martes, 25 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 16




La sirena de una ambulancia se oyó a lo lejos, y fue creciendo en intensidad hasta que se detuvo en el exterior de la casa. Paula salió al pasillo y miró en el salón, que ahora estaba atestado de hombres uniformados. Pedro permanecía junto a Rosa y les daba instrucciones a los enfermeros.


Gloria se abrió camino entre el bullicio y se acercó a Paula.


-¿Paula? ¿Paula Chaves? ¿Eres tú?


Ella se había preguntado si Gloria la reconocería. Apenas tuvieron tiempo de intercambiar unas cuantas palabras antes de que el nieto de Gloria le tirara de la falda vaquera y amenazara con vomitar. Gloria lo llevó corriendo al cuarto de baño, seguidos por el otro niño. Estimulado por la actividad frenética, el bebé que Paula tenía en brazos empezó a retorcerse y a protestar para que lo soltara. 


Paula intentó mantenerlo firmemente sujeto, y pronto se dio cuenta de que necesitaba un pañal seco. Fue al cuarto del pequeño, encontró la bolsa de los pañales y puso al niño en la mesa para cambiarlo. Mientras luchaba por sujetar al pequeño juguetón, un par de manos grandes y bronceadas la rodearon, agarraron las caderas del niño y pegaron el adhesivo del pañal.


Acorralada entre los brazos masculinos y un pecho musculoso, giró la cabeza y se encontró con los ojos avellana de Pedro.


-Podría haberlo hecho yo sola.


-Claro que sí -dijo él. Puso un aro de plástico en las manos del bebé, quien soltó un chillido de regocijo y cesó en sus intentos de escapar.


Paula levantó al pequeño en brazos y fulminó a Pedro con la mirada.


-¿Quieres borrar esa sonrisa de tu cara?


-¿Qué sonrisa?


-Esa sonrisa que dice...


-Está babeando en tu hombro.


-No es eso lo que iba a... ¡Oh! -exclamó al ver la mancha de humedad que se extendía por su traje beige. Se echó a reír y abrazó con fuerza al bebé-. Bueno, ya había echado a perder este traje de todas formas.


Pedro la miró con sorpresa y luego miró al bebé.


-Llevo dos días intentando arrancarle una carcajada a esta mujer, amigo. Y tú lo has conseguido en menos de una hora. Tendré que recordar el truco de la baba.


-No creo que te saliera tan bien como a él -dijo ella, volviendo a reírse.


-Oh, oh -murmuró Pedro-. Ahora le estás mordiendo el hombro. Estás invadiendo mi territorio, amigo...


Paula se sintió ridículamente invadida por una intensa ola de calor, y antes de que pudiera reprender a Pedro por hacer comentarios absurdos que pudieran dar lugar a malas interpretaciones, él la miró y le dedicó una sonrisa tan cautivadora que la dejó sin habla.


-¿Se pondrá bien, doctor? -los interrumpió Gloria-. ¿Mamá se ha roto la cadera?


-Parece que se la ha dislocado. Pero quiero hacerle unas pruebas en el hospital para asegurarme. Ahora se la llevarán en la ambulancia, y yo iré con ella.


-Muchas gracias, doctor -dijo Gloria-. No puedo ir al hospital hasta que mi marido vuelva del trabajo.


Paula siguió a Pedro con el bebé en brazos mientras él respondía a las preguntas de Gloria intentando tranquilizarla. Cuando salieron al jardín delantero, Gloria tomó al bebé y le dio las gracias a Paula.


-Espero no haberte estropeado tus planes para hoy -le dijo, mirándolos a los dos.


-Oh, no teníamos ningún plan -se apresuró a responder Paula-. Quiero decir... no tenía ningún plan. Sólo son asuntos de trabajo. Por eso estoy aquí. Con Pedro, me refiero. No estamos... él no...


-Me alegra que me hayas llamado, Gloria -interrumpió Pedro-. Esta tarde tengo que estar en el hospital. Le echaré un ojo a tu madre durante un par de días.


Gloria volvió a darle las gracias y se dirigió hacia la ambulancia, donde los paramédicos estaban levantando a su madre en una camilla.


-Llévate mi coche, Paula -dijo Pedro-. No lo necesitaré. Estaré toda la tarde ocupado en el hospital. Le pediré a alguien que me lleve a casa cuando acabe de trabajar y sacaré tu coche del barro.


-No tienes por qué hacerlo -le aseguró ella. No quería que perdiera tiempo con su coche, teniendo tantas cosas que hacer en el hospital-. Ya encontraré a alguien que lo haga.


-Lo haré yo. Esta noche. No sé a qué hora, pero te llevaré tu coche al hotel y allí cambiaremos de vehículos.


-No, llamaré a Bobby Ray Tucker. Tal vez pueda pasarse por tu casa e ir a buscar mi coche con la grúa.


-Se ha ido con su familia a pasar fuera el fin de semana. Por eso me prestó la grúa -explicó él. Abrió la puerta de su coche y le tendió la llave-. Dame la llave de tu coche. Lo remolcaré hasta mi casa, allí dejaré la grúa y te llevaré el coche al hotel.


A Paula no le quedó más remedio que aceptar su oferta. Le dio la llave y se sentó al volante.


-Odio causarte tantos problemas. Cuando acabes de trabajar en el hospital estarás muy cansado.


-Te cobraré por las molestias ocasionadas -dijo él con una sonrisa.


-¿Qué me cobrarás?


-Una pequeña tarifa... Dos besos.


-¿Qué?


El se inclinó y la besó ligeramente en la boca.


-Te veré esta noche -susurró, y antes de que ella pudiera reponerse, le cerró la puerta del coche y se alejó hacia la ambulancia. A mitad del camino la miró por encima del hombro-. Me queda un beso por cobrarme.


Paula pulsó el botón para bajar la ventanilla y decirle que se olvidara del asunto, pero él ya se había subido a la ambulancia, que se alejó a toda velocidad. Entonces se dio cuenta de que Gloria estaba de pie en el césped, sosteniendo al bebé mientras la miraba con curiosidad.


-¿Estás saliendo con el doctor Alfonso?


-¡No! De ningún modo.


-Nunca me ha cobrado ese tipo de tarifa -dijo Gloria con un brillo de regocijo en sus ojos negros.


-Se está comportando de un modo deliberadamente impertinente -murmuró Paula, poniéndose colorada-. Ya sabes cómo es. Siempre tonteando con las mujeres.


-Cierto -corroboró Gloria con una carcajada.


A Paula no le hacía ninguna gracia, aunque no sabía por qué. Introdujo la llave en el contacto y miró a Gloria a través de la ventanilla abierta.


-Creo que deberías saber que no he venido a Point de visita. Estoy investigando una demanda.


-¿La demanda de Gaston Tierney contra el doctor Alfonso?


-En realidad es la demanda de Agnes.


-Todo el mundo sabe que es cosa de Gaston -dijo Gloria. Le dio una palmadita al bebé en el hombro y le sonrió amistosamente a Paula -Pedro es demasiado buen médico para cometer un error como el que Gaston quiere atribuirle. Espero que demuestres que todo es una farsa.


-Gloria, mi trabajo no... no es desmentir la acusación -explicó Paula con voz vacilante. Odiaba admitir que ella y su hermana trabajaban para los Tierney-. Tengo que reunir todas las pruebas que pueda conseguir, sin importar a quien beneficien.


-Naturalmente. Tienes que ser objetiva. Cualquier buen investigador lo es. Pero me alegro de que estés investigando tú el caso, en vez de alguien pagado por Gaston Tierney.


Paula pensó si sería prudente dar más explicaciones.


-Avísame si puedo ayudarte en algo -se ofreció Gloria-. Estoy segura de que todos en Point querrán ayudar al doctor Alfonso en todo lo que puedan.


-Gracias -respondió Paula, reprimiendo el deseo de interrogarla. Gloria era una amiga.


-Yo estaba en el picnic cuando todo ocurrió, ¿sabes?


-¿Viste cómo Pedro le ponía la inyección a Agnes?


-No, ni siquiera supe que se la había puesto. Pero estuve sacando fotos todo el día.


-¿Fotos?


-Siempre estoy sacando fotos. No sé si alguna te podrá ayudar, pero ¿te gustaría verlas?




EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 15





Si hubiera sabido dónde vivía ahora la señora Sánchez, Paula habría recorrido a pie los ocho kilómetros hasta el hotel, bajo la lluvia y con tacones, antes que acompañar a Pedro.


Pero se dio cuenta demasiado tarde que aquella llamada de emergencia los llevaría al barrio donde ella había crecido. Pedro metió el deportivo por un estrecho camino asfaltado donde una fila de casas bordeaba el canal de la bahía. La casa de cedro y piedra en medio de la fila había sido la vivienda del coronel.


Cuando su madre vivía aquella casa le había parecido un hogar, aunque las estrictas reglas del coronel no hacían nada fácil la convivencia.


Se puso rígida en el asiento de cuero mientras el lujoso deportivo de Pedro recorría lentamente el vecindario. Paula no había vuelto a pisar aquel barrio en doce años. Ni siquiera se había aventurado a acercarse, a pesar de que en muchas ocasiones había estado tentada de tragarse el orgullo y hacerle una visita a su severo padre.


Pero ya era demasiado tarde para eso. El coronel había muerto el año anterior.


-Había olvidado que vendríamos a tu barrio. La señora Sánchez vive cerca de la antigua casa del coronel.


Paula no dijo nada mientras pasaban frente al hogar de su infancia.


-Ahora viven en ella una pareja con tres niños.


A Paula le resultó reconfortante saberlo. Al menos aquella casa tenía vida. La presencia de una cama elástica, un triciclo y un balón de fútbol en el jardín delantero atestiguaban el cambio. El coronel nunca había permitido ningún juguete en su pulcro jardín.


-¿Alguna vez intentaste acercarte a él para arreglar las cosas? -le preguntó Pedro.


A Paula se le formó un doloroso nudo en la garganta, dificultándole la respuesta.


-Unos meses después de marcharme lo llamé. Aceptó mis disculpas por... mi insubordinación.


-Entonces, ¿por qué no volviste a visitarlo?


-No me invitó -dijo ella, intentando mantener un tono ligero y despreocupado-. Nos visitó a Malena y a mí en Tallahassee un par de veces. Aunque más bien era una inspección -forzó una sonrisa-. Pero siempre que mencionábamos la posibilidad de visitarlo, alegaba tener otros planes.


Apartó la mirada para ocultar el dolor de su expresión. Su padre no la había querido en su vida.


-Oh, no pienses que nos abandonó por completo. Se ofreció a pagar nuestras facturas y nos dio algo de dinero, pero... -dejó la frase sin terminar. Nadie tenía por qué saber que había rechazado la ayuda económica. Había querido forzar a su padre a tomar una drástica decisión, igual que él había hecho con ella. O la aceptaba en su corazón o rompía todos los lazos. Su padre había cortado los lazos.


-Te enteraste de que se compró un bote pesquero, ¿verdad? -le preguntó Pedro. Ella negó con la cabeza, incapaz de hablar-. Una barca preciosa. La tuvo durante cuatro años, pero tuvo que venderla al marcharse al extranjero -explicó-. Le puso de nombre La Paula del coronel.


Paula lo miró, incrédula. ¿Su padre le había puesto su nombre a su barca?


-También tenía otro bote más pequeño al que puso por nombre Lady Malena -añadió Pedro, aparcando a un lado del camino-. Algunas personas tienen miedo de amar, Pau, o no saben cómo hacerlo. Pero eso no significa que no sientan nada.


Ella desvió la mirada. No podía pensar ahora en el coronel... ni en el detalle de los botes.


-Todo eso ya es historia -murmuró-. Ya no importa.


-Yo creo que sí.


-No quiero hablar de esto, Pedro. Igual que tú tampoco quieres hablar de tus cicatrices.


-Me parece una excelente comparación -repuso él-. Tierney me apuntó con una pistola. Yo intenté desarmarlo y se disparó -hizo una breve pausa-. Cuando estés lista para hablarme de tus cicatrices, estaré encantado de escucharte.


Sus cicatrices... Tenía unas cuantas, pero no era el momento ni el lugar para hablar de ellas.


-¿Es ésta la casa de la señora Sánchez? -preguntó, señalando la casa con tejado a dos aguas.


-Sí.


-La ambulancia aún no ha llegado.


-Estábamos a muy poca distancia. La ambulancia tardará otra media hora en llegar desde el hospital.


-¿Debería esperar en el coche? -preguntó.


-Puedes hacerlo, pero prefiero que entres-dijo él, tomando una bolsa negra de piel del asiento trasero-. Nunca se sabe qué ayuda puedo necesitar.


Paula sintió una punzada de satisfacción al pensar en que Pedro podría necesitarla. 


Sorprendida por su repentina sensibilidad, lo siguió por el jardín. Una mujer menuda y morena salió de la casa para recibir a Pedro. Era Gloria. 


De joven había sido la niñera favorita de Paula y Malena. Ahora tenía casi cuarenta años y algunos kilos de más, pero seguía siendo la misma.


-Ah, doctor, qué bien que haya venido -dijo. Tenía los ojos enrojecidos y el rostro manchado de lágrimas secas-. No sabía que mamá estaba en las escaleras. Oí un golpe espantoso y entonces me llamó... Está... está ahí, y le du... duele mucho -balbuceó. Se cubrió los ojos con una mano y rompió a llorar.


Dos niñas pequeñas estaban en la puerta, sollozando. Del interior salió el llanto de un bebé.


Pedro rodeó a Gloria con un brazo y entró con ella en la casa.


-Cálmate, Gloria. Estás asustando a los niños, y seguramente también a tu madre.


Gloria ahogó un gemido y dejó de llorar mientras se llevaba a las pequeñas. Pedro atravesó el pequeño salón hasta el pie de las escaleras. Y Paula se mantuvo a una distancia discreta tras él, sintiéndose incómoda y entrometida, aunque nadie la había mirado siquiera.


Pedro se arrodilló junto a la mujer que yacía de costado, vestida con una túnica descolorida. 


Aunque guardaba silencio estoicamente, respiraba en jadeos superficiales y tenía la frente perlada de sudor. Miró a Pedro con sus ojos negros, llenos de dolor.


-Rosa, Rosa, ¿no te dije que no bailarás el chachachá en las escaleras? -la reprendió él con una tierna sonrisa mientras le examinaba su frágil cuerpo con las manos-. ¿Dónde te duele?


Ella murmuró una respuesta. Pedro le hizo más preguntas y se inclinó para examinarla más detenidamente.


Sonó un teléfono y el bebé volvió a chillar desde una habitación al fondo. Gloria se llevó a las niñas y a un niño mayor a la cocina, y Paula se aventuró a seguir el llanto del bebé hasta un dormitorio. Encontró al pequeño en una cuna, con las manos regordetas aferradas a los bordes y las mejillas mofletudas cubiertas de lágrimas. 


Paula le sonrió y le murmuró un cariñoso saludo. El bebé alargó los brazos hacia ella.


Absurdamente complacida, lo tomó en sus brazos y los llantos se calmaron al instante. El pequeño se acurrucó contra ella con inocente dulzura.


Paula pensó en los hijos de Malena, de ocho y nueve años. Había estado demasiado inmersa en su trabajo para pasar tiempo con ellos. No podía arrepentirse por ello ahora. Su trabajo le permitía construirse un futuro y asegurar su independencia. Nada era más importante que eso. Pero mientras sostenía al bebé y presionaba la mejilla contra su cabecita, deseó haber pasado más tiempo con sus sobrinos.


domingo, 23 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 14



Paula soltó una temblorosa exhalación y se desplomó en la cama. Salvada por los pelos. 


¿En qué demonios había estado pensando? No había estado pensando en nada, ése era el problema. Había respondido ciegamente a la atracción que él ejercía sobre ella y a su propio e irrefrenable deseo.


Tenía que salir de allí. Se levantó de la cama y buscó sus zapatos y su bolso.


-Cálmate. Respira hondo -ordenó Pedro. A Paula le costó un momento darse cuenta de que estaba hablando por teléfono-. ¿Respira?... Bien. ¿Está consciente?... Bien -sostenía el auricular entre el hombro y la oreja mientras se abrochaba la camisa y se metía los faldones en los pantalones-. No la muevas. Llamaré a una ambulancia... Sí, voy para allá.


Colgó y llamó para pedir una ambulancia y dar a los paramédicos la información sobre el paciente. Paula se puso los zapatos, se arregló la ropa y se miró al espejo para retocarse el maquillaje y el peinado. Su traje de lino estaba muy arrugado, como si se lo hubiera dejado puesto para dormir o para hacer el amor.


El corazón le dio un vuelco al pensarlo. ¡Había estado a punto de hacer el amor con Pedro Alfonso! Se sacudió mentalmente para disipar cualquier emoción que pudiera confundirla aún más e intentó alisar las arrugas del traje. Su intención había sido ofrecer una imagen competente y trabajadora. Tal vez debería regresar al hotel para cambiarse de ropa antes de continuar su investigación.


Entonces se dio cuenta de que no tenía coche. 


El Mercedes de su hermana seguía atrapado en el barro. Miró su reloj, esperando que Dee pudiera pasarse por allí para recogerla. Pero ya eran las doce y cuarto y Dee había dicho que no estaría disponible después del mediodía.


-La señora Sánchez se ha caído por las escaleras -dijo Pedro al colgar-. Parece que se ha roto la cadera.


-¿La señora Sánchez? ¿La madre de Gloria?


-La misma. La mejor tortilla de guacamole de Point. Dudo que pueda volver a hacerla en una temporada -dijo él, haciendo salir a Paula de la habitación-. No tengo tiempo para sacar tu coche del barro ahora mismo.


-Claro que no.


-Te dejaría la grúa, pero Bobby Ray no quiere que nadie más la conduzca -se detuvo en el vestíbulo y la miró con incomodidad-. Tampoco puedo ofrecerte mi coche, porque tengo todo mi material médico en el maletero y no sé qué voy a necesitar.


-No, no. De ningún modo aceptaría tu coche.


-Puedes quedarte aquí -le sugirió él-. Freddie y los Flounder vendrán de un momento a otro para preparar el picnic de mañana. Sus esposas no les permiten ensayar en casa, así que usan la mía. Un poco de música te animará la tarde.


-Mi tarde ya está bastante animada, gracias -dijo ella. No quería que nadie la viera en casa de Pedro-. Prefiero no quedarme aquí.


-Entonces sólo te queda una opción. Mi Harley.


-¡Tu Harley!


-Yo no te la recomendaría. Es muy grande y puede que te resulte muy difícil manejarla, sobre todo si está lloviendo... Aunque, por otro lado, ofrecerías una imagen muy interesante -añadió, mirándola de arriba abajo.


A Paula se le aceleró el pulso.


-No puedo llevarme tu Harley.


Él se encogió de hombros y sacó un paraguas del armario.


-Entonces tendrás que venir conmigo.



EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 13




Apartó la mano de su muslo y volvió a bajarse la falda. Con su pelo oscuro y alborotado, sus labios húmedos e hinchados y sus ojos verdes brillando de emoción, estaba tan hermosa que hacía daño mirarla.


Y aún le haría más daño tener que soltarla y saber que no podría volver a besarla. Sería horrible ver cómo intentaba mancillar su nombre y su reputación.


Pero a lo largo de su carrera había aprendido a ignorar el dolor y cualquier otra emoción o esperanza que pudiera interferir en su trabajo. Y había aplicado esa habilidad profesional a todos los aspectos de su vida personal.


-¿Has dicho trapos sucios? -preguntó, arqueando una ceja-. Me encantan... -añadió, besándola en la barbilla.


Ella gimió y lo empujó en el pecho.


-No me estás tomando en serio.


Él se apoyó en el codo y la miró fijamente. Paula no se imaginaba lo equivocada que estaba. Él nunca había tomado tan en serio a una mujer. Y tenía intención de hacer el amor con ella.


-Crees que eres muy dura, ¿verdad? -se burló, tirándole de un mechón ondulado.


-La verdad es que sí.


-Pues si eres tan dura, no importa lo que hagamos aquí, ya que nada tiene que ver con el caso.


-¿Harías el amor conmigo aun sabiendo que voy a intentar destruirte? -preguntó ella con el ceño fruncido.


Pedro se le aceleró el pulso sólo de oírla.


-Sí.


-Y eso quiere decir... que tampoco significa nada para ti -murmuró, apartando la mirada.


Pedro frunció el ceño. Él no había dicho eso. Le puso un dedo bajo la barbilla y le hizo mirarlo.


-Te lo dije antes, Paula. Tomaré lo que pueda tener de ti.


Sus miradas se encontraron y durante unos segundos nadie habló.


-¿Por qué?


No podría haberle hecho una pregunta más difícil. Pedro no sabía qué responder. Se había convencido a sí mismo de que quería su amistad y de que una aventura sexual lo echaría todo a perder. Pero eso había sido antes de besarla. 


Antes de experimentar aquella pasión febril que sofocaba cualquier duda.


Le pasó el pulgar lentamente por los labios. Ella batió los párpados y ahogó un gemido. El pulso le latía fuertemente en la garganta. Pedro sabía que le permitiría volver a besarla.


-¿Por qué no?


Ella pareció rendirse a su lógica y lo recibió a mitad de camino. Pero, tan pronto como sus labios se habían unido, el teléfono de la mesilla empezó a sonar. El sonido indicaba que se trataba de una llamada desviada desde su contestador. Una emergencia.


Pedro cerró los ojos y reprimió una maldición. 


¿Por qué ahora? ¿Por qué en ese preciso instante, cuando estaba a punto de conseguir que Paula se olvidara de sus escrúpulos?


EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 12




Pedro respiró hondo y cerró los ojos durante unos segundos.


-Por cargante que seas -susurró-, no puedo creer lo mucho que te he echado de menos.


Una cálida emoción se extendió por el pecho de Paula, nublándole la visión. Quería decirle que ella no lo había echado de menos, pero él sabría que estaba mintiendo. Quería darse la vuelta y evitarlo. Pero, por encima de todo, quería besarlo.


-No podemos ser amigos -dijo en voz baja y triste.


El subió la mano y le acarició suavemente la curva de la mandíbula.


-Entonces, ¿qué podemos ser?


Paula no tenía respuesta para eso.


-Tomaré lo que pueda tener de ti -dijo él en un áspero susurro.


Sus miradas se intensificaron. Los fuertes dedos de Pedro se entrelazaron en sus cabellos. Se inclinó y le tocó la boca con la suya. Un roce ligero, vacilante. Apenas un beso. Pero permaneció allí, manteniendo ese contacto etéreo, con los ojos cerrados y los latidos de su corazón pidiendo más en una súplica silenciosa.


Una corriente de sensualidad se propagó desde sus labios casi unidos hasta las profundidades más íntimas de su cuerpo. Aspiró lentamente, saboreando su calor masculino y su cercanía, hasta que la necesidad de recibir más la sobrepasó.


No supo quién se movió primero, quién comenzó el roce seductor de una boca contra otra, el intercambio de mordiscos y el baile de las lenguas. Una magia extraña y ardiente la poseyó. Se presionó más contra él, buscando la satisfacción de un repentino anhelo. Le rodeó los musculosos hombros con los brazos, hundió los dedos en el pelo de la nuca y se abandonó al placer.


El beso se hizo más profundo y voraz. Un gemido ronco se elevó por la garganta de Pedro al tiempo que una poderosa necesidad brotaba en su interior. Había fantaseado con aquello durante mucho tiempo. Con besar y saborear aquellos labios. Con abrazar a aquella mujer. Con hacerle el amor... Deslizó las manos bajo su chaqueta y subió por sus costados, ávido por sentir su suavidad. El gemido de Paula reverberó a través del beso, y sus caderas se mecieron en una sensual respuesta a las caricias. La sangre le hervía en las venas. Bajó las manos hasta su trasero y la levantó para apretarla más contra él.


-Pedro -susurró ella contra su boca-. No estoy siendo justa contigo. Tengo que parar ahora, en vez de hacerte creer que hay alguna posibilidad de...


-Deja que yo me preocupe de lo que es justo -la atajó él. Volvió a besarla y ella lo recibió con un movimiento sinuoso de su cuerpo que lo hizo gemir.


-Me detendré enseguida -le avisó ella en un murmullo ronco.


Él la miró a sus brillantes ojos verdes y le mordisqueó el carnoso labio inferior.


-De acuerdo -dijo, y volvieron a unirse en otro beso intenso y apasionado.


Pedro la presionó contra él de todas las maneras posibles. Necesitaba estar dentro de ella. A Paula se le escapó un débil gemido de placer, y la necesidad de Pedro se avivó hasta convertirse en dolor. La tumbó sobre la cama y la besó en el rostro, la mandíbula y el cuello.
Pedro -pronunció su nombre en un susurro tembloroso, tendida bajo él-, entiendes que voy a parar, ¿verdad?


-No -respondió él, pasándole la lengua por la mandíbula, hasta alcanzar su oreja-. No lo entiendo.


Ella cerró los ojos y estiró provocativamente su cuello largo y esbelto.


-No puedo relacionarme contigo.


Pedro se perdió en la fragancia floral de sus cabellos y en la esencia embriagadoramente femenina de Paula, tomándose su tiempo para saborear la textura de su piel. Ella le acarició la espalda y realizó pequeñas torsiones con su cuerpo, incitándolo aún más, y él le quitó la chaqueta y buscó los botones de la blusa. Por desgracia, la maldita prenda se abotonaba a la espalda. Frustrado, volvió a su boca y ella lo recibió con un beso tórrido y ferviente. Pedro empezó a masajearle los pechos a través de la seda y el encaje, endureciéndole los pezones. Había visto sus pechos el día anterior. Se había pasado la mitad de la noche recordándolos. Quería llenarse la boca con ellos y...


Pedro! -exclamó ella con un grito ahogado cuando él llevó la mano a su espalda para desabrocharle la blusa. Sus ojos destellaban de sensualidad y su rostro ardía de color-. Estoy investigando una demanda contra ti. Nada de lo que digamos o hagamos podrá cambiarlo. Voy a recoger cualquier pedazo de información que pueda encontrar para manchar tu nombre y...


Él la hizo callar con otro beso, y ella empezó a debatirse frenéticamente, empujándolo y al mismo tiempo tirando de él. Apartando sus manos y a la vez arqueándose para buscar su contacto. Una lucha sensual que pronto dio paso a la pasión compartida.


La mano de Pedro la recorrió desde el pecho hasta el muslo. Ella se retorció como una gata a la que estuvieran acariciando, y él le subió la falda para palpar la ardiente suavidad del muslo.


-No, espera -jadeó ella, agarrándole la mano-. Tienes que escucharme. Antes te engañé, Pedro. No sólo voy tras la verdad de este caso. También busco los trapos sucios.