martes, 11 de diciembre de 2018

EL ANILLO: CAPITULO 5




Se sentaron a la mesa de tipo picnic con bancos corridos a ambos lados, Luciano y Alex en un lado, Paula y su jefe en el otro.


«Concéntrate en la comida, Paula, y sé una buena invitada».


Había kebabs vegetales hechos con tomates cherry, calabacín, cebolla y champiñones marinados al estilo provenzal, carne y patatas a la brasa con nata y cebollino.


—¿Quién es el cocinero? —el patio estaba bordeado de plantas y arbustos, lo qué creaba un ambiente acogedor e íntimo.


—Yo he hecho lo fácil. Rosa ha preparado los kebabs —dijo Alex—. Es nuestra asistenta, pero nos ayuda con otras cosas —frunció el ceño—. Es como una madre o algo así.


Se expresó de tal manera que sonó como si no hubieran conocido a la suya, lo que hizo recordar a Paula lo poco que se parecían los hermanos entre sí. ¿Tendrían madres o padres diferentes? ¿Habrían tenido una vida familiar complicada? En eso ella era una experta, aunque el resto de su familia pensara que la única que no encajaba era ella.


—Pues dadle mi enhorabuena a Rosa —dijo.


—Cuéntanos qué te ha parecido tu primer día de trabajo —dijo Luciano, mientras cortaba un trozo de carne.


—He tomado algunas fotografías que servirán como publicidad —explicó los conceptos que habían guiado sus decisiones y le alegró ver que Pedro asentía y mostraba su aprobación—. También he tomado otras como base para los cuadros —la idea de completar cada diseño de jardín con un cuadro le parecía brillante, y estaba ansiosa por empezar con el primero—. Si los clientes cuelgan la obra en su casa, hablarán del proyecto y servirá de propaganda para Pedro. Trabajar con plantas y ayudar en el terreno me ha servido para comprender mucho mejor el trabajo en su conjunto. Ha sido muy interesante.


Miró de reojo a Pedro y durante unos segundos que parecieron una eternidad sus miradas quedaron atrapadas. Paula se preguntó si él sentiría la misma conexión que ella percibía.


Un instante después Pedro pestañeó y rompió el contacto.


—También quiero que diseñes un nuevo logo —dijo él—. Creo que ha llegado la hora de cambiar el que tenemos. Nunca me ha gustado.


—Seguro que se me ocurren algunas ideas. Puede que te guste algo sencillo, de trazos gruesos. Suelen ser muy efectivos.


Pedro entornó los ojos mientras consideraba la idea.


—Puede que sí —sonrió de nuevo—. Me gusta tu forma de pensar.


—Gracias.


Siguieron comiendo y charlando, y pronto estaban tan enfrascados en la conversación que Paula olvidó su nerviosismo.


El aroma de la barbacoa y de la ciudad impregnaba el aire. Arrastrados por el entusiasmo de las propuestas, Pedro y ella hablaban cada vez más rápido, sus rostros estaban cada vez más cerca, como si conspiraran. Hasta que Paula se dio cuenta y volvió a sentir la tensión que le producía estar junto a él.


Se quedaron en silencio y cuando Pedro la miró detenidamente, ella sintió un escalofrío igual al que la había recorrido cuando le ofreció el trabajo. Lo provocaba la calidez en su mirada y… un evidente interés masculino en ella, que Pedro borró de su rostro rápidamente.


Ésa era una reacción con la que Paula estaba familiarizada y que no por ello dejaba de herirla. 


La había visto por primera vez en los ojos del primer hombre en el que había confiado, y aunque habían pasado años, siempre la reconocía. Pero puesto que Pedro no era más que su jefe no tenía por qué importarle. No debía olvidarlo.


—Necesito práctica para adaptarme a tu visión —dijo, para concentrarse en el trabajo—, para presentar cada proyecto desde la mejor perspectiva. La emoción que pones en…


El rostro de Pedro se endureció y sus dedos tamborilearon sobre la mesa antes de que todo él quedara completamente paralizado mientras la miraba fijamente.


—Hago cada proyecto lo mejor posible, eso es todo —dijo al fin—. Si percibes emoción será que la pones tú.


Su mirada revelaba que creía en lo que decía, y a Paula le desconcertó que no fuera consciente de que se entregaba al cien por cien a lo que hacía, cuando era evidente para cualquiera que se fijara.


Ella llevaba dos años estudiando su trabajo. 


Desde que había comenzado a estudiar, el diseño de jardines le había fascinado, y el trabajo de Pedro le había atraído precisamente por lo que veía en él: fuerza y convicción, imaginación y generosidad…


—Quiero reflejar tu visión de cada proyecto —eligió salir del apuro de forma diplomática—, pero estoy dispuesta a aportar mi propia perspectiva.


—Esa es la mejor manera de planteártelo —Pedro pareció satisfecho con la respuesta, y la conversación volvió a incluir a los dos hermanos.


Al cabo de un rato, Alex se puso en pie.


—Disculpad, pero tengo que ir a hacer unas llamadas a un socio del extranjero antes de que se haga más tarde.


Luciano se incorporó a su vez. Fruncía el ceño.


—Yo voy a ver a Cecilia. No me he quedado tranquilo después de la pelea que hemos tenido por teléfono.


Paula lo observó mientras se marchaba, y se volvió a Pedro con una ceja enarcada.


—¿Problemas de mujeres?


Pedro se puso en pie y empezó a recoger la mesa.


—Cecilia es la encargada de su mayor invernadero. Cualquiera sabe qué ha pasado. Los dos tienen una personalidad muy fuerte y tienden a enfrentarse.


—Ah —Paula lo ayudó con el resto de los platos—. ¿Dónde los llevamos?


—A mi piso —Pedro la precedió por un pasillo hasta que llegaron a una puerta—. Los meteremos en el friegaplatos.


—Y cuando acabemos, será mejor que me vaya —Paula sujetó los platos con cuidado mientras esperaba a que Pedro abriera la puerta—. Me ha encantado la comida y la conversación. Espero que a tus hermanos les hayan convencido mis comentarios.


Sabía que en ocasiones casi había olvidado su presencia y que tendría que evitarlo en el futuro.


—Nos han convencido a todos. La cocina está por aquí —dijo Pedro, pasando de largo precipitadamente por una sala y entrando en una cocina blanca con suelo de pizarra negra.


A Paula le llamaron la atención tres cafeteras y varios otros útiles eléctricos.


—Deduzco que te gusta el café… Y los cachivaches —bromeó.


—Tomo distintas mezclas según la hora del día. Por la noche, descafeinado —sonrió al tiempo que miraba a su alrededor—. Y sí, me encantan las máquinas y ver cómo funcionan. Tengo más de las que necesito.


Como si hubiera hablado demasiado, sacó dos tazas del armario y alzó una a modo de pregunta muda.


—Sí, gracias.


Aquel nuevo ángulo de la personalidad de Pedro la intrigó aún más, pero decidió no hacer preguntas.


—Ese café huele demasiado bien para ser descafeinado —comentó.


—Es una marca especial. Tengo que reconocer que me doy algunos caprichos, al menos en mi casa —Pedro sirvió las tazas y le pasó una a Paula.


—No me pareces demasiado caprichoso. Y sentir curiosidad es una cualidad. Ella nos lleva a aprender —Paula dijo espontáneamente. Pedro ganaba dinero, y nadie podía criticarle por comprar café de importación o comprar objetos que no necesitaba—. Además, un buen café es siempre una gran inversión.


Se llevó la taza a los labios, cerró los ojos y bebió un sorbo. El perfumado e intenso líquido bajó por su garganta, arrancando de ella un suspiro de placer.


—¡Qué bueno! Tu curiosidad ha sido recompensada con creces.


—Tienes una manera peculiar de ver las cosas —dijo él.


—¿Y de qué otra manera podría verlas? —Paula abrió los ojos y descubrió a Pedro mirándola fijamente, con una expresión que no dejaba lugar a dudas y que no pudo ocultar a tiempo por más que desviara la mirada al instante.


Paula se concentró en su taza al tiempo que intentaba frenar su corazón. Tenía que superar la hipersensibilidad con la que reaccionaba a todo lo que Pedro hacía. Que la encontrara atractiva en aquel instante no significaba absolutamente nada. En cualquier caso, era su jefe y sería una estupidez dejarse llevar por los sentimientos que pudiera inspirarle, o creer que él sentía algo por ella.


Cabía la posibilidad de que le gustaran sus opiniones y que el resto no fueran más que imaginaciones suyas.


Bebieron el café apoyados en la encimera. En el silencio que siguió, Paula miró hacia el salón, en el que se veían un par de sofás, unas sillas tapizados de color chocolate, y una serie de pilas de revistas en perfecto orden sobre tres mesas de café. Había también libros y papeles que parecían planos.


—Veo que te traes trabajo a casa y que eres muy ordenado —comentó.


Pedro se frotó la nuca.


—A veces me obsesiona acabar un proyecto aunque ello suponga traérmelo a casa. Una vez empiezo, no soy capaz de parar. Siempre he sido así. Hay quien lo encuentra censurable, pero no puedo hacer nada por evitarlo, y la verdad es que no quiero cambiarlo.


—No tienes por qué —si cambiara podría perder parte de la intensidad que caracterizaba su trabajo. -Paula no comprendía qué tenía de malo—. Creo que a mí me pasa algo parecido.


Pedro pasó su taza vacía de una mano a otra.


—Es hora de que me vaya —Paula hubiera seguido en su compañía… para hablar de trabajo. Pero dejó la taza sobre la encimera y fue hacia la puerta.


—He disfrutado de la conversación que hemos tenido —Pedro la siguió.




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