martes, 4 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 12





—Yo no te evito.


Lo había dicho con voz firme, pero era obvio que estaba mintiendo y Pedro era consciente de ello hacía mucho tiempo.


No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que, cuando él entraba en un sitio, ella se iba con cualquier excusa o simplemente se iba sin decir nada y eso era por algo. Por supuesto, entendía el comportamiento de Paula porque siete años atrás se había comportado como un auténtico canalla con ella.


Aunque en aquel entonces contaba ya veintiséis años y se suponía que debía ser un hombre maduro, no había sabido llevar bien la situación.


Para empezar, se había aprovechado de una chica de veintiún años y había dejado que sus hormonas tomaran el mando de sus acciones, dando rienda suelta a sus deseos largamente reprimidos.


Pedro no creía que pudiera perdonarse nunca a sí mismo por su comportamiento y aquello lo estaba devorando vivo.


¿Y qué había hecho luego? La había dejado en casa y no le había vuelto a hablar. No la había llamado al día siguiente para ver cómo estaba ni se había pasado por su casa para hablar con ella.


No, se había comportado como un cobarde, la había evitado y no se había vuelto a acercar a su casa hasta que no supo que había vuelto a la universidad.


Entonces, había tomado la decisión de no hablar del tema si ella no lo hacía y le había parecido el plan perfecto, pero lo cierto era que aquel plan le había estallado en la cara porque lo único que había conseguido había sido que su relación se enrareciera.


Con el tiempo, se habían evitado y se habían distanciado, ya ni siquiera se atrevían a mirarse a los ojos ni a sonreírse ni a bromear como en los buenos tiempos.


Pedro se odiaba por ello, se odiaba porque su libido y su falta de control habían hecho que Paula pusiera entre ellos un muro como la Gran Muralla China.


—¿Ah, no? ¿Y cómo llamarías a lo que hemos estado haciendo estos últimos siete años?


—No sé de qué me estás hablando.


—Claro que lo sabes. Antes, cuando entraba en tu casa, corrías escaleras abajo para verme, me pedías que me quedara a ver una película o que te llevara a la tienda a comprar una revista.
Después de lo que sucedió aquella noche en mi coche, cuando venía a tu casa, salías corriendo. Incluso te fuiste a vivir a California para tener la excusa perfecta para no aparecer por aquí.


—No digas tonterías —contestó Paula intentando reírse—. Me fui a vivir a California porque quería convertirme en abogada especializada en el mundo del espectáculo y todos sabemos que la capital de ese mundo está en California.


—¿De verdad? —dijo Pedro dando un paso hacia ella—. ¿Acaso no elegiste especializarte en el mundo del espectáculo precisamente para poder irte porque sabías que jamás podrías especializarte en esa rama aquí?


Paula se cruzó de brazos sin darse cuenta de que, al hacerlo, se le abría la blusa. Pedro sí se dio cuenta y no pudo evitar quedarse mirando durante unos segundos su maravilloso escote, pero se apresuró a levantar la mirada por miedo a que Paula lo sorprendiera.


—Soy muy buena en mi trabajo, Pedro, y me encanta vivir en Los Ángeles. En cualquier caso, no tengo que justificarme ante ti.


Por supuesto, en eso tenía razón, pero Pedro no podía ocultar su curiosidad.


—Ahora, si has terminado de sacar a relucir incidentes del pasado que no tienen ninguna relevancia en el presente, creo que sería bueno que estableciéramos algunas normas para el tiempo que tengamos que vivir juntos.


—¿Qué tienes en mente? —contestó Pedro cruzándose de brazos también, imitando su posición defensiva e intentando no reírse.


—Para empezar, tengo prioridad en el baño por las mañanas.


—¿Y eso por qué?


—Porque soy chica.


—¿Acaso esa defensa sería válida ante un tribunal? —sonrió Pedro.


—No tengo ni idea porque no suelo ir a juicio nunca, pero, en cualquier caso, todos sabemos que las mujeres necesitamos más tiempo en el baño que los hombres.


—En eso te doy la razón —contestó Pedro recordando los tres años que había vivido con Lorena—. Sin embargo, esta mañana yo me he despertado una hora antes que tú, así que, ¿qué se supone que debo hacer, esperar a que tú te despiertes para poder utilizar el baño?


—No, si te despiertas antes que yo, puedes pasar tú antes —contestó Paula.


—¿Algo más?


—Sí, las comidas. Has hecho el desayuno esta mañana y te lo agradezco mucho, pero no quiero que sirva de precedente. No te sientas obligado a cocinar para mí porque yo no me siento en absoluto obligada a cocinar para ti. Si a uno de los dos le apetece cocinar y quiere invitar al otro, muy bien, pero no hay obligaciones.


—Me parece bien, pero, ¿qué me dices si uno de nosotros quiere pedir algo por teléfono? ¿Debe hablar con el otro antes de pedir una pizza o comida china o debe hacerlo en absoluto secreto como si fuera una misión encubierta?


—Muy gracioso —contestó Paula—. Creo que sería de buena educación consultarlo con el otro, pero que cada uno haga lo que quiera.


—¿Algo más?


Paula se quedó pensativa unos instantes.


—Ahora mismo no se me ocurre nada más, pero podemos ir poniendo normas sobre la marcha.


—Muy bien —contestó Pedro metiéndose las manos en los bolsillos—. ¿Quién friega los platos?


—Tú —contestó Paula sin inmutarse.


Acto seguido, se giró y salió de la cocina.


Pedro se quedó mirando el vaivén de sus caderas y, una vez a solas, chasqueó la lengua y comenzó a fregar los platos.



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