sábado, 27 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 17




Paula se despertó cuando el sol entraba a raudales por la ventana… recortando una oscura silueta. De inmediato se quedó paralizada de terror, evocando el momento en que creyó ver a Kostas paseando por Roma. La había seguido hasta su casa, y ahora estaba a punto de matarla…


Pero cuando su cerebro se despertó lo suficiente para procesar la escena, se dio cuenta de que el tipo tenía casco, bigote y estaba subido a una escalera. Pedro lo había visto el sábado por la mañana, también. Probablemente había llegado la hora de avisar a la casera.


Se subió las sábanas hasta la barbilla, maldiciéndose a sí misma por no haber colocado todavía la cortina. Le gritó que se marchara, y el tipo continuó subiendo por la escalera. Una vez que se aseguró de que se había marchado, Paula saltó de la cama y se vistió a toda prisa.


Era lunes, y Pedro había regresado a su apartamento la noche anterior, para prepararse para iniciar su jornada de trabajo. Paula también tenía que prepararse para su primer día de clase, pero no empezaría hasta la tarde, cuando los niños salieran del colegio.


Cuando volvió del baño, se puso a hacer la cama y dio de comer a la gata, que por cierto se había pasado media noche maullando y arañando cosas. Por su culpa, había descansado poco. Y, sin embargo, cuando la miraba con aquella expresión tan dulce y buscaba su atención empujándola con la cabecita… se derretía de ternura. Era adorable.


Necesitaba ponerle un nombre. No podía seguir llamándola «gata»…


De repente llamaron a la puerta. Era la casera, Fabiana Medici.


—¿Te dije que la gente trabajar en el tejado?


—Vi a uno de ellos. Hace un rato me ha estado mirando por la ventana y lo mismo el sábado.


Paula hablaba lentamente y se ayudaba de la mímica, dado el escaso nivel de inglés de Fabiana. La mujer desvió la mirada hacia la ventana con expresión ceñuda.


—Les diré que no miren, ¿de acuerdo?


Paula asintió.


—Sí, gracias.


La gatita escogió aquel momento para salir de debajo de la cama y acercarse a su plato de comida.


—¡Tienes un gato!


Paula intentó adivinar si aquella reacción era mala o buena. No sabía a qué atenerse. Al ver su expresión preocupada, Fabiana se apresuró a tranquilizarla.


—No pasa nada. ¡Me encantan los gatos!


—Perdone por no haberle pedido permiso antes…


—No, no. Cuando tú viajes, o pases la noche fuera, yo le daré de comer, ¿de acuerdo?


Paula soltó un suspiro de alivio.


—Muchas gracias. Puede que alguna vez me quede a pasar la noche en el apartamento de un amigo, así que le tomo la palabra…


¿Realmente estaba pensando en pasar alguna que otra noche en el apartamento de Pedro


Después del fin de semana tan intenso que habían compartido, tenía la esperanza de repetirlo. Y Pedro, por su parte, parecía tan interesado como ella en continuar lo que habían empezado.


—Sí —afirmó Fabiana con gesto decidido—. Vendré a ver cómo está el gato cada noche.


Paula pensó en corregirla, pero luego cambió de idea. Ya descubriría de primera mano por qué no era una buena idea que se pasara cada noche a visitar a la gatita…


Se despidió de Fabiana y cerró la puerta. Estaba empezando a sentirse cada vez más cómoda en aquella pequeña habitación. Tal vez la culpa la tuviera la gata sin nombre… A esas alturas, su hermano ya la habría bautizado y probablemente le habría comprado un collar de un color diferente para cada día de la semana.


Llevaba ya varios días sin hablar con Hector, así que calculó la diferencia horaria: en la costa oeste de los Estados Unidos debían de ser las doce de la noche, pero seguro que todavía estaría levantado. Dormía menos que un búho.


Sacó el móvil del bolso, marcó el número y se sentó en el sofá. Justo en ese instante descubrió las señales de las uñas del gato en la tapicería.


—¿Sabes qué hay que hacer para que un gato deje de arañar cosas? —le preguntó a su hermano, a manera de saludo.


—Hola, hermanita. ¿Un gato? ¿Tienes un gato?


—Puede decirse que sí. Estaba abandonado y me lo llevé a casa, pero creo que ahora se está apoderando de mi vida…


—Paula, estoy orgullosa de ti. Un gato es un gran compromiso para una chica que se pasa la vida viajando por el mundo.


—La verdad, no sé en qué estaba pensando…


—Quizá estuvieras pensando como una persona normal por una vez… y sentiste la necesidad de introducir algo permanente en tu vida.


—Hey, te tengo a ti. Tú eres más permanente que nadie.


—Sí, pero no voy a dejar que me manosees como si fuera una mascota o que duermas conmigo.


—La gatita es salvaje. Tampoco se deja tocar mucho, ni duerme conmigo.


—Entonces es el animal perfecto para ti. Tú también estás por domesticar.


Paula se sonrió al ver el gesto arisco de la gatita, a la que no parecía apetecerle mucho su desayuno. Quizá fuera eso lo que le gustara de ella: que no era precisamente un modelo de animal doméstico.


Sujetando el móvil entre la mejilla y el hombro, se levantó para cambiarle la comida.


—¿Alguna idea para que deje de arañarme los muebles?


—Dale un juguete. También puedes dispararle con una pistola de agua cada vez que lo intente.


—Eso suena muy cruel.


—Córtale las uñas para que no las tenga tan afiladas.


—Me parece una tarea peligrosa…


—El veterinario lo hará por ti.


«Buena idea», pensó. El veterinario. Necesitaba encontrar uno y llevarle la gatita ese mismo día.


—De acuerdo, siguiente problema. Necesito ponerle un nombre.


—¿Qué tal algo italiano? ¿Julio César?


—Es una gata.


—¿Angélica?


—Hasta ahora no ha demostrado cualidades muy angelicales.


—Entonces es el nombre perfecto para ella.


—Es demasiado largo. No puedo llamarla «Angélica» cada vez que la esté buscando —pero tan pronto como pronunció el nombre, la gata soltó un maullido.


—Lo he oído —dijo Hector—. Le gusta el nombre. Ya lo tienes.


Paula vertió comida con olor a pescado en su plato y esbozó una mueca de asco. La habitación iba a terminar apestando.


—Angélica Chaves —continuó Hector—. Es perfecto. Pero necesita un segundo nombre.


—No, no lo necesita. Es una gata. No va a tener número de seguridad social ni pasaporte.


—Angélica… Carina. Eso suena muy dulce en italiano, ¿verdad? Es perfecto —añadió con voz soñadora, como si estuviera bautizando a su primer hijo.


Angélica Carina. Estupendo. Ahora tenía una gata con nombre de estrella porno. Se acercó a la ventana, ya libre de obreros, y la abrió para airear la habitación.


—Ya, ya —dijo sólo para hacer ver que lo estaba escuchando. Lo cierto era que le resultaba difícil preocuparse por si las invitaciones de boda se imprimirían en papel dorado o crema, o de lo que fuera que estuviera hablando.


Adoraba a su hermano, pero podía llegar a obsesionarse muchísimo con los detalles.


—No me estás escuchando. ¿Qué te pasa?


—Nada.


—Leí tu blog. ¿Quién es ese tal X?


—Sólo un tipo más. Nadie especial.


Se encogió por dentro. Ésa era otra mentira. 


Quizá no pudiera tener un amigo y un gato al mismo tiempo.


—¿Entonces por qué pones ese tono de voz?


—A lo mejor porque éste ha sido un mal momento para conocer a alguien que me guste.


—Tienes razón. Enamorarse es horrible. Es el infierno. Es mejor estar solo.


—Calla la boca. Tú estás como estás porque has encontrado a Mister Perfecto y estás en medio de los preparativos de boda.


—¿Crees que es fácil preparar una boda? Es la prueba de fuego de una relación, permíteme que te diga. Creo que es por eso por lo que existen las bodas: para hacer que la gente que no se las toma en serio se lo piense dos veces y abandone.


—Yo sólo pienso quedarme aquí hasta el final del verano. Luego tengo intención de volver para tu boda.


—Eso no quiere decir que tengas que quedarte aquí para siempre, ya lo sabes.


Paula no era muy aficionada a hacer planes a largo plazo, ni siquiera a atenerse y cumplir sus propios planes. Sin embargo, si la amenaza de un terrorista sólo la había hecho mudarse de país… la amenaza de un amor verdadero era capaz de hacerla cambiar de continente.


—Si voy a volver a California y desde allí a Hawai, no pienso volver a moverme en una temporada.


Pensaba llegar a San Francisco dos semanas antes de la boda para ayudar a Hector con los preparativos de última hora, y luego volar a Hawai para la boda.


—Háblame de ese tal X. ¿Quién es? ¿Qué hace?


—Trabaja en la embajada de Estados Unidos de Roma. Tareas de seguridad.


—¿Tipo James Bond?


—No. Sólo es un vigilante jurado.


—Por lo que dices en tu blog, parece que te excita.


—No sabía que lo hubiera elogiado tanto. ¿Tan malo es eso?


—Sí. Sí que lo es.


—Vaya.


—Es estupendo el cambio que estás experimentando: pareces menos cansada de la vida y más ilusionada. Como una colegiala enamorada.


—No sabía que pareciera tan cansada de la vida.


—Sí, cariño. Créeme.


Paula se mordió el labio, observando a la gata… no, a Angélica, lavarse después de su desayuno.


—Al cabo de un tiempo, hasta el sexo empieza a cansar si no le pones alguna emoción —añadió Hector.


Paula quiso protestar, pero temía que su hermano pequeño tuviera razón. Así era como había empezado a sentirse respecto al sexo… hasta que conoció a Pedro. ¿Realmente su problema habría sido la falta de conexión emocional con sus últimos amantes?


—¿Hola? ¿Sigues ahí? —inquirió Hector.


—Sí, sigo aquí. Estaba pensando en lo que has dicho. Creo que acabas de regalarme el próximo tema de mi blog.


—Oooh… ¿y saldré en créditos?


—Saldrás como «un querido amigo mío», ¿te parece bien?


Hector suspiró.


—¿Y por qué no «mi maravilloso hermano gay, Hector Chaves»?


—Ya sabes que es un blog anónimo y no quiero que ningún bicho raro descubra mi verdadera identidad y empiece a acosarme.


Paula percibió un movimiento por el rabillo del ojo. Miró la ventana y vio al obrero del bigote bajando por la escalera de incendios. Le lanzó una mirada asesina y el tipo continuó descendiendo.


—Hablando de bichos raros, ¿qué pasa con ese colaborador anónimo de tu blog? ¿Sabe realmente quién eres?


—Supongo que sí.


—¿Sabes quién es?


—Creo que es Kostas, el tipo con el que estuve saliendo en Grecia.


Paula esperaba fervientemente que el individuo estuviera en manos de las autoridades griegas. De todas formas, pensó que sería prudente revelarle su nombre a su hermano, en caso de que no hubiera imaginado haberlo visto en Roma…


—¿Mister Trasero Peludo?


—Sí —confesó Paula, sin prodigarse en detalles. No sería muy inteligente explicarle toda la historia por teléfono.


—¿Cómo podría alguien salir con un tipo con una manta de pelo en el trasero? Para mí eso sería motivo de ruptura.


—Bueno, tú pasas más tiempo viendo traseros de tíos que yo.


—Eso es verdad. De todas formas, podría habérselo depilado, ¿no?


—Los griegos como Dios manda no se depilan. Eso es más bien un fenómeno metrosexual estadounidense.


—Dios mío, no digas «metrosexual». Ese término tiene por lo menos cinco años de antigüedad.


—Los mismos que yo llevo fuera de los Estados Unidos. He perdido contacto con la cultura urbana de mis compatriotas.


—Lo último que se lleva es depilarse todo el cuerpo.


—¿El vello púbico también?


—Sí, para tener un estilo dinámico, moderno.


—Ah… ¿Y a las mujeres les gusta eso?


—A algunas parece que sí.


—Tú no te habrás depilado los bajos, ¿verdad? —le preguntó Paula.


—¿Realmente quieres saberlo?


—No, tienes razón. No quiero saberlo.


—Sólo te diré una cosa. En los testículos duele muchísimo.


Paula soltó un gemido. No era una imagen muy agradable.


Hector continuó con su charla sobre los preparativos de boda, y Paula se recostó en el sofá mientras lo escuchaba. Su hermano representaba, al menos, una agradable distracción de los problemas que salpicaban su vida: Angélica, la gata venida del infierno; Pedro, el hombre del que no quería enamorarse; y, finalmente, su creciente paranoia con el terrorista griego.


No entendía cómo era posible que su vida se hubiera complicado tanto de golpe, pero estaba segura de que ella era la única culpable. Como para suscribir aquel pensamiento, la gata la avistó desde el otro lado de la habitación y se lanzó sobre el dedo gordo de su pie sin ninguna razón aparente.



BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 16




Establecer las reglas… para luego romperlas

Nunca se me han dado bien las reglas a seguir en una relación. Creo que en este blog os he dejado claro ese pequeño y triste hecho. Pero… ¿qué pasa con las reglas que una misma se impone? ¿Qué pasa con nuestros códigos personales de conducta? ¿Tenemos derecho a romper esas reglas con las repercusiones que puedan producirse?

Ya lo sé, ya lo sé. Lo que todas queréis preguntarme es; ¿cómo ha ido la primera cita? Porque sois un puñado de cotillas lectoras de blog a la espera de su dosis diaria de excitación, ¿verdad?
Exacto. Bueno. La primera noche con X fue, sin duda ninguna, increíble. Pero tendré que dosificaros los detalles, porque ahora mismo tengo algo más urgente en mente.
Estaba explicándole a X mis expectativas sobre una relación sentimental, o más bien mi relativa carencia de las mismas, cuando de repente me pregunté si no estaría rompiendo mis propias reglas al aceptar lo que él me estaba ofreciendo. X quiere llegar a conocerme mejor. Conocerme de verdad, no sólo lo que estáis pensando…
Y yo he aceptado. Quizá eso simplemente le naga sentirse menos imbécil que si aceptara estar conmigo sólo por sexo. Tal vez se niegue a ser sincero consigo mismo en la era posmoderna de las relaciones hombre-mujer.
¿O acaso estoy pecando de cínica? ¿Es posible que yo sea la única que esté buscando sexo sin complicaciones?


Comentarios:
1. Juju dice: Mi regla número 1 es: no quedarme a dormir. No soporto que una mujer se despierte a mi lado y se asuste de verme.

2. Asiana dice: Juju, eres un buen partido, ¿lo sabias?

3. Joe cool dice: ¿Qué es eso de las relaciones posmodernas?

4. Mia dice: ¿Desde cuándo nosotras hemos entrado en la era posmoderna?

5. AllenD dice: Eurogirl, eres cruel por escatimarnos los detalles.

6. Eurogirl dice: No os haré esperar mucho más. Digamos que la primera vez ha sido tan buena… que no tengo palabras para describirla.

7. Joe cool dice: si ha sido tan buena, ¿por qué te preocupa tanto que él quiera llegar a conocerte mejor? ¿Qué pasa? ¿Acaso eres la mujer más alérgica a los compromisos que camina sobre la tierra?

8. Eurogirl dice: sí que lo soy. ¿Y desde cuándo eso es malo?




viernes, 26 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 15





Desapareció en el baño comunal. Paula se sintió tentada de revisar su blog, pero no quería arriesgarse a que la descubriera. Sus frecuentes «revisiones de correo electrónico» parecían haber despertado sus sospechas. La noche anterior había tenido la oportunidad de colgar algún comentario después de que se quedara dormido, cuando salió al pasillo con el portátil, pero en ese momento decidió contenerse. En lugar de ello, utilizó el fregadero para refrescarse y lavarse los dientes. Luego se recogió la melena en una cola de caballo y se maquilló un poco.


Estaba dando de comer a la gatita cuando Pedro regresó. Una vez que la pequeña bola de pelo estuvo bien entretenida, abandonaron el apartamento.


El café del barrio de Paula hervía de actividad aquel sábado por la mañana. Reconoció a la mitad de la clientela: los «poco madrugadores», como solía llamarlos. Acababan de sentarse a una mesa de la terraza cuando Paula se preguntó si Pedro sería solamente el primero de una larga lista de hombres a los que terminaría llevando allí… o más bien el único.


El Único era una etiqueta que no solía utilizar con los hombres, pero los amantes de talento especial se merecían denominaciones especiales, ¿o no?


Apareció un camarero y pidieron café con pasteles. Cuando se hubo marchado, Pedro le lanzó una mirada cargada de curiosidad:
—Desde que salimos del apartamento has estado muy callada. ¿Qué te preocupa?


—Nada.


Se dio cuenta de que su inglés se había vuelto bastante más coloquial que cuando la primera vez que habló con él. Había pasado del inglés clásico de un hablante que lo tenía como segunda lengua, formal y un tanto alambicado, a sonar como un típico estadounidense. No sabía si mencionárselo o guardarse la observación.


De todas formas, era la clase de detalle que sólo un lingüista habría notado. Paula se había licenciado en Lingüística y desde entonces tenía la irritante costumbre de fijarse en los matices del habla de la gente.


—¿Seguro que no es nada?


Se encogió de hombros.


—Lo siento. Supongo que resulta un poco raro que hayamos pasado de encontrarnos delante de la embajada a desayunar como si fuéramos una pareja en menos de veinticuatro horas.


—¿Estás acostumbrada a ir más despacio?


—Me gusta aclarar las cosas para que ninguna de las partes se haga falsas ilusiones.


Pedro frunció el ceño.


—Pensaba que eso ya lo habíamos hecho, de alguna manera.


—Bueno, sé que tú quieres que nos vayamos conociendo el uno al otro, y eso está bien.


—¿Pero?


—No sé, tengo la sensación de que debería tatuarme en el trasero un lema que dijera: «no quiero compromisos serios».


—Así que lo que quieres es asegurarte de que yo tenga bien claro que sólo estás interesada en mí como objeto sexual.


—Eso de «objeto sexual» suena tan frío e impersonal… —replicó sonriendo, justo en el instante en que el camarero llegaba con su orden—. Prefiero «juguete sexual» o «compañero de cama».


—¿Y qué te hace pensar que yo estaría interesado en semejante cosificación?


—Eres un hombre, ¿no?


—Hey, eso no es justo. No sé si lo sabes, pero los hombres tenemos sentimientos que no nacen necesariamente de lo que tenemos entre las piernas.


—Perdona, tienes razón. He sido bastante grosera. Me resulta difícil no pensar así después de una década saliendo con hombres.


—A mí me sucede lo mismo.


—¿Nunca has tenido una relación de larga duración?


Pedro esbozó una mueca medio displicente medio desilusionada.


—Depende de lo que entiendas por «larga duración». He estado con algunas mujeres durante más de un año.


—Para mí, larga duración es cualquier relación que dure más de un mes.


—A lo mejor lo tuyo es un caso extremo de alergia a los compromisos —replicó Pedro—. Creo que no he conocido a ninguna mujer tan susceptible con este asunto como tú.


Y probablemente tampoco habría conocido nunca a una mujer con unos padres tan horribles como los suyos. Con unos padres tan egoístas e irresponsables que jamás se habían preocupado de sus propios hijos, Paula no se extrañaba de que hubiera querido salir corriendo de todo aquello que se los pudiera recordar… incluido el compromiso.


—No soy susceptible. Simplemente sé lo que quiero.


—¿El sexo sin complicaciones?


—No exactamente. No me gustan las expectativas frustradas. Y si tu relación más larga no ha durado más de un par de años, yo diría que ambos pertenecemos a la clase de personas que huyen de los compromisos.


Pedro se encogió de hombros.


—Tienes razón. La verdad es que siempre me he echado atrás cuando las cosas se han puesto difíciles.


—Eso es. Y digo yo: ¿qué sentido tiene perseverar cuando la diversión ha desaparecido?


Pedro bebió un sorbo de café. De repente Paula experimentó la sensación de que había caído en una trampa.


—¿Pero y si la diversión rebasara el habitual plazo de expiración de la relación? ¿Qué harías entonces? —le preguntó él.


—Eso nunca ocurre.


—¿Pero y si ocurriera?


—Supongo que perseveraría. Seguiría adelante. Hipotéticamente, claro.


Paula había visto ese tipo de relaciones largas. 


Apestaban.


—Llámame un loco romántico, pero al menos creo que es posible que dos personas puedan ser felices juntas de manera continuada.


—Está bien —Paula bajó su taza, sonriendo—. Eres un loco romántico.


Una vez más se preguntó si aquel hombre no tendría algo que esconder. Si aquel misterioso acento suyo era el efecto o el síntoma de algo que no estaba dispuesto a confesarle.


—Bromas aparte, estoy totalmente de acuerdo contigo en que lo más importante es ser sincero acerca de lo que uno desea y espera de una relación.


—Bien.


Paula se disponía a aclararle que lo único que quería de aquella relación era puro sexo… cuando se dio cuenta, asombrada, de que no tenía ninguna gana de decirle tal cosa. Quizá esa absurda conversación fuera la culpable de aquella sensación tan extraña.


Quizá.


O quizá fuera el hecho de que, por primera vez en varios meses, aquella mañana no se había despertado deprimida. Se había despertado incluso feliz. Como antes. Era increíble lo bien que una buena noche de sexo podía sentarle a una mujer.


—Yo ando buscando a una mujer con la que pueda disfrutar del sexo y a la que, al mismo tiempo, pueda llegar a conocer… siempre y cuando la diversión mutua no se acabe —continuó Pedro.


—Supongo que por mí no hay ningún problema —replicó Paula, atacando su cruasán—. Quiero decir que no me opongo a que sigamos siendo amigos, siempre y cuando ambos seamos conscientes de que esta relación nunca será permanente.


—Desde luego.


—Yo ni siquiera pienso seguir durante mucho más tiempo en Italia. Tengo intención de regresar a los Estados Unidos en otoño.


—Bien. Entonces parece que hemos llegado a un entendimiento.


Paula se dijo que era un alivio que hubieran aclarado la situación. Pero seguía teniendo la sensación de que aún quedaba algo por hablar, por expresar. ¿No necesitaban reconocer el dato real y objetivo de que acababan de disfrutar del mejor sexo de toda su vida? ¿Y hacia dónde evolucionaba una relación después de haber vivido algo así?


¿Qué amante volvería a estar nunca a la altura de Pedro? Y, cuando la diversión y la relación se hubieran acabado… ¿estaría condenada a vagar eternamente en busca de otro amante perfecto sin llegar a encontrarlo jamás?


O peor aún: ¿y si el sexo que había tenido con Pedro era adictivo? Estaba completamente segura de que podría serlo.


Al margen de su consumo diario de café, Paula se había pasado toda la vida evitando cualquier cosa que pudiera resultarle adictiva… Sobre todo después de haber visto lo que la adicción a determinadas sustancias había hecho con sus padres, y casi había conseguido hacer lo mismo con su hermano.


En adelante tendría que llevar cuidado y asegurarse de poder escapar rápidamente si su relación con Pedro empezaba a resultar adictiva. 


Alguna gente podría acusarla de confundir el compromiso emocional con las drogas, pero Paula estaba segura de tener razón. Sabía que tanto uno como otras podían generar el tipo de dolor capaz de destrozar una vida.



BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 14




Pedro se despertó y descubrió la luz dorada del sol entrando por la ventana y escuchó unos pasos al otro lado de la ventana. Lo cual era imposible, porque… ¿acaso no estaban en un cuarto piso?


Desvió la mirada hacia la ventana y descubrió a un hombre moreno provisto de un casco y un cinturón de herramientas, que lo miraba a su vez. Alarmado, se dispuso a levantarse de la cama para seguir investigando un poco más… hasta que se dio cuenta de que estaba desnudo.


Bien, recurriría al plan B. Le gritó al hombre que se apartara de la ventana, en italiano, y el presunto obrero obedeció reacio… no antes de lanzar una última mirada al hombro desnudo de Paula.


—Imbécil —masculló entre dientes mientras ella se desperezaba y abría los ojos.


—¿Qué pasa?


—¿Hay alguien trabajando en el edificio? Acabo de ver a un obrero por la ventana.


Paula frunció el ceño con expresión confusa.


—No. Bueno, la verdad es que no lo sé. Hay una escalera de incendios en la pared y…


—No te preocupes —la abrazó—. Ya lo he ahuyentado.


Pero sabía que el profesional que llevaba dentro no se quedaría tranquilo hasta haberlo averiguado. Tomó nota mental de investigar las obras que se estuvieran haciendo en el edificio y los obreros que participaban en ellas.


Le dio un beso antes de incorporarse para admirarla a la luz del día.


—Eres preciosa.


No podía dejar de mirarla. Iba aviado si era así como pretendía guardar las distancias. Estaba empezando a temer que distanciarse de ella iba a resultar una tarea de todo punto imposible. 


Paula le inspiraba sentimientos que no había experimentado en años, y además le hacía cuestionarse todo. Incluso cosas que hasta ese momento habían sido incuestionables.


En resumidas cuentas: estaba muerto de miedo. 


Y seguía sin poder dejar de mirarla.


Estaba, por ejemplo, lo del sexo. Se consideraba un buen amante, pero con Paula de repente se había convertido en un superhéroe de dormitorio. Se había producido un tipo de magia que no solía experimentar a menudo.


Sabía que se encontraba ante una amante espectacular. Como ninguna otra mujer que hubiera conocido.


—Espero que no te importe que me haya quedado esta noche —le dijo.


—Claro que no —bostezó mientras se desperezaba, haciendo que la sábana resbalara hasta su cintura y descubriera sus pequeños y exquisitos senos.


Bajó la mirada a sus diminutos y morenos pezones, que se endurecieron al instante. Paula no hizo nada por cubrirse, sino que continuó allí tendida, dejando que mirara todo lo que quisiera.


—Creo que nos quedamos dormidos en algún momento después de las dos. Yo no tenía intención de quedarme, pero…


—No pasa nada, de verdad. ¿Te apetece que salgamos a desayunar? Aquí no tengo nada, pero hay un café a la vuelta de la esquina.


Pedro deslizó una mano por su suave y cálido vientre, y volvió a excitarse.


—Preferiría desayunarte a ti.


—Mmm… —rodó hacia él y estiró una mano hacia su miembro—. ¿Ya? Imaginaba que necesitarías tiempo para recuperarte después de los tres orgasmos seguidos de anoche.


—¿Tres? Guau, yo sólo me acuerdo de dos.


—Creo que perdiste la conciencia en algún momento —repuso ella, riendo.


—¿Estás segura de que me corrí tres veces?


—Yo sí, por lo menos.


Su sonrisa era tan embriagadora como su belleza. Pedro le apartó delicadamente el cabello de la cara y se quedó sin aliento cuando ella empezó a masajearle el sexo.


—Eres insaciable. Nunca había conocido a nadie como tú.


—Seguro que has tenido tus sesiones de mano matutinas…


—Administradas por uno mismo, en su mayor parte. Y ni siquiera la mitad de divertidas.


—El trabajo con la mano es un arte casi extinguido entre las mujeres, pero no deberíamos minimizar su importancia en la gama de placeres masculinos.


—¿Qué hay del placer femenino?


—No me opongo a que hagan lo mismo conmigo —incorporándose, Paula se instaló entre sus piernas y continuó acariciándolo, esa vez con las dos manos.


Pedro no pudo hacer otra cosa que quedarse tendido, disfrutando. Le encantaba el balanceo de sus senos y la manera que tenía de contonearse mientras se concentraba en sus caricias.


—¿Pero prefieres otros métodos?


Sonrió, maliciosa.


—Nada puede reemplazar a un buen falo, aunque la técnica oral se le acerca mucho.


—¿De veras?


Se inclinó para apoderarse de la punta de su miembro con la boca mientras continuaba acariciándolo. A partir de entonces, Pedro perdió la capacidad de formular todo pensamiento.


Quince minutos después, cuando volvió a recuperar la conciencia y se recuperó del último orgasmo, tuvo finalmente la presencia de ánimo suficiente para hacerse una pregunta: ¿qué estaría escribiendo sobre él en su blog?
¿Y cómo podría justificar él que se hubiera entregado de buena gana a aquello por el bien de su misión? Nunca antes había dudado de su propia profesionalidad, pero en ese momento estaba empezando a preguntarse si era realmente merecedor de la placa que llevaba.


¿Y si no solamente había dejado de ser un buen agente, sino que además se había convertido en un canalla mentiroso de la peor estofa?


—¿Sacamos al gato a pasear?


Pedro la miró como si hubiera perdido el juicio.


—¿Qué pasa? —inquirió ella—. He visto a más de un gato con correa.


—Los gatos y las correas no suelen llevarse bien. Sobre todo con ésta —señaló al animal, que ya habían averiguado que era hembra. En aquel momento se estaba peleando con un calcetín.


—Dado el carácter que parece haber sacado, me sorprende que anoche se dejara traer hasta casa.


—Probablemente estaba deshidratada y hambrienta, y ahora que ya ha comido y bebido, es toda energía.


—¿Te importaría recordarme cómo fue que traje a esta fiera a casa?


—¿No te lo recuerda ella misma?


—Me atacó en mitad de la noche, empezando por mi pie. Todavía me duele.


Alzó la pierna desnuda para que Pedro pudiera ver los arañazos.


—Necesitarás llevarla cuanto antes al veterinario para ponerle las vacunas y todo eso.


—Estupendo. Y ahora probablemente contraeré alguna enfermedad por su culpa.


—Hey, yo la llevaré, si a ti no te apetece. Va en serio.


—No, no hace falta —Paula se había encariñado irremediablemente con el animal. Intentó adoptar un tono gruñón—. Cuando no me está atacando, parece que le gusto.


—Eso es lo que solía decir yo de mi última novia —comentó Pedro, sonriente, mientras rodaba a un lado para posar una mano sobre su vientre desnudo.


Se habían pasado toda la mañana haciendo el amor, y aunque Paula se oponía por norma a toda interacción del día siguiente, había tenido que hacer una excepción con Pedro, dado su enorme talento. La había dejado tan satisfecha que había empezado a preguntarse si habría adquirido algún tipo de adiestramiento especial en las artes amatorias…


—¿Fuiste gigoló en alguna vida anterior, Pedro?


—No —frunció el ceño—. ¿Por qué?


—Bueno, es que me has impresionado con tus habilidades en la cama.


—Yo podría decir lo mismo de ti.


—Procuro entregarme con las cosas que me gustan —se levantó de la cama y empezó a recoger su ropa.


—Lo mismo digo.


Paula podía sentir su mirada recorriendo todo su cuerpo, y se volvió hacia él mientras se ponía las braguitas y el sujetador. Hacía mucho tiempo que había aprendido a sentirse cómoda desnuda. Entre otras cosa, porque sabía que no había nada más sexy que una persona cómoda con su propio cuerpo.


—Supongo que el sexo en la ducha no estará permitido en el baño comunal de tu edificio… —le sugirió. Se estaba excitando sólo de mirarla.


Paula bajó la mirada a su miembro.


—Eres el hombre más insaciable que he conocido.


—Me cuesta creer que no hayas suscitado ese mismo efecto con cada hombre con el que has estado.


—Respondiendo a tu pregunta anterior, no. Si hubieras echado un vistazo al baño comunal, ahora mismo no tendrías ninguna gana de practicar sexo allí. Aparte de que los otros inquilinos se pondrían a aporrear la puerta.


Sacó unos téjanos de un cajón de la cómoda, junto con una camiseta negra, y se los puso. Luego se calzó unas sandalias negras de tacón alto.


Pedro se levantó por fin de la cama y recogió su ropa del suelo. Tuvo algún problema para recuperar su calcetín de las zarpas de la gatita, con lo que se ganó unos cuantos arañazos. 


Mientras tanto, Paula lo observaba sentada en la cama, admirando su cuerpo desnudo y memorizando cada detalle.


Pensó que necesitaba dejar de pensar en el sexo… al menos lo suficiente para que el pobre hombre descansara un poco. No quería matarlo.


—¿Te ha entrado ya hambre para salir a desayunar? —le preguntó—. Sigo sintiéndome como una mala anfitriona por no tener nada que ofrecerte, aparte de un champán caliente.


—No te preocupes. Déjame que me lave un poco y ahora mismo bajamos.