martes, 11 de diciembre de 2018

EL ANILLO: CAPITULO 4




Pedro encontró a Paula en un extremo de la propiedad, con la cámara sobre el trípode. Era evidente que esperaba algo, aunque Pedro no supo de qué se trataba. Y mientras esperaba, se mecía inconscientemente al son de una música que sólo ella podía escuchar.



En vaqueros y con una ajustada camisa roja, con el cabello despeinado y manchas de barro en diversas partes parecía una chica cualquiera, ordinaria. Pedro estuvo a punto de convencerse a sí mismo de esa impresión, hasta que le oyó lanzar una exclamación al tiempo que se inclinaba y tomaba algunas fotografías, antes de incorporarse con expresión satisfecha, quitarse los auriculares y comenzar a recoger el equipo.


Paula no tenía nada de ordinario, y menos con el brillo en los ojos que le había provocado la última fotografía.


Pedro suspiró y dio un paso adelante.


—¿Has acabado?


Paula se sobresaltó.


—¡No me había dado cuenta de que estabas ahí! Estaba sacando una fotografía de la puesta de sol. He sacado unas cien fotografías hoy. No usaremos todas, pero creo que tengo una buena perspectiva de lo que un equipo puede lograr en una sesión de trabajo. Dime que no estaba cantando ni haciendo nada ridículo mientras trabajaba.


—No has dicho palabra, te lo juro. He esperado porque no quería desconcentrarte.


Los dedos de Pedro rozaron los de ella cuando alargó la mano para tomar el trípode, y fue suficiente para que Pedro se quedara paralizado. Sólo se trató de una fracción de segundo, pero le preocupó sentir que perdía el control y que el corazón le daba un salto. Aún le preocupó más que Paula lo observara con la cabeza ladeada y una indisimulada curiosidad. 


Había ciertas cosas de él, tal y como le había enseñado un maestro del engaño, que era preciso mantener ocultas.


Pero lo más inquietante de todo era el hecho de que aquella mujer pudiera hacer que se manifestaran síntomas de su enfermedad que ninguna otra persona, ni aquéllas que más le habían impresionado, le habían provocado. Y su obsesión por mantener el secreto se acrecentaba ante la mujer que lo hacía más difícil.


—Creo que acabo de sacar dos fantásticas fotos —dijo ella, alzando la vista hacia la copa del árbol bajo el que se encontraban—. El sol se filtraba por las hojas como si fuera una celosía. Creo que basaré mi cuadro en esa idea.


—Me parece muy bien —Pedro pasó el pulgar una y otra vez sobre un tornillo de la pata del trípode hasta que se ordenó parar—. Me alegro de que hayas reunido el material que necesitabas.


—Basta con esperar al momento adecuado.


Paula pareció a punto de preguntar algo, pero se limitó a dirigir la mirada hacia el perímetro exterior del jardín donde habían estado aparcados los vehículos del equipo hasta hacia unos minutos.


—No me había dado cuenta de que era tarde —dijo a modo de disculpa—. ¿Llevas tiempo esperándome?


—No demasiado, y no ha sido ninguna molestia —Pedro lo dijo en un tono que parecía contradecir sus palabras, pero lo cierto era que había disfrutado observándola—. ¿Podemos irnos?


—Claro —dijo Paula. Y caminó con prontitud hacia la furgoneta.


Pedro le abrió la puerta y luego se sentó al volante.


—La oficina estará cerrada para cuando lleguemos, pero puedes entrar a recoger lo que necesites. Luego me gustaría que vinieras a cenar con mis hermanos y conmigo para comentar tus impresiones sobre el trabajo.


Había quedado con Alex y Luciano en sondear la opinión de Paula sin darle tiempo a reflexionar para que sus respuestas no perdieran espontaneidad.


Además, Pedro estaba convencido de que la presencia de sus hermanos lo ayudaría a poner en perspectiva lo que fuera que despertaba aquella mujer en él. Intentaba convencerse de que era el resultado de demasiado tiempo de abstinencia. Nunca le faltaban las ofertas, pero pocas le interesaban y sólo por un breve espacio de tiempo.


—Luciano, Alex y yo somos socios en cada uno de nuestros negocios —explicó—, así que también tendrás que tratar con ellos.


—Me parece perfecto —Paula bajó la mirada hacia sus pantalones—, pero estoy un poco sucia.


Pedro condujo entre el tráfico.


—No pasa nada. Cenaremos en casa, y saben que venimos directamente del trabajo.


—Por mí no hay ningún problema —dijo ella con una amplia sonrisa.


Lo cierto era que se sentía feliz, y charlaron animadamente del trabajo y de los demás empleados de camino a la oficina, donde Paula recogió su coche para seguir a Pedro hasta su casa-almacén.


—Por aquí —dijo él cuando Paula salió del coche, acompañándola a la entrada del almacén que sus hermanos y él habían transformado en vivienda.


Paula se paró en medio del vestíbulo y miró a su alrededor con expresión de sorpresa.


—¡Es precioso! Desde el exterior nadie imaginaría…


—Ésa era nuestra intención: crear la ilusión desde fuera de que no es más que un viejo almacén —Pedro carraspeó—. Lo preferimos así.


Posó la mano en la barandilla de la escalera tallada que daba acceso al piso superior y empezó a subir mientras observaba de reojo a Paula fijarse en cada detalle del único lugar en el que se sentía plenamente a gusto. En un extremo del vestíbulo había un sofá de cuero y varias butacas. Los cuadros que decoraban las paredes, tan grandes como el espacio que los rodeaba, tenían colores vivos y luminosos. Paula los observó detenidamente antes de comentar:
—¡Son magníficos! No reconozco al artista.


—A Alex le va a encantar que aprecies su trabajo —dijo Pedro con una punzada de orgullo, a la vez que se decía que estaba demasiado pendiente de las reacciones de Paula—. Busquemos a mis hermanos —añadió, indicándole que lo siguiera—. Cada uno tenemos nuestro propio piso. Hoy vamos a cenar en el patio de la planta superior.


—Es maravilloso que estéis tan unidos —dijo ella sin poder evitar un tono de melancolía que sorprendió a Pedro.


Recordaba haberle oído hablar de su familia, y si ella era tan especial, sus padres también debían serlo. Antes de que pudiera profundizar en sus reflexiones, oyó a su invitada dirigirse a su hermano menor.


—Alex, tus cuadros son espectaculares.


—Gracias —dijo Alex, apartando la vista de la barbacoa para agradecerle el cumplido con una sonrisa—. Pedro trajo tu portafolios el fin de semana para enseñarnos tu trabajo. Es mucho mejor que el mío.


—Es distinto —le corrigió Paula—, no mejor.


Luciano puso un cuenco con ensalada sobre la mesa.


—Contratar a una diseñadora gráfica ha sido un gran paso para Pedro. Está acostumbrado a trabajar solo, pero finalmente llegó a la conclusión de que era una necesidad.


—Espero no decepcionarle —dijo Paula, incluyendo a los tres en su mirada.


—Ahora que te he visto en acción, estoy seguro de haber tomado la decisión correcta.


Paula se alegró de haberle impresionado a pesar de la tensión que había sentido todo el día ante él, y que confiaba en que fuera disminuyendo cuando se acostumbrara a su presencia.


—Muchas gracias por poner tu confianza en mí, Pedro.


Le emocionaba el contraste que significaba aquella fe comparada con la frialdad de su familia desde el día que había anunciado que quería dedicarse a una carrera que amaba, aunque no fuera la que habían planeado para ella. Igualmente fría había sido la respuesta cuando llamó contando que había conseguido el trabajo de sus sueños y que se iba a mudar.


Así que el apoyo de Pedro representaba una inyección de autoestima.


—No podría ser de otra manera —dijo él. Y tras mirarla prolongadamente, sonrió —. Tienes talento y entusiasmo. Justo lo que la compañía necesita.


—Gracias —dijo ella, emocionada por sus palabras y la sinceridad con la que las había expresado. Para disimular su azoramiento, contempló los manjares que había en la mesa y carraspeó—. ¡La comida tiene un aspecto maravilloso! Tengo que admitir que tengo un poco de hambre.



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