lunes, 10 de diciembre de 2018

EL ANILLO: CAPITULO 2




Pedro siguió a sus hermanos con la mirada, antes de mirar a su nueva empleada. Hacía unos segundos había seguido sus manos involuntariamente. Era una mujer excepcional. 


Alta, con un espectacular cuerpo, voluptuoso allí donde debía serlo. Una mujer a la que no tumbaría una ráfaga de viento y a la que un hombre podría abrazar sin temor a romperla.


Además era de una exquisita femineidad. Con su cabello rubio recogido en una alta cola de caballo, sus vivos ojos azules, sus perfectas cejas, su nariz recta y su boca generosa, resultaba tan suave como una flor, e igualmente dulce.


Pedro le desconcertaron sus pensamientos. 


No tanto por el hecho de que su belleza no le hubiera pasado desapercibida, puesto que era imposible, sino por la intimidad de la que estaban teñidos. Pensamientos como qué se sentiría al abrazarla, o cuánto le gustaría protegerla de todo daño. Pedro se había pasado la vida protegiéndose a sí mismo y a sus hermanos. Su padre le había obligado a ser fuerte, a ocultar sus defectos para no ser juzgado como Carlos lo había juzgado. Pedro nunca había tenido una relación con una mujer que le hiciera desear.


Ni la tendría. Quedaba fuera de los límites que se había marcado. Y Paula tenía el aspecto de una mujer que se merecía ese tipo de atención.


Lo que le recordó que debía apreciar su atractivo como si se tratara de una pieza de museo. Y no le costaría hacerlo. Sólo se había distraído una fracción de segundo. Por eso se le había escapado el giro de cabeza unos minutos atrás, pero ninguna de las dos cosas volvería suceder.


—Vayamos a ver a Juliana para que firmes el contrato con nosotros y el del apartamento.


Cuando hubieron concluido, Pedro señaló hacia su despacho.


—¿Te gustaría que te explicara alguno de los proyectos en los que estoy trabajando?


—Sí, por favor. Así podré pensar en ellos durante el fin de semana.


Pedro entró en su despacho y abrió la puerta del aledaño.


—Tú trabajarás aquí. Espero que te guste.


Paula observó la amplia habitación con entusiasmo.


—Tiene un tamaño magnífico y muy buena luz, además de suficientes superficies para los ordenadores.


—Supongo que necesitas espacio para trabajar.


—¿Puedo vestir informalmente cuando pinte? Imagino que cuando tengamos reuniones con clientes, tendré que ir más elegante, pero… —Paula frunció el ceño—. Quizá lo más sencillo sea vestir bien y traer un delantal o algo para taparme cuando dibuje. Tiendo a mancharme, pero tendré que mejorar.


—Tenemos un vestuario en el que yo guardo alguna ropa. Tú puedes hacer lo mismo —dijo Pedro, al tiempo que se decía que no necesitaba imaginarse a Paula cambiándose de ropa—. El lunes tenemos que concluir el diseño de un jardín y voy a querer que saques unas fotografías y que hagas algunos bocetos para unos clientes. Son muy amables y estarán conformes con lo que les propongas. Las fotografías formarán parte de un álbum para los clientes y del portafolios en el que enseñamos los trabajos que hemos hecho. Sólo concedo entrevistas ocasionalmente, así que si algún periodista te llama, espero que consultes conmigo al instante.


—Así lo haré —dijo Paula. Aunque su expresión revelaba que no comprendía la razón, a Pedro le bastó que la aceptara—. Tener que hacer un dibujo sin haber formado parte del proyecto desde el principio no es lo ideal, pero supongo que se trata de una excepción.


Pedro le gustaba que fuera una mujer; se corrigió: una persona capaz de decir lo que pensaba. Siempre desde la distancia de un mero observador, claro.


—No te preocupes. En el futuro entrarás en el proyecto desde el principio. De hecho, llevo tres semanas volviéndome loco con uno con el que no consigo convencer a mi cliente. Confío en que me ayudes a pensar en algo apropiado.


—Espero poder ayudarte —dijo ella, cuadrando los hombros para mostrar determinación.


Pedro pasó a explicarle algunos de los proyectos y a comentarle otros asuntos. Siempre se sentía cómodo hablando de trabajo.


Una hora más tarde, Paula se despedía de él en la puerta del despacho.


—Estoy deseando que llegue el lunes. Iré a la obra con mi equipo fotográfico.


—Muy bien. Debes incluir todo tu material en el seguro de la empresa.


—De acuerdo. ¿Puedo llamar más tarde y dar los detalles?


—Sí. Dáselos a Elizabeth, mi recepcionista —una vez resueltos los asuntos laborales, Pedro añadió—: Si necesitas ayuda con la mudanza…


Paula sonrió y sacudió la cabeza.


—Tomy llevará las cajas grandes en el camión. Mis amigos sabían que venía a una entrevista de trabajo y, si tenía suerte, prometieron ayudarme este fin de semana.


Pedro le irritó alegrarse de que Tomy no fuera más que otro de sus amigos.


—Me alegro. Entonces será mejor que te vayas y te organices.


Paula se balanceó sobre las puntas de los pies.


—Un trabajo nuevo, y una casa nueva en una nueva parte de la ciudad. Estoy feliz de enfrentarme a tantos cambios. Muchas gracias otra vez, Pedro.


—De nada —dijo él.


Y tras despedirse, se quedó observando el movimiento de caderas de su nueva empleada antes de enfrascarse en el plano de uno de sus diseños, donde podía estructurar sus ideas con nitidez y dedicar tanto tiempo como fuera preciso a cada detalle. Su cabeza sufrió una sacudida hacia la derecha, pero no le importó porque estaba a solas y no debía ocultarse de nadie.


Al menos la enfermedad que padecía contribuía a que se concentrara en su trabajo, y tenía todo el derecho del mundo a mantenerla en secreto. 


El comportamiento de su padre en el pasado se lo había dejado bien claro. Se enfrascó en el trabajo y ahuyentó de su mente la imagen de la preciosa sonrisa de Paula Chaves.


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