el corazón de Paula.


¿Había llevado Pedro a una acompañante? ¿Tan pronto, después de haber hecho el amor con ella la noche anterior?


Dos hombres salieron de la cámara del timón y empezaron a atar los cabos. Paula reconoció al más fornido de los dos con su mata de pelo rojo. Era Jimbo. El otro era Robbie, con bigote y cola de caballo. Y cuando la rubia golpeó a Jimbo en el brazo, Paula supo que no podía ser otra que Frankie, la otra mujer de la banda.


Una pareja alta y elegante salió de la cabina. El doctor y la señora Alfonso. Los padres de Pedro


A Paula le dio un doloroso vuelco el corazón. 


Había pasado los días más felices de su infancia con ellos. En muchos aspectos la habían conocido mejor que su propia hermana o su padre.


¿Cómo la recibirían? Nadie de su vieja banda la había llamado, aunque sin duda sabían que estaba en Point. El día anterior le había dejado a Frankie un mensaje en el contestador, pero no había recibido respuesta. La culpa era suya, por haber estado doce años sin contactar con ellos.


Entonces vio la alta y bronceada figura de Pedro saliendo de la cabina. Iba acompañado de su perro, Zeus, y su risa se oía por encima del jolgorio. A Paula se le aceleró el pulso y se dio la vuelta. Esperaría a que los Alfonso se hubieran acomodado para saludarlos.


Apenas se había alejado una distancia prudente, cuando sintió que alguien le tiraba del brazo.


-Perdone, ¿es usted la señorita Paula Chaves? -le preguntó una niña con trenzas negras.


Una punzada de aprensión la traspasó.


-Sí.


-La señora Alfonso quiere verla -dijo la niña, con una voz tan aguda que atrajo varias miradas.


Consciente de que estaba siendo el centro de atención, Paula miró nerviosamente a través del claro de hierba hacia la mujer que reclamaba su presencia. La señora Alfonso estaba de pie, con los brazos cruzados y la cabeza alta, vestida con una blusa beige, unos pantalones veraniegos y el pelo elegantemente recogido. Su expresión era severa y miraba fijamente a Paula.


Paula se estremeció. La señora Alfonso era la directora de la escuela, y ningún alumno se tomaba sus sermones a la ligera. Y nadie que la conociera se esperaría que tolerase un ataque contra su hijo.


Intentó forzar una sonrisa, sin éxito, y caminó hacia ella. Todo el mundo parecía haberse quedado en silencio, observándola.


Al acercarse, vio que su pelo rubio estaba lleno de canas y que las arrugas eran más pronunciadas en torno a sus ojos pardos. Pero seguía irradiando la misma aura de elegancia y regia autoridad que había sobrecogido a generaciones de estudiantes.


-Tengo entendido, señorita Chaves -dijo con aquel acento sureño que bastaba para enderezar a cualquiera-, que has venido a Point por asuntos de trabajo.


-Sí, señora. Por asuntos de trabajo. Nada personal -admitió Paula, avergonzada. La señora Alfonso la había reprendido varias veces en clase, pero siempre había creído en ella. 


Había reconocido el mérito de su trabajo y la había animado a apuntar alto. Y cuando su madre murió, la señora Alfonso había ido a visitarla a su casa para abrazarla. Sólo para abrazarla.


-Es evidente, puesto que no has querido agraciarnos con tu presencia.


-¿Cómo dice? -preguntó Paula, confundida.


-Llevas aquí dos días, jovencita -la reprendió-. ¿Nos has llamado a alguno de nosotros? ¿Mmm?


Una mano se agitó enérgicamente en el aire, junto a Paula.


-Me llamó a mí, señora Alfonso -exclamó Frankie como una alumna alborotadora-. Pero no oí mis mensajes hasta esta mañana -se volvió hacia Paula y sonrió-. Lo siento, Pau.


-A mí no me ha llamado -se quejó Jimbo con su fuerte voz masculina.


-A mí tampoco -añadió Robbie, frunciendo cómicamente la boca bajo el bigote.


Paula miró atónita los rostros familiares, y la señora Alfonso le rodeó la cintura con un brazo.


-Supongo que la pregunta es... ¿se debe olvidar a los viejos conocidos?


-¡Adelante, Freddie! -gritó Jimbo.


Un saxofón empezó a tocar el tema Auld Lang Syne, acompañado por un coro de voces entusiastas aunque desentonadas. El grupo se abrazó por los hombros y empezaron a mecerse alrededor de la mesa. Entonces Paula vio la tarta de chocolate frente a ella con un mensaje escrito con glaseado amarillo: Bienvenida a casa, Paula.


Se le hizo un nudo en la garganta y los ojos se le humedecieron. ¡No podía llorar! No delante de sus viejos amigos. Para ellos aún seguía siendo una marimacho. Apartó la mirada de la tarta, los cantantes y las sonrisas, luchando por recuperar la compostura. Y entonces vio a Pedro.


Estaba apoyado en una palmera, observándola con la indiferencia propia de un amable desconocido. ¿Qué pensaría de la extravagante bienvenida que su madre y sus amigos le habían ofrecido?


Paula agradeció que se mantuviera discretamente al margen, pero al mismo tiempo buscó en su rostro algún atisbo de acercamiento. Una sonrisa, un ligero asentimiento...


La canción acabó y la señora Alfonso le dio un fuerte abrazo.


-Haz tu trabajo, pero no te comportes como una extraña, ¿entendido?


-Señora Alfonso -susurró Paula-, usted sabe cuál es mi trabajo, ¿verdad?


-Naturalmente. Pero confío en él y en ti también. Sé que harás lo correcto. Y ahora ve a divertirte con tus amigos.



viernes, 28 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 26




-Espero que los vecinos no sean tan groseros contigo como lo han sido conmigo. Sally Babcock me llamó para decir que no le gustaba nada tener que responder preguntas sobre su sopa -dijo Agnes Tierney mientras deshuesaba aceitunas en su cocina-. Y en el puesto de verduras del señor Johnson, Wanda Scaggs me dijo que debería avergonzarme por las horribles cosas que he dicho del doctor Alfonso. Y el señor Johnson me hizo un desaire.


-¿Estás segura de que quieres ir hoy al picnic, Agnes? -le preguntó Paula, viendo cómo la escultora echaba las aceitunas en la ensalada de patata.


-¡Claro que sí! Bob estará allí. Y también mi club de bridge. Saben que esta demanda es obra de Gaston... Creo que es importante para Gaston debido a un asunto de tierras -le confesó sobre el cuenco de ensalada-. Ahora está reunido con un agente inmobiliario, intentando conseguir la propiedad a las afueras de Point. Quiere construir edificios de apartamentos para alquilar.


Paula la miró horrorizada. La naturaleza salvaje se extendía a lo largo de cien kilómetros por la península. Tan sólo una docena de casas salpicaban el paisaje y las playas.


-¿Qué tiene que ver el asunto de las tierras con la demanda?


-Pedro es el propietario de la mayor extensión de tierra. Sin ella, Gaston no puede construir -explicó Agnes mientras machacaba los ajos-. Creo que Gaston quiere obligarlo a vender.


Paula tuvo que esforzarse para disimular su indignación. Así que Gaston tenía un motivo oculto para explotar la situación...


-Agnes, si no quieres demandar a Pedro, ¿por qué lo estás haciendo?


-¡No puedo desafiar a Gaston! -exclamó ella-. Odia que le lleven la contraria.


-¿Crees que la inyección de Pedro te provocó las alucinaciones? -la presionó Paula. Ahora más que nunca quería llegar al fondo del misterio.


La escultora se encogió de hombros y vertió el zumo de limón en la ensalada.


-Supongo. Nunca había tenido alucinaciones, y no he vuelto a tenerlas desde entonces.


-Si la inyección no las provocó, ¿querrías saber cuál fue la causa?


-Por supuesto. Jamás acusaría injustamente a un vecino -declaró ella-. Ni siquiera Gaston puede impedir que me disculpe si me he equivocado.


-¿Te importa si intento averiguar qué pudo haberte causado las alucinaciones?


-¡Oh, hazlo, por favor! -la animó Agnes, y miró nerviosa hacia la puerta-. Pero tendrás que ser discreta si viene Gaston. No le gustará que estés fisgoneando.


Paula se pasó una hora haciéndole preguntas a Agnes sobre lo que hizo aquel día de julio. 


Luego, tomó muestras de las plantas que Agnes cultivaba en el jardín y que utilizaba para hacer el té. También examinó su inventario de especias y copió los nombres de los medicamentos del cuarto de baño. Cuando reunió todos los datos que pudo, conectó su portátil a Internet y envió la información a su ayudante. Las muestras de plantas y especias las mandaría al laboratorio para analizarlas.


-Si no había gambas en la sopa de Sally, ¿por qué sospechaste que tenías una reacción alérgica? -le preguntó a Agnes antes de marcharse.


-Tenía que haber gambas por alguna parte. Noté su sabor.


Paula le pidió que recordara todo lo que había comido aquel día e hizo una lista con los alimentos.


-Hasta que descubramos la causa de tu reacción, ten cuidado con lo que comes hoy en el picnic.


-Sólo tomaré la comida que yo lleve -le aseguró Agnes-. Gaston no irá al picnic hasta bastante tarde, pero ¿te gustaría acompañarnos a Bob y a mí? Jugaremos al bridge.


-Gracias, Agnes, pero tendré que irme pronto del picnic, así que necesito mi coche.


-Oh, tómate un poco de tiempo para divertirte. Y no permitas que te afecten los modales de la gente. ¡Todos están muy susceptibles por este asunto de la demanda!




EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 25




Tal y como prometió, se había marchado antes del amanecer.


Paula había estado tan agotada física y emocionalmente que apenas se dio cuenta. Se había quedado dormida entre sus fuertes brazos, y cuando sintió que su calor masculino la abandonaba había alargado los brazos en la oscuridad para intentar retenerlo. Él la había besado y le había susurrado unas palabras de despedida, y ella había vuelto a dormirse.


A la luz del día, el recuerdo de lo sucedido la mantuvo tensa y preocupada durante el desayuno en el comedor del hotel. Por suerte, nadie mencionó el incidente del merodeador y nadie pareció haber visto salir a Pedro Alfonso.


Aquella tarde, sin embargo, tendría que verlo en el picnic del Día del Trabajo.


¿Cómo reaccionarían al verse delante de toda la comunidad? ¿Podría ella mirarlo sin que su cuerpo respondiera al recuerdo de la íntima pasión compartida? ¿Significaría algo para él?


Casi se atragantó con el café. ¡Claro que no! No había significado nada para ninguno de los dos.


Sin acabar el desayuno, recogió su maletín y corrió al aparcamiento. Tenía que reunirse con Agnes aquella mañana, hablar con los demás en el picnic y encerrarse en su habitación con un buen libro hasta la reunión del martes con el personal del hospital.


Luego volvería a Tallahassee para seguir la investigación desde allí. Y no permitiría que ningún asunto personal interfiriera en su trabajo.


Al ver el Mercedes beige de su hermana en el garaje se detuvo en seco. Pedro lo había limpiado en mitad de la noche, y luego había tirado guijarros a su ventana y había escalado el balcón para hacerle el amor hasta el amanecer.


Se sentó al volante y se frotó contra el asiento de cuero. ¿Cómo podía seguir adelante como si nada hubiera sucedido? Le gustara admitirlo o no, Pedro la había afectado profundamente. Y le hacía recordar lo mucho que ella lo había querido... aunque sólo fuera como amiga.


Tras unos momentos de duda tomó una decisión: buscaría la verdad y nada más que la verdad. No le ofrecería a Malena ningún arma para usar contra Pedro, a menos que la verdad en sí misma pudiera ser un arma. De ser así, Pedro se habría buscado los problemas él sólo.



EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 24




El armario se abrió y Pedro salió. Se había puesto los vaqueros negros, aunque los tenía desabrochados, y la camisa le colgaba indolentemente de un hombro. Una sonrisa curvaba sus labios y un brillo destellaba en sus ojos ambarinos mientras avanzaba hacia ella.


-Oh, señorita Paula -murmuró, recorriéndola con su intensa mirada-. Será mejor que se tumbe en la cama y me permita darle un masaje en la espalda para aliviar esos dolores.


-No tiene gracia -replicó ella-. Tienes que marcharte.


Él le deslizó los dedos en el pelo y le acarició el rostro con el pulgar, haciendo que su fuerza de voluntad se derritiera sin remedio.


-No tengo que marcharme -susurró-. Tengo toda la noche, todo el día de mañana y toda la noche...


-Pedro... Esto ha sido un error -gimió cuando la besó en el cuello y le atrapó el rostro entre las manos, recordando el roce de su áspera piel contra los pezones-. Ha sido culpa mía. No debería haberte provocado con aquel juego estúpido.


-Puedes compensarme -dijo él, llevando las manos hasta su cintura-. Ahora jugaremos según mis reglas -le susurró contra la boca-. Tendrás que decir: «Pedro, por favor... hazme el amor».


Antes de que ella pudiera protestar le cubrió la boca con un beso. Los brazos de Paula le rodearon instintivamente el cuello, y él tiró del cinturón de la bata para desatar el nudo.


Paula soltó un gemido angustioso y se apartó de él, aferrándose la bata con los puños.


-No puedo hacer el amor contigo -declaró, respirando agitadamente.


-¿Por qué no? -preguntó él con el ceño fruncido.


-¡No está bien! Estoy investigando una demanda contra ti, Pedro. Lo siento. Me dejé llevar por la emoción al oírte decir lo mucho que me habías deseado -confesó. Apartó la mirada para no enfrentarse a sus ojos y se pasó una temblorosa mano por el pelo-. Pero ya no somos niños, y no puedo arriesgarme a comprometer este caso ni la integridad de mi empresa implicándome personalmente con el objeto de mi investigación.


-No veo cómo una relación sexual podría afectar a eso -repuso él, apoyándose contra la puerta.


-Estoy trabajando para una abogada, quien además resulta que es mi hermana -insistió ella, quedándose a una distancia segura de él-. Las consideraciones éticas son muy complicadas, y si Gaston Tierney sospecha que el equipo de su abogada ha conspirado contra él de alguna manera... -interrumpió bruscamente su explicación. De nuevo había actuado sin pensar. No debería estar hablando de eso con él. Agarró las botas y se las tendió-. Vístete. Por favor.


-Mantendremos nuestra relación en secreto, Paula -le aseguró él, arrojando las botas al suelo-. No es asunto de nadie más. Pero aunque alguien lo descubriera, seguramente supondría que estás haciendo lo mejor para tu cliente. Ya sabes... intentando sonsacarme información.


-¿Eso crees que estaba haciendo? -preguntó ella, indignada-. ¿Sonsacarte información?


-Claro que no. Si te digo esto es porque algunos amigos míos me han advertido que no confíe mucho en ti. Han oído que hoy estabas conduciendo mi coche, y supongo que Gloria me vio besarte, así que...


-No he sido yo la que se ha puesto a imitar a un chimpancé bajó el balcón -le recordó ella.


-No era un chimpancé -dijo él con una mueca.


-¿Acaso estás tratando de sonsacarme información tú a mí?


-¿Te he hecho alguna pregunta sobre el caso?


-Aún no.


-Y no lo haré. No necesito sonsacarte información. He estado recibiendo llamadas en el hospital toda la tarde, informándome de las fotos que te dio Gloria, de las conversaciones que has grabado, de los archivos judiciales que has comprobado y de la sopa que no tenía gambas.


-¿Sabías todo eso y aun así has venido? -le preguntó ella, boquiabierta.


-Nada de eso tiene que ver contigo y conmigo -respondió él, clavándole la mirada.


-Sí, claro que sí -replicó ella con voz ahogada. 
¿Cómo podía reprenderlo por haber ido a verla aquella noche, cuando ella había hecho algo mucho peor? Había ido a Mocassin Point para destruirlo, y lo había provocado para que le hiciera el amor-. Vístete. Tienes que marcharte.


-Nadie tiene por qué saber que estoy aquí, Paula.


-¡Lo sabrán todos! Tu coche y el mío están ahí fuera. Me sorprende que el sheriff no se haya fijado.


-He aparcado tu coche en el garaje trasero y he cerrado la puerta. Nadie se dará cuenta de que está ahí. Si alguien te pregunta mañana cuándo hemos intercambiado los vehículos, dile que dejaste la llave en mi coche y que no estabas segura de cuándo vendría a recogerlo.


-Haces que parezca muy fácil, pero yo seré la más perjudicada si el secreto sale a la luz. ¿Qué tienes tú que perder?


-A ti.


La cálida franqueza de su mirada confundió aún más a Paula. Su corazón confiaba en aquella sinceridad, pero su cabeza la acuciaba a alejarse. El la deseaba, pero el sexo no era más que sexo, a menos que ella se permitiera creer que había algo más.


Y quería creer que había algo más. Quería creer que Pedro sentía por ella algo más profundo, más fuerte y más duradero que una mera atracción física. El terror que había sentido mientras hacían el amor volvió a invadirla. Se había pasado doce largos años levantando sus defensas para que nunca más volviera a necesitar emocionalmente a un hombre. No podía dejar que aquellas barreras se derritieran con el calor de la pasión.


Se dio la vuelta con la intención de recoger las botas del suelo, ponérselas a Pedro en los brazos y echarlo de su habitación. Pero antes de que pudiera dar un paso él la sujetó por los hombros.


-¿De qué tienes miedo, Paula? No me digas que es por tu reputación profesional. No estabas pensando en eso cuando estábamos desnudos en el suelo.


A Paula se le detuvo el corazón. No podía discutirle esa verdad.


-El pánico te bloquea cuando las cosas empiezan a caldearse -la acusó él-. ¿Por qué?


-El... el sheriff estaba llamando a la puerta -se excusó ella.


-Antes de eso -insistió Pedro, sacudiéndola ligeramente.


Paula lo miró consternada. Pedro se había dado cuenta de que estaba aterrorizada. «No tengas miedo», le había dicho. «Soy yo.» Un consuelo irónico, teniendo en cuenta que era únicamente él quien podía asustarla.


-Vete a casa,Pedro -le suplicó.


-No puedo salir ahora -dijo él, aferrándole los hombros con fuerza-. Tenemos que esperar a que Dee y los demás vuelvan a dormirse después del susto. El sheriff podría seguir ahí fuera.


Paula reprimió un gemido. Pedro tenía razón. Pero ¿cómo podía arriesgarse a permitirle permanecer allí un momento más? Se sentía indefensa ante el calor varonil que su cuerpo irradiaba y sus manos apretándole posesivamente los hombros.


-Lo mejor será que me vaya justo antes de que amanezca -dijo él.


Para eso quedaban unas cuantas horas. Paula reconoció su expresión decidida y supo que no podría convencerlo para marcharse. La familiaridad de su férrea voluntad la afectó traicioneramente.


-Lo siento, Pedro, por haberte engañado de esta manera. ¡Lo siento mucho! No debí haberte besado. Ni debí... intimar contigo -añadió en un débil susurro.


-Por Dios, Pau, ¡no llores! -dijo él, visiblemente preocupado. La estrechó entre sus brazos mientras ella intentaba contener las lágrimas-. No pasa nada -le susurró contra sus cabellos al tiempo-. Lo entiendo. Nada de lo que has hecho me ha afectado. 


Estuvo un rato abrazándola y meciéndola suavemente, hasta que ella fue consciente de que tenía el rostro presionado contra su hombro desnudo, los pechos aplastados contra su recio torso y los latidos de sus corazones retumbando al unísono.


-El único problema es que has intimado conmigo, y es demasiado tarde para cambiar eso dijo él. Se apartó y le tomó el rostro entre las manos-. ¿Qué daño pueden hacer unas horas más?


El calor de su mirada le abrasó el corazón a Paula, robándole el aire de los pulmones e infundiéndole una profunda necesidad.


-Ven a la cama conmigo, Paula -le pidió él-. No haré nada que no quieras, lo juro.


Ella no podía pensar en nada que no quisiera que Pedro hiciese. En realidad, quería que lo hiciera todo.


-Sólo por esta noche -concedió en un tembloroso susurro-. Y nunca más. Nunca, nunca más...



Él la hizo callar con un beso ardiente y apasionado


jueves, 27 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 23




El pánico de Paula aumentó al pensar en la reacción de Malena y de Gaston Tierney cuando se enteraran de que la habían sorprendido con Pedro Alfonso en una habitación de noche. 


Empujó a Pedro en el pecho y consiguió ponerse en pie. Pedro permaneció medio sentado en el suelo, con su erección inmensa y reluciente, los ojos fuertemente cerrados y la mandíbula apretada.


-Levanta, levanta -lo apremió ella, tirándole del brazo. Tienes que esconderte.


-¿Esconderme? -preguntó él con una mirada incrédula.


-En el cuarto de baño. No, alguien podría entrar. En el armario. Métete en el armario.


-Ni hablar. No voy a esconderme en un armario.


La desesperación la hizo ponerse de rodillas y mirarlo con expresión suplicante.


-Por favor, Pedro... ¡Por favor!


-Señorita Paula -volvió a llamarla el sheriff-, ¿hay alguien con usted?


-¡No! No, claro que no.


Tras una pausa llena de tensión, el sheriff volvió a hablar.


-Por si acaso el intruso la está apuntando con un arma o algo así, quiero que me diga el nombre de su padre. Si me dice el nombre verdadero, sabré que se encuentra bien. Si me dice un nombre falso, haré que mis hombres rodeen el edificio antes de que ese bastardo pueda escapar.


Paula abrió los ojos como platos, y Pedro hizo girar los suyos.


-¿El nombre de mi padre? -preguntó con voz ahogada.


El pánico le bloqueaba la mente, y el único nombre que se le ocurría era «coronel».


-Hector -le susurró Pedro.


-¡Hector! -gritó ella.


-Hector -repitió el sheriff-. Sí, eso es. Hector -parecía un poco decepcionado.


-No hay nadie conmigo, sheriff -le aseguró Paula-. Lo que ha oído es la televisión. Me dormí con ella encendida. La apagaré en cuanto encuentre mi bata -dijo, y tiró frenéticamente de Pedro hasta que él accedió a regañadientes que lo metiera en el armario.


-Por amor de Dios, Paula -susurró-. Al menos dame mi ropa.


-Oh, Dios mío... ¡Tu ropa!


Buscó por toda la habitación hasta encontrar sus vaqueros, camisa y ropa interior. Se lo puso todo en los brazos y lo empujó al armario.


-Si el sheriff abre esta puerta, tanto él como Dee sufrirán un ataque al corazón -gruñó Pedro-. Y no será muy decente que los atienda desnudo.


Con expresión adusta y tan espléndidamente desnudo como un dios griego, se puso la ropa bajo el brazo y permitió que Paula le cerrara la puerta en las narices. Paula sacó su bata de otro armario, se la puso y corrió a abrir la puerta con el corazón desbocado. Al saludar al sheriff y a la mujer rubia y robusta vestida con una bata de franela, estaba sin aliento y con el rostro acalorado.


-Pasen. Siento haber tardado tanto, pero...


-Cálmese, señorita Paula -la tranquilizó el sheriff. Le dio una palmadita en el brazo y entró en la suite-. Sé que se ha llevado un buen susto, pero ahora está a salvo.


Dee también entró, mirando preocupada a Paula.


-Lo siento mucho. Nunca hemos tenido un problema así, te lo juro. Mi marido volverá a casa mañana, y pondrá un cerrojo adicional en todas las puertas.


-Oh, Dee, no creo que sea necesario -dijo Paula, viendo cómo el sheriff se acercaba a las puertas francesas con una linterna en una mano y una pistola en la otra.


-Será mejor que se aparten, por si acaso.


Paula se mordió el labio mientras Dee le agarraba la mano.


-Estas puertas no están cerradas -observó el sheriff. Apoyó la espalda contra una de las puertas, empujó la otra e iluminó el balcón con la linterna. Tras una pausa prudente, se aventuró a salir.


Dee agarraba dolorosamente el brazo de Paula mientras observaba al sheriff con expresión inquieta.


Momentos después, el sheriff volvió a la habitación, cerró las puertas y las aseguró.


-No hay nadie ahí fuera. Seguramente sólo fueron unos niños haciendo travesuras.


Dee exhaló un dramático suspiro de alivio y soltó el brazo de Paula.


-Será mejor que mantenga las puertas cerradas, señorita Marshall -le aconsejó el sheriff mientras se enfundaba la pistola-. Tiene a mucha gente contrariada por culpa de sus investigaciones sobre el doctor Alfonso. No quiero decir que alguien desee hacerle daño, pero a la gente de aquí no les gusta que nadie perjudique a uno de los suyos.


Uno de los suyos... Una punzada de dolor traspasó a Paula. Ella también había sido «uno de los suyos». Pero eso había sido muchos años atrás.


-La gente está acostumbrada a aguantar a Gaston Tierney. Lo hacen sobre todo por el bien de Agnes, y porque ha comprado muchos terrenos por aquí. Pero el doctor Alfonso es muy querido en la comunidad. No me atrevo a imaginar lo que alguien podría hacer si se enteran de que está usted intentando incriminarlo.


-Gracias por el consejo, sheriff -dijo Paula. Oyó ruidos en el armario y se apresuró a seguir hablando-. Estoy segura de que usted y Dee están deseando volver a la cama, igual que yo a la mía.


Lo había dicho con la intención de que se fueran rápidamente, pero lo que consiguió fue que ambos miraran hacia su cama. Una expresión de sorpresa apareció en sus rostros. Paula se dio cuenta demasiado tarde de que la cama estaba pulcramente hecha. Nadie podía haber estado durmiendo en ella.


-Yo, eh... me quedé dormida en el sofá -murmuró, sintiendo cómo se ruborizaba.


Los dos miraran entonces hacia el sofá. La camisola de satén colgaba de un cojín, y sus braguitas de encaje yacían en el suelo. Paula se ruborizó aún más, pero no ofreció ninguna explicación. Podía dejar su ropa interior donde le diera la gana, ¿o no?


Pero entonces vio las botas de Pedro en el suelo, junto al sofá, parcialmente ocultas por las sombras. El corazón le dio un vuelco y miró de reojo a Dee y al sheriff. Ninguno parecía haberse fijado.


-Si ve a alguien en el jardín esta noche, no se preocupe -le dijo el sheriff-. Estaré patrullando por los alrededores por si acaso vuelve el intruso.


Patrullando los alrededores. Paula se quedó de piedra junto a la puerta mientras Dee y el sheriff salían al pasillo. ¿Cómo podría Pedro salir del hotel sin ser descubierto? Y si se quedaba hasta la mañana siguiente, Dee o sus hijos lo verían marcharse. ¡Todos los habitantes de Point, incluido Gaston Tierney, sabrían que Jack Forrester había pasado la noche en su habitación!


-Eh, sheriff, no creo necesario que pierda su tiempo patrullando la zona. Yo bajé antes al jardín y... hice un poco de ruido. Seguramente fue a mí a quien oyeron los huéspedes.


-Informaron sobre los ruidos bastante tarde -dijo el sheriff-. ¿A qué hora salió usted?


-Un poco después de medianoche, creo.


-¿Qué estaba haciendo ahí afuera después de medianoche? -preguntó él con curiosidad.


-¿Que qué estaba haciendo? -se aclaró la garganta-. Estaba... contemplando las estrellas. No hay un lugar mejor que Point para ver las estrellas.


-Es verdad -corroboró Dee-. Pero esta noche no se pueden ver. El cielo está nublado.


-Sí -dijo Paula, apretando fuertemente los puños-. Fue muy difícil encontrarlas.


El sheriff sacudió la cabeza.


-No pudo ser usted a quien oyeron los huéspedes. Los ruidos se produjeron después de que entrara. Alguien tuvo que apoyar el banco contra la pared.


-¿El banco? -repitió ella. ¡Se había olvidado del maldito banco!-. Oh, se refiere al banco del jardín... -forzó una carcajada mientras buscaba una explicación-. Yo lo puse ahí.


-¿Usted? -preguntó el sheriff, parpadeando de asombro-. ¿Por qué?


-Bueno, estuve tanto tiempo mirando el cielo que... me empezó a doler la espalda. Necesitaba una superficie dura para apoyarme, así que...


Del armario salió un ruido ahogado, como si alguien estuviera conteniendo una carcajada.


-Así que apoyé el banco contra la pared y me senté -siguió Paula, elevando el tono de voz-. Se me olvidó devolverlo a su sitio. Lo siento. Todo ha sido un malentendido, sheriff.


-Me alegra saber que fuiste tú, Paula -dijo Dee-. No podía creer que hubiera un merodeador.


-Supongo que yo también me alegro de saberlo -murmuró el sheriff-. Me siento ridículo por haber salido al balcón con la pistola, como algún poli de la tele.


-No, no, le estoy muy agradecida -le aseguró Paula-. Podría habernos salvado la vida. Y su idea de preguntarme el nombre de mi padre... brillante.


Del armario salió otro ruido ahogado, pero quedó amortiguado por la entusiasta afirmación de Dee. Aparentemente convencido, el sheriff siguió a la dueña del hotel escaleras abajo.


Pedro cerró la puerta, se apoyó en la hoja y soltó un largo y tembloroso suspiro de alivio.