martes, 4 de diciembre de 2018
PASADO DE AMOR: CAPITULO 13
Viendo que estaba obligada a quedarse en Crystal Springs durante unos días, Paula decidió llamar a sus amigas de allí para ver qué tal estaban.
Lo cierto era que la mayor parte de ellas también se habían ido, pero todavía quedaban algunas viviendo allí.
Le daba vergüenza admitírselo a sí misma, pero lo cierto era que en aquellos años había estado a punto de perder el contacto con Jackie y con Gaby porque siempre estaba muy atareada con el trabajo y no tenía tiempo de llamarlas a menudo.
Afortunadamente, ninguna de sus amigas parecía haberse enfadado por ello y ambas se mostraron tan alegres y receptivas como siempre cuando las llamó por teléfono.
De hecho, no perdieron tiempo en proponer que quedaran el miércoles por la noche para ir al Longneck, el bar local.
Paula llevaba años sin salir, probablemente desde que se había ido a vivir a Los Ángeles.
Por supuesto, en aquella ciudad había miles de bares y de discotecas, pero siempre que los había frecuentado había sido por motivos de trabajo.
El único problema era que necesitaba que alguien la llevara porque, aunque Jackie trabajaba media jornada como recepcionista en el ambulatorio y se había ofrecido a pasar a buscarla, tenía cuatro hijos y Paula sabía por otras conversaciones que el único coche que tenían estaba lleno de juguetes y bolsas de pañales así que, aunque su marido no necesitara el coche aquella noche, a Paula no le apetecía nada ir oliendo a leche y a patatas fritas.
Y Gaby, que estaba casada pero no tenía hijos, trabajaba hasta las siete de la tarde y, aunque les había asegurado que no le importaba nada ir a buscarlas a las dos después de haberse pasado por casa para ducharse y cambiarse de ropa, decidieron que se les hacía muy tarde porque llegarían al bar a las nueve de la noche como mínimo y eso quería decir que no se irían hasta después de las doce y a Jackie se le hacía tarde por los niños.
En consecuencia, lo mejor era que Paula encontrara la manera de acercarse al bar por sus propios medios.
Pensó en alquilar un coche y la idea no le pareció mal porque así tendría un vehículo de transporte independiente mientras anduviera por allí, pero la agencia de alquiler de coches estaba a tres cuartos de hora de Crystal Springs, así que, de todas maneras, le iba a tener que pedir a alguien que la acercara.
Por mucho que le molestara, le iba a tener que pedir a Pedro que la acercara el miércoles por la noche al lugar donde había quedado con las chicas.
Después de cómo se habían despedido hacía un rato, la idea le hacía tanta gracia como pegarse un tiro.
Paula se dirigió a la cocina creyendo que lo encontraría allí, pero la estancia estaba vacía y los platos fregados secándose junto al fregadero.
No había ni rastro de Pedro, así que Paula se dirigió al salón y al comedor, pero tampoco lo encontró allí.
Subió las escaleras pensando que, a lo mejor, había ido a echarse un rato. Al final, lo encontró en la antigua habitación de Nico.
—Hola —le dijo Pedro con una caja que contenía los trofeos de su hermano en las manos.
—¿Qué haces?
—¿Tú sabes si Nico y Karen quieren hacer algo con esta habitación? —contestó Pedro.
Paula miró a su alrededor. La antigua habitación de Nico no se utilizaba hacía muchos años y había pasado a convertirse en el trastero de la casa, así que su aspecto no era precisamente el mejor.
—No, no tengo ni idea. ¿Por qué?
—Porque se me ha ocurrido que podría ser una habitación muy bonita para un bebé.
Aquel comentario por parte de Pedro pilló a Paula completamente por sorpresa.
—Huele un poco mal, ¿no?
—Debe de ser que tu hermano se dejó algunos calcetines sudados por ahí —contestó Pedro chasqueando la lengua—. Se me había ocurrido que quitando la moqueta, que está muy vieja, pintando las paredes y poniendo unas cortinas bonitas y muebles de bebé la habitación parecería otra —le explicó a continuación—. ¿No te parece que sería un regalo maravilloso para cuando volvieran a casa?
—¿Y quién se va a encargar de todo eso?
—¿Olvidas que tu hermano y yo tenemos una empresa de reformas? Reemplazar la moqueta no cuesta nada y pintar las paredes se hace en un periquete.
Paula se encogió de hombros aunque sabía a ciencia cierta que a su hermano y a su cuñada les encantaría volver a casa y encontrarse con una habitación que iban a necesitar en breve.
—Además, había pensado que tú me podrías echar una mano —añadió Pedro de repente.
Oh, no.
Aquello era demasiado pedir.
Una cosa era que Pedro quisiera reformar la habitación y otra que la metiera a ella en aquel berenjenal.
No, la verdad era que no le apetecía nada tomar parte en la construcción de una habitación para un bebé.
—No, gracias —contestó sinceramente.
—¿Por qué no? Lo harías fenomenal. Me podrías ayudar a decidir el color de la pintura, las cortinas, las cenefas de papel, la cuna, el cambiador y esas cosas. Yo no entiendo nada de cosas de niños pequeños.
¿Y acaso ella sí?
Paula tuvo que hacer un esfuerzo para que no se le saltaran las lágrimas.
—¿Es que acaso esta semana no tienes que trabajar? —preguntó para intentar disimular su zozobra.
—Sí, pero tengo tiempo libre porque ésta es la época del año en la que menos trabajo entra. Lo que tenemos lo pueden hacer los chicos sin mí perfectamente —le explicó—. Es una de las cosas buenas que tiene tener tu propia empresa —sonrió.
Paula no contestó.
—Necesito que me ayudes, Paula, de verdad.
Quiero tenerlo hecho para cuando tu hermano y Karen vuelvan y a mí solo no me va a dar tiempo.
Aquello era lo último que le apetecía a Paula, pero sabía que a Nico y a su cuñada les encantaría aquella sorpresa y, además, pronto sería tía, así que más le valía irse acostumbrando a la idea de tener un bebé cerca.
Paula tragó saliva y asintió por fin.
—Está bien —accedió—. La verdad es que no tengo nada mejor que hacer.
Pedro no se ofendió ante sus palabras aunque lo cierto era que Paula hubiera preferido que lo hubiera hecho porque una buena discusión la habría ayudado a olvidar ciertos recuerdos dolorosos.
—La ferretería está cerrada los domingos y todo lo demás va a cerrar dentro de un rato, así que yo creo que lo que deberíamos hacer hoy es una lista. ¿Me ayudas?
—No, hazla tú y ya le echo yo mañana un vistazo —contestó Paula, que quería estar a solas para no recordar el pasado.
—Muy bien.
—Por cierto, Pedro, el miércoles por la noche he quedado con mis amigas en el Longneck y te quería preguntar si me podrías llevar —dijo Beth antes de irse—. Por supuesto, si tienes otros planes o te viene mal, puedo alquilar un coche o pedírselo a otra persona.
—No, no hay problema —contestó Pedro—. Hace una eternidad que no me paso por allí, así que me parece buena idea tomarme algo y ver a la gente un rato. Dime a qué hora quieres que nos vayamos y ya está.
—Muy bien, muchas gracias.
Pedro sonrió encantador y salió de la habitación, dejando a Paula a solas con sus dolores y sus recuerdos, lamentándose por haber accedido ante la petición de sus padres a quedarse unos días después de la boda, recriminándose el no haber salido corriendo de aquella casa para no tener que compartirla con él.
Dormir en la calle habría sido mejor que tener que soportar aquel terrible dolor que se había apoderado de su cuerpo por completo.
Y la única culpable era ella.
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