viernes, 28 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 24




El armario se abrió y Pedro salió. Se había puesto los vaqueros negros, aunque los tenía desabrochados, y la camisa le colgaba indolentemente de un hombro. Una sonrisa curvaba sus labios y un brillo destellaba en sus ojos ambarinos mientras avanzaba hacia ella.


-Oh, señorita Paula -murmuró, recorriéndola con su intensa mirada-. Será mejor que se tumbe en la cama y me permita darle un masaje en la espalda para aliviar esos dolores.


-No tiene gracia -replicó ella-. Tienes que marcharte.


Él le deslizó los dedos en el pelo y le acarició el rostro con el pulgar, haciendo que su fuerza de voluntad se derritiera sin remedio.


-No tengo que marcharme -susurró-. Tengo toda la noche, todo el día de mañana y toda la noche...


-Pedro... Esto ha sido un error -gimió cuando la besó en el cuello y le atrapó el rostro entre las manos, recordando el roce de su áspera piel contra los pezones-. Ha sido culpa mía. No debería haberte provocado con aquel juego estúpido.


-Puedes compensarme -dijo él, llevando las manos hasta su cintura-. Ahora jugaremos según mis reglas -le susurró contra la boca-. Tendrás que decir: «Pedro, por favor... hazme el amor».


Antes de que ella pudiera protestar le cubrió la boca con un beso. Los brazos de Paula le rodearon instintivamente el cuello, y él tiró del cinturón de la bata para desatar el nudo.


Paula soltó un gemido angustioso y se apartó de él, aferrándose la bata con los puños.


-No puedo hacer el amor contigo -declaró, respirando agitadamente.


-¿Por qué no? -preguntó él con el ceño fruncido.


-¡No está bien! Estoy investigando una demanda contra ti, Pedro. Lo siento. Me dejé llevar por la emoción al oírte decir lo mucho que me habías deseado -confesó. Apartó la mirada para no enfrentarse a sus ojos y se pasó una temblorosa mano por el pelo-. Pero ya no somos niños, y no puedo arriesgarme a comprometer este caso ni la integridad de mi empresa implicándome personalmente con el objeto de mi investigación.


-No veo cómo una relación sexual podría afectar a eso -repuso él, apoyándose contra la puerta.


-Estoy trabajando para una abogada, quien además resulta que es mi hermana -insistió ella, quedándose a una distancia segura de él-. Las consideraciones éticas son muy complicadas, y si Gaston Tierney sospecha que el equipo de su abogada ha conspirado contra él de alguna manera... -interrumpió bruscamente su explicación. De nuevo había actuado sin pensar. No debería estar hablando de eso con él. Agarró las botas y se las tendió-. Vístete. Por favor.


-Mantendremos nuestra relación en secreto, Paula -le aseguró él, arrojando las botas al suelo-. No es asunto de nadie más. Pero aunque alguien lo descubriera, seguramente supondría que estás haciendo lo mejor para tu cliente. Ya sabes... intentando sonsacarme información.


-¿Eso crees que estaba haciendo? -preguntó ella, indignada-. ¿Sonsacarte información?


-Claro que no. Si te digo esto es porque algunos amigos míos me han advertido que no confíe mucho en ti. Han oído que hoy estabas conduciendo mi coche, y supongo que Gloria me vio besarte, así que...


-No he sido yo la que se ha puesto a imitar a un chimpancé bajó el balcón -le recordó ella.


-No era un chimpancé -dijo él con una mueca.


-¿Acaso estás tratando de sonsacarme información tú a mí?


-¿Te he hecho alguna pregunta sobre el caso?


-Aún no.


-Y no lo haré. No necesito sonsacarte información. He estado recibiendo llamadas en el hospital toda la tarde, informándome de las fotos que te dio Gloria, de las conversaciones que has grabado, de los archivos judiciales que has comprobado y de la sopa que no tenía gambas.


-¿Sabías todo eso y aun así has venido? -le preguntó ella, boquiabierta.


-Nada de eso tiene que ver contigo y conmigo -respondió él, clavándole la mirada.


-Sí, claro que sí -replicó ella con voz ahogada. 
¿Cómo podía reprenderlo por haber ido a verla aquella noche, cuando ella había hecho algo mucho peor? Había ido a Mocassin Point para destruirlo, y lo había provocado para que le hiciera el amor-. Vístete. Tienes que marcharte.


-Nadie tiene por qué saber que estoy aquí, Paula.


-¡Lo sabrán todos! Tu coche y el mío están ahí fuera. Me sorprende que el sheriff no se haya fijado.


-He aparcado tu coche en el garaje trasero y he cerrado la puerta. Nadie se dará cuenta de que está ahí. Si alguien te pregunta mañana cuándo hemos intercambiado los vehículos, dile que dejaste la llave en mi coche y que no estabas segura de cuándo vendría a recogerlo.


-Haces que parezca muy fácil, pero yo seré la más perjudicada si el secreto sale a la luz. ¿Qué tienes tú que perder?


-A ti.


La cálida franqueza de su mirada confundió aún más a Paula. Su corazón confiaba en aquella sinceridad, pero su cabeza la acuciaba a alejarse. El la deseaba, pero el sexo no era más que sexo, a menos que ella se permitiera creer que había algo más.


Y quería creer que había algo más. Quería creer que Pedro sentía por ella algo más profundo, más fuerte y más duradero que una mera atracción física. El terror que había sentido mientras hacían el amor volvió a invadirla. Se había pasado doce largos años levantando sus defensas para que nunca más volviera a necesitar emocionalmente a un hombre. No podía dejar que aquellas barreras se derritieran con el calor de la pasión.


Se dio la vuelta con la intención de recoger las botas del suelo, ponérselas a Pedro en los brazos y echarlo de su habitación. Pero antes de que pudiera dar un paso él la sujetó por los hombros.


-¿De qué tienes miedo, Paula? No me digas que es por tu reputación profesional. No estabas pensando en eso cuando estábamos desnudos en el suelo.


A Paula se le detuvo el corazón. No podía discutirle esa verdad.


-El pánico te bloquea cuando las cosas empiezan a caldearse -la acusó él-. ¿Por qué?


-El... el sheriff estaba llamando a la puerta -se excusó ella.


-Antes de eso -insistió Pedro, sacudiéndola ligeramente.


Paula lo miró consternada. Pedro se había dado cuenta de que estaba aterrorizada. «No tengas miedo», le había dicho. «Soy yo.» Un consuelo irónico, teniendo en cuenta que era únicamente él quien podía asustarla.


-Vete a casa,Pedro -le suplicó.


-No puedo salir ahora -dijo él, aferrándole los hombros con fuerza-. Tenemos que esperar a que Dee y los demás vuelvan a dormirse después del susto. El sheriff podría seguir ahí fuera.


Paula reprimió un gemido. Pedro tenía razón. Pero ¿cómo podía arriesgarse a permitirle permanecer allí un momento más? Se sentía indefensa ante el calor varonil que su cuerpo irradiaba y sus manos apretándole posesivamente los hombros.


-Lo mejor será que me vaya justo antes de que amanezca -dijo él.


Para eso quedaban unas cuantas horas. Paula reconoció su expresión decidida y supo que no podría convencerlo para marcharse. La familiaridad de su férrea voluntad la afectó traicioneramente.


-Lo siento, Pedro, por haberte engañado de esta manera. ¡Lo siento mucho! No debí haberte besado. Ni debí... intimar contigo -añadió en un débil susurro.


-Por Dios, Pau, ¡no llores! -dijo él, visiblemente preocupado. La estrechó entre sus brazos mientras ella intentaba contener las lágrimas-. No pasa nada -le susurró contra sus cabellos al tiempo-. Lo entiendo. Nada de lo que has hecho me ha afectado. 


Estuvo un rato abrazándola y meciéndola suavemente, hasta que ella fue consciente de que tenía el rostro presionado contra su hombro desnudo, los pechos aplastados contra su recio torso y los latidos de sus corazones retumbando al unísono.


-El único problema es que has intimado conmigo, y es demasiado tarde para cambiar eso dijo él. Se apartó y le tomó el rostro entre las manos-. ¿Qué daño pueden hacer unas horas más?


El calor de su mirada le abrasó el corazón a Paula, robándole el aire de los pulmones e infundiéndole una profunda necesidad.


-Ven a la cama conmigo, Paula -le pidió él-. No haré nada que no quieras, lo juro.


Ella no podía pensar en nada que no quisiera que Pedro hiciese. En realidad, quería que lo hiciera todo.


-Sólo por esta noche -concedió en un tembloroso susurro-. Y nunca más. Nunca, nunca más...



Él la hizo callar con un beso ardiente y apasionado


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