miércoles, 5 de diciembre de 2018
PASADO DE AMOR: CAPITULO 16
Unos nudillos golpeando en la puerta del baño sacaron a Paula de su vigilia y se dio cuenta de que estaba llorando. Aun en sueños, echaba de menos al niño que había perdido hacía un montón de años.
—Paula, ¿estás bien? —dijo Pedro al otro lado de la puerta.
—Sí, estoy bien —contestó Paula con voz trémula.
—¿Seguro? Me ha parecido oírte llorar…
Paula puso los ojos en blanco, salió de la bañera, se secó rápidamente y se envolvió en una toalla para, a continuación, abrir una rendija la puerta.
—Pedro, estoy bien, de verdad —le aseguró.
—Estás muy pálida —dijo Pedro mirándola a los ojos.
—Será porque me he quedado dormida en la bañera y el agua se ha quedado fría —mintió Paula—. Me voy a vestir y ya salgo, no sea que necesites el baño.
—No, simplemente estaba preocupado por ti.
Paula no supo qué contestar, así que asintió y cerró la puerta.
Diez minutos después, salió del baño perfectamente peinada y luciendo un camisón amarillo a juego con una bata del mismo color.
Sorprendentemente, se encontraba mejor que hacía un rato. Normalmente, solía intentar no pensar en aquellas cosas que habían sucedido siete años atrás, pero, al estar en Crystal Springs y junto a Pedro, le había resultado imposible.
Paula bajó a la cocina y se sirvió una segunda copa de vino. A continuación, se fue al salón, donde estaba Pedro. Podría haber elegido no hablar con él, quedarse en su habitación y no verlo hasta el día siguiente, pero, por una vez en su vida, sus recuerdos no le hacían culpable del embarazo y del aborto.
Por primera vez en su vida, se le ocurrió que, tal vez, cargarlo con aquella inmensa culpa no era justo.
Sí, era cierto que la había dejado embarazada y que nunca la había llamado cuando debería haberlo hecho, pero podría haberlo llamado ella y, en realidad, tendría que haberlo hecho nada más enterarse de que estaba embarazada.
Por supuesto, Paula no le iba a hablar ahora del embarazo y del aborto, probablemente no lo hiciera nunca, pero decidió que tampoco era mala idea sentarse con él y charlar un rato.
Lo cierto era que no se había comportado precisamente de manera agradable desde que se habían vuelto a ver.
Aunque el camisón le llegaba por la mitad del muslo, Pedro, no le miró las piernas cuando se sentó a su lado en el sofá.
—Iba a pedir una pizza —le dijo—. ¿Te apuntas?
—Sí —contestó Paula.
Pedro se levantó y fue hacia el teléfono, momento que aprovechó Paula para disfrutar de la vista.
«Desde luego, qué bien le quedan los vaqueros», pensó Paula.
Tras hacer el pedido, Pedro volvió a sentarse en el sofá y, cuando alargó la mano para dar un trago a su cerveza, Paula le sirvió una copa de vino.
Pedro se quedó mirándola sorprendido, probablemente preguntándose si no le habría puesto veneno dentro. Desde luego, tal y como se había comportado con él desde que se habían vuelto a ver, no era para menos.
—¿Qué celebramos? —preguntó aceptando la copa.
—Nada especial —contestó Paula echándose hacia atrás en el sofá y poniendo los pies sobre la mesa, al igual que él—. Simplemente, te quería dar las gracias por preocuparte por mí antes.
—No me gustaría que mi mejor amigo volviera a casa y se encontrara con que su hermana se ha ahogado en la bañera.
Aquello hizo sonreír a Paula.
—La verdad es que no creo que fuera muy agradable darle la noticia. Aunque lo cierto es que me sorprende que, tal y como te he venido tratando, todavía te preocupes por mí en lugar de haberme estrangulado.
Pedro sonrió.
—La verdad es que se me ha pasado por la cabeza, pero me he controlado porque no me apetece mucho tener antecedentes criminales.
—Menos mal.
A continuación, se hizo un silencio entre ellos que resultó ser un silencio cómodo y agradable durante el cual ambos disfrutaron de su vino.
Hacía una eternidad que Paula no tenía unos momentos de serenidad como aquéllos, aquello no tenía nada que ver con su vida en Los Ángeles, donde no paraba de correr estresada de un sitio para otro.
Allí, nunca tenía tiempo de sentarse y disfrutar del momento y, si lo tenía, era sola, no en compañía de un hombre guapo que prefería beber cerveza a un Martini y comer pizza antes que zambullirse en la nouvelle cuisine.
Además, le gustaba saber que a Pedro le daba exactamente igual la ropa que llevara, que el maquillaje estuviera correcto o no o que fuera mejor o peor peinada.
Aunque llevaba casi diez años evitándolo desesperadamente, lo cierto era que con él era ella misma.
Pedro la había visto con las rodillas llenas de heridas, con chicles en el pelo, llorando como una loca cuando un coche atropelló a su gato y la había ayudado a enterrar a Zoey en el jardín.
Incluso la había visto vomitar los macarrones a la edad de nueve años en la cafetería del colegio y había sido el único, junto con su hermano, que no se había reído sino que le había pasado el brazo por los hombros, la había acompañado la enfermería y había esperado con ella hasta que su madre había ido a buscarla.
En la adolescencia, se había convertido en su héroe y, para ser sincera consigo misma, lo seguía siendo. Era un héroe imperfecto, sí, pero un héroe al fin y al cabo. Todo el mundo tenía derecho a cometer unos cuantos errores en la vida, ¿no?
Paula dio otro trago de vino y echó la cabeza hacia atrás. Desde luego, tenía que estar muy relajada si se le estaba pasando por la cabeza la posibilidad de perdonarlo.
—¿Te has preguntado alguna vez qué habría ocurrido si no nos hubiéramos criado juntos? Quiero decir, ¿qué habría ocurrido si nos hubiéramos conocido aquella noche? —dijo Pedro de repente sacándola de sus pensamientos.
Sorprendentemente, Paula no sintió como un puñetazo en la boca del estómago ni se le tensaron todos los músculos del cuerpo, pero sí dio otro trago al vino y se obligó a relajarse mentalmente.
Era obvio que Pedro necesitaba hablar de aquello, lo había intentado ya varias veces, así que Paula decidió darle una oportunidad aunque lo cierto era que no sabía si iba a poder resistirlo.
—No sé si te entiendo muy bien —contestó mirándolo.
—Para mí, Paula, siempre has sido como mi hermana. Ya sé que eres hermana de Nico, pero nos hemos criado juntos y tu familia prácticamente me adoptó, así que para mí también eras mi hermana —le explicó Pedro sonriendo con tristeza—. Sin embargo, los dos sabemos que no me comporté contigo como si fueras mi hermana aquella noche en mi coche y llevo años queriendo pedirte perdón por ello.
Paula sintió que el corazón se le encogía y percibió cómo la ira de siempre intentaba abrirse camino, pero consiguió controlarla.
—¿Por qué me quieres pedir perdón? Si mal no recuerdo, no fuiste tú el único que hizo cosas aquella noche en aquel coche.
—Me aproveché de ti —contestó Pedro—. Tú eras joven y estabas confusa y… además eras virgen. Yo tenía más edad y más experiencia que tú y debería haber parado la situación antes de haber pasado a mayores.
Aquello hizo reír a Paula.
—Pedro, puedes dormir tranquilo, nunca te he guardado rencor por haberme desvirgado. Te aseguro que no me habría acostado contigo si no hubiera querido.
—Aun así, no me parece correcto por mi parte lo que hice —insistió Pedro—. Tus padres siempre me trataron como a un hijo, confiaban en mí y en que siempre cuidaría de ti y te protegería, no en que me aprovecharía de ti.
—Pedro, no te aprovechaste de mí —insistió Paula—. Pedro, estaba enamorada de ti desde los trece años —añadió en un hilo de voz.
Le había costado admitirlo, pero no le parecía justo que Pedro siguiera viviendo con aquella culpa injustificada. Merecía saber la verdad.
—No me creo que no te dieras cuenta —continuó—. Estaba completamente enamorada de ti, iba detrás de mi hermano y de ti a todas partes como un perrito, escribía «señora de Pedro Alfonso» en todos mis cuadernos y hacía todo lo que podía para llamar tu atención. Aquella noche, quise acostarme contigo y planeé la situación tal y como ocurrió.
Pedro se incorporó y se quedó mirándola fijamente.
—No tenía ni idea —dijo al cabo de un rato.
A continuación, se pasó los dedos por el pelo.
—Y te aseguro que me hubiera gustado saberlo porque yo sentía exactamente lo mismo por ti.
La sorpresa y la incredulidad se apoderaron de Paula, que sintió un repentino mareo y una sensación como de estar flotando fuera de su cuerpo.
Aquello no podía estar sucediendo. Debía de ser que seguía dormida en la bañera, pero Pedro volvió a hablar para sacarla de su confusión.
—Me encantabas, pero me decía una y otra vez que éramos como hermanos y que no debía sentirme atraído por ti —confesó—. Pero no lo podía evitar. Te aseguro que lo intenté, intenté controlar mi atracción por ti, pero nunca lo conseguí. Cuando te veía en el colegio o por ahí, o cuando venía a tu casa a ver a tu hermano y estabas tú no podía dejar de mirarte y de desearte y, entonces, aquella noche después del partido no pude controlarme por más tiempo porque llevaba una eternidad queriendo hacer el amor contigo.
Paula llevaba años creyendo que Pedro se había acostado aquella noche con ella única y exclusivamente porque era hombre y le había apetecido estar con una mujer, daba igual quién, y ahora resultaba que no, que él también se había sentido atraído por ella durante mucho tiempo.
Aquello era demasiado.
—No me lo puedo creer —murmuró Paula.
Pedro se acercó a ella y sus piernas se rozaron. A continuación, Pedro deslizó la mano a la altura de su rodilla y comenzó a acariciarla formando círculos con el pulgar.
—Sentíamos lo mismo el uno por el otro y no nos dimos cuenta —murmuró mirándola a los ojos.
A continuación, deslizó su mirada hasta los labios de Paula, que los sintió tan secos que los recorrió con la lengua para humedecerlos.
—¿Y sabes qué? —añadió Pedro en un tono de voz que hizo que Paula que se estremeciera—. Te sigo deseando.
PASADO DE AMOR: CAPITULO 15
Paula tenía de nuevo veintiún años y estaba en su último año de universidad, tenía suficiente edad para beber y se sentía muy segura de sí misma e invencible.
Lo más importante era que estaba enamorada y, por fin, después de tantos años de soñar y de desear, ahora estaba convencida de que él también estaba enamorado de ella.
Había vuelto a Crystal Springs para pasar el fin de semana y ver a sus padres y había terminado yendo a un partido de fútbol con su hermano, su novia y Pedro.
Después del partido, se había ido con Pedro a tomar algo y había terminado haciendo el amor con él. La primera vez había sido en un coche, pero a Paula le daba exactamente igual porque le había parecido absolutamente perfecto.
Desde entonces, no dejaba de sonreír. Incluso sus amigas se habían dado cuenta y no paraban de preguntarle por los detalles.
Sin embargo, Paula no les contaba nada porque la experiencia era demasiado nueva para ella, demasiado especial, demasiado íntima y personal. Era algo que había compartido con Pedro, era algo de los dos y quería que siguiera siéndolo durante un tiempo.
Sin embargo, unos días después de la vuelta a la universidad tras aquel fin de semana, su felicidad había comenzado a evaporarse porque creía que Pedro la iba a llamar y no había sido así.
La siguiente vez que llamó a casa, habló con su hermano e intentó enterarse sutilmente de si Pedro había preguntado por ella, pero Nico no parecía saber nada y Paula no quiso que sospechara.
Así que se dijo que Pedro la llamaría tarde o temprano, pero los días fueron pasando, se convirtieron en semanas y Pedro nunca llamó.
Entonces, un día Paula comenzó a tener náuseas, pero no se extrañó porque todo el campus andaba con una gripe gastrointestinal.
Sin embargo, cuando todos sus amigos se curaron y ella no, se dio cuenta de que estaba embarazada.
Estaba embarazada de Pedro.
Aquello la dejó de piedra, por supuesto.
Solamente le quedaban unos meses de estudios, pero, ¿cómo iba a ejercer la abogacía con un recién nacido a su cargo? ¿Cómo se lo iba a contar a Pedro? ¿Qué dirían sus padres cuando se enteraran?
Sin embargo, tampoco pudo evitar preguntarse si la maternidad no sería maravillosa y si, al enterarse de que iba a ser padre, a Pedro no le parecería una idea estupenda casarse cuanto antes.
Sí, Paula comenzó a soñar despierta con la posibilidad de casarse con Pedro e irse a vivir a una casita a Crystal Springs, donde podría dar a luz a su hijo tranquilamente, terminar sus estudios y buscar trabajo en algún bufete de la zona.
Su más alta aspiración en la vida había sido siempre casarse con Pedro y formar una familia con él, así que tampoco pasaba nada por empezar antes de lo previsto.
Sí, tenía que volver a casa cuanto antes y contárselo a Pedro. Así, él tendría oportunidad de explicarle por qué no se había puesto en contacto con ella porque, por supuesto, tenía que haber una explicación lógica.
Aquella idea la animó profundamente y Paula siguió con su vida normal hasta que una mañana, mientras se estaba vistiendo para ir a clase, sintió un terrible dolor en el bajo vientre y, al pasar al baño, comprobó que estaba sangrando.
Sin importarle que sus amigas se enteraran de que estaba embarazada, salió a pedirle a su compañera de habitación que la llevara al hospital.
Demasiado tarde.
Había perdido el bebé.
Después de aquello, Paula se pasó semanas llorando, las notas empezaron a flojear porque no iba a clase y suspendía los exámenes y, aunque sus amigas intentaban consolarla, se sumió en una profunda depresión.
Entonces, comenzó a culpar a Pedro de todo lo que le estaba sucediendo por haberle arrebatado su virginidad sin inmutarse y haberla dejado sola con las consecuencias.
Se conocían de toda la vida y aquel canalla no había tenido la delicadeza de llamarla ni una sola vez por teléfono.
¿Acaso no se le había pasado por la cabeza que podía haber quedado embarazada y necesitaba su apoyo?
No, típico de los hombres, que solamente buscaban placer y huían de la responsabilidad.
Aunque no había tenido tiempo de contarle a Pedro que estaba embarazada, Paula empezó a culparlo también del aborto porque, de haber estado a su lado, habría podido llevarla al hospital y el niño se habría salvado o habría vuelto a Crystal Springs con él hacía semanas y no habría tenido que seguir soportando un horario de clases agotador.
Aunque hubiera perdido al bebé de todas maneras, se habrían dado apoyo el uno al otro y hubieran estado juntos, quizás planeando tener otro hijo en el futuro.
Pero no, Paula estaba sola y pasándolo fatal y todo era culpa de Pedro.
martes, 4 de diciembre de 2018
PASADO DE AMOR: CAPITULO 14
Paula esperó a que Pedro estuviera en el salón, confortablemente instalado en el sofá, con los pies encima de la mesa, confeccionando su lista mientras tomaba una cerveza sin alcohol y veía algo en el canal de deportes para entrar a hurtadillas en la cocina en busca de una botella de vino.
Volvió a subir, se metió en su habitación y se preparó un baño de espuma. Mientras la estancia comenzaba a oler a lavanda, se desnudó, se sirvió una copa de vino y se metió en el agua.
El paraíso.
Paula se dijo que debía relajarse e intentar no pensar en Pedro, así que comenzó a pensar en la preciosa boda de su hermano, en la cara de alegría de sus padres cada vez que iba a verlos y en la cantidad de trabajo que la esperaba cuando volviera a Los Ángeles.
Poco a poco, efectivamente, comenzó a relajarse pero, justo cuando estaba a punto de quedarse dormida, apareció el rostro de Pedro en una nebulosa y el pasado se apoderó de su mente.
PASADO DE AMOR: CAPITULO 13
Viendo que estaba obligada a quedarse en Crystal Springs durante unos días, Paula decidió llamar a sus amigas de allí para ver qué tal estaban.
Lo cierto era que la mayor parte de ellas también se habían ido, pero todavía quedaban algunas viviendo allí.
Le daba vergüenza admitírselo a sí misma, pero lo cierto era que en aquellos años había estado a punto de perder el contacto con Jackie y con Gaby porque siempre estaba muy atareada con el trabajo y no tenía tiempo de llamarlas a menudo.
Afortunadamente, ninguna de sus amigas parecía haberse enfadado por ello y ambas se mostraron tan alegres y receptivas como siempre cuando las llamó por teléfono.
De hecho, no perdieron tiempo en proponer que quedaran el miércoles por la noche para ir al Longneck, el bar local.
Paula llevaba años sin salir, probablemente desde que se había ido a vivir a Los Ángeles.
Por supuesto, en aquella ciudad había miles de bares y de discotecas, pero siempre que los había frecuentado había sido por motivos de trabajo.
El único problema era que necesitaba que alguien la llevara porque, aunque Jackie trabajaba media jornada como recepcionista en el ambulatorio y se había ofrecido a pasar a buscarla, tenía cuatro hijos y Paula sabía por otras conversaciones que el único coche que tenían estaba lleno de juguetes y bolsas de pañales así que, aunque su marido no necesitara el coche aquella noche, a Paula no le apetecía nada ir oliendo a leche y a patatas fritas.
Y Gaby, que estaba casada pero no tenía hijos, trabajaba hasta las siete de la tarde y, aunque les había asegurado que no le importaba nada ir a buscarlas a las dos después de haberse pasado por casa para ducharse y cambiarse de ropa, decidieron que se les hacía muy tarde porque llegarían al bar a las nueve de la noche como mínimo y eso quería decir que no se irían hasta después de las doce y a Jackie se le hacía tarde por los niños.
En consecuencia, lo mejor era que Paula encontrara la manera de acercarse al bar por sus propios medios.
Pensó en alquilar un coche y la idea no le pareció mal porque así tendría un vehículo de transporte independiente mientras anduviera por allí, pero la agencia de alquiler de coches estaba a tres cuartos de hora de Crystal Springs, así que, de todas maneras, le iba a tener que pedir a alguien que la acercara.
Por mucho que le molestara, le iba a tener que pedir a Pedro que la acercara el miércoles por la noche al lugar donde había quedado con las chicas.
Después de cómo se habían despedido hacía un rato, la idea le hacía tanta gracia como pegarse un tiro.
Paula se dirigió a la cocina creyendo que lo encontraría allí, pero la estancia estaba vacía y los platos fregados secándose junto al fregadero.
No había ni rastro de Pedro, así que Paula se dirigió al salón y al comedor, pero tampoco lo encontró allí.
Subió las escaleras pensando que, a lo mejor, había ido a echarse un rato. Al final, lo encontró en la antigua habitación de Nico.
—Hola —le dijo Pedro con una caja que contenía los trofeos de su hermano en las manos.
—¿Qué haces?
—¿Tú sabes si Nico y Karen quieren hacer algo con esta habitación? —contestó Pedro.
Paula miró a su alrededor. La antigua habitación de Nico no se utilizaba hacía muchos años y había pasado a convertirse en el trastero de la casa, así que su aspecto no era precisamente el mejor.
—No, no tengo ni idea. ¿Por qué?
—Porque se me ha ocurrido que podría ser una habitación muy bonita para un bebé.
Aquel comentario por parte de Pedro pilló a Paula completamente por sorpresa.
—Huele un poco mal, ¿no?
—Debe de ser que tu hermano se dejó algunos calcetines sudados por ahí —contestó Pedro chasqueando la lengua—. Se me había ocurrido que quitando la moqueta, que está muy vieja, pintando las paredes y poniendo unas cortinas bonitas y muebles de bebé la habitación parecería otra —le explicó a continuación—. ¿No te parece que sería un regalo maravilloso para cuando volvieran a casa?
—¿Y quién se va a encargar de todo eso?
—¿Olvidas que tu hermano y yo tenemos una empresa de reformas? Reemplazar la moqueta no cuesta nada y pintar las paredes se hace en un periquete.
Paula se encogió de hombros aunque sabía a ciencia cierta que a su hermano y a su cuñada les encantaría volver a casa y encontrarse con una habitación que iban a necesitar en breve.
—Además, había pensado que tú me podrías echar una mano —añadió Pedro de repente.
Oh, no.
Aquello era demasiado pedir.
Una cosa era que Pedro quisiera reformar la habitación y otra que la metiera a ella en aquel berenjenal.
No, la verdad era que no le apetecía nada tomar parte en la construcción de una habitación para un bebé.
—No, gracias —contestó sinceramente.
—¿Por qué no? Lo harías fenomenal. Me podrías ayudar a decidir el color de la pintura, las cortinas, las cenefas de papel, la cuna, el cambiador y esas cosas. Yo no entiendo nada de cosas de niños pequeños.
¿Y acaso ella sí?
Paula tuvo que hacer un esfuerzo para que no se le saltaran las lágrimas.
—¿Es que acaso esta semana no tienes que trabajar? —preguntó para intentar disimular su zozobra.
—Sí, pero tengo tiempo libre porque ésta es la época del año en la que menos trabajo entra. Lo que tenemos lo pueden hacer los chicos sin mí perfectamente —le explicó—. Es una de las cosas buenas que tiene tener tu propia empresa —sonrió.
Paula no contestó.
—Necesito que me ayudes, Paula, de verdad.
Quiero tenerlo hecho para cuando tu hermano y Karen vuelvan y a mí solo no me va a dar tiempo.
Aquello era lo último que le apetecía a Paula, pero sabía que a Nico y a su cuñada les encantaría aquella sorpresa y, además, pronto sería tía, así que más le valía irse acostumbrando a la idea de tener un bebé cerca.
Paula tragó saliva y asintió por fin.
—Está bien —accedió—. La verdad es que no tengo nada mejor que hacer.
Pedro no se ofendió ante sus palabras aunque lo cierto era que Paula hubiera preferido que lo hubiera hecho porque una buena discusión la habría ayudado a olvidar ciertos recuerdos dolorosos.
—La ferretería está cerrada los domingos y todo lo demás va a cerrar dentro de un rato, así que yo creo que lo que deberíamos hacer hoy es una lista. ¿Me ayudas?
—No, hazla tú y ya le echo yo mañana un vistazo —contestó Paula, que quería estar a solas para no recordar el pasado.
—Muy bien.
—Por cierto, Pedro, el miércoles por la noche he quedado con mis amigas en el Longneck y te quería preguntar si me podrías llevar —dijo Beth antes de irse—. Por supuesto, si tienes otros planes o te viene mal, puedo alquilar un coche o pedírselo a otra persona.
—No, no hay problema —contestó Pedro—. Hace una eternidad que no me paso por allí, así que me parece buena idea tomarme algo y ver a la gente un rato. Dime a qué hora quieres que nos vayamos y ya está.
—Muy bien, muchas gracias.
Pedro sonrió encantador y salió de la habitación, dejando a Paula a solas con sus dolores y sus recuerdos, lamentándose por haber accedido ante la petición de sus padres a quedarse unos días después de la boda, recriminándose el no haber salido corriendo de aquella casa para no tener que compartirla con él.
Dormir en la calle habría sido mejor que tener que soportar aquel terrible dolor que se había apoderado de su cuerpo por completo.
Y la única culpable era ella.
PASADO DE AMOR: CAPITULO 12
—Yo no te evito.
Lo había dicho con voz firme, pero era obvio que estaba mintiendo y Pedro era consciente de ello hacía mucho tiempo.
No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que, cuando él entraba en un sitio, ella se iba con cualquier excusa o simplemente se iba sin decir nada y eso era por algo. Por supuesto, entendía el comportamiento de Paula porque siete años atrás se había comportado como un auténtico canalla con ella.
Aunque en aquel entonces contaba ya veintiséis años y se suponía que debía ser un hombre maduro, no había sabido llevar bien la situación.
Para empezar, se había aprovechado de una chica de veintiún años y había dejado que sus hormonas tomaran el mando de sus acciones, dando rienda suelta a sus deseos largamente reprimidos.
Pedro no creía que pudiera perdonarse nunca a sí mismo por su comportamiento y aquello lo estaba devorando vivo.
¿Y qué había hecho luego? La había dejado en casa y no le había vuelto a hablar. No la había llamado al día siguiente para ver cómo estaba ni se había pasado por su casa para hablar con ella.
No, se había comportado como un cobarde, la había evitado y no se había vuelto a acercar a su casa hasta que no supo que había vuelto a la universidad.
Entonces, había tomado la decisión de no hablar del tema si ella no lo hacía y le había parecido el plan perfecto, pero lo cierto era que aquel plan le había estallado en la cara porque lo único que había conseguido había sido que su relación se enrareciera.
Con el tiempo, se habían evitado y se habían distanciado, ya ni siquiera se atrevían a mirarse a los ojos ni a sonreírse ni a bromear como en los buenos tiempos.
Pedro se odiaba por ello, se odiaba porque su libido y su falta de control habían hecho que Paula pusiera entre ellos un muro como la Gran Muralla China.
—¿Ah, no? ¿Y cómo llamarías a lo que hemos estado haciendo estos últimos siete años?
—No sé de qué me estás hablando.
—Claro que lo sabes. Antes, cuando entraba en tu casa, corrías escaleras abajo para verme, me pedías que me quedara a ver una película o que te llevara a la tienda a comprar una revista.
Después de lo que sucedió aquella noche en mi coche, cuando venía a tu casa, salías corriendo. Incluso te fuiste a vivir a California para tener la excusa perfecta para no aparecer por aquí.
—No digas tonterías —contestó Paula intentando reírse—. Me fui a vivir a California porque quería convertirme en abogada especializada en el mundo del espectáculo y todos sabemos que la capital de ese mundo está en California.
—¿De verdad? —dijo Pedro dando un paso hacia ella—. ¿Acaso no elegiste especializarte en el mundo del espectáculo precisamente para poder irte porque sabías que jamás podrías especializarte en esa rama aquí?
Paula se cruzó de brazos sin darse cuenta de que, al hacerlo, se le abría la blusa. Pedro sí se dio cuenta y no pudo evitar quedarse mirando durante unos segundos su maravilloso escote, pero se apresuró a levantar la mirada por miedo a que Paula lo sorprendiera.
—Soy muy buena en mi trabajo, Pedro, y me encanta vivir en Los Ángeles. En cualquier caso, no tengo que justificarme ante ti.
Por supuesto, en eso tenía razón, pero Pedro no podía ocultar su curiosidad.
—Ahora, si has terminado de sacar a relucir incidentes del pasado que no tienen ninguna relevancia en el presente, creo que sería bueno que estableciéramos algunas normas para el tiempo que tengamos que vivir juntos.
—¿Qué tienes en mente? —contestó Pedro cruzándose de brazos también, imitando su posición defensiva e intentando no reírse.
—Para empezar, tengo prioridad en el baño por las mañanas.
—¿Y eso por qué?
—Porque soy chica.
—¿Acaso esa defensa sería válida ante un tribunal? —sonrió Pedro.
—No tengo ni idea porque no suelo ir a juicio nunca, pero, en cualquier caso, todos sabemos que las mujeres necesitamos más tiempo en el baño que los hombres.
—En eso te doy la razón —contestó Pedro recordando los tres años que había vivido con Lorena—. Sin embargo, esta mañana yo me he despertado una hora antes que tú, así que, ¿qué se supone que debo hacer, esperar a que tú te despiertes para poder utilizar el baño?
—No, si te despiertas antes que yo, puedes pasar tú antes —contestó Paula.
—¿Algo más?
—Sí, las comidas. Has hecho el desayuno esta mañana y te lo agradezco mucho, pero no quiero que sirva de precedente. No te sientas obligado a cocinar para mí porque yo no me siento en absoluto obligada a cocinar para ti. Si a uno de los dos le apetece cocinar y quiere invitar al otro, muy bien, pero no hay obligaciones.
—Me parece bien, pero, ¿qué me dices si uno de nosotros quiere pedir algo por teléfono? ¿Debe hablar con el otro antes de pedir una pizza o comida china o debe hacerlo en absoluto secreto como si fuera una misión encubierta?
—Muy gracioso —contestó Paula—. Creo que sería de buena educación consultarlo con el otro, pero que cada uno haga lo que quiera.
—¿Algo más?
Paula se quedó pensativa unos instantes.
—Ahora mismo no se me ocurre nada más, pero podemos ir poniendo normas sobre la marcha.
—Muy bien —contestó Pedro metiéndose las manos en los bolsillos—. ¿Quién friega los platos?
—Tú —contestó Paula sin inmutarse.
Acto seguido, se giró y salió de la cocina.
Pedro se quedó mirando el vaivén de sus caderas y, una vez a solas, chasqueó la lengua y comenzó a fregar los platos.
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