miércoles, 26 de diciembre de 2018
EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 19
-¡Shhh! Lárgate -susurró Paula, abriendo las puertas lo suficiente para asomar la cabeza-. Vas a conseguir que todo el mundo salga en busca del chimpancé.
-¿El chimpancé? -repitió él con voz profunda y suave desde algún sitio bajo el balcón-. ¿Es que no reconoces a un ave exótica cuando la oyes?
Paula se mordió el labio para reprimir una carcajada.
-¿Alguna vez te han dicho que eres desesperante?
-Sí. Una amiga llamada Paula Chaves. ¿La conoces?
Una inesperada sensación de pérdida se instaló en su estómago.
-¿Cómo sabías qué habitación era la mía? -le preguntó para cambiar de tema.
-Se lo pregunté ayer a los hijos de Dee.
-Vete, Pedro.
-Baja. Te he traído tu coche.
-Podemos cambiar los coches por la mañana.
-Necesitaré el mío esta noche, por si acaso me llaman para una emergencia. Siento haber llegado tan tarde. El único que podía llevarme a casa era el viejo Walt, de mantenimiento, y su turno no acabó hasta las once. Además, tuve que pararme a lavar tu coche con la manguera después de haberlo sacado del barro. Pensé que no querrías conducirlo en ese estado.
Una mezcla de gratitud, culpa y otras emociones difíciles de nombrar la hizo salir al balcón, donde buscó la presencia de Pedro a la luz de la luna.
Necesitaba verlo. Lo había juzgado mal. Pedro no sólo había cumplido su palabra, sino que se había tomado más molestias de las necesarias para ayudarla después de una larga jornada en el hospital.
-Gracias por traerme el coche -dijo, apoyándose en la barandilla-. Pero no tenías por qué lavarlo.
-Quería hacerlo -respondió él, moviéndose en las sombras para que pudieran verse más claramente.
A Paula le dio un vuelco el corazón al verlo tan alto y varonil, con sus anchos hombros y las piernas separadas. El pelo le relucía a la luz de la luna, y sus susurros adquirían una sensual aspereza en la noche veraniega.
-Tenemos que intercambiar las llaves de los coches, Pau. Baja.
Ella tragó saliva, sabiendo que Pedro quería algo más que la llave. Se sentía terriblemente tentada.
-Puedes tirármela aquí y yo dejaré caer la tuya.
-Está muy oscuro. Podría perderse en la hierba.
-Entonces tendrás que esperar hasta mañana.
-Tengo una idea mejor.
Ella vio cómo agarraba un banco del jardín y lo colocaba bajo el balcón.
-¿Vas a subirte al banco para que te dé la llave? -preguntó, vagamente decepcionada-. ¿Pedro?
Al cabo de un breve silencio, oyó un ruido sordo, una maldición ahogada y el roce de unas botas contra la pared de ladrillo.
-No estarás intentando subir aquí, ¿verdad? -dijo con aprensión-. Será mejor que no lo hagas -añadió, y soltó un grito cuando las manos de Pedro se aferraron a la barandilla y sus alborotados cabellos rubios aparecieron ante ella-. Estás loco -susurró, inclinándose sobre él-. Alguien te verá y llamará a la policía. Te caerás y te romperás el cuello. Te... oh, Dios mío.
Con el corazón desbocado por la angustia, retrocedió mientras Pedro se encaramaba a la barandilla y plantaba sus botas en el balcón.
-No creías que podría hacerlo, ¿verdad? -dijo con una sonrisa torcida.
Ella sintió deseos de estrangularlo por asustarla de aquella manera.
-Podrías haberte quedado en el banco y yo te hubiera dado la llave.
-Vaya, no se me había ocurrido -dijo él sin dejar de sonreír.
Paula soltó un resoplido.
-¿Te das cuenta de los problemas que tendrías si llamara a la policía?
Pedro se apoyó indolentemente en la barandilla.
Llevaba vaqueros y camiseta negros, y con su pelo alborotado alrededor de su atractivo rostro parecía la versión fantástica de un ladrón.
-Adelante. Denúnciame.
-Debería hacerlo.
Su mirada ambarina le recorrió el rostro, y Paula se embebió en la contemplación de sus rasgos varoniles, salpicados por la luz de la luna. El dulce olor del loto y la hierba impregnaban la brisa nocturna, embriagándola. Las ranas y los grillos cantaban con un ritmo fuerte y constante, como el torrente sanguíneo que palpitaba en sus orejas. Y el suave murmullo del mar la llenaba de una extraña sensación premonitoria.
La sonrisa de Pedro fue borrándose de su rostro a medida que su mirada absorbía el resto de Paula, que sintió su cálido escrutinio por todas partes, como si fuera una caricia. Cruzó los brazos al pecho para detener aquella seducción silenciosa y se rodeó los brazos desnudos con los dedos. La camisola de satén apenas cubría las braguitas, dejándola atrevidamente expuesta. Los finos tirantes se habían deslizado de sus hombros, y aparte de un borde de encaje las piernas y los muslos estaban desnudos. Era como llevar un bañador, se dijo. Y sin embargo, estar al descubierto le infundía una arrobadora sensación de poder.
Pedro volvió a mirarla a los ojos con renovada intensidad.
-¿Desde cuándo eres tan condenadamente hermosa?
Paula sintió que se abrasaba bajo la piel. Pedro la estaba consumiendo con su mirada, incitándola a exhibirse aún más. La afectaba con demasiada facilidad.
-Iré por tu llave -dijo, y se giró llena de pánico hacia las puertas francesas.
Él se movió para bloquearle el paso, pero fue su mirada lo que la detuvo.
-Antes quiero cobrarme el resto del pago -susurró.
A Paula se le formó un nudo en la garganta.
-No sé a qué pago te refieres.
-Un beso -dijo él con una sonrisa, aunque su mirada seguía siendo seria e intensa-. Me debes un beso.
-En ningún momento acepté pagarte con un beso.
-Claro que sí -replicó él. Le acarició la mejilla y hundió la mano en sus cabellos, provocándole el deseo de recibir más-. No con palabras, pero sí con tus ojos... -añadió, trazando una línea sensual junto a la boca-. Bésame, Paula -le pidió-. Por favor. Llevo pensando en esto toda la noche.
Un deseo traicionero la recorrió. Quería ceder al impulso, pero ambos sabían que no sería sólo un beso. Tenía que obligarse a recordar las razones por las que no podía intimar con él... El caso de negligencia. Su propia reputación profesional. Y las traiciones del pasado.
-Entonces... ¿te parezco hermosa ahora, Pedro?
Él cerró los ojos y le rozó ligeramente el labio inferior con la boca.
-Sí... Y si te estás preguntando por qué creo que eres hermosa, debo decir que mi criterio está basado en una reacción puramente física. Nunca he visto a una mujer más hermosa -le aseguró en un vehemente susurro.
Ella respiró hondo y se apartó de él. La camisola de satén color melocotón reflejaba los destellos de la luna, ciñéndose a sus pechos y elevándose sobre sus braguitas cuando Paula apoyó una mano en la cadera.
-¿Le decías las mismas cosas a Malena?
-¿A Malena?
-Shhh -lo hizo callar Paula, tapándole la boca con una mano cuando la luz del balcón superior se encendió.
Se oyeron unas voces murmurando sobre ellos, y Paula miró a Pedro con ojos muy abiertos para obligarlo a permanecer en silencio. El le rodeó la cintura con el brazo y la hizo entrar en la habitación, cerrando las puertas tras ellos. La mano de Paula se apartó de su boca y se posó en el hombro
-No hagas ruido -susurró ella. Estaba tan cerca que su aliento le calentaba a Pedro el cuello y la barbilla-. No quiero que nadie sepa que estás aquí.
Él asintió, aunque no le importaba quién pudiera oírlos.
-¿Por qué me has preguntado por Malena? -le preguntó en voz baja.
-¿Le decías que era la mujer más hermosa que hubieras visto en tu vida?
-No pensaba eso de Malena.
-¿Ah, no? Ella creía que sí lo pensabas.
Pedro se quedó momentáneamente sin palabras y levantó las manos en un gesto de súplica.
-¿Qué estás intentando decirme, Paula?
-Le rompiste el corazón a Malena.
-¿Qué? -espetó él, absolutamente perplejo.
-La usaste y luego te deshiciste de ella.
Pedro se dejó caer en un sillón cercano y la miró en silencio mientras intentaba asimilar el impacto de aquella acusación. Entonces se frotó los ojos y soltó una silenciosa carcajada.
-¿Por eso me desprecias? -preguntó, volviendo a levantarse-. ¿Porque crees que le rompí el corazón a Malena?
-No te hagas el sorprendido -dijo ella, encarándolo con las manos en las caderas-. Es mi hermana, Pedro. ¿Te acuerdas de cómo te sentiste por Becky?
-Sí.
-Así me siento yo por Malena.
Pedro comprendió finalmente la magnitud de su enfado. Apretó los dientes con frustración. No podía permitir que Paula pensara lo mismo que él pensaba de Gaston Tierney.
-Paula, te juro que nunca hubo nada serio entre Malena y yo -le dijo con total sinceridad.
-Ahí quería llegar -replicó ella con la voz quebrada-. Dices que no hubo nada serio entre vosotros, pero algunas mujeres se toman las cosas más en serio que tú, Pedro. Como Malena y yo.
-Crees que me acosté con ella, ¿verdad?
Aquella pregunta la pilló por sorpresa.
-No... no es asunto mío.
-¿Te dijo Malena que me había acostado con ella?
-¡Claro que no! Malena nunca me hablaba de esas cosas. Yo era su hermana pequeña. Pero no soy estúpida. Si un semental como tú iba a buscarla en mitad de la noche, dudo que fuera para buscar cangrejos.
-Un semental como yo -repitió él tranquilamente. El tono cortante de Paula dejaba muy claro que no se lo había dicho como un cumplido-. Crees que la persuadí para que saliera de casa, le llené la cabeza de falsos halagos y la convencí para que nos acostáramos, ¿no?
-¿No fue así?
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