martes, 11 de diciembre de 2018
EL ANILLO: CAPITULO 5
Se sentaron a la mesa de tipo picnic con bancos corridos a ambos lados, Luciano y Alex en un lado, Paula y su jefe en el otro.
«Concéntrate en la comida, Paula, y sé una buena invitada».
Había kebabs vegetales hechos con tomates cherry, calabacín, cebolla y champiñones marinados al estilo provenzal, carne y patatas a la brasa con nata y cebollino.
—¿Quién es el cocinero? —el patio estaba bordeado de plantas y arbustos, lo qué creaba un ambiente acogedor e íntimo.
—Yo he hecho lo fácil. Rosa ha preparado los kebabs —dijo Alex—. Es nuestra asistenta, pero nos ayuda con otras cosas —frunció el ceño—. Es como una madre o algo así.
Se expresó de tal manera que sonó como si no hubieran conocido a la suya, lo que hizo recordar a Paula lo poco que se parecían los hermanos entre sí. ¿Tendrían madres o padres diferentes? ¿Habrían tenido una vida familiar complicada? En eso ella era una experta, aunque el resto de su familia pensara que la única que no encajaba era ella.
—Pues dadle mi enhorabuena a Rosa —dijo.
—Cuéntanos qué te ha parecido tu primer día de trabajo —dijo Luciano, mientras cortaba un trozo de carne.
—He tomado algunas fotografías que servirán como publicidad —explicó los conceptos que habían guiado sus decisiones y le alegró ver que Pedro asentía y mostraba su aprobación—. También he tomado otras como base para los cuadros —la idea de completar cada diseño de jardín con un cuadro le parecía brillante, y estaba ansiosa por empezar con el primero—. Si los clientes cuelgan la obra en su casa, hablarán del proyecto y servirá de propaganda para Pedro. Trabajar con plantas y ayudar en el terreno me ha servido para comprender mucho mejor el trabajo en su conjunto. Ha sido muy interesante.
Miró de reojo a Pedro y durante unos segundos que parecieron una eternidad sus miradas quedaron atrapadas. Paula se preguntó si él sentiría la misma conexión que ella percibía.
Un instante después Pedro pestañeó y rompió el contacto.
—También quiero que diseñes un nuevo logo —dijo él—. Creo que ha llegado la hora de cambiar el que tenemos. Nunca me ha gustado.
—Seguro que se me ocurren algunas ideas. Puede que te guste algo sencillo, de trazos gruesos. Suelen ser muy efectivos.
Pedro entornó los ojos mientras consideraba la idea.
—Puede que sí —sonrió de nuevo—. Me gusta tu forma de pensar.
—Gracias.
Siguieron comiendo y charlando, y pronto estaban tan enfrascados en la conversación que Paula olvidó su nerviosismo.
El aroma de la barbacoa y de la ciudad impregnaba el aire. Arrastrados por el entusiasmo de las propuestas, Pedro y ella hablaban cada vez más rápido, sus rostros estaban cada vez más cerca, como si conspiraran. Hasta que Paula se dio cuenta y volvió a sentir la tensión que le producía estar junto a él.
Se quedaron en silencio y cuando Pedro la miró detenidamente, ella sintió un escalofrío igual al que la había recorrido cuando le ofreció el trabajo. Lo provocaba la calidez en su mirada y… un evidente interés masculino en ella, que Pedro borró de su rostro rápidamente.
Ésa era una reacción con la que Paula estaba familiarizada y que no por ello dejaba de herirla.
La había visto por primera vez en los ojos del primer hombre en el que había confiado, y aunque habían pasado años, siempre la reconocía. Pero puesto que Pedro no era más que su jefe no tenía por qué importarle. No debía olvidarlo.
—Necesito práctica para adaptarme a tu visión —dijo, para concentrarse en el trabajo—, para presentar cada proyecto desde la mejor perspectiva. La emoción que pones en…
El rostro de Pedro se endureció y sus dedos tamborilearon sobre la mesa antes de que todo él quedara completamente paralizado mientras la miraba fijamente.
—Hago cada proyecto lo mejor posible, eso es todo —dijo al fin—. Si percibes emoción será que la pones tú.
Su mirada revelaba que creía en lo que decía, y a Paula le desconcertó que no fuera consciente de que se entregaba al cien por cien a lo que hacía, cuando era evidente para cualquiera que se fijara.
Ella llevaba dos años estudiando su trabajo.
Desde que había comenzado a estudiar, el diseño de jardines le había fascinado, y el trabajo de Pedro le había atraído precisamente por lo que veía en él: fuerza y convicción, imaginación y generosidad…
—Quiero reflejar tu visión de cada proyecto —eligió salir del apuro de forma diplomática—, pero estoy dispuesta a aportar mi propia perspectiva.
—Esa es la mejor manera de planteártelo —Pedro pareció satisfecho con la respuesta, y la conversación volvió a incluir a los dos hermanos.
Al cabo de un rato, Alex se puso en pie.
—Disculpad, pero tengo que ir a hacer unas llamadas a un socio del extranjero antes de que se haga más tarde.
Luciano se incorporó a su vez. Fruncía el ceño.
—Yo voy a ver a Cecilia. No me he quedado tranquilo después de la pelea que hemos tenido por teléfono.
Paula lo observó mientras se marchaba, y se volvió a Pedro con una ceja enarcada.
—¿Problemas de mujeres?
Pedro se puso en pie y empezó a recoger la mesa.
—Cecilia es la encargada de su mayor invernadero. Cualquiera sabe qué ha pasado. Los dos tienen una personalidad muy fuerte y tienden a enfrentarse.
—Ah —Paula lo ayudó con el resto de los platos—. ¿Dónde los llevamos?
—A mi piso —Pedro la precedió por un pasillo hasta que llegaron a una puerta—. Los meteremos en el friegaplatos.
—Y cuando acabemos, será mejor que me vaya —Paula sujetó los platos con cuidado mientras esperaba a que Pedro abriera la puerta—. Me ha encantado la comida y la conversación. Espero que a tus hermanos les hayan convencido mis comentarios.
Sabía que en ocasiones casi había olvidado su presencia y que tendría que evitarlo en el futuro.
—Nos han convencido a todos. La cocina está por aquí —dijo Pedro, pasando de largo precipitadamente por una sala y entrando en una cocina blanca con suelo de pizarra negra.
A Paula le llamaron la atención tres cafeteras y varios otros útiles eléctricos.
—Deduzco que te gusta el café… Y los cachivaches —bromeó.
—Tomo distintas mezclas según la hora del día. Por la noche, descafeinado —sonrió al tiempo que miraba a su alrededor—. Y sí, me encantan las máquinas y ver cómo funcionan. Tengo más de las que necesito.
Como si hubiera hablado demasiado, sacó dos tazas del armario y alzó una a modo de pregunta muda.
—Sí, gracias.
Aquel nuevo ángulo de la personalidad de Pedro la intrigó aún más, pero decidió no hacer preguntas.
—Ese café huele demasiado bien para ser descafeinado —comentó.
—Es una marca especial. Tengo que reconocer que me doy algunos caprichos, al menos en mi casa —Pedro sirvió las tazas y le pasó una a Paula.
—No me pareces demasiado caprichoso. Y sentir curiosidad es una cualidad. Ella nos lleva a aprender —Paula dijo espontáneamente. Pedro ganaba dinero, y nadie podía criticarle por comprar café de importación o comprar objetos que no necesitaba—. Además, un buen café es siempre una gran inversión.
Se llevó la taza a los labios, cerró los ojos y bebió un sorbo. El perfumado e intenso líquido bajó por su garganta, arrancando de ella un suspiro de placer.
—¡Qué bueno! Tu curiosidad ha sido recompensada con creces.
—Tienes una manera peculiar de ver las cosas —dijo él.
—¿Y de qué otra manera podría verlas? —Paula abrió los ojos y descubrió a Pedro mirándola fijamente, con una expresión que no dejaba lugar a dudas y que no pudo ocultar a tiempo por más que desviara la mirada al instante.
Paula se concentró en su taza al tiempo que intentaba frenar su corazón. Tenía que superar la hipersensibilidad con la que reaccionaba a todo lo que Pedro hacía. Que la encontrara atractiva en aquel instante no significaba absolutamente nada. En cualquier caso, era su jefe y sería una estupidez dejarse llevar por los sentimientos que pudiera inspirarle, o creer que él sentía algo por ella.
Cabía la posibilidad de que le gustaran sus opiniones y que el resto no fueran más que imaginaciones suyas.
Bebieron el café apoyados en la encimera. En el silencio que siguió, Paula miró hacia el salón, en el que se veían un par de sofás, unas sillas tapizados de color chocolate, y una serie de pilas de revistas en perfecto orden sobre tres mesas de café. Había también libros y papeles que parecían planos.
—Veo que te traes trabajo a casa y que eres muy ordenado —comentó.
Pedro se frotó la nuca.
—A veces me obsesiona acabar un proyecto aunque ello suponga traérmelo a casa. Una vez empiezo, no soy capaz de parar. Siempre he sido así. Hay quien lo encuentra censurable, pero no puedo hacer nada por evitarlo, y la verdad es que no quiero cambiarlo.
—No tienes por qué —si cambiara podría perder parte de la intensidad que caracterizaba su trabajo. -Paula no comprendía qué tenía de malo—. Creo que a mí me pasa algo parecido.
Pedro pasó su taza vacía de una mano a otra.
—Es hora de que me vaya —Paula hubiera seguido en su compañía… para hablar de trabajo. Pero dejó la taza sobre la encimera y fue hacia la puerta.
—He disfrutado de la conversación que hemos tenido —Pedro la siguió.
EL ANILLO: CAPITULO 4
Pedro encontró a Paula en un extremo de la propiedad, con la cámara sobre el trípode. Era evidente que esperaba algo, aunque Pedro no supo de qué se trataba. Y mientras esperaba, se mecía inconscientemente al son de una música que sólo ella podía escuchar.
En vaqueros y con una ajustada camisa roja, con el cabello despeinado y manchas de barro en diversas partes parecía una chica cualquiera, ordinaria. Pedro estuvo a punto de convencerse a sí mismo de esa impresión, hasta que le oyó lanzar una exclamación al tiempo que se inclinaba y tomaba algunas fotografías, antes de incorporarse con expresión satisfecha, quitarse los auriculares y comenzar a recoger el equipo.
Paula no tenía nada de ordinario, y menos con el brillo en los ojos que le había provocado la última fotografía.
Pedro suspiró y dio un paso adelante.
—¿Has acabado?
Paula se sobresaltó.
—¡No me había dado cuenta de que estabas ahí! Estaba sacando una fotografía de la puesta de sol. He sacado unas cien fotografías hoy. No usaremos todas, pero creo que tengo una buena perspectiva de lo que un equipo puede lograr en una sesión de trabajo. Dime que no estaba cantando ni haciendo nada ridículo mientras trabajaba.
—No has dicho palabra, te lo juro. He esperado porque no quería desconcentrarte.
Los dedos de Pedro rozaron los de ella cuando alargó la mano para tomar el trípode, y fue suficiente para que Pedro se quedara paralizado. Sólo se trató de una fracción de segundo, pero le preocupó sentir que perdía el control y que el corazón le daba un salto. Aún le preocupó más que Paula lo observara con la cabeza ladeada y una indisimulada curiosidad.
Había ciertas cosas de él, tal y como le había enseñado un maestro del engaño, que era preciso mantener ocultas.
Pero lo más inquietante de todo era el hecho de que aquella mujer pudiera hacer que se manifestaran síntomas de su enfermedad que ninguna otra persona, ni aquéllas que más le habían impresionado, le habían provocado. Y su obsesión por mantener el secreto se acrecentaba ante la mujer que lo hacía más difícil.
—Creo que acabo de sacar dos fantásticas fotos —dijo ella, alzando la vista hacia la copa del árbol bajo el que se encontraban—. El sol se filtraba por las hojas como si fuera una celosía. Creo que basaré mi cuadro en esa idea.
—Me parece muy bien —Pedro pasó el pulgar una y otra vez sobre un tornillo de la pata del trípode hasta que se ordenó parar—. Me alegro de que hayas reunido el material que necesitabas.
—Basta con esperar al momento adecuado.
Paula pareció a punto de preguntar algo, pero se limitó a dirigir la mirada hacia el perímetro exterior del jardín donde habían estado aparcados los vehículos del equipo hasta hacia unos minutos.
—No me había dado cuenta de que era tarde —dijo a modo de disculpa—. ¿Llevas tiempo esperándome?
—No demasiado, y no ha sido ninguna molestia —Pedro lo dijo en un tono que parecía contradecir sus palabras, pero lo cierto era que había disfrutado observándola—. ¿Podemos irnos?
—Claro —dijo Paula. Y caminó con prontitud hacia la furgoneta.
Pedro le abrió la puerta y luego se sentó al volante.
—La oficina estará cerrada para cuando lleguemos, pero puedes entrar a recoger lo que necesites. Luego me gustaría que vinieras a cenar con mis hermanos y conmigo para comentar tus impresiones sobre el trabajo.
Había quedado con Alex y Luciano en sondear la opinión de Paula sin darle tiempo a reflexionar para que sus respuestas no perdieran espontaneidad.
Además, Pedro estaba convencido de que la presencia de sus hermanos lo ayudaría a poner en perspectiva lo que fuera que despertaba aquella mujer en él. Intentaba convencerse de que era el resultado de demasiado tiempo de abstinencia. Nunca le faltaban las ofertas, pero pocas le interesaban y sólo por un breve espacio de tiempo.
—Luciano, Alex y yo somos socios en cada uno de nuestros negocios —explicó—, así que también tendrás que tratar con ellos.
—Me parece perfecto —Paula bajó la mirada hacia sus pantalones—, pero estoy un poco sucia.
Pedro condujo entre el tráfico.
—No pasa nada. Cenaremos en casa, y saben que venimos directamente del trabajo.
—Por mí no hay ningún problema —dijo ella con una amplia sonrisa.
Lo cierto era que se sentía feliz, y charlaron animadamente del trabajo y de los demás empleados de camino a la oficina, donde Paula recogió su coche para seguir a Pedro hasta su casa-almacén.
—Por aquí —dijo él cuando Paula salió del coche, acompañándola a la entrada del almacén que sus hermanos y él habían transformado en vivienda.
Paula se paró en medio del vestíbulo y miró a su alrededor con expresión de sorpresa.
—¡Es precioso! Desde el exterior nadie imaginaría…
—Ésa era nuestra intención: crear la ilusión desde fuera de que no es más que un viejo almacén —Pedro carraspeó—. Lo preferimos así.
Posó la mano en la barandilla de la escalera tallada que daba acceso al piso superior y empezó a subir mientras observaba de reojo a Paula fijarse en cada detalle del único lugar en el que se sentía plenamente a gusto. En un extremo del vestíbulo había un sofá de cuero y varias butacas. Los cuadros que decoraban las paredes, tan grandes como el espacio que los rodeaba, tenían colores vivos y luminosos. Paula los observó detenidamente antes de comentar:
—¡Son magníficos! No reconozco al artista.
—A Alex le va a encantar que aprecies su trabajo —dijo Pedro con una punzada de orgullo, a la vez que se decía que estaba demasiado pendiente de las reacciones de Paula—. Busquemos a mis hermanos —añadió, indicándole que lo siguiera—. Cada uno tenemos nuestro propio piso. Hoy vamos a cenar en el patio de la planta superior.
—Es maravilloso que estéis tan unidos —dijo ella sin poder evitar un tono de melancolía que sorprendió a Pedro.
Recordaba haberle oído hablar de su familia, y si ella era tan especial, sus padres también debían serlo. Antes de que pudiera profundizar en sus reflexiones, oyó a su invitada dirigirse a su hermano menor.
—Alex, tus cuadros son espectaculares.
—Gracias —dijo Alex, apartando la vista de la barbacoa para agradecerle el cumplido con una sonrisa—. Pedro trajo tu portafolios el fin de semana para enseñarnos tu trabajo. Es mucho mejor que el mío.
—Es distinto —le corrigió Paula—, no mejor.
Luciano puso un cuenco con ensalada sobre la mesa.
—Contratar a una diseñadora gráfica ha sido un gran paso para Pedro. Está acostumbrado a trabajar solo, pero finalmente llegó a la conclusión de que era una necesidad.
—Espero no decepcionarle —dijo Paula, incluyendo a los tres en su mirada.
—Ahora que te he visto en acción, estoy seguro de haber tomado la decisión correcta.
Paula se alegró de haberle impresionado a pesar de la tensión que había sentido todo el día ante él, y que confiaba en que fuera disminuyendo cuando se acostumbrara a su presencia.
—Muchas gracias por poner tu confianza en mí, Pedro.
Le emocionaba el contraste que significaba aquella fe comparada con la frialdad de su familia desde el día que había anunciado que quería dedicarse a una carrera que amaba, aunque no fuera la que habían planeado para ella. Igualmente fría había sido la respuesta cuando llamó contando que había conseguido el trabajo de sus sueños y que se iba a mudar.
Así que el apoyo de Pedro representaba una inyección de autoestima.
—No podría ser de otra manera —dijo él. Y tras mirarla prolongadamente, sonrió —. Tienes talento y entusiasmo. Justo lo que la compañía necesita.
—Gracias —dijo ella, emocionada por sus palabras y la sinceridad con la que las había expresado. Para disimular su azoramiento, contempló los manjares que había en la mesa y carraspeó—. ¡La comida tiene un aspecto maravilloso! Tengo que admitir que tengo un poco de hambre.
lunes, 10 de diciembre de 2018
EL ANILLO: CAPITULO 3
—Media docena de arbustos para ti, Rogelio.
Un empleado colocó los arbustos en el suelo antes de ir por otros tantos.
Era lunes por la tarde y el primer día de trabajo de Paula estaba a punto de acabar. Había disfrutado trabajando en el exterior, ayudando con las plantas al tiempo que sacaba fotografías para su cuadro y para el catálogo de la compañía. Sonrió para sí mientras los empleados se lanzaban comentarios.
—Oye, Phil, a ver si me dejas la azada diez minutos.
—Has hecho un gran trabajo con la buganvilla, Chelsea —le llegó la voz de Pedro—. Sigue así.
Estaba cayendo la tarde y la parcela de una urbanización de las afueras de Sidney hervía de actividad. Pedro era un jefe motivador y positivo, y sus trabajadores respondían a su entusiasmo entregándose en cuerpo y alma. Era evidente que se sentía como en su casa. Y esa nueva faceta de su jefe sólo contribuyó a incrementar el interés que Paula sentía por él.
—Vamos a acabar a tiempo —dijo el encargado, un hombre pelirrojo de unos treinta años. En un murmullo añadió para información de Paula—. Lo sabía. Nunca nos hemos retrasado ni aun teniendo dificultades, como el retraso que sufrimos hace unos días con unas plantas. No creo que Pedro vuelva a comprar nada que no proceda de los invernaderos de Luciano.
Pedro había dedicado una docena de trabajadores extra a aquel trabajo. Paula había participado en la distribución de las plantas y en los trasplantes. Tal y como le había advertido Pedro, se había manchado, tenía barro en las rodillas y en el trasero, pero le daba lo mismo. De hecho, estaba feliz.
—No parece que quede mucho trabajo por hacer —comentó.
—Bastará con media hora más.
Paula terminó de plantar un arbusto y se sacudió las rodillas mientras observaba a su jefe preparando un agujero para una planta. Por la destreza con la que se movía, era evidente que tenía mucha práctica. A lo largo del día, había capturado su expresión de concentración en muchas fotografías. Y en aquel momento sintió el impulso de tomar una más… Para el catálogo.
Miró a su alrededor con disimulo, pero ninguno de los trabajadores parecía darse cuenta de la atención con la que lo observaba.
Recogió su equipo y fue en busca de un lugar desde el que fotografiar la puesta de sol. Sacó el iPod del pantalón y se colocó los auriculares,
dejando que la música, la luz y el ambiente, la inspiraran.
Su único interés era el trabajo. ¡El único!
EL ANILLO: CAPITULO 2
Pedro siguió a sus hermanos con la mirada, antes de mirar a su nueva empleada. Hacía unos segundos había seguido sus manos involuntariamente. Era una mujer excepcional.
Alta, con un espectacular cuerpo, voluptuoso allí donde debía serlo. Una mujer a la que no tumbaría una ráfaga de viento y a la que un hombre podría abrazar sin temor a romperla.
Además era de una exquisita femineidad. Con su cabello rubio recogido en una alta cola de caballo, sus vivos ojos azules, sus perfectas cejas, su nariz recta y su boca generosa, resultaba tan suave como una flor, e igualmente dulce.
A Pedro le desconcertaron sus pensamientos.
No tanto por el hecho de que su belleza no le hubiera pasado desapercibida, puesto que era imposible, sino por la intimidad de la que estaban teñidos. Pensamientos como qué se sentiría al abrazarla, o cuánto le gustaría protegerla de todo daño. Pedro se había pasado la vida protegiéndose a sí mismo y a sus hermanos. Su padre le había obligado a ser fuerte, a ocultar sus defectos para no ser juzgado como Carlos lo había juzgado. Pedro nunca había tenido una relación con una mujer que le hiciera desear.
Ni la tendría. Quedaba fuera de los límites que se había marcado. Y Paula tenía el aspecto de una mujer que se merecía ese tipo de atención.
Lo que le recordó que debía apreciar su atractivo como si se tratara de una pieza de museo. Y no le costaría hacerlo. Sólo se había distraído una fracción de segundo. Por eso se le había escapado el giro de cabeza unos minutos atrás, pero ninguna de las dos cosas volvería suceder.
—Vayamos a ver a Juliana para que firmes el contrato con nosotros y el del apartamento.
Cuando hubieron concluido, Pedro señaló hacia su despacho.
—¿Te gustaría que te explicara alguno de los proyectos en los que estoy trabajando?
—Sí, por favor. Así podré pensar en ellos durante el fin de semana.
Pedro entró en su despacho y abrió la puerta del aledaño.
—Tú trabajarás aquí. Espero que te guste.
Paula observó la amplia habitación con entusiasmo.
—Tiene un tamaño magnífico y muy buena luz, además de suficientes superficies para los ordenadores.
—Supongo que necesitas espacio para trabajar.
—¿Puedo vestir informalmente cuando pinte? Imagino que cuando tengamos reuniones con clientes, tendré que ir más elegante, pero… —Paula frunció el ceño—. Quizá lo más sencillo sea vestir bien y traer un delantal o algo para taparme cuando dibuje. Tiendo a mancharme, pero tendré que mejorar.
—Tenemos un vestuario en el que yo guardo alguna ropa. Tú puedes hacer lo mismo —dijo Pedro, al tiempo que se decía que no necesitaba imaginarse a Paula cambiándose de ropa—. El lunes tenemos que concluir el diseño de un jardín y voy a querer que saques unas fotografías y que hagas algunos bocetos para unos clientes. Son muy amables y estarán conformes con lo que les propongas. Las fotografías formarán parte de un álbum para los clientes y del portafolios en el que enseñamos los trabajos que hemos hecho. Sólo concedo entrevistas ocasionalmente, así que si algún periodista te llama, espero que consultes conmigo al instante.
—Así lo haré —dijo Paula. Aunque su expresión revelaba que no comprendía la razón, a Pedro le bastó que la aceptara—. Tener que hacer un dibujo sin haber formado parte del proyecto desde el principio no es lo ideal, pero supongo que se trata de una excepción.
A Pedro le gustaba que fuera una mujer; se corrigió: una persona capaz de decir lo que pensaba. Siempre desde la distancia de un mero observador, claro.
—No te preocupes. En el futuro entrarás en el proyecto desde el principio. De hecho, llevo tres semanas volviéndome loco con uno con el que no consigo convencer a mi cliente. Confío en que me ayudes a pensar en algo apropiado.
—Espero poder ayudarte —dijo ella, cuadrando los hombros para mostrar determinación.
Pedro pasó a explicarle algunos de los proyectos y a comentarle otros asuntos. Siempre se sentía cómodo hablando de trabajo.
Una hora más tarde, Paula se despedía de él en la puerta del despacho.
—Estoy deseando que llegue el lunes. Iré a la obra con mi equipo fotográfico.
—Muy bien. Debes incluir todo tu material en el seguro de la empresa.
—De acuerdo. ¿Puedo llamar más tarde y dar los detalles?
—Sí. Dáselos a Elizabeth, mi recepcionista —una vez resueltos los asuntos laborales, Pedro añadió—: Si necesitas ayuda con la mudanza…
Paula sonrió y sacudió la cabeza.
—Tomy llevará las cajas grandes en el camión. Mis amigos sabían que venía a una entrevista de trabajo y, si tenía suerte, prometieron ayudarme este fin de semana.
A Pedro le irritó alegrarse de que Tomy no fuera más que otro de sus amigos.
—Me alegro. Entonces será mejor que te vayas y te organices.
Paula se balanceó sobre las puntas de los pies.
—Un trabajo nuevo, y una casa nueva en una nueva parte de la ciudad. Estoy feliz de enfrentarme a tantos cambios. Muchas gracias otra vez, Pedro.
—De nada —dijo él.
Y tras despedirse, se quedó observando el movimiento de caderas de su nueva empleada antes de enfrascarse en el plano de uno de sus diseños, donde podía estructurar sus ideas con nitidez y dedicar tanto tiempo como fuera preciso a cada detalle. Su cabeza sufrió una sacudida hacia la derecha, pero no le importó porque estaba a solas y no debía ocultarse de nadie.
Al menos la enfermedad que padecía contribuía a que se concentrara en su trabajo, y tenía todo el derecho del mundo a mantenerla en secreto.
El comportamiento de su padre en el pasado se lo había dejado bien claro. Se enfrascó en el trabajo y ahuyentó de su mente la imagen de la preciosa sonrisa de Paula Chaves.
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