domingo, 23 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 12




Pedro respiró hondo y cerró los ojos durante unos segundos.


-Por cargante que seas -susurró-, no puedo creer lo mucho que te he echado de menos.


Una cálida emoción se extendió por el pecho de Paula, nublándole la visión. Quería decirle que ella no lo había echado de menos, pero él sabría que estaba mintiendo. Quería darse la vuelta y evitarlo. Pero, por encima de todo, quería besarlo.


-No podemos ser amigos -dijo en voz baja y triste.


El subió la mano y le acarició suavemente la curva de la mandíbula.


-Entonces, ¿qué podemos ser?


Paula no tenía respuesta para eso.


-Tomaré lo que pueda tener de ti -dijo él en un áspero susurro.


Sus miradas se intensificaron. Los fuertes dedos de Pedro se entrelazaron en sus cabellos. Se inclinó y le tocó la boca con la suya. Un roce ligero, vacilante. Apenas un beso. Pero permaneció allí, manteniendo ese contacto etéreo, con los ojos cerrados y los latidos de su corazón pidiendo más en una súplica silenciosa.


Una corriente de sensualidad se propagó desde sus labios casi unidos hasta las profundidades más íntimas de su cuerpo. Aspiró lentamente, saboreando su calor masculino y su cercanía, hasta que la necesidad de recibir más la sobrepasó.


No supo quién se movió primero, quién comenzó el roce seductor de una boca contra otra, el intercambio de mordiscos y el baile de las lenguas. Una magia extraña y ardiente la poseyó. Se presionó más contra él, buscando la satisfacción de un repentino anhelo. Le rodeó los musculosos hombros con los brazos, hundió los dedos en el pelo de la nuca y se abandonó al placer.


El beso se hizo más profundo y voraz. Un gemido ronco se elevó por la garganta de Pedro al tiempo que una poderosa necesidad brotaba en su interior. Había fantaseado con aquello durante mucho tiempo. Con besar y saborear aquellos labios. Con abrazar a aquella mujer. Con hacerle el amor... Deslizó las manos bajo su chaqueta y subió por sus costados, ávido por sentir su suavidad. El gemido de Paula reverberó a través del beso, y sus caderas se mecieron en una sensual respuesta a las caricias. La sangre le hervía en las venas. Bajó las manos hasta su trasero y la levantó para apretarla más contra él.


-Pedro -susurró ella contra su boca-. No estoy siendo justa contigo. Tengo que parar ahora, en vez de hacerte creer que hay alguna posibilidad de...


-Deja que yo me preocupe de lo que es justo -la atajó él. Volvió a besarla y ella lo recibió con un movimiento sinuoso de su cuerpo que lo hizo gemir.


-Me detendré enseguida -le avisó ella en un murmullo ronco.


Él la miró a sus brillantes ojos verdes y le mordisqueó el carnoso labio inferior.


-De acuerdo -dijo, y volvieron a unirse en otro beso intenso y apasionado.


Pedro la presionó contra él de todas las maneras posibles. Necesitaba estar dentro de ella. A Paula se le escapó un débil gemido de placer, y la necesidad de Pedro se avivó hasta convertirse en dolor. La tumbó sobre la cama y la besó en el rostro, la mandíbula y el cuello.
Pedro -pronunció su nombre en un susurro tembloroso, tendida bajo él-, entiendes que voy a parar, ¿verdad?


-No -respondió él, pasándole la lengua por la mandíbula, hasta alcanzar su oreja-. No lo entiendo.


Ella cerró los ojos y estiró provocativamente su cuello largo y esbelto.


-No puedo relacionarme contigo.


Pedro se perdió en la fragancia floral de sus cabellos y en la esencia embriagadoramente femenina de Paula, tomándose su tiempo para saborear la textura de su piel. Ella le acarició la espalda y realizó pequeñas torsiones con su cuerpo, incitándolo aún más, y él le quitó la chaqueta y buscó los botones de la blusa. Por desgracia, la maldita prenda se abotonaba a la espalda. Frustrado, volvió a su boca y ella lo recibió con un beso tórrido y ferviente. Pedro empezó a masajearle los pechos a través de la seda y el encaje, endureciéndole los pezones. Había visto sus pechos el día anterior. Se había pasado la mitad de la noche recordándolos. Quería llenarse la boca con ellos y...


Pedro! -exclamó ella con un grito ahogado cuando él llevó la mano a su espalda para desabrocharle la blusa. Sus ojos destellaban de sensualidad y su rostro ardía de color-. Estoy investigando una demanda contra ti. Nada de lo que digamos o hagamos podrá cambiarlo. Voy a recoger cualquier pedazo de información que pueda encontrar para manchar tu nombre y...


Él la hizo callar con otro beso, y ella empezó a debatirse frenéticamente, empujándolo y al mismo tiempo tirando de él. Apartando sus manos y a la vez arqueándose para buscar su contacto. Una lucha sensual que pronto dio paso a la pasión compartida.


La mano de Pedro la recorrió desde el pecho hasta el muslo. Ella se retorció como una gata a la que estuvieran acariciando, y él le subió la falda para palpar la ardiente suavidad del muslo.


-No, espera -jadeó ella, agarrándole la mano-. Tienes que escucharme. Antes te engañé, Pedro. No sólo voy tras la verdad de este caso. También busco los trapos sucios.




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