miércoles, 26 de diciembre de 2018
EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 18
Mientras lo esperaba, organizó sus notas y planchó su ropa. A las diez encendió la televisión, pero su atención seguía en otra parte.
Una tarifa de dos besos... ¿Cómo se podía ser tan arrogante?
Las once en punto, y Pedro seguía sin aparecer.
Tal vez había tenido que ocuparse de otra emergencia. O tal vez había encontrado otra cosa mejor que hacer para la noche del viernes. Paula intentó no pensar en qué «cosa» podía ser. ¿Quién lo llevaría a casa después del trabajo? El hospital estaba a una hora en coche desde Point. ¿Quién sería capaz de atravesar los pantanos a esas horas? Una hermosa joven, por supuesto. Y Pedro le estaría pagando la carrera... con besos.
Lo cual no le importaba a Paula. En absoluto.
Apagó la televisión y se paseó por la habitación.
Pedro podía estar con las mujeres que quisiera.
Ella sólo quería recuperar su coche.
El reloj dio las doce. Las doce y media... Paula apretó los dientes. Pedro le había prometido ir y había roto su promesa. Tenía derecho a estar furiosa con él. Casi había olvidado lo indigno de confianza que era Pedro Alfonso. Al día siguiente, en el picnic, interrogaría a cualquiera que pudiese ayudarla en el caso. Seguiría todas las pistas que pudiera, se reuniría con el personal del hospital y regresaría a Tallahassee sin el menor remordimiento.
Se dio una ducha, se cepilló los dientes y se puso un camisón. Al retirar la colcha para acostarse, oyó un ruido que la hizo detenerse.
Algo pequeño y duro había golpeado la ventana.
Volvió a oírse un ruido semejante, y Paula se acercó a las puertas francesas que daban a un balcón privado. Mientras escudriñaba la oscuridad exterior, un objeto golpeó el cristal. Un guijarro.
De repente lo comprendió. Cuando eran niños, Pedro arrojaba piedras a la ventana de su dormitorio por la noche. Ella se escabullía de casa y los dos se iban a correr aventuras nocturnas... buscando cangrejos en la arena o pescando en los muelles privados.
En los últimos años, Pedro había arrojado piedrecitas a la ventana de Malena. Paula había permanecido despierta, escuchando cómo su hermana salía furtivamente de casa y preguntándose qué aventuras compartiría con Pedro. Dudaba que fueran a buscar cangrejos. Ahora se daba cuenta de que había estado resentida con Malena. Y dolida porque Pedro hubiera elegido a su hermana. Pedro siempre había sido su amigo, y al entrar en la adolescencia ella había deseado que la besara y que la quisiera más que como a una amiga. Pero él había preferido a su hermana mayor y más guapa.
La verdad sobre su disgusto la avergonzaba. No era extraño que la hubiera enterrado bajo una explicación más aceptable. Pero lo más alarmante era que, después de todos esos años, aún no había perdonado a Pedro. ¿Había besado a Malena con la misma pasión conque la había besado a ella aquel día? ¿Le había susurrado tonterías que la hicieran sentirse como si fuera la única mujer en el mundo para él? De ser así, no podía culpar a Malena por creer que él estaría siempre dispuesto a ayudarla.
Otro guijarro golpeó el cristal, devolviendo a Paula al presente.
«No abras», se advirtió a sí misma. «No salgas al balcón». Pedro había llegado demasiado tarde. El intercambio de coches podía esperar hasta el día siguiente.
Un silbido suave sonó en la noche de septiembre. Era otra señal que habían usado de niños.
Paula se mordió el interior de la mejilla y se cruzó de brazos. No abriría las puertas. Ni en un millón de años. Sabía a qué había venido Pedro.
A cobrar el beso pendiente.
Una corriente de calor se arremolinó en su estómago.
Otra señal alcanzó sus oídos... La señal que Pedro se había esforzado tanto por perfeccionar. Aunque su intención era parecer el canto de un ave exótica, a Paula siempre le había parecido un chimpancé herido.
Una involuntaria sonrisa curvó sus labios. Si seguía haciendo ese ruido conseguiría que todos los huéspedes del hotel salieran a los balcones.
El chimpancé volvió a llamarla, y Paula puso una mueca de exasperación. Aquel hombre era tan desvergonzado como enervante y atrevido.
Abrió las puertas del balcón para decírselo.
martes, 25 de diciembre de 2018
EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 17
Gloria se pasó una hora con Paula, enseñándole las fotos del picnic y dándole las copias, los negativos o cualquier cosa que necesitara. Una foto mostraba a Pedro junto a un árbol y con una cerveza en la mano. Aquello podía probar que había estado bebiendo antes de atender a Agnes, pero Paula no sintió ninguna satisfacción y pensó en ignorar la foto.
Se obligó a quedársela. El trabajo era el trabajo.
Gloria también le entregó fotos de Pedro en otros picnics. En una estaba sentado en una motocicleta negra con una chaqueta de cuero, vaqueros desteñidos y una barba incipiente.
Parecía más un motero rebelde que un cirujano.
Otra foto lo mostraba con el torso desnudo entre dos mujeres en biquini. Uno de sus amigos le había colgado un estetoscopio al cuello, explicó Gloria con una carcajada. Bajo la foto había escrito El doctor Alfonso trabaja duro.
Aquellas fotos eran idóneas para ponerlo en contra de un jurado... todo lo contrario a la imagen profesional que a su abogado le gustaría defender en el juicio. Gloria creía que Paula quería las fotos para recordar los viejos tiempos, ya que en casi todas ellas aparecían sus amigos de la infancia. No fue hasta que volvió al hotel cuando a Paula empezó a remorderle la conciencia.
¿Qué le estaba pasando? Sólo estaba haciendo su trabajo, buscando pistas y reuniendo pruebas. Entonces, ¿por qué se sentía tan culpable?
Sentada junto al teléfono en su habitación, se imaginó cómo se sentiría Gloria cuando descubriera la verdad. Traicionada. Pensó en llamarla y confesar su verdadero papel en el aquel caso. No era prudente, pero tenía que decírselo. Tal vez si le confesaba la verdad ella misma no parecería una traición tan horrible.
Respiró hondo y marcó el número. El cálido saludo de Gloria sólo hizo que la confesión resultara más difícil. Aferrando el auricular con fuerza, Paula le explicó todo lo que no le había contado antes... que su hermana Malena estaba representando a Gaston Tierney en aquel proceso y que ella misma había sido contratada por Malena.
-Pero has venido a mi casa con el doctor Alfonso-dijo Gloria-. Vi cómo te besaba. ¿Cómo puedes estar trabajando contra él?
-Sé que parece extraño, pero...
-¿Sabe él lo que estás haciendo? -le preguntó Gloria con voz cortante.
-Sí, claro que lo sabe. Pero dice que no ha hecho nada malo y que la verdad se acabará sabiendo.
-Ésas parecen sus palabras -murmuró Gloria, como si intentara determinar qué podía creer.
-Gloria, ¿quieres que te devuelva las fotos? -le preguntó Paula, casi esperando que se las pidiera.
-¿Las fotos? -repitió Gloria, alarmada-. No sirven para perjudicar al doctor Alfonso, ¿verdad?
-No estoy segura -respondió Paula.
El silencio de Gloria la afectó más que cualquier reproche.
-Haz lo que consideres oportuno -dijo finalmente Gloria-. Si tu idea es apuñalarlo por la espalda, sacarás copias antes de devolvérmelas. Aunque no creo que las utilices contra él.
Colgó sin despedirse.
Paula se sintió peor que antes, pero enseguida lo pensó mejor. Habría sido una locura devolver las fotos. No podía dejar que los asuntos personales interfirieran en su trabajo, de modo que metió las fotos en su maletín y llamó a un par de testigos de su lista para ir a visitarlos después de la cena. También concertó una reunión con el personal del hospital para el martes. A continuación, se dirigió con el coche de Pedro al juzgado del condado, donde pasó el resto de la tarde buscando informes de otras demandas contra él. No pudo evitar una gran sensación de alivio cuando no encontró nada.
Furiosa consigo misma por sentirse aliviada, cenó en un pequeño café y luego fue a casa de Sara Babcock para su primera cita.
Alguien debía de haber avisado a Sara de las intenciones de Paula, pues la saludó con inconfundible frialdad y le habló de la magnífica atención que el doctor Alfonso le había brindado a su hijo tras un accidente, cómo había ayudado a nacer a su nieto cuando no pudieron llegar al hospital a tiempo y cómo a ella le había diagnosticado un problema de salud del que nadie se había percatado. Sólo hubo una pregunta para la que Sara no estaba preparada: ¿había gambas en la sopa del picnic?
La respuesta fue negativa, lo que daba credibilidad a la hipótesis de Gaston sobre las reacciones imaginarias de Agnes. Aquello implicaba que la inyección de Pedro había sido innecesaria, y abría la puerta a la especulación sobre el medicamento usado. No eran buenas noticias para Pedro.
Paula no permitió que nada la afectara. Guardó la grabadora en su maletín y fue a visitar al siguiente testigo, quien no le dijo nada que fuera de utilidad. Volvió al hotel a las ocho en punto, preguntándose si Pedro estaría esperándola. Al no verlo allí, se sintió decepcionada y aliviada a la vez. No quería verlo tras haber pasado el día reuniendo pruebas contra él. Por otro lado, quería recuperar su coche y devolverle las llaves del suyo, y acabar así con todo contacto personal entre ellos.
Tras soltar el maletín y quitarse los zapatos de tacón, se tumbó en la cama y pensó en la inminente visita de Pedro. Lo saludaría en la puerta del hotel, intercambiarían las llaves de los coches y se despediría de él. Quizá entonces su precario estado emocional volviera a la normalidad y pudiera hacer su trabajo sin tantas dudas y escrúpulos. Y de ningún modo le pagaría con ese beso que quedaba pendiente de cobro. Sólo de pensarlo se le aceleraba el corazón. Sabía que Pedro no se refería a un beso rápido e inofensivo. Oh, no. Se refería a uno de esos besos prolongados, intensos y abrasadores que tan profundamente la agitaban.
Cerró los ojos y se deleitó con el recuerdo de sus besos. Nunca había sentido una pasión tan embriagadora. Una pasión que la transformaba en un ser puramente sensual y que la obligaba a olvidarse de todo. Soltó un largo suspiro y abrió los ojos. Ella, la «reina de hielo», que apenas salía con un hombre el tiempo suficiente para intimar físicamente, no podía creer que estuviera allí tumbada, reviviendo los besos de un hombre, anhelando volver a sentir su boca y avivar la fuerza de su poderoso cuerpo...
Se sentó en la cama y se pasó los dedos por el pelo. No podía pensar en Pedro Alfonso de esa manera. Si lo recibía en la entrada del hotel, no habría ningún peligro. No podía haber nada personal entre ellos.
EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 16
La sirena de una ambulancia se oyó a lo lejos, y fue creciendo en intensidad hasta que se detuvo en el exterior de la casa. Paula salió al pasillo y miró en el salón, que ahora estaba atestado de hombres uniformados. Pedro permanecía junto a Rosa y les daba instrucciones a los enfermeros.
Gloria se abrió camino entre el bullicio y se acercó a Paula.
-¿Paula? ¿Paula Chaves? ¿Eres tú?
Ella se había preguntado si Gloria la reconocería. Apenas tuvieron tiempo de intercambiar unas cuantas palabras antes de que el nieto de Gloria le tirara de la falda vaquera y amenazara con vomitar. Gloria lo llevó corriendo al cuarto de baño, seguidos por el otro niño. Estimulado por la actividad frenética, el bebé que Paula tenía en brazos empezó a retorcerse y a protestar para que lo soltara.
Paula intentó mantenerlo firmemente sujeto, y pronto se dio cuenta de que necesitaba un pañal seco. Fue al cuarto del pequeño, encontró la bolsa de los pañales y puso al niño en la mesa para cambiarlo. Mientras luchaba por sujetar al pequeño juguetón, un par de manos grandes y bronceadas la rodearon, agarraron las caderas del niño y pegaron el adhesivo del pañal.
Acorralada entre los brazos masculinos y un pecho musculoso, giró la cabeza y se encontró con los ojos avellana de Pedro.
-Podría haberlo hecho yo sola.
-Claro que sí -dijo él. Puso un aro de plástico en las manos del bebé, quien soltó un chillido de regocijo y cesó en sus intentos de escapar.
Paula levantó al pequeño en brazos y fulminó a Pedro con la mirada.
-¿Quieres borrar esa sonrisa de tu cara?
-¿Qué sonrisa?
-Esa sonrisa que dice...
-Está babeando en tu hombro.
-No es eso lo que iba a... ¡Oh! -exclamó al ver la mancha de humedad que se extendía por su traje beige. Se echó a reír y abrazó con fuerza al bebé-. Bueno, ya había echado a perder este traje de todas formas.
Pedro la miró con sorpresa y luego miró al bebé.
-Llevo dos días intentando arrancarle una carcajada a esta mujer, amigo. Y tú lo has conseguido en menos de una hora. Tendré que recordar el truco de la baba.
-No creo que te saliera tan bien como a él -dijo ella, volviendo a reírse.
-Oh, oh -murmuró Pedro-. Ahora le estás mordiendo el hombro. Estás invadiendo mi territorio, amigo...
Paula se sintió ridículamente invadida por una intensa ola de calor, y antes de que pudiera reprender a Pedro por hacer comentarios absurdos que pudieran dar lugar a malas interpretaciones, él la miró y le dedicó una sonrisa tan cautivadora que la dejó sin habla.
-¿Se pondrá bien, doctor? -los interrumpió Gloria-. ¿Mamá se ha roto la cadera?
-Parece que se la ha dislocado. Pero quiero hacerle unas pruebas en el hospital para asegurarme. Ahora se la llevarán en la ambulancia, y yo iré con ella.
-Muchas gracias, doctor -dijo Gloria-. No puedo ir al hospital hasta que mi marido vuelva del trabajo.
Paula siguió a Pedro con el bebé en brazos mientras él respondía a las preguntas de Gloria intentando tranquilizarla. Cuando salieron al jardín delantero, Gloria tomó al bebé y le dio las gracias a Paula.
-Espero no haberte estropeado tus planes para hoy -le dijo, mirándolos a los dos.
-Oh, no teníamos ningún plan -se apresuró a responder Paula-. Quiero decir... no tenía ningún plan. Sólo son asuntos de trabajo. Por eso estoy aquí. Con Pedro, me refiero. No estamos... él no...
-Me alegra que me hayas llamado, Gloria -interrumpió Pedro-. Esta tarde tengo que estar en el hospital. Le echaré un ojo a tu madre durante un par de días.
Gloria volvió a darle las gracias y se dirigió hacia la ambulancia, donde los paramédicos estaban levantando a su madre en una camilla.
-Llévate mi coche, Paula -dijo Pedro-. No lo necesitaré. Estaré toda la tarde ocupado en el hospital. Le pediré a alguien que me lleve a casa cuando acabe de trabajar y sacaré tu coche del barro.
-No tienes por qué hacerlo -le aseguró ella. No quería que perdiera tiempo con su coche, teniendo tantas cosas que hacer en el hospital-. Ya encontraré a alguien que lo haga.
-Lo haré yo. Esta noche. No sé a qué hora, pero te llevaré tu coche al hotel y allí cambiaremos de vehículos.
-No, llamaré a Bobby Ray Tucker. Tal vez pueda pasarse por tu casa e ir a buscar mi coche con la grúa.
-Se ha ido con su familia a pasar fuera el fin de semana. Por eso me prestó la grúa -explicó él. Abrió la puerta de su coche y le tendió la llave-. Dame la llave de tu coche. Lo remolcaré hasta mi casa, allí dejaré la grúa y te llevaré el coche al hotel.
A Paula no le quedó más remedio que aceptar su oferta. Le dio la llave y se sentó al volante.
-Odio causarte tantos problemas. Cuando acabes de trabajar en el hospital estarás muy cansado.
-Te cobraré por las molestias ocasionadas -dijo él con una sonrisa.
-¿Qué me cobrarás?
-Una pequeña tarifa... Dos besos.
-¿Qué?
El se inclinó y la besó ligeramente en la boca.
-Te veré esta noche -susurró, y antes de que ella pudiera reponerse, le cerró la puerta del coche y se alejó hacia la ambulancia. A mitad del camino la miró por encima del hombro-. Me queda un beso por cobrarme.
Paula pulsó el botón para bajar la ventanilla y decirle que se olvidara del asunto, pero él ya se había subido a la ambulancia, que se alejó a toda velocidad. Entonces se dio cuenta de que Gloria estaba de pie en el césped, sosteniendo al bebé mientras la miraba con curiosidad.
-¿Estás saliendo con el doctor Alfonso?
-¡No! De ningún modo.
-Nunca me ha cobrado ese tipo de tarifa -dijo Gloria con un brillo de regocijo en sus ojos negros.
-Se está comportando de un modo deliberadamente impertinente -murmuró Paula, poniéndose colorada-. Ya sabes cómo es. Siempre tonteando con las mujeres.
-Cierto -corroboró Gloria con una carcajada.
A Paula no le hacía ninguna gracia, aunque no sabía por qué. Introdujo la llave en el contacto y miró a Gloria a través de la ventanilla abierta.
-Creo que deberías saber que no he venido a Point de visita. Estoy investigando una demanda.
-¿La demanda de Gaston Tierney contra el doctor Alfonso?
-En realidad es la demanda de Agnes.
-Todo el mundo sabe que es cosa de Gaston -dijo Gloria. Le dio una palmadita al bebé en el hombro y le sonrió amistosamente a Paula -Pedro es demasiado buen médico para cometer un error como el que Gaston quiere atribuirle. Espero que demuestres que todo es una farsa.
-Gloria, mi trabajo no... no es desmentir la acusación -explicó Paula con voz vacilante. Odiaba admitir que ella y su hermana trabajaban para los Tierney-. Tengo que reunir todas las pruebas que pueda conseguir, sin importar a quien beneficien.
-Naturalmente. Tienes que ser objetiva. Cualquier buen investigador lo es. Pero me alegro de que estés investigando tú el caso, en vez de alguien pagado por Gaston Tierney.
Paula pensó si sería prudente dar más explicaciones.
-Avísame si puedo ayudarte en algo -se ofreció Gloria-. Estoy segura de que todos en Point querrán ayudar al doctor Alfonso en todo lo que puedan.
-Gracias -respondió Paula, reprimiendo el deseo de interrogarla. Gloria era una amiga.
-Yo estaba en el picnic cuando todo ocurrió, ¿sabes?
-¿Viste cómo Pedro le ponía la inyección a Agnes?
-No, ni siquiera supe que se la había puesto. Pero estuve sacando fotos todo el día.
-¿Fotos?
-Siempre estoy sacando fotos. No sé si alguna te podrá ayudar, pero ¿te gustaría verlas?
EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 15
Si hubiera sabido dónde vivía ahora la señora Sánchez, Paula habría recorrido a pie los ocho kilómetros hasta el hotel, bajo la lluvia y con tacones, antes que acompañar a Pedro.
Pero se dio cuenta demasiado tarde que aquella llamada de emergencia los llevaría al barrio donde ella había crecido. Pedro metió el deportivo por un estrecho camino asfaltado donde una fila de casas bordeaba el canal de la bahía. La casa de cedro y piedra en medio de la fila había sido la vivienda del coronel.
Cuando su madre vivía aquella casa le había parecido un hogar, aunque las estrictas reglas del coronel no hacían nada fácil la convivencia.
Se puso rígida en el asiento de cuero mientras el lujoso deportivo de Pedro recorría lentamente el vecindario. Paula no había vuelto a pisar aquel barrio en doce años. Ni siquiera se había aventurado a acercarse, a pesar de que en muchas ocasiones había estado tentada de tragarse el orgullo y hacerle una visita a su severo padre.
Pero ya era demasiado tarde para eso. El coronel había muerto el año anterior.
-Había olvidado que vendríamos a tu barrio. La señora Sánchez vive cerca de la antigua casa del coronel.
Paula no dijo nada mientras pasaban frente al hogar de su infancia.
-Ahora viven en ella una pareja con tres niños.
A Paula le resultó reconfortante saberlo. Al menos aquella casa tenía vida. La presencia de una cama elástica, un triciclo y un balón de fútbol en el jardín delantero atestiguaban el cambio. El coronel nunca había permitido ningún juguete en su pulcro jardín.
-¿Alguna vez intentaste acercarte a él para arreglar las cosas? -le preguntó Pedro.
A Paula se le formó un doloroso nudo en la garganta, dificultándole la respuesta.
-Unos meses después de marcharme lo llamé. Aceptó mis disculpas por... mi insubordinación.
-Entonces, ¿por qué no volviste a visitarlo?
-No me invitó -dijo ella, intentando mantener un tono ligero y despreocupado-. Nos visitó a Malena y a mí en Tallahassee un par de veces. Aunque más bien era una inspección -forzó una sonrisa-. Pero siempre que mencionábamos la posibilidad de visitarlo, alegaba tener otros planes.
Apartó la mirada para ocultar el dolor de su expresión. Su padre no la había querido en su vida.
-Oh, no pienses que nos abandonó por completo. Se ofreció a pagar nuestras facturas y nos dio algo de dinero, pero... -dejó la frase sin terminar. Nadie tenía por qué saber que había rechazado la ayuda económica. Había querido forzar a su padre a tomar una drástica decisión, igual que él había hecho con ella. O la aceptaba en su corazón o rompía todos los lazos. Su padre había cortado los lazos.
-Te enteraste de que se compró un bote pesquero, ¿verdad? -le preguntó Pedro. Ella negó con la cabeza, incapaz de hablar-. Una barca preciosa. La tuvo durante cuatro años, pero tuvo que venderla al marcharse al extranjero -explicó-. Le puso de nombre La Paula del coronel.
Paula lo miró, incrédula. ¿Su padre le había puesto su nombre a su barca?
-También tenía otro bote más pequeño al que puso por nombre Lady Malena -añadió Pedro, aparcando a un lado del camino-. Algunas personas tienen miedo de amar, Pau, o no saben cómo hacerlo. Pero eso no significa que no sientan nada.
Ella desvió la mirada. No podía pensar ahora en el coronel... ni en el detalle de los botes.
-Todo eso ya es historia -murmuró-. Ya no importa.
-Yo creo que sí.
-No quiero hablar de esto, Pedro. Igual que tú tampoco quieres hablar de tus cicatrices.
-Me parece una excelente comparación -repuso él-. Tierney me apuntó con una pistola. Yo intenté desarmarlo y se disparó -hizo una breve pausa-. Cuando estés lista para hablarme de tus cicatrices, estaré encantado de escucharte.
Sus cicatrices... Tenía unas cuantas, pero no era el momento ni el lugar para hablar de ellas.
-¿Es ésta la casa de la señora Sánchez? -preguntó, señalando la casa con tejado a dos aguas.
-Sí.
-La ambulancia aún no ha llegado.
-Estábamos a muy poca distancia. La ambulancia tardará otra media hora en llegar desde el hospital.
-¿Debería esperar en el coche? -preguntó.
-Puedes hacerlo, pero prefiero que entres-dijo él, tomando una bolsa negra de piel del asiento trasero-. Nunca se sabe qué ayuda puedo necesitar.
Paula sintió una punzada de satisfacción al pensar en que Pedro podría necesitarla.
Sorprendida por su repentina sensibilidad, lo siguió por el jardín. Una mujer menuda y morena salió de la casa para recibir a Pedro. Era Gloria.
De joven había sido la niñera favorita de Paula y Malena. Ahora tenía casi cuarenta años y algunos kilos de más, pero seguía siendo la misma.
-Ah, doctor, qué bien que haya venido -dijo. Tenía los ojos enrojecidos y el rostro manchado de lágrimas secas-. No sabía que mamá estaba en las escaleras. Oí un golpe espantoso y entonces me llamó... Está... está ahí, y le du... duele mucho -balbuceó. Se cubrió los ojos con una mano y rompió a llorar.
Dos niñas pequeñas estaban en la puerta, sollozando. Del interior salió el llanto de un bebé.
Pedro rodeó a Gloria con un brazo y entró con ella en la casa.
-Cálmate, Gloria. Estás asustando a los niños, y seguramente también a tu madre.
Gloria ahogó un gemido y dejó de llorar mientras se llevaba a las pequeñas. Pedro atravesó el pequeño salón hasta el pie de las escaleras. Y Paula se mantuvo a una distancia discreta tras él, sintiéndose incómoda y entrometida, aunque nadie la había mirado siquiera.
Pedro se arrodilló junto a la mujer que yacía de costado, vestida con una túnica descolorida.
Aunque guardaba silencio estoicamente, respiraba en jadeos superficiales y tenía la frente perlada de sudor. Miró a Pedro con sus ojos negros, llenos de dolor.
-Rosa, Rosa, ¿no te dije que no bailarás el chachachá en las escaleras? -la reprendió él con una tierna sonrisa mientras le examinaba su frágil cuerpo con las manos-. ¿Dónde te duele?
Ella murmuró una respuesta. Pedro le hizo más preguntas y se inclinó para examinarla más detenidamente.
Sonó un teléfono y el bebé volvió a chillar desde una habitación al fondo. Gloria se llevó a las niñas y a un niño mayor a la cocina, y Paula se aventuró a seguir el llanto del bebé hasta un dormitorio. Encontró al pequeño en una cuna, con las manos regordetas aferradas a los bordes y las mejillas mofletudas cubiertas de lágrimas.
Paula le sonrió y le murmuró un cariñoso saludo. El bebé alargó los brazos hacia ella.
Absurdamente complacida, lo tomó en sus brazos y los llantos se calmaron al instante. El pequeño se acurrucó contra ella con inocente dulzura.
Paula pensó en los hijos de Malena, de ocho y nueve años. Había estado demasiado inmersa en su trabajo para pasar tiempo con ellos. No podía arrepentirse por ello ahora. Su trabajo le permitía construirse un futuro y asegurar su independencia. Nada era más importante que eso. Pero mientras sostenía al bebé y presionaba la mejilla contra su cabecita, deseó haber pasado más tiempo con sus sobrinos.
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