miércoles, 26 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 19




-¡Shhh! Lárgate -susurró Paula, abriendo las puertas lo suficiente para asomar la cabeza-. Vas a conseguir que todo el mundo salga en busca del chimpancé.


-¿El chimpancé? -repitió él con voz profunda y suave desde algún sitio bajo el balcón-. ¿Es que no reconoces a un ave exótica cuando la oyes?


Paula se mordió el labio para reprimir una carcajada.


-¿Alguna vez te han dicho que eres desesperante?


-Sí. Una amiga llamada Paula Chaves. ¿La conoces?


Una inesperada sensación de pérdida se instaló en su estómago.


-¿Cómo sabías qué habitación era la mía? -le preguntó para cambiar de tema.


-Se lo pregunté ayer a los hijos de Dee.


-Vete, Pedro.


-Baja. Te he traído tu coche.


-Podemos cambiar los coches por la mañana.


-Necesitaré el mío esta noche, por si acaso me llaman para una emergencia. Siento haber llegado tan tarde. El único que podía llevarme a casa era el viejo Walt, de mantenimiento, y su turno no acabó hasta las once. Además, tuve que pararme a lavar tu coche con la manguera después de haberlo sacado del barro. Pensé que no querrías conducirlo en ese estado.


Una mezcla de gratitud, culpa y otras emociones difíciles de nombrar la hizo salir al balcón, donde buscó la presencia de Pedro a la luz de la luna.


Necesitaba verlo. Lo había juzgado mal. Pedro no sólo había cumplido su palabra, sino que se había tomado más molestias de las necesarias para ayudarla después de una larga jornada en el hospital.


-Gracias por traerme el coche -dijo, apoyándose en la barandilla-. Pero no tenías por qué lavarlo.


-Quería hacerlo -respondió él, moviéndose en las sombras para que pudieran verse más claramente.


A Paula le dio un vuelco el corazón al verlo tan alto y varonil, con sus anchos hombros y las piernas separadas. El pelo le relucía a la luz de la luna, y sus susurros adquirían una sensual aspereza en la noche veraniega.


-Tenemos que intercambiar las llaves de los coches, Pau. Baja.


Ella tragó saliva, sabiendo que Pedro quería algo más que la llave. Se sentía terriblemente tentada.


-Puedes tirármela aquí y yo dejaré caer la tuya.


-Está muy oscuro. Podría perderse en la hierba.


-Entonces tendrás que esperar hasta mañana.


-Tengo una idea mejor.


Ella vio cómo agarraba un banco del jardín y lo colocaba bajo el balcón.


-¿Vas a subirte al banco para que te dé la llave? -preguntó, vagamente decepcionada-. ¿Pedro?


Al cabo de un breve silencio, oyó un ruido sordo, una maldición ahogada y el roce de unas botas contra la pared de ladrillo.


-No estarás intentando subir aquí, ¿verdad? -dijo con aprensión-. Será mejor que no lo hagas -añadió, y soltó un grito cuando las manos de Pedro se aferraron a la barandilla y sus alborotados cabellos rubios aparecieron ante ella-. Estás loco -susurró, inclinándose sobre él-. Alguien te verá y llamará a la policía. Te caerás y te romperás el cuello. Te... oh, Dios mío.


Con el corazón desbocado por la angustia, retrocedió mientras Pedro se encaramaba a la barandilla y plantaba sus botas en el balcón.


-No creías que podría hacerlo, ¿verdad? -dijo con una sonrisa torcida.


Ella sintió deseos de estrangularlo por asustarla de aquella manera.


-Podrías haberte quedado en el banco y yo te hubiera dado la llave.


-Vaya, no se me había ocurrido -dijo él sin dejar de sonreír.


Paula soltó un resoplido.


-¿Te das cuenta de los problemas que tendrías si llamara a la policía?


Pedro se apoyó indolentemente en la barandilla. 


Llevaba vaqueros y camiseta negros, y con su pelo alborotado alrededor de su atractivo rostro parecía la versión fantástica de un ladrón.


-Adelante. Denúnciame.


-Debería hacerlo.


Su mirada ambarina le recorrió el rostro, y Paula se embebió en la contemplación de sus rasgos varoniles, salpicados por la luz de la luna. El dulce olor del loto y la hierba impregnaban la brisa nocturna, embriagándola. Las ranas y los grillos cantaban con un ritmo fuerte y constante, como el torrente sanguíneo que palpitaba en sus orejas. Y el suave murmullo del mar la llenaba de una extraña sensación premonitoria.


La sonrisa de Pedro fue borrándose de su rostro a medida que su mirada absorbía el resto de Paula, que sintió su cálido escrutinio por todas partes, como si fuera una caricia. Cruzó los brazos al pecho para detener aquella seducción silenciosa y se rodeó los brazos desnudos con los dedos. La camisola de satén apenas cubría las braguitas, dejándola atrevidamente expuesta. Los finos tirantes se habían deslizado de sus hombros, y aparte de un borde de encaje las piernas y los muslos estaban desnudos. Era como llevar un bañador, se dijo. Y sin embargo, estar al descubierto le infundía una arrobadora sensación de poder.


Pedro volvió a mirarla a los ojos con renovada intensidad.


-¿Desde cuándo eres tan condenadamente hermosa?


Paula sintió que se abrasaba bajo la piel. Pedro la estaba consumiendo con su mirada, incitándola a exhibirse aún más. La afectaba con demasiada facilidad.


-Iré por tu llave -dijo, y se giró llena de pánico hacia las puertas francesas.


Él se movió para bloquearle el paso, pero fue su mirada lo que la detuvo.


-Antes quiero cobrarme el resto del pago -susurró.


A Paula se le formó un nudo en la garganta.


-No sé a qué pago te refieres.


-Un beso -dijo él con una sonrisa, aunque su mirada seguía siendo seria e intensa-. Me debes un beso.


-En ningún momento acepté pagarte con un beso.


-Claro que sí -replicó él. Le acarició la mejilla y hundió la mano en sus cabellos, provocándole el deseo de recibir más-. No con palabras, pero sí con tus ojos... -añadió, trazando una línea sensual junto a la boca-. Bésame, Paula -le pidió-. Por favor. Llevo pensando en esto toda la noche.


Un deseo traicionero la recorrió. Quería ceder al impulso, pero ambos sabían que no sería sólo un beso. Tenía que obligarse a recordar las razones por las que no podía intimar con él... El caso de negligencia. Su propia reputación profesional. Y las traiciones del pasado.


-Entonces... ¿te parezco hermosa ahora, Pedro?


Él cerró los ojos y le rozó ligeramente el labio inferior con la boca.


-Sí... Y si te estás preguntando por qué creo que eres hermosa, debo decir que mi criterio está basado en una reacción puramente física. Nunca he visto a una mujer más hermosa -le aseguró en un vehemente susurro.


Ella respiró hondo y se apartó de él. La camisola de satén color melocotón reflejaba los destellos de la luna, ciñéndose a sus pechos y elevándose sobre sus braguitas cuando Paula apoyó una mano en la cadera.


-¿Le decías las mismas cosas a Malena?


-¿A Malena?


-Shhh -lo hizo callar Paula, tapándole la boca con una mano cuando la luz del balcón superior se encendió.


Se oyeron unas voces murmurando sobre ellos, y Paula miró a Pedro con ojos muy abiertos para obligarlo a permanecer en silencio. El le rodeó la cintura con el brazo y la hizo entrar en la habitación, cerrando las puertas tras ellos. La mano de Paula se apartó de su boca y se posó en el hombro


-No hagas ruido -susurró ella. Estaba tan cerca que su aliento le calentaba a Pedro el cuello y la barbilla-. No quiero que nadie sepa que estás aquí.


Él asintió, aunque no le importaba quién pudiera oírlos.


-¿Por qué me has preguntado por Malena? -le preguntó en voz baja.


-¿Le decías que era la mujer más hermosa que hubieras visto en tu vida?


-No pensaba eso de Malena.


-¿Ah, no? Ella creía que sí lo pensabas.


Pedro se quedó momentáneamente sin palabras y levantó las manos en un gesto de súplica.


-¿Qué estás intentando decirme, Paula?


-Le rompiste el corazón a Malena.


-¿Qué? -espetó él, absolutamente perplejo.


-La usaste y luego te deshiciste de ella.


Pedro se dejó caer en un sillón cercano y la miró en silencio mientras intentaba asimilar el impacto de aquella acusación. Entonces se frotó los ojos y soltó una silenciosa carcajada.


-¿Por eso me desprecias? -preguntó, volviendo a levantarse-. ¿Porque crees que le rompí el corazón a Malena?


-No te hagas el sorprendido -dijo ella, encarándolo con las manos en las caderas-. Es mi hermana, Pedro. ¿Te acuerdas de cómo te sentiste por Becky?


-Sí.


-Así me siento yo por Malena.


Pedro comprendió finalmente la magnitud de su enfado. Apretó los dientes con frustración. No podía permitir que Paula pensara lo mismo que él pensaba de Gaston Tierney.


-Paula, te juro que nunca hubo nada serio entre Malena y yo -le dijo con total sinceridad.


-Ahí quería llegar -replicó ella con la voz quebrada-. Dices que no hubo nada serio entre vosotros, pero algunas mujeres se toman las cosas más en serio que tú, Pedro. Como Malena y yo.


-Crees que me acosté con ella, ¿verdad?


Aquella pregunta la pilló por sorpresa.


-No... no es asunto mío.


-¿Te dijo Malena que me había acostado con ella?


-¡Claro que no! Malena nunca me hablaba de esas cosas. Yo era su hermana pequeña. Pero no soy estúpida. Si un semental como tú iba a buscarla en mitad de la noche, dudo que fuera para buscar cangrejos.


-Un semental como yo -repitió él tranquilamente. El tono cortante de Paula dejaba muy claro que no se lo había dicho como un cumplido-. Crees que la persuadí para que saliera de casa, le llené la cabeza de falsos halagos y la convencí para que nos acostáramos, ¿no?


-¿No fue así?



EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 18





Mientras lo esperaba, organizó sus notas y planchó su ropa. A las diez encendió la televisión, pero su atención seguía en otra parte. 


Una tarifa de dos besos... ¿Cómo se podía ser tan arrogante?


Las once en punto, y Pedro seguía sin aparecer.


Tal vez había tenido que ocuparse de otra emergencia. O tal vez había encontrado otra cosa mejor que hacer para la noche del viernes. Paula intentó no pensar en qué «cosa» podía ser. ¿Quién lo llevaría a casa después del trabajo? El hospital estaba a una hora en coche desde Point. ¿Quién sería capaz de atravesar los pantanos a esas horas? Una hermosa joven, por supuesto. Y Pedro le estaría pagando la carrera... con besos.


Lo cual no le importaba a Paula. En absoluto. 


Apagó la televisión y se paseó por la habitación.


Pedro podía estar con las mujeres que quisiera. 


Ella sólo quería recuperar su coche.


El reloj dio las doce. Las doce y media... Paula apretó los dientes. Pedro le había prometido ir y había roto su promesa. Tenía derecho a estar furiosa con él. Casi había olvidado lo indigno de confianza que era Pedro Alfonso. Al día siguiente, en el picnic, interrogaría a cualquiera que pudiese ayudarla en el caso. Seguiría todas las pistas que pudiera, se reuniría con el personal del hospital y regresaría a Tallahassee sin el menor remordimiento.


Se dio una ducha, se cepilló los dientes y se puso un camisón. Al retirar la colcha para acostarse, oyó un ruido que la hizo detenerse. 


Algo pequeño y duro había golpeado la ventana.


Volvió a oírse un ruido semejante, y Paula se acercó a las puertas francesas que daban a un balcón privado. Mientras escudriñaba la oscuridad exterior, un objeto golpeó el cristal. Un guijarro.


De repente lo comprendió. Cuando eran niños, Pedro arrojaba piedras a la ventana de su dormitorio por la noche. Ella se escabullía de casa y los dos se iban a correr aventuras nocturnas... buscando cangrejos en la arena o pescando en los muelles privados.


En los últimos años, Pedro había arrojado piedrecitas a la ventana de Malena. Paula había permanecido despierta, escuchando cómo su hermana salía furtivamente de casa y preguntándose qué aventuras compartiría con Pedro. Dudaba que fueran a buscar cangrejos. Ahora se daba cuenta de que había estado resentida con Malena. Y dolida porque Pedro hubiera elegido a su hermana. Pedro siempre había sido su amigo, y al entrar en la adolescencia ella había deseado que la besara y que la quisiera más que como a una amiga. Pero él había preferido a su hermana mayor y más guapa.


La verdad sobre su disgusto la avergonzaba. No era extraño que la hubiera enterrado bajo una explicación más aceptable. Pero lo más alarmante era que, después de todos esos años, aún no había perdonado a Pedro. ¿Había besado a Malena con la misma pasión conque la había besado a ella aquel día? ¿Le había susurrado tonterías que la hicieran sentirse como si fuera la única mujer en el mundo para él? De ser así, no podía culpar a Malena por creer que él estaría siempre dispuesto a ayudarla.


Otro guijarro golpeó el cristal, devolviendo a Paula al presente.


«No abras», se advirtió a sí misma. «No salgas al balcón». Pedro había llegado demasiado tarde. El intercambio de coches podía esperar hasta el día siguiente.


Un silbido suave sonó en la noche de septiembre. Era otra señal que habían usado de niños.


Paula se mordió el interior de la mejilla y se cruzó de brazos. No abriría las puertas. Ni en un millón de años. Sabía a qué había venido Pedro


A cobrar el beso pendiente.


Una corriente de calor se arremolinó en su estómago.


Otra señal alcanzó sus oídos... La señal que Pedro se había esforzado tanto por perfeccionar. Aunque su intención era parecer el canto de un ave exótica, a Paula siempre le había parecido un chimpancé herido.


Una involuntaria sonrisa curvó sus labios. Si seguía haciendo ese ruido conseguiría que todos los huéspedes del hotel salieran a los balcones.


El chimpancé volvió a llamarla, y Paula puso una mueca de exasperación. Aquel hombre era tan desvergonzado como enervante y atrevido.


Abrió las puertas del balcón para decírselo.



martes, 25 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 17





Gloria se pasó una hora con Paula, enseñándole las fotos del picnic y dándole las copias, los negativos o cualquier cosa que necesitara. Una foto mostraba a Pedro junto a un árbol y con una cerveza en la mano. Aquello podía probar que había estado bebiendo antes de atender a Agnes, pero Paula no sintió ninguna satisfacción y pensó en ignorar la foto.


Se obligó a quedársela. El trabajo era el trabajo. 


Gloria también le entregó fotos de Pedro en otros picnics. En una estaba sentado en una motocicleta negra con una chaqueta de cuero, vaqueros desteñidos y una barba incipiente. 


Parecía más un motero rebelde que un cirujano.


Otra foto lo mostraba con el torso desnudo entre dos mujeres en biquini. Uno de sus amigos le había colgado un estetoscopio al cuello, explicó Gloria con una carcajada. Bajo la foto había escrito El doctor Alfonso trabaja duro.


Aquellas fotos eran idóneas para ponerlo en contra de un jurado... todo lo contrario a la imagen profesional que a su abogado le gustaría defender en el juicio. Gloria creía que Paula quería las fotos para recordar los viejos tiempos, ya que en casi todas ellas aparecían sus amigos de la infancia. No fue hasta que volvió al hotel cuando a Paula empezó a remorderle la conciencia.


¿Qué le estaba pasando? Sólo estaba haciendo su trabajo, buscando pistas y reuniendo pruebas. Entonces, ¿por qué se sentía tan culpable?


Sentada junto al teléfono en su habitación, se imaginó cómo se sentiría Gloria cuando descubriera la verdad. Traicionada. Pensó en llamarla y confesar su verdadero papel en el aquel caso. No era prudente, pero tenía que decírselo. Tal vez si le confesaba la verdad ella misma no parecería una traición tan horrible.


Respiró hondo y marcó el número. El cálido saludo de Gloria sólo hizo que la confesión resultara más difícil. Aferrando el auricular con fuerza, Paula le explicó todo lo que no le había contado antes... que su hermana Malena estaba representando a Gaston Tierney en aquel proceso y que ella misma había sido contratada por Malena.


-Pero has venido a mi casa con el doctor Alfonso-dijo Gloria-. Vi cómo te besaba. ¿Cómo puedes estar trabajando contra él?


-Sé que parece extraño, pero...


-¿Sabe él lo que estás haciendo? -le preguntó Gloria con voz cortante.


-Sí, claro que lo sabe. Pero dice que no ha hecho nada malo y que la verdad se acabará sabiendo.


-Ésas parecen sus palabras -murmuró Gloria, como si intentara determinar qué podía creer.


-Gloria, ¿quieres que te devuelva las fotos? -le preguntó Paula, casi esperando que se las pidiera.


-¿Las fotos? -repitió Gloria, alarmada-. No sirven para perjudicar al doctor Alfonso, ¿verdad?


-No estoy segura -respondió Paula.


El silencio de Gloria la afectó más que cualquier reproche.


-Haz lo que consideres oportuno -dijo finalmente Gloria-. Si tu idea es apuñalarlo por la espalda, sacarás copias antes de devolvérmelas. Aunque no creo que las utilices contra él.


Colgó sin despedirse.


Paula se sintió peor que antes, pero enseguida lo pensó mejor. Habría sido una locura devolver las fotos. No podía dejar que los asuntos personales interfirieran en su trabajo, de modo que metió las fotos en su maletín y llamó a un par de testigos de su lista para ir a visitarlos después de la cena. También concertó una reunión con el personal del hospital para el martes. A continuación, se dirigió con el coche de Pedro al juzgado del condado, donde pasó el resto de la tarde buscando informes de otras demandas contra él. No pudo evitar una gran sensación de alivio cuando no encontró nada. 


Furiosa consigo misma por sentirse aliviada, cenó en un pequeño café y luego fue a casa de Sara Babcock para su primera cita.


Alguien debía de haber avisado a Sara de las intenciones de Paula, pues la saludó con inconfundible frialdad y le habló de la magnífica atención que el doctor Alfonso le había brindado a su hijo tras un accidente, cómo había ayudado a nacer a su nieto cuando no pudieron llegar al hospital a tiempo y cómo a ella le había diagnosticado un problema de salud del que nadie se había percatado. Sólo hubo una pregunta para la que Sara no estaba preparada: ¿había gambas en la sopa del picnic?


La respuesta fue negativa, lo que daba credibilidad a la hipótesis de Gaston sobre las reacciones imaginarias de Agnes. Aquello implicaba que la inyección de Pedro había sido innecesaria, y abría la puerta a la especulación sobre el medicamento usado. No eran buenas noticias para Pedro.


Paula no permitió que nada la afectara. Guardó la grabadora en su maletín y fue a visitar al siguiente testigo, quien no le dijo nada que fuera de utilidad. Volvió al hotel a las ocho en punto, preguntándose si Pedro estaría esperándola. Al no verlo allí, se sintió decepcionada y aliviada a la vez. No quería verlo tras haber pasado el día reuniendo pruebas contra él. Por otro lado, quería recuperar su coche y devolverle las llaves del suyo, y acabar así con todo contacto personal entre ellos.


Tras soltar el maletín y quitarse los zapatos de tacón, se tumbó en la cama y pensó en la inminente visita de Pedro. Lo saludaría en la puerta del hotel, intercambiarían las llaves de los coches y se despediría de él. Quizá entonces su precario estado emocional volviera a la normalidad y pudiera hacer su trabajo sin tantas dudas y escrúpulos. Y de ningún modo le pagaría con ese beso que quedaba pendiente de cobro. Sólo de pensarlo se le aceleraba el corazón. Sabía que Pedro no se refería a un beso rápido e inofensivo. Oh, no. Se refería a uno de esos besos prolongados, intensos y abrasadores que tan profundamente la agitaban. 


Cerró los ojos y se deleitó con el recuerdo de sus besos. Nunca había sentido una pasión tan embriagadora. Una pasión que la transformaba en un ser puramente sensual y que la obligaba a olvidarse de todo. Soltó un largo suspiro y abrió los ojos. Ella, la «reina de hielo», que apenas salía con un hombre el tiempo suficiente para intimar físicamente, no podía creer que estuviera allí tumbada, reviviendo los besos de un hombre, anhelando volver a sentir su boca y avivar la fuerza de su poderoso cuerpo...


Se sentó en la cama y se pasó los dedos por el pelo. No podía pensar en Pedro Alfonso de esa manera. Si lo recibía en la entrada del hotel, no habría ningún peligro. No podía haber nada personal entre ellos.




EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 16




La sirena de una ambulancia se oyó a lo lejos, y fue creciendo en intensidad hasta que se detuvo en el exterior de la casa. Paula salió al pasillo y miró en el salón, que ahora estaba atestado de hombres uniformados. Pedro permanecía junto a Rosa y les daba instrucciones a los enfermeros.


Gloria se abrió camino entre el bullicio y se acercó a Paula.


-¿Paula? ¿Paula Chaves? ¿Eres tú?


Ella se había preguntado si Gloria la reconocería. Apenas tuvieron tiempo de intercambiar unas cuantas palabras antes de que el nieto de Gloria le tirara de la falda vaquera y amenazara con vomitar. Gloria lo llevó corriendo al cuarto de baño, seguidos por el otro niño. Estimulado por la actividad frenética, el bebé que Paula tenía en brazos empezó a retorcerse y a protestar para que lo soltara. 


Paula intentó mantenerlo firmemente sujeto, y pronto se dio cuenta de que necesitaba un pañal seco. Fue al cuarto del pequeño, encontró la bolsa de los pañales y puso al niño en la mesa para cambiarlo. Mientras luchaba por sujetar al pequeño juguetón, un par de manos grandes y bronceadas la rodearon, agarraron las caderas del niño y pegaron el adhesivo del pañal.


Acorralada entre los brazos masculinos y un pecho musculoso, giró la cabeza y se encontró con los ojos avellana de Pedro.


-Podría haberlo hecho yo sola.


-Claro que sí -dijo él. Puso un aro de plástico en las manos del bebé, quien soltó un chillido de regocijo y cesó en sus intentos de escapar.


Paula levantó al pequeño en brazos y fulminó a Pedro con la mirada.


-¿Quieres borrar esa sonrisa de tu cara?


-¿Qué sonrisa?


-Esa sonrisa que dice...


-Está babeando en tu hombro.


-No es eso lo que iba a... ¡Oh! -exclamó al ver la mancha de humedad que se extendía por su traje beige. Se echó a reír y abrazó con fuerza al bebé-. Bueno, ya había echado a perder este traje de todas formas.


Pedro la miró con sorpresa y luego miró al bebé.


-Llevo dos días intentando arrancarle una carcajada a esta mujer, amigo. Y tú lo has conseguido en menos de una hora. Tendré que recordar el truco de la baba.


-No creo que te saliera tan bien como a él -dijo ella, volviendo a reírse.


-Oh, oh -murmuró Pedro-. Ahora le estás mordiendo el hombro. Estás invadiendo mi territorio, amigo...


Paula se sintió ridículamente invadida por una intensa ola de calor, y antes de que pudiera reprender a Pedro por hacer comentarios absurdos que pudieran dar lugar a malas interpretaciones, él la miró y le dedicó una sonrisa tan cautivadora que la dejó sin habla.


-¿Se pondrá bien, doctor? -los interrumpió Gloria-. ¿Mamá se ha roto la cadera?


-Parece que se la ha dislocado. Pero quiero hacerle unas pruebas en el hospital para asegurarme. Ahora se la llevarán en la ambulancia, y yo iré con ella.


-Muchas gracias, doctor -dijo Gloria-. No puedo ir al hospital hasta que mi marido vuelva del trabajo.


Paula siguió a Pedro con el bebé en brazos mientras él respondía a las preguntas de Gloria intentando tranquilizarla. Cuando salieron al jardín delantero, Gloria tomó al bebé y le dio las gracias a Paula.


-Espero no haberte estropeado tus planes para hoy -le dijo, mirándolos a los dos.


-Oh, no teníamos ningún plan -se apresuró a responder Paula-. Quiero decir... no tenía ningún plan. Sólo son asuntos de trabajo. Por eso estoy aquí. Con Pedro, me refiero. No estamos... él no...


-Me alegra que me hayas llamado, Gloria -interrumpió Pedro-. Esta tarde tengo que estar en el hospital. Le echaré un ojo a tu madre durante un par de días.


Gloria volvió a darle las gracias y se dirigió hacia la ambulancia, donde los paramédicos estaban levantando a su madre en una camilla.


-Llévate mi coche, Paula -dijo Pedro-. No lo necesitaré. Estaré toda la tarde ocupado en el hospital. Le pediré a alguien que me lleve a casa cuando acabe de trabajar y sacaré tu coche del barro.


-No tienes por qué hacerlo -le aseguró ella. No quería que perdiera tiempo con su coche, teniendo tantas cosas que hacer en el hospital-. Ya encontraré a alguien que lo haga.


-Lo haré yo. Esta noche. No sé a qué hora, pero te llevaré tu coche al hotel y allí cambiaremos de vehículos.


-No, llamaré a Bobby Ray Tucker. Tal vez pueda pasarse por tu casa e ir a buscar mi coche con la grúa.


-Se ha ido con su familia a pasar fuera el fin de semana. Por eso me prestó la grúa -explicó él. Abrió la puerta de su coche y le tendió la llave-. Dame la llave de tu coche. Lo remolcaré hasta mi casa, allí dejaré la grúa y te llevaré el coche al hotel.


A Paula no le quedó más remedio que aceptar su oferta. Le dio la llave y se sentó al volante.


-Odio causarte tantos problemas. Cuando acabes de trabajar en el hospital estarás muy cansado.


-Te cobraré por las molestias ocasionadas -dijo él con una sonrisa.


-¿Qué me cobrarás?


-Una pequeña tarifa... Dos besos.


-¿Qué?


El se inclinó y la besó ligeramente en la boca.


-Te veré esta noche -susurró, y antes de que ella pudiera reponerse, le cerró la puerta del coche y se alejó hacia la ambulancia. A mitad del camino la miró por encima del hombro-. Me queda un beso por cobrarme.


Paula pulsó el botón para bajar la ventanilla y decirle que se olvidara del asunto, pero él ya se había subido a la ambulancia, que se alejó a toda velocidad. Entonces se dio cuenta de que Gloria estaba de pie en el césped, sosteniendo al bebé mientras la miraba con curiosidad.


-¿Estás saliendo con el doctor Alfonso?


-¡No! De ningún modo.


-Nunca me ha cobrado ese tipo de tarifa -dijo Gloria con un brillo de regocijo en sus ojos negros.


-Se está comportando de un modo deliberadamente impertinente -murmuró Paula, poniéndose colorada-. Ya sabes cómo es. Siempre tonteando con las mujeres.


-Cierto -corroboró Gloria con una carcajada.


A Paula no le hacía ninguna gracia, aunque no sabía por qué. Introdujo la llave en el contacto y miró a Gloria a través de la ventanilla abierta.


-Creo que deberías saber que no he venido a Point de visita. Estoy investigando una demanda.


-¿La demanda de Gaston Tierney contra el doctor Alfonso?


-En realidad es la demanda de Agnes.


-Todo el mundo sabe que es cosa de Gaston -dijo Gloria. Le dio una palmadita al bebé en el hombro y le sonrió amistosamente a Paula -Pedro es demasiado buen médico para cometer un error como el que Gaston quiere atribuirle. Espero que demuestres que todo es una farsa.


-Gloria, mi trabajo no... no es desmentir la acusación -explicó Paula con voz vacilante. Odiaba admitir que ella y su hermana trabajaban para los Tierney-. Tengo que reunir todas las pruebas que pueda conseguir, sin importar a quien beneficien.


-Naturalmente. Tienes que ser objetiva. Cualquier buen investigador lo es. Pero me alegro de que estés investigando tú el caso, en vez de alguien pagado por Gaston Tierney.


Paula pensó si sería prudente dar más explicaciones.


-Avísame si puedo ayudarte en algo -se ofreció Gloria-. Estoy segura de que todos en Point querrán ayudar al doctor Alfonso en todo lo que puedan.


-Gracias -respondió Paula, reprimiendo el deseo de interrogarla. Gloria era una amiga.


-Yo estaba en el picnic cuando todo ocurrió, ¿sabes?


-¿Viste cómo Pedro le ponía la inyección a Agnes?


-No, ni siquiera supe que se la había puesto. Pero estuve sacando fotos todo el día.


-¿Fotos?


-Siempre estoy sacando fotos. No sé si alguna te podrá ayudar, pero ¿te gustaría verlas?