martes, 25 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 15





Si hubiera sabido dónde vivía ahora la señora Sánchez, Paula habría recorrido a pie los ocho kilómetros hasta el hotel, bajo la lluvia y con tacones, antes que acompañar a Pedro.


Pero se dio cuenta demasiado tarde que aquella llamada de emergencia los llevaría al barrio donde ella había crecido. Pedro metió el deportivo por un estrecho camino asfaltado donde una fila de casas bordeaba el canal de la bahía. La casa de cedro y piedra en medio de la fila había sido la vivienda del coronel.


Cuando su madre vivía aquella casa le había parecido un hogar, aunque las estrictas reglas del coronel no hacían nada fácil la convivencia.


Se puso rígida en el asiento de cuero mientras el lujoso deportivo de Pedro recorría lentamente el vecindario. Paula no había vuelto a pisar aquel barrio en doce años. Ni siquiera se había aventurado a acercarse, a pesar de que en muchas ocasiones había estado tentada de tragarse el orgullo y hacerle una visita a su severo padre.


Pero ya era demasiado tarde para eso. El coronel había muerto el año anterior.


-Había olvidado que vendríamos a tu barrio. La señora Sánchez vive cerca de la antigua casa del coronel.


Paula no dijo nada mientras pasaban frente al hogar de su infancia.


-Ahora viven en ella una pareja con tres niños.


A Paula le resultó reconfortante saberlo. Al menos aquella casa tenía vida. La presencia de una cama elástica, un triciclo y un balón de fútbol en el jardín delantero atestiguaban el cambio. El coronel nunca había permitido ningún juguete en su pulcro jardín.


-¿Alguna vez intentaste acercarte a él para arreglar las cosas? -le preguntó Pedro.


A Paula se le formó un doloroso nudo en la garganta, dificultándole la respuesta.


-Unos meses después de marcharme lo llamé. Aceptó mis disculpas por... mi insubordinación.


-Entonces, ¿por qué no volviste a visitarlo?


-No me invitó -dijo ella, intentando mantener un tono ligero y despreocupado-. Nos visitó a Malena y a mí en Tallahassee un par de veces. Aunque más bien era una inspección -forzó una sonrisa-. Pero siempre que mencionábamos la posibilidad de visitarlo, alegaba tener otros planes.


Apartó la mirada para ocultar el dolor de su expresión. Su padre no la había querido en su vida.


-Oh, no pienses que nos abandonó por completo. Se ofreció a pagar nuestras facturas y nos dio algo de dinero, pero... -dejó la frase sin terminar. Nadie tenía por qué saber que había rechazado la ayuda económica. Había querido forzar a su padre a tomar una drástica decisión, igual que él había hecho con ella. O la aceptaba en su corazón o rompía todos los lazos. Su padre había cortado los lazos.


-Te enteraste de que se compró un bote pesquero, ¿verdad? -le preguntó Pedro. Ella negó con la cabeza, incapaz de hablar-. Una barca preciosa. La tuvo durante cuatro años, pero tuvo que venderla al marcharse al extranjero -explicó-. Le puso de nombre La Paula del coronel.


Paula lo miró, incrédula. ¿Su padre le había puesto su nombre a su barca?


-También tenía otro bote más pequeño al que puso por nombre Lady Malena -añadió Pedro, aparcando a un lado del camino-. Algunas personas tienen miedo de amar, Pau, o no saben cómo hacerlo. Pero eso no significa que no sientan nada.


Ella desvió la mirada. No podía pensar ahora en el coronel... ni en el detalle de los botes.


-Todo eso ya es historia -murmuró-. Ya no importa.


-Yo creo que sí.


-No quiero hablar de esto, Pedro. Igual que tú tampoco quieres hablar de tus cicatrices.


-Me parece una excelente comparación -repuso él-. Tierney me apuntó con una pistola. Yo intenté desarmarlo y se disparó -hizo una breve pausa-. Cuando estés lista para hablarme de tus cicatrices, estaré encantado de escucharte.


Sus cicatrices... Tenía unas cuantas, pero no era el momento ni el lugar para hablar de ellas.


-¿Es ésta la casa de la señora Sánchez? -preguntó, señalando la casa con tejado a dos aguas.


-Sí.


-La ambulancia aún no ha llegado.


-Estábamos a muy poca distancia. La ambulancia tardará otra media hora en llegar desde el hospital.


-¿Debería esperar en el coche? -preguntó.


-Puedes hacerlo, pero prefiero que entres-dijo él, tomando una bolsa negra de piel del asiento trasero-. Nunca se sabe qué ayuda puedo necesitar.


Paula sintió una punzada de satisfacción al pensar en que Pedro podría necesitarla. 


Sorprendida por su repentina sensibilidad, lo siguió por el jardín. Una mujer menuda y morena salió de la casa para recibir a Pedro. Era Gloria. 


De joven había sido la niñera favorita de Paula y Malena. Ahora tenía casi cuarenta años y algunos kilos de más, pero seguía siendo la misma.


-Ah, doctor, qué bien que haya venido -dijo. Tenía los ojos enrojecidos y el rostro manchado de lágrimas secas-. No sabía que mamá estaba en las escaleras. Oí un golpe espantoso y entonces me llamó... Está... está ahí, y le du... duele mucho -balbuceó. Se cubrió los ojos con una mano y rompió a llorar.


Dos niñas pequeñas estaban en la puerta, sollozando. Del interior salió el llanto de un bebé.


Pedro rodeó a Gloria con un brazo y entró con ella en la casa.


-Cálmate, Gloria. Estás asustando a los niños, y seguramente también a tu madre.


Gloria ahogó un gemido y dejó de llorar mientras se llevaba a las pequeñas. Pedro atravesó el pequeño salón hasta el pie de las escaleras. Y Paula se mantuvo a una distancia discreta tras él, sintiéndose incómoda y entrometida, aunque nadie la había mirado siquiera.


Pedro se arrodilló junto a la mujer que yacía de costado, vestida con una túnica descolorida. 


Aunque guardaba silencio estoicamente, respiraba en jadeos superficiales y tenía la frente perlada de sudor. Miró a Pedro con sus ojos negros, llenos de dolor.


-Rosa, Rosa, ¿no te dije que no bailarás el chachachá en las escaleras? -la reprendió él con una tierna sonrisa mientras le examinaba su frágil cuerpo con las manos-. ¿Dónde te duele?


Ella murmuró una respuesta. Pedro le hizo más preguntas y se inclinó para examinarla más detenidamente.


Sonó un teléfono y el bebé volvió a chillar desde una habitación al fondo. Gloria se llevó a las niñas y a un niño mayor a la cocina, y Paula se aventuró a seguir el llanto del bebé hasta un dormitorio. Encontró al pequeño en una cuna, con las manos regordetas aferradas a los bordes y las mejillas mofletudas cubiertas de lágrimas. 


Paula le sonrió y le murmuró un cariñoso saludo. El bebé alargó los brazos hacia ella.


Absurdamente complacida, lo tomó en sus brazos y los llantos se calmaron al instante. El pequeño se acurrucó contra ella con inocente dulzura.


Paula pensó en los hijos de Malena, de ocho y nueve años. Había estado demasiado inmersa en su trabajo para pasar tiempo con ellos. No podía arrepentirse por ello ahora. Su trabajo le permitía construirse un futuro y asegurar su independencia. Nada era más importante que eso. Pero mientras sostenía al bebé y presionaba la mejilla contra su cabecita, deseó haber pasado más tiempo con sus sobrinos.


domingo, 23 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 14



Paula soltó una temblorosa exhalación y se desplomó en la cama. Salvada por los pelos. 


¿En qué demonios había estado pensando? No había estado pensando en nada, ése era el problema. Había respondido ciegamente a la atracción que él ejercía sobre ella y a su propio e irrefrenable deseo.


Tenía que salir de allí. Se levantó de la cama y buscó sus zapatos y su bolso.


-Cálmate. Respira hondo -ordenó Pedro. A Paula le costó un momento darse cuenta de que estaba hablando por teléfono-. ¿Respira?... Bien. ¿Está consciente?... Bien -sostenía el auricular entre el hombro y la oreja mientras se abrochaba la camisa y se metía los faldones en los pantalones-. No la muevas. Llamaré a una ambulancia... Sí, voy para allá.


Colgó y llamó para pedir una ambulancia y dar a los paramédicos la información sobre el paciente. Paula se puso los zapatos, se arregló la ropa y se miró al espejo para retocarse el maquillaje y el peinado. Su traje de lino estaba muy arrugado, como si se lo hubiera dejado puesto para dormir o para hacer el amor.


El corazón le dio un vuelco al pensarlo. ¡Había estado a punto de hacer el amor con Pedro Alfonso! Se sacudió mentalmente para disipar cualquier emoción que pudiera confundirla aún más e intentó alisar las arrugas del traje. Su intención había sido ofrecer una imagen competente y trabajadora. Tal vez debería regresar al hotel para cambiarse de ropa antes de continuar su investigación.


Entonces se dio cuenta de que no tenía coche. 


El Mercedes de su hermana seguía atrapado en el barro. Miró su reloj, esperando que Dee pudiera pasarse por allí para recogerla. Pero ya eran las doce y cuarto y Dee había dicho que no estaría disponible después del mediodía.


-La señora Sánchez se ha caído por las escaleras -dijo Pedro al colgar-. Parece que se ha roto la cadera.


-¿La señora Sánchez? ¿La madre de Gloria?


-La misma. La mejor tortilla de guacamole de Point. Dudo que pueda volver a hacerla en una temporada -dijo él, haciendo salir a Paula de la habitación-. No tengo tiempo para sacar tu coche del barro ahora mismo.


-Claro que no.


-Te dejaría la grúa, pero Bobby Ray no quiere que nadie más la conduzca -se detuvo en el vestíbulo y la miró con incomodidad-. Tampoco puedo ofrecerte mi coche, porque tengo todo mi material médico en el maletero y no sé qué voy a necesitar.


-No, no. De ningún modo aceptaría tu coche.


-Puedes quedarte aquí -le sugirió él-. Freddie y los Flounder vendrán de un momento a otro para preparar el picnic de mañana. Sus esposas no les permiten ensayar en casa, así que usan la mía. Un poco de música te animará la tarde.


-Mi tarde ya está bastante animada, gracias -dijo ella. No quería que nadie la viera en casa de Pedro-. Prefiero no quedarme aquí.


-Entonces sólo te queda una opción. Mi Harley.


-¡Tu Harley!


-Yo no te la recomendaría. Es muy grande y puede que te resulte muy difícil manejarla, sobre todo si está lloviendo... Aunque, por otro lado, ofrecerías una imagen muy interesante -añadió, mirándola de arriba abajo.


A Paula se le aceleró el pulso.


-No puedo llevarme tu Harley.


Él se encogió de hombros y sacó un paraguas del armario.


-Entonces tendrás que venir conmigo.



EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 13




Apartó la mano de su muslo y volvió a bajarse la falda. Con su pelo oscuro y alborotado, sus labios húmedos e hinchados y sus ojos verdes brillando de emoción, estaba tan hermosa que hacía daño mirarla.


Y aún le haría más daño tener que soltarla y saber que no podría volver a besarla. Sería horrible ver cómo intentaba mancillar su nombre y su reputación.


Pero a lo largo de su carrera había aprendido a ignorar el dolor y cualquier otra emoción o esperanza que pudiera interferir en su trabajo. Y había aplicado esa habilidad profesional a todos los aspectos de su vida personal.


-¿Has dicho trapos sucios? -preguntó, arqueando una ceja-. Me encantan... -añadió, besándola en la barbilla.


Ella gimió y lo empujó en el pecho.


-No me estás tomando en serio.


Él se apoyó en el codo y la miró fijamente. Paula no se imaginaba lo equivocada que estaba. Él nunca había tomado tan en serio a una mujer. Y tenía intención de hacer el amor con ella.


-Crees que eres muy dura, ¿verdad? -se burló, tirándole de un mechón ondulado.


-La verdad es que sí.


-Pues si eres tan dura, no importa lo que hagamos aquí, ya que nada tiene que ver con el caso.


-¿Harías el amor conmigo aun sabiendo que voy a intentar destruirte? -preguntó ella con el ceño fruncido.


Pedro se le aceleró el pulso sólo de oírla.


-Sí.


-Y eso quiere decir... que tampoco significa nada para ti -murmuró, apartando la mirada.


Pedro frunció el ceño. Él no había dicho eso. Le puso un dedo bajo la barbilla y le hizo mirarlo.


-Te lo dije antes, Paula. Tomaré lo que pueda tener de ti.


Sus miradas se encontraron y durante unos segundos nadie habló.


-¿Por qué?


No podría haberle hecho una pregunta más difícil. Pedro no sabía qué responder. Se había convencido a sí mismo de que quería su amistad y de que una aventura sexual lo echaría todo a perder. Pero eso había sido antes de besarla. 


Antes de experimentar aquella pasión febril que sofocaba cualquier duda.


Le pasó el pulgar lentamente por los labios. Ella batió los párpados y ahogó un gemido. El pulso le latía fuertemente en la garganta. Pedro sabía que le permitiría volver a besarla.


-¿Por qué no?


Ella pareció rendirse a su lógica y lo recibió a mitad de camino. Pero, tan pronto como sus labios se habían unido, el teléfono de la mesilla empezó a sonar. El sonido indicaba que se trataba de una llamada desviada desde su contestador. Una emergencia.


Pedro cerró los ojos y reprimió una maldición. 


¿Por qué ahora? ¿Por qué en ese preciso instante, cuando estaba a punto de conseguir que Paula se olvidara de sus escrúpulos?


EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 12




Pedro respiró hondo y cerró los ojos durante unos segundos.


-Por cargante que seas -susurró-, no puedo creer lo mucho que te he echado de menos.


Una cálida emoción se extendió por el pecho de Paula, nublándole la visión. Quería decirle que ella no lo había echado de menos, pero él sabría que estaba mintiendo. Quería darse la vuelta y evitarlo. Pero, por encima de todo, quería besarlo.


-No podemos ser amigos -dijo en voz baja y triste.


El subió la mano y le acarició suavemente la curva de la mandíbula.


-Entonces, ¿qué podemos ser?


Paula no tenía respuesta para eso.


-Tomaré lo que pueda tener de ti -dijo él en un áspero susurro.


Sus miradas se intensificaron. Los fuertes dedos de Pedro se entrelazaron en sus cabellos. Se inclinó y le tocó la boca con la suya. Un roce ligero, vacilante. Apenas un beso. Pero permaneció allí, manteniendo ese contacto etéreo, con los ojos cerrados y los latidos de su corazón pidiendo más en una súplica silenciosa.


Una corriente de sensualidad se propagó desde sus labios casi unidos hasta las profundidades más íntimas de su cuerpo. Aspiró lentamente, saboreando su calor masculino y su cercanía, hasta que la necesidad de recibir más la sobrepasó.


No supo quién se movió primero, quién comenzó el roce seductor de una boca contra otra, el intercambio de mordiscos y el baile de las lenguas. Una magia extraña y ardiente la poseyó. Se presionó más contra él, buscando la satisfacción de un repentino anhelo. Le rodeó los musculosos hombros con los brazos, hundió los dedos en el pelo de la nuca y se abandonó al placer.


El beso se hizo más profundo y voraz. Un gemido ronco se elevó por la garganta de Pedro al tiempo que una poderosa necesidad brotaba en su interior. Había fantaseado con aquello durante mucho tiempo. Con besar y saborear aquellos labios. Con abrazar a aquella mujer. Con hacerle el amor... Deslizó las manos bajo su chaqueta y subió por sus costados, ávido por sentir su suavidad. El gemido de Paula reverberó a través del beso, y sus caderas se mecieron en una sensual respuesta a las caricias. La sangre le hervía en las venas. Bajó las manos hasta su trasero y la levantó para apretarla más contra él.


-Pedro -susurró ella contra su boca-. No estoy siendo justa contigo. Tengo que parar ahora, en vez de hacerte creer que hay alguna posibilidad de...


-Deja que yo me preocupe de lo que es justo -la atajó él. Volvió a besarla y ella lo recibió con un movimiento sinuoso de su cuerpo que lo hizo gemir.


-Me detendré enseguida -le avisó ella en un murmullo ronco.


Él la miró a sus brillantes ojos verdes y le mordisqueó el carnoso labio inferior.


-De acuerdo -dijo, y volvieron a unirse en otro beso intenso y apasionado.


Pedro la presionó contra él de todas las maneras posibles. Necesitaba estar dentro de ella. A Paula se le escapó un débil gemido de placer, y la necesidad de Pedro se avivó hasta convertirse en dolor. La tumbó sobre la cama y la besó en el rostro, la mandíbula y el cuello.
Pedro -pronunció su nombre en un susurro tembloroso, tendida bajo él-, entiendes que voy a parar, ¿verdad?


-No -respondió él, pasándole la lengua por la mandíbula, hasta alcanzar su oreja-. No lo entiendo.


Ella cerró los ojos y estiró provocativamente su cuello largo y esbelto.


-No puedo relacionarme contigo.


Pedro se perdió en la fragancia floral de sus cabellos y en la esencia embriagadoramente femenina de Paula, tomándose su tiempo para saborear la textura de su piel. Ella le acarició la espalda y realizó pequeñas torsiones con su cuerpo, incitándolo aún más, y él le quitó la chaqueta y buscó los botones de la blusa. Por desgracia, la maldita prenda se abotonaba a la espalda. Frustrado, volvió a su boca y ella lo recibió con un beso tórrido y ferviente. Pedro empezó a masajearle los pechos a través de la seda y el encaje, endureciéndole los pezones. Había visto sus pechos el día anterior. Se había pasado la mitad de la noche recordándolos. Quería llenarse la boca con ellos y...


Pedro! -exclamó ella con un grito ahogado cuando él llevó la mano a su espalda para desabrocharle la blusa. Sus ojos destellaban de sensualidad y su rostro ardía de color-. Estoy investigando una demanda contra ti. Nada de lo que digamos o hagamos podrá cambiarlo. Voy a recoger cualquier pedazo de información que pueda encontrar para manchar tu nombre y...


Él la hizo callar con otro beso, y ella empezó a debatirse frenéticamente, empujándolo y al mismo tiempo tirando de él. Apartando sus manos y a la vez arqueándose para buscar su contacto. Una lucha sensual que pronto dio paso a la pasión compartida.


La mano de Pedro la recorrió desde el pecho hasta el muslo. Ella se retorció como una gata a la que estuvieran acariciando, y él le subió la falda para palpar la ardiente suavidad del muslo.


-No, espera -jadeó ella, agarrándole la mano-. Tienes que escucharme. Antes te engañé, Pedro. No sólo voy tras la verdad de este caso. También busco los trapos sucios.




sábado, 22 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 11





La intensidad de su furia la asustó. Nunca lo había visto tan furioso. Pedro sacó el camión de la carretera principal y tomó un camino de grava a través del bosque. El follaje no tardó en abrirse y Paula reconoció el paisaje ajardinado y la casa de madera sobre pilares de piedra.


La casa de Pedro. Un pastor alemán se acercó al camión agitando la cola y con la lengua fuera. 


A Paula le recordó a Thor, el perro que Pedro había criado desde que era un cachorro. Pero aquél no podía ser Thor. Una profunda melancolía asaltó a Paula. Thor había sido la única mascota que había tenido en su vida.


Pedro aparcó el camión en el garaje, junto a la casa, al abrigo de la lluvia torrencial. Acarició la cabeza del perro, al que llamó «Leus», y le abrió la puerta a Paula.


-Ven conmigo.


Ella no quiso discutir. Sentía curiosidad por conocer la razón de su enojo y por ver lo que tenía que enseñarle, de modo que lo siguió por los escalones de la entrada a una espaciosa habitación.


Nada más entrar se detuvo, impactada por el calor familiar. Nada parecía haber cambiado. 


Una inmensa chimenea de piedra dominaba la pared, rodeada por sillones y sofás. Un amplio mostrador separaba la reluciente cocina del rincón, que seguía albergando dos grandes frigoríficos. Uno siempre había estado lleno de comida, y el otro de bebidas. También seguía estando la mesa de madera con seis sillas, junto a una anticuada gramola.


En aquella mesa habían jugado a las cartas mientras escuchan música y bebían refrescos.


Tras la mesa, un ventanal ofrecía una vista espectacular de la playa y de las verdes aguas del Golfo de México. Una vista que a Paula le resultaba más familiar que la de su propio apartamento en Tallahassee. Casi había esperado encontrarse a la madre de Pedro, o a su padre, hermana o primos rodeando la esquina de los dormitorios o entrando desde el porche trasero con una calurosa sonrisa. Nadie apareció. Estaban solos.


Pedro la hizo avanzar poniéndole una mano en el trasero, llevándola hasta al dormitorio principal. También aquella habitación le produjo a Paula una sensación de nostalgia. En ella se habían reunido los amigos para ver la televisión, repantigados en los sillones, en el suelo enmoquetado o en la gran cama de matrimonio.


-Siéntate -le ordenó Pedro, señalando la cama-. Por favor -añadió, suavizando el tono.


Ella dudó un momento, pero acabó cediendo y se sentó en el borde de la cama.


-¿Tus padres siguen viviendo aquí?


-No, les compré la casa. Querían algo más pequeño -explicó. Abrió un armario, sacó una caja y la puso en un sillón.


Paula observó con curiosidad cómo hurgaba entre los papeles y sobres. ¿Qué querría enseñarle? Algo relacionado con Gaston Tierney, sin duda. Pedro sacó unos sobres con fotos y se sentó en la cama junto a ella. Hojeó brevemente las fotos y arrojó algunas al regazo de Paula.


-Sois Gaston y tú -dijo ella, sorprendida, examinando las fotos. Dos jóvenes sonreían y hacían payasadas ante la cámara. En las mesas siempre había bandejas con refrescos y palomitas de maíz.


A Paula se le formó un nudo en el pecho. En ninguna otra parte se había sentido más en casa.


-Fuimos al mismo colegio universitario. Llegué a conocerlo muy bien. O al menos eso creía -dijo, tendiéndole otra foto. Era una foto de boda.


-Becky -murmuró Paula, admirando a la hermosa hermana de Pedro. Era rubia como él, pero sus ojos eran grandes y azules-. ¡Y Gaston! -exclamó al desviar la mirada hacia el novio.


-Se casó con él el mismo día que cumplió dieciocho años. El tenía veintisiete. No pasó mucho tiempo antes de que empezaran los problemas.


-Si el matrimonio de tu hermana no funcionó, entiendo que le guardes rencor a Gaston, pero preferiría no hablar de ello. No es asunto mío.


-Mira esto, Paula -le ordenó él con vehemencia, poniéndole una foto en las manos.


Al principio no reconoció a la mujer esquelética y demacrada de la foto. Pero enseguida se dio cuenta de que era Becky. Tenía el rostro pálido y macilento, profundas ojeras y una expresión de angustia y cansancio.


-¿Qué le pasó? -susurró Paula, horrorizada.


-Tierney. Eso fue lo que pasó. Después de la boda, se volvió patológicamente posesivo. Le prohibió mantener el menor contacto con su familia y sus amigos. La retuvo como a una cautiva. Becky no se atrevió a contarle a nadie lo que estaba sufriendo... ni siquiera a mí. Después de dos años infernales, necesitó cuatro años de terapia para recuperar su vida normal.


Paula cerró los ojos, compadeciéndose de la chica a la que había querido como a una hermana. Le devolvió la foto a Pedro sin saber qué decir ni qué pensar. La foto no demostraba nada. Y sin embargo, creía a Pedro. Sabía que no mentiría sobre algo así. No podría volver a mirar a Gaston Tierney con buenos ojos.


Pero la opinión negativa sobre él no podía influir en su investigación. Ella trabajaba para Malena y haría lo posible por ayudarla a preparar el caso. La vida personal de Gaston no importaba.


-¿Dónde está Becky ahora?


-Vive muy lejos de aquí. No quiere que nadie de Point sepa dónde está. Teme que Tierney pueda averiguarlo y que vaya a buscarla.


-¿Crees que haría algo así?


-La estuvo acosando después del divorcio. Y también la amenazó. Dijo que nunca la dejaría marchar.


-Debió de ser terrible para ella-murmuró Paula-. ¿Y tú no... no hiciste nada? -le preguntó a Pedro, temiendo la respuesta-. Para detenerlo o darle su merecido...


-Tierney no atendía a razones -respondió Pedro-. Así que le di una paliza. Dejó de acosarla por un tiempo, pero me denunció por agresión. No consiguió nada porque no tenía pruebas ni testigos.


Ojalá no se lo hubiera dicho, pensó Paula. Una denuncia por agresión, aunque no prosperara, era la clase de trapos sucios que a ella le pagaban por reunir sobre él. Cualquier cosa para convencer al jurado.


-Después de que Becky lo abandonara, Tierney se casó con otra mujer -siguió Pedro-. También acabaron divorciándose. Por lo que me han contado amigos comunes, la trataba igual que a Becky. Antes de que se casara por tercera vez, avisé a la novia.


-¿A la novia? -exclamó Paula-. Quieres decir... ¿en la misma boda?


-No había otra manera. No la conocía ni sabía cómo contactar con ella, pero no podía permitir que otra mujer se metiera en ese infierno. Esta mujer no sabía nada de las dos primeras esposas. Cuando se lo conté todo, anuló la boda y me pidió que la sacara de la iglesia y la llevara a casa.


-Gaston debió de ponerse muy furioso.


-Un poco... -dijo él con una sonrisa sarcástica.


-Esa cicatriz -dijo ella, y levantó inconscientemente la mano para tocarle la línea quebrada de la mejilla-. Y tienes otra en el hombro -recordó-. La vi ayer, cuando te quitaste la camiseta. ¿Qué ocurrió? -le preguntó ella. De repente se sentía enferma e inexplicablemente furiosa... con él, con Tierney, con todo el mundo.


-Estas cicatrices no le importan a nadie.


-Supongo que son el resultado de alguna estupidez -espetó ella, levantándose-. Por Dios, Pedro. ¿Cómo se te ocurrió detener la boda y marcharte con su novia? Tienes suerte de que no te disparara.


La expresión de Pedro permaneció inalterable, y Paula lo miró con ojos muy abiertos.


-¿Lo hizo? ¿Te disparó?


El frunció el ceño y se levantó.


-Por lo que a mí respecta, estas cicatrices no existen. No quiero volver a hablar del tema.


Su rechazo a responderle la hizo olvidarse de su enojo. Obviamente había tocado una fibra sensible.


-Eres muy consciente de que existen, o no te importaría hablar de ellas -insistió ella-. Si tanto te molestan, ¿por qué no te las has quitado con cirugía?


-Maldita sea, Paula, no me molestan. Pero, ya que lo has mencionado, te diré que mis colegas cirujanos hicieron todo lo que pudieron.


Paula lo miró, profundamente consternada. No había querido insinuar que aquellas cicatrices le desagradaran. Únicamente le recordaban el peligro que había amenazado a Pedro. Si los cirujanos habían hecho todo lo posible y esas cicatrices seguían siendo visibles, las heridas debían de haber sido muy graves.


-Por favor, cuéntame lo que pasó.


-El tema está zanjado.


-No quieres reconocer esas cicatrices ni contarle a nadie cómo te las hiciste porque no quieres admitir que te han marcado de manera permanente -dijo, y vio un destello de asombro en su mirada-. Las cicatrices no te han herido, Pedro -insistió, sintiendo cómo se abría una grieta en su coraza-. Estoy segura de que las mujeres sigan locas por ti, como siempre. Incluso más aún.


-Déjalo, Pau -le advirtió él-. No necesito tu cháchara.


Pedro! -exclamó ella, sujetándole el rostro con las manos-. Tu odio hacia Tierney es horrible. No te lo guardes ni te niegues a hablar de ello, o te dejará una cicatriz mucho más grave dentro de ti.


Lo miró fijamente, con una preocupación sincera que surgía desde el corazón. El pareció asimilar el mensaje, pero a un nivel mucho más hondo de lo que Paula había esperado con sus palabras. La tensión creció hasta un límite casi insostenible. Paula bajó las manos lentamente, temblorosa.