viernes, 26 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 15





Desapareció en el baño comunal. Paula se sintió tentada de revisar su blog, pero no quería arriesgarse a que la descubriera. Sus frecuentes «revisiones de correo electrónico» parecían haber despertado sus sospechas. La noche anterior había tenido la oportunidad de colgar algún comentario después de que se quedara dormido, cuando salió al pasillo con el portátil, pero en ese momento decidió contenerse. En lugar de ello, utilizó el fregadero para refrescarse y lavarse los dientes. Luego se recogió la melena en una cola de caballo y se maquilló un poco.


Estaba dando de comer a la gatita cuando Pedro regresó. Una vez que la pequeña bola de pelo estuvo bien entretenida, abandonaron el apartamento.


El café del barrio de Paula hervía de actividad aquel sábado por la mañana. Reconoció a la mitad de la clientela: los «poco madrugadores», como solía llamarlos. Acababan de sentarse a una mesa de la terraza cuando Paula se preguntó si Pedro sería solamente el primero de una larga lista de hombres a los que terminaría llevando allí… o más bien el único.


El Único era una etiqueta que no solía utilizar con los hombres, pero los amantes de talento especial se merecían denominaciones especiales, ¿o no?


Apareció un camarero y pidieron café con pasteles. Cuando se hubo marchado, Pedro le lanzó una mirada cargada de curiosidad:
—Desde que salimos del apartamento has estado muy callada. ¿Qué te preocupa?


—Nada.


Se dio cuenta de que su inglés se había vuelto bastante más coloquial que cuando la primera vez que habló con él. Había pasado del inglés clásico de un hablante que lo tenía como segunda lengua, formal y un tanto alambicado, a sonar como un típico estadounidense. No sabía si mencionárselo o guardarse la observación.


De todas formas, era la clase de detalle que sólo un lingüista habría notado. Paula se había licenciado en Lingüística y desde entonces tenía la irritante costumbre de fijarse en los matices del habla de la gente.


—¿Seguro que no es nada?


Se encogió de hombros.


—Lo siento. Supongo que resulta un poco raro que hayamos pasado de encontrarnos delante de la embajada a desayunar como si fuéramos una pareja en menos de veinticuatro horas.


—¿Estás acostumbrada a ir más despacio?


—Me gusta aclarar las cosas para que ninguna de las partes se haga falsas ilusiones.


Pedro frunció el ceño.


—Pensaba que eso ya lo habíamos hecho, de alguna manera.


—Bueno, sé que tú quieres que nos vayamos conociendo el uno al otro, y eso está bien.


—¿Pero?


—No sé, tengo la sensación de que debería tatuarme en el trasero un lema que dijera: «no quiero compromisos serios».


—Así que lo que quieres es asegurarte de que yo tenga bien claro que sólo estás interesada en mí como objeto sexual.


—Eso de «objeto sexual» suena tan frío e impersonal… —replicó sonriendo, justo en el instante en que el camarero llegaba con su orden—. Prefiero «juguete sexual» o «compañero de cama».


—¿Y qué te hace pensar que yo estaría interesado en semejante cosificación?


—Eres un hombre, ¿no?


—Hey, eso no es justo. No sé si lo sabes, pero los hombres tenemos sentimientos que no nacen necesariamente de lo que tenemos entre las piernas.


—Perdona, tienes razón. He sido bastante grosera. Me resulta difícil no pensar así después de una década saliendo con hombres.


—A mí me sucede lo mismo.


—¿Nunca has tenido una relación de larga duración?


Pedro esbozó una mueca medio displicente medio desilusionada.


—Depende de lo que entiendas por «larga duración». He estado con algunas mujeres durante más de un año.


—Para mí, larga duración es cualquier relación que dure más de un mes.


—A lo mejor lo tuyo es un caso extremo de alergia a los compromisos —replicó Pedro—. Creo que no he conocido a ninguna mujer tan susceptible con este asunto como tú.


Y probablemente tampoco habría conocido nunca a una mujer con unos padres tan horribles como los suyos. Con unos padres tan egoístas e irresponsables que jamás se habían preocupado de sus propios hijos, Paula no se extrañaba de que hubiera querido salir corriendo de todo aquello que se los pudiera recordar… incluido el compromiso.


—No soy susceptible. Simplemente sé lo que quiero.


—¿El sexo sin complicaciones?


—No exactamente. No me gustan las expectativas frustradas. Y si tu relación más larga no ha durado más de un par de años, yo diría que ambos pertenecemos a la clase de personas que huyen de los compromisos.


Pedro se encogió de hombros.


—Tienes razón. La verdad es que siempre me he echado atrás cuando las cosas se han puesto difíciles.


—Eso es. Y digo yo: ¿qué sentido tiene perseverar cuando la diversión ha desaparecido?


Pedro bebió un sorbo de café. De repente Paula experimentó la sensación de que había caído en una trampa.


—¿Pero y si la diversión rebasara el habitual plazo de expiración de la relación? ¿Qué harías entonces? —le preguntó él.


—Eso nunca ocurre.


—¿Pero y si ocurriera?


—Supongo que perseveraría. Seguiría adelante. Hipotéticamente, claro.


Paula había visto ese tipo de relaciones largas. 


Apestaban.


—Llámame un loco romántico, pero al menos creo que es posible que dos personas puedan ser felices juntas de manera continuada.


—Está bien —Paula bajó su taza, sonriendo—. Eres un loco romántico.


Una vez más se preguntó si aquel hombre no tendría algo que esconder. Si aquel misterioso acento suyo era el efecto o el síntoma de algo que no estaba dispuesto a confesarle.


—Bromas aparte, estoy totalmente de acuerdo contigo en que lo más importante es ser sincero acerca de lo que uno desea y espera de una relación.


—Bien.


Paula se disponía a aclararle que lo único que quería de aquella relación era puro sexo… cuando se dio cuenta, asombrada, de que no tenía ninguna gana de decirle tal cosa. Quizá esa absurda conversación fuera la culpable de aquella sensación tan extraña.


Quizá.


O quizá fuera el hecho de que, por primera vez en varios meses, aquella mañana no se había despertado deprimida. Se había despertado incluso feliz. Como antes. Era increíble lo bien que una buena noche de sexo podía sentarle a una mujer.


—Yo ando buscando a una mujer con la que pueda disfrutar del sexo y a la que, al mismo tiempo, pueda llegar a conocer… siempre y cuando la diversión mutua no se acabe —continuó Pedro.


—Supongo que por mí no hay ningún problema —replicó Paula, atacando su cruasán—. Quiero decir que no me opongo a que sigamos siendo amigos, siempre y cuando ambos seamos conscientes de que esta relación nunca será permanente.


—Desde luego.


—Yo ni siquiera pienso seguir durante mucho más tiempo en Italia. Tengo intención de regresar a los Estados Unidos en otoño.


—Bien. Entonces parece que hemos llegado a un entendimiento.


Paula se dijo que era un alivio que hubieran aclarado la situación. Pero seguía teniendo la sensación de que aún quedaba algo por hablar, por expresar. ¿No necesitaban reconocer el dato real y objetivo de que acababan de disfrutar del mejor sexo de toda su vida? ¿Y hacia dónde evolucionaba una relación después de haber vivido algo así?


¿Qué amante volvería a estar nunca a la altura de Pedro? Y, cuando la diversión y la relación se hubieran acabado… ¿estaría condenada a vagar eternamente en busca de otro amante perfecto sin llegar a encontrarlo jamás?


O peor aún: ¿y si el sexo que había tenido con Pedro era adictivo? Estaba completamente segura de que podría serlo.


Al margen de su consumo diario de café, Paula se había pasado toda la vida evitando cualquier cosa que pudiera resultarle adictiva… Sobre todo después de haber visto lo que la adicción a determinadas sustancias había hecho con sus padres, y casi había conseguido hacer lo mismo con su hermano.


En adelante tendría que llevar cuidado y asegurarse de poder escapar rápidamente si su relación con Pedro empezaba a resultar adictiva. 


Alguna gente podría acusarla de confundir el compromiso emocional con las drogas, pero Paula estaba segura de tener razón. Sabía que tanto uno como otras podían generar el tipo de dolor capaz de destrozar una vida.



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