martes, 25 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 17





Gloria se pasó una hora con Paula, enseñándole las fotos del picnic y dándole las copias, los negativos o cualquier cosa que necesitara. Una foto mostraba a Pedro junto a un árbol y con una cerveza en la mano. Aquello podía probar que había estado bebiendo antes de atender a Agnes, pero Paula no sintió ninguna satisfacción y pensó en ignorar la foto.


Se obligó a quedársela. El trabajo era el trabajo. 


Gloria también le entregó fotos de Pedro en otros picnics. En una estaba sentado en una motocicleta negra con una chaqueta de cuero, vaqueros desteñidos y una barba incipiente. 


Parecía más un motero rebelde que un cirujano.


Otra foto lo mostraba con el torso desnudo entre dos mujeres en biquini. Uno de sus amigos le había colgado un estetoscopio al cuello, explicó Gloria con una carcajada. Bajo la foto había escrito El doctor Alfonso trabaja duro.


Aquellas fotos eran idóneas para ponerlo en contra de un jurado... todo lo contrario a la imagen profesional que a su abogado le gustaría defender en el juicio. Gloria creía que Paula quería las fotos para recordar los viejos tiempos, ya que en casi todas ellas aparecían sus amigos de la infancia. No fue hasta que volvió al hotel cuando a Paula empezó a remorderle la conciencia.


¿Qué le estaba pasando? Sólo estaba haciendo su trabajo, buscando pistas y reuniendo pruebas. Entonces, ¿por qué se sentía tan culpable?


Sentada junto al teléfono en su habitación, se imaginó cómo se sentiría Gloria cuando descubriera la verdad. Traicionada. Pensó en llamarla y confesar su verdadero papel en el aquel caso. No era prudente, pero tenía que decírselo. Tal vez si le confesaba la verdad ella misma no parecería una traición tan horrible.


Respiró hondo y marcó el número. El cálido saludo de Gloria sólo hizo que la confesión resultara más difícil. Aferrando el auricular con fuerza, Paula le explicó todo lo que no le había contado antes... que su hermana Malena estaba representando a Gaston Tierney en aquel proceso y que ella misma había sido contratada por Malena.


-Pero has venido a mi casa con el doctor Alfonso-dijo Gloria-. Vi cómo te besaba. ¿Cómo puedes estar trabajando contra él?


-Sé que parece extraño, pero...


-¿Sabe él lo que estás haciendo? -le preguntó Gloria con voz cortante.


-Sí, claro que lo sabe. Pero dice que no ha hecho nada malo y que la verdad se acabará sabiendo.


-Ésas parecen sus palabras -murmuró Gloria, como si intentara determinar qué podía creer.


-Gloria, ¿quieres que te devuelva las fotos? -le preguntó Paula, casi esperando que se las pidiera.


-¿Las fotos? -repitió Gloria, alarmada-. No sirven para perjudicar al doctor Alfonso, ¿verdad?


-No estoy segura -respondió Paula.


El silencio de Gloria la afectó más que cualquier reproche.


-Haz lo que consideres oportuno -dijo finalmente Gloria-. Si tu idea es apuñalarlo por la espalda, sacarás copias antes de devolvérmelas. Aunque no creo que las utilices contra él.


Colgó sin despedirse.


Paula se sintió peor que antes, pero enseguida lo pensó mejor. Habría sido una locura devolver las fotos. No podía dejar que los asuntos personales interfirieran en su trabajo, de modo que metió las fotos en su maletín y llamó a un par de testigos de su lista para ir a visitarlos después de la cena. También concertó una reunión con el personal del hospital para el martes. A continuación, se dirigió con el coche de Pedro al juzgado del condado, donde pasó el resto de la tarde buscando informes de otras demandas contra él. No pudo evitar una gran sensación de alivio cuando no encontró nada. 


Furiosa consigo misma por sentirse aliviada, cenó en un pequeño café y luego fue a casa de Sara Babcock para su primera cita.


Alguien debía de haber avisado a Sara de las intenciones de Paula, pues la saludó con inconfundible frialdad y le habló de la magnífica atención que el doctor Alfonso le había brindado a su hijo tras un accidente, cómo había ayudado a nacer a su nieto cuando no pudieron llegar al hospital a tiempo y cómo a ella le había diagnosticado un problema de salud del que nadie se había percatado. Sólo hubo una pregunta para la que Sara no estaba preparada: ¿había gambas en la sopa del picnic?


La respuesta fue negativa, lo que daba credibilidad a la hipótesis de Gaston sobre las reacciones imaginarias de Agnes. Aquello implicaba que la inyección de Pedro había sido innecesaria, y abría la puerta a la especulación sobre el medicamento usado. No eran buenas noticias para Pedro.


Paula no permitió que nada la afectara. Guardó la grabadora en su maletín y fue a visitar al siguiente testigo, quien no le dijo nada que fuera de utilidad. Volvió al hotel a las ocho en punto, preguntándose si Pedro estaría esperándola. Al no verlo allí, se sintió decepcionada y aliviada a la vez. No quería verlo tras haber pasado el día reuniendo pruebas contra él. Por otro lado, quería recuperar su coche y devolverle las llaves del suyo, y acabar así con todo contacto personal entre ellos.


Tras soltar el maletín y quitarse los zapatos de tacón, se tumbó en la cama y pensó en la inminente visita de Pedro. Lo saludaría en la puerta del hotel, intercambiarían las llaves de los coches y se despediría de él. Quizá entonces su precario estado emocional volviera a la normalidad y pudiera hacer su trabajo sin tantas dudas y escrúpulos. Y de ningún modo le pagaría con ese beso que quedaba pendiente de cobro. Sólo de pensarlo se le aceleraba el corazón. Sabía que Pedro no se refería a un beso rápido e inofensivo. Oh, no. Se refería a uno de esos besos prolongados, intensos y abrasadores que tan profundamente la agitaban. 


Cerró los ojos y se deleitó con el recuerdo de sus besos. Nunca había sentido una pasión tan embriagadora. Una pasión que la transformaba en un ser puramente sensual y que la obligaba a olvidarse de todo. Soltó un largo suspiro y abrió los ojos. Ella, la «reina de hielo», que apenas salía con un hombre el tiempo suficiente para intimar físicamente, no podía creer que estuviera allí tumbada, reviviendo los besos de un hombre, anhelando volver a sentir su boca y avivar la fuerza de su poderoso cuerpo...


Se sentó en la cama y se pasó los dedos por el pelo. No podía pensar en Pedro Alfonso de esa manera. Si lo recibía en la entrada del hotel, no habría ningún peligro. No podía haber nada personal entre ellos.




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