sábado, 29 de diciembre de 2018
EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 27
Paula sintió el desprecio de la comunidad en cuanto entró en la zona sombreada del picnic con vistas a la playa. Aunque reconoció muchos rostros junto a las mesas y las parrillas, nadie le sonrió ni la saludó. Algunos la miraron, otros apartaron la mirada y unos pocos cuchichearon entre ellos.
Aunque Agnes y el sheriff la habían prevenido, el rechazo le resultó muy doloroso. Pero no podía marcharse sin hacer sus averiguaciones, así que mantuvo la cabeza alta y una expresión agradable.
No vio a Pedro ni a su familia, ni tampoco a los amigos de su vieja banda... Jimbo, Robbie o Frankie. A quien sí vio fue a Agnes, vestida con un kimono amarillo, sentada en una mesa junto al pabellón y jugando a las cartas con tres ancianas y un caballero de pelo blanco. Paula se dirigió hacia ellos, esperando posicionarse en territorio amistoso antes de infiltrarse en la multitud hostil. Todo el mundo vestía shorts, vaqueros y trajes de baño, y se sentía fuera de lugar con su vestido de tirantes, no demasiado informal. No se había atrevido a ponerse los pantalones cortos.
Se esforzó por esbozar una sonrisa amable e intentó entablar una conversación con el grupo más cercano. Sólo consiguió que le respondieron con monosílabos, y nadie recordaba si habían puesto gambas en los platos del último picnic.
Mientras paseaba entre las mesas y los vecinos, intentando romper el hielo, un adolescente en bañador se subió a una mesa vacía y empezó a gritar y a apuntar hacia el puerto deportivo.
-¡Mirad, mirad! ¡El doctor Alfonso viene en su barco!
La gente empezó a aplaudir y a silbar. Los niños de todas las edades echaron a correr hacia el puerto, mientras un esbelto velero blanco a motor se acercaba por las verdes aguas de la bahía. Las madres retuvieron a los más pequeños y les gritaron a los mayores para que no se acercaran demasiado al muelle, y los padres siguieron a sus hijos con la vista fija en la embarcación.
Paula se apoyó en una mesa y observó cómo el velero atracaba limpiamente. La primera persona que vio fue a una rubia pequeña y bronceada, con el pelo por los hombros y una radiante sonrisa, que saludaba a los niños desde la cubierta.
Una garra invisible atenazó el corazón de Paula.
¿Había llevado Pedro a una acompañante? ¿Tan pronto, después de haber hecho el amor con ella la noche anterior?
Dos hombres salieron de la cámara del timón y empezaron a atar los cabos. Paula reconoció al más fornido de los dos con su mata de pelo rojo. Era Jimbo. El otro era Robbie, con bigote y cola de caballo. Y cuando la rubia golpeó a Jimbo en el brazo, Paula supo que no podía ser otra que Frankie, la otra mujer de la banda.
Una pareja alta y elegante salió de la cabina. El doctor y la señora Alfonso. Los padres de Pedro.
A Paula le dio un doloroso vuelco el corazón.
Había pasado los días más felices de su infancia con ellos. En muchos aspectos la habían conocido mejor que su propia hermana o su padre.
¿Cómo la recibirían? Nadie de su vieja banda la había llamado, aunque sin duda sabían que estaba en Point. El día anterior le había dejado a Frankie un mensaje en el contestador, pero no había recibido respuesta. La culpa era suya, por haber estado doce años sin contactar con ellos.
Entonces vio la alta y bronceada figura de Pedro saliendo de la cabina. Iba acompañado de su perro, Zeus, y su risa se oía por encima del jolgorio. A Paula se le aceleró el pulso y se dio la vuelta. Esperaría a que los Alfonso se hubieran acomodado para saludarlos.
Apenas se había alejado una distancia prudente, cuando sintió que alguien le tiraba del brazo.
-Perdone, ¿es usted la señorita Paula Chaves? -le preguntó una niña con trenzas negras.
Una punzada de aprensión la traspasó.
-Sí.
-La señora Alfonso quiere verla -dijo la niña, con una voz tan aguda que atrajo varias miradas.
Consciente de que estaba siendo el centro de atención, Paula miró nerviosamente a través del claro de hierba hacia la mujer que reclamaba su presencia. La señora Alfonso estaba de pie, con los brazos cruzados y la cabeza alta, vestida con una blusa beige, unos pantalones veraniegos y el pelo elegantemente recogido. Su expresión era severa y miraba fijamente a Paula.
Paula se estremeció. La señora Alfonso era la directora de la escuela, y ningún alumno se tomaba sus sermones a la ligera. Y nadie que la conociera se esperaría que tolerase un ataque contra su hijo.
Intentó forzar una sonrisa, sin éxito, y caminó hacia ella. Todo el mundo parecía haberse quedado en silencio, observándola.
Al acercarse, vio que su pelo rubio estaba lleno de canas y que las arrugas eran más pronunciadas en torno a sus ojos pardos. Pero seguía irradiando la misma aura de elegancia y regia autoridad que había sobrecogido a generaciones de estudiantes.
-Tengo entendido, señorita Chaves -dijo con aquel acento sureño que bastaba para enderezar a cualquiera-, que has venido a Point por asuntos de trabajo.
-Sí, señora. Por asuntos de trabajo. Nada personal -admitió Paula, avergonzada. La señora Alfonso la había reprendido varias veces en clase, pero siempre había creído en ella.
Había reconocido el mérito de su trabajo y la había animado a apuntar alto. Y cuando su madre murió, la señora Alfonso había ido a visitarla a su casa para abrazarla. Sólo para abrazarla.
-Es evidente, puesto que no has querido agraciarnos con tu presencia.
-¿Cómo dice? -preguntó Paula, confundida.
-Llevas aquí dos días, jovencita -la reprendió-. ¿Nos has llamado a alguno de nosotros? ¿Mmm?
Una mano se agitó enérgicamente en el aire, junto a Paula.
-Me llamó a mí, señora Alfonso -exclamó Frankie como una alumna alborotadora-. Pero no oí mis mensajes hasta esta mañana -se volvió hacia Paula y sonrió-. Lo siento, Pau.
-A mí no me ha llamado -se quejó Jimbo con su fuerte voz masculina.
-A mí tampoco -añadió Robbie, frunciendo cómicamente la boca bajo el bigote.
Paula miró atónita los rostros familiares, y la señora Alfonso le rodeó la cintura con un brazo.
-Supongo que la pregunta es... ¿se debe olvidar a los viejos conocidos?
-¡Adelante, Freddie! -gritó Jimbo.
Un saxofón empezó a tocar el tema Auld Lang Syne, acompañado por un coro de voces entusiastas aunque desentonadas. El grupo se abrazó por los hombros y empezaron a mecerse alrededor de la mesa. Entonces Paula vio la tarta de chocolate frente a ella con un mensaje escrito con glaseado amarillo: Bienvenida a casa, Paula.
Se le hizo un nudo en la garganta y los ojos se le humedecieron. ¡No podía llorar! No delante de sus viejos amigos. Para ellos aún seguía siendo una marimacho. Apartó la mirada de la tarta, los cantantes y las sonrisas, luchando por recuperar la compostura. Y entonces vio a Pedro.
Estaba apoyado en una palmera, observándola con la indiferencia propia de un amable desconocido. ¿Qué pensaría de la extravagante bienvenida que su madre y sus amigos le habían ofrecido?
Paula agradeció que se mantuviera discretamente al margen, pero al mismo tiempo buscó en su rostro algún atisbo de acercamiento. Una sonrisa, un ligero asentimiento...
La canción acabó y la señora Alfonso le dio un fuerte abrazo.
-Haz tu trabajo, pero no te comportes como una extraña, ¿entendido?
-Señora Alfonso -susurró Paula-, usted sabe cuál es mi trabajo, ¿verdad?
-Naturalmente. Pero confío en él y en ti también. Sé que harás lo correcto. Y ahora ve a divertirte con tus amigos.
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