sábado, 27 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 17




Paula se despertó cuando el sol entraba a raudales por la ventana… recortando una oscura silueta. De inmediato se quedó paralizada de terror, evocando el momento en que creyó ver a Kostas paseando por Roma. La había seguido hasta su casa, y ahora estaba a punto de matarla…


Pero cuando su cerebro se despertó lo suficiente para procesar la escena, se dio cuenta de que el tipo tenía casco, bigote y estaba subido a una escalera. Pedro lo había visto el sábado por la mañana, también. Probablemente había llegado la hora de avisar a la casera.


Se subió las sábanas hasta la barbilla, maldiciéndose a sí misma por no haber colocado todavía la cortina. Le gritó que se marchara, y el tipo continuó subiendo por la escalera. Una vez que se aseguró de que se había marchado, Paula saltó de la cama y se vistió a toda prisa.


Era lunes, y Pedro había regresado a su apartamento la noche anterior, para prepararse para iniciar su jornada de trabajo. Paula también tenía que prepararse para su primer día de clase, pero no empezaría hasta la tarde, cuando los niños salieran del colegio.


Cuando volvió del baño, se puso a hacer la cama y dio de comer a la gata, que por cierto se había pasado media noche maullando y arañando cosas. Por su culpa, había descansado poco. Y, sin embargo, cuando la miraba con aquella expresión tan dulce y buscaba su atención empujándola con la cabecita… se derretía de ternura. Era adorable.


Necesitaba ponerle un nombre. No podía seguir llamándola «gata»…


De repente llamaron a la puerta. Era la casera, Fabiana Medici.


—¿Te dije que la gente trabajar en el tejado?


—Vi a uno de ellos. Hace un rato me ha estado mirando por la ventana y lo mismo el sábado.


Paula hablaba lentamente y se ayudaba de la mímica, dado el escaso nivel de inglés de Fabiana. La mujer desvió la mirada hacia la ventana con expresión ceñuda.


—Les diré que no miren, ¿de acuerdo?


Paula asintió.


—Sí, gracias.


La gatita escogió aquel momento para salir de debajo de la cama y acercarse a su plato de comida.


—¡Tienes un gato!


Paula intentó adivinar si aquella reacción era mala o buena. No sabía a qué atenerse. Al ver su expresión preocupada, Fabiana se apresuró a tranquilizarla.


—No pasa nada. ¡Me encantan los gatos!


—Perdone por no haberle pedido permiso antes…


—No, no. Cuando tú viajes, o pases la noche fuera, yo le daré de comer, ¿de acuerdo?


Paula soltó un suspiro de alivio.


—Muchas gracias. Puede que alguna vez me quede a pasar la noche en el apartamento de un amigo, así que le tomo la palabra…


¿Realmente estaba pensando en pasar alguna que otra noche en el apartamento de Pedro


Después del fin de semana tan intenso que habían compartido, tenía la esperanza de repetirlo. Y Pedro, por su parte, parecía tan interesado como ella en continuar lo que habían empezado.


—Sí —afirmó Fabiana con gesto decidido—. Vendré a ver cómo está el gato cada noche.


Paula pensó en corregirla, pero luego cambió de idea. Ya descubriría de primera mano por qué no era una buena idea que se pasara cada noche a visitar a la gatita…


Se despidió de Fabiana y cerró la puerta. Estaba empezando a sentirse cada vez más cómoda en aquella pequeña habitación. Tal vez la culpa la tuviera la gata sin nombre… A esas alturas, su hermano ya la habría bautizado y probablemente le habría comprado un collar de un color diferente para cada día de la semana.


Llevaba ya varios días sin hablar con Hector, así que calculó la diferencia horaria: en la costa oeste de los Estados Unidos debían de ser las doce de la noche, pero seguro que todavía estaría levantado. Dormía menos que un búho.


Sacó el móvil del bolso, marcó el número y se sentó en el sofá. Justo en ese instante descubrió las señales de las uñas del gato en la tapicería.


—¿Sabes qué hay que hacer para que un gato deje de arañar cosas? —le preguntó a su hermano, a manera de saludo.


—Hola, hermanita. ¿Un gato? ¿Tienes un gato?


—Puede decirse que sí. Estaba abandonado y me lo llevé a casa, pero creo que ahora se está apoderando de mi vida…


—Paula, estoy orgullosa de ti. Un gato es un gran compromiso para una chica que se pasa la vida viajando por el mundo.


—La verdad, no sé en qué estaba pensando…


—Quizá estuvieras pensando como una persona normal por una vez… y sentiste la necesidad de introducir algo permanente en tu vida.


—Hey, te tengo a ti. Tú eres más permanente que nadie.


—Sí, pero no voy a dejar que me manosees como si fuera una mascota o que duermas conmigo.


—La gatita es salvaje. Tampoco se deja tocar mucho, ni duerme conmigo.


—Entonces es el animal perfecto para ti. Tú también estás por domesticar.


Paula se sonrió al ver el gesto arisco de la gatita, a la que no parecía apetecerle mucho su desayuno. Quizá fuera eso lo que le gustara de ella: que no era precisamente un modelo de animal doméstico.


Sujetando el móvil entre la mejilla y el hombro, se levantó para cambiarle la comida.


—¿Alguna idea para que deje de arañarme los muebles?


—Dale un juguete. También puedes dispararle con una pistola de agua cada vez que lo intente.


—Eso suena muy cruel.


—Córtale las uñas para que no las tenga tan afiladas.


—Me parece una tarea peligrosa…


—El veterinario lo hará por ti.


«Buena idea», pensó. El veterinario. Necesitaba encontrar uno y llevarle la gatita ese mismo día.


—De acuerdo, siguiente problema. Necesito ponerle un nombre.


—¿Qué tal algo italiano? ¿Julio César?


—Es una gata.


—¿Angélica?


—Hasta ahora no ha demostrado cualidades muy angelicales.


—Entonces es el nombre perfecto para ella.


—Es demasiado largo. No puedo llamarla «Angélica» cada vez que la esté buscando —pero tan pronto como pronunció el nombre, la gata soltó un maullido.


—Lo he oído —dijo Hector—. Le gusta el nombre. Ya lo tienes.


Paula vertió comida con olor a pescado en su plato y esbozó una mueca de asco. La habitación iba a terminar apestando.


—Angélica Chaves —continuó Hector—. Es perfecto. Pero necesita un segundo nombre.


—No, no lo necesita. Es una gata. No va a tener número de seguridad social ni pasaporte.


—Angélica… Carina. Eso suena muy dulce en italiano, ¿verdad? Es perfecto —añadió con voz soñadora, como si estuviera bautizando a su primer hijo.


Angélica Carina. Estupendo. Ahora tenía una gata con nombre de estrella porno. Se acercó a la ventana, ya libre de obreros, y la abrió para airear la habitación.


—Ya, ya —dijo sólo para hacer ver que lo estaba escuchando. Lo cierto era que le resultaba difícil preocuparse por si las invitaciones de boda se imprimirían en papel dorado o crema, o de lo que fuera que estuviera hablando.


Adoraba a su hermano, pero podía llegar a obsesionarse muchísimo con los detalles.


—No me estás escuchando. ¿Qué te pasa?


—Nada.


—Leí tu blog. ¿Quién es ese tal X?


—Sólo un tipo más. Nadie especial.


Se encogió por dentro. Ésa era otra mentira. 


Quizá no pudiera tener un amigo y un gato al mismo tiempo.


—¿Entonces por qué pones ese tono de voz?


—A lo mejor porque éste ha sido un mal momento para conocer a alguien que me guste.


—Tienes razón. Enamorarse es horrible. Es el infierno. Es mejor estar solo.


—Calla la boca. Tú estás como estás porque has encontrado a Mister Perfecto y estás en medio de los preparativos de boda.


—¿Crees que es fácil preparar una boda? Es la prueba de fuego de una relación, permíteme que te diga. Creo que es por eso por lo que existen las bodas: para hacer que la gente que no se las toma en serio se lo piense dos veces y abandone.


—Yo sólo pienso quedarme aquí hasta el final del verano. Luego tengo intención de volver para tu boda.


—Eso no quiere decir que tengas que quedarte aquí para siempre, ya lo sabes.


Paula no era muy aficionada a hacer planes a largo plazo, ni siquiera a atenerse y cumplir sus propios planes. Sin embargo, si la amenaza de un terrorista sólo la había hecho mudarse de país… la amenaza de un amor verdadero era capaz de hacerla cambiar de continente.


—Si voy a volver a California y desde allí a Hawai, no pienso volver a moverme en una temporada.


Pensaba llegar a San Francisco dos semanas antes de la boda para ayudar a Hector con los preparativos de última hora, y luego volar a Hawai para la boda.


—Háblame de ese tal X. ¿Quién es? ¿Qué hace?


—Trabaja en la embajada de Estados Unidos de Roma. Tareas de seguridad.


—¿Tipo James Bond?


—No. Sólo es un vigilante jurado.


—Por lo que dices en tu blog, parece que te excita.


—No sabía que lo hubiera elogiado tanto. ¿Tan malo es eso?


—Sí. Sí que lo es.


—Vaya.


—Es estupendo el cambio que estás experimentando: pareces menos cansada de la vida y más ilusionada. Como una colegiala enamorada.


—No sabía que pareciera tan cansada de la vida.


—Sí, cariño. Créeme.


Paula se mordió el labio, observando a la gata… no, a Angélica, lavarse después de su desayuno.


—Al cabo de un tiempo, hasta el sexo empieza a cansar si no le pones alguna emoción —añadió Hector.


Paula quiso protestar, pero temía que su hermano pequeño tuviera razón. Así era como había empezado a sentirse respecto al sexo… hasta que conoció a Pedro. ¿Realmente su problema habría sido la falta de conexión emocional con sus últimos amantes?


—¿Hola? ¿Sigues ahí? —inquirió Hector.


—Sí, sigo aquí. Estaba pensando en lo que has dicho. Creo que acabas de regalarme el próximo tema de mi blog.


—Oooh… ¿y saldré en créditos?


—Saldrás como «un querido amigo mío», ¿te parece bien?


Hector suspiró.


—¿Y por qué no «mi maravilloso hermano gay, Hector Chaves»?


—Ya sabes que es un blog anónimo y no quiero que ningún bicho raro descubra mi verdadera identidad y empiece a acosarme.


Paula percibió un movimiento por el rabillo del ojo. Miró la ventana y vio al obrero del bigote bajando por la escalera de incendios. Le lanzó una mirada asesina y el tipo continuó descendiendo.


—Hablando de bichos raros, ¿qué pasa con ese colaborador anónimo de tu blog? ¿Sabe realmente quién eres?


—Supongo que sí.


—¿Sabes quién es?


—Creo que es Kostas, el tipo con el que estuve saliendo en Grecia.


Paula esperaba fervientemente que el individuo estuviera en manos de las autoridades griegas. De todas formas, pensó que sería prudente revelarle su nombre a su hermano, en caso de que no hubiera imaginado haberlo visto en Roma…


—¿Mister Trasero Peludo?


—Sí —confesó Paula, sin prodigarse en detalles. No sería muy inteligente explicarle toda la historia por teléfono.


—¿Cómo podría alguien salir con un tipo con una manta de pelo en el trasero? Para mí eso sería motivo de ruptura.


—Bueno, tú pasas más tiempo viendo traseros de tíos que yo.


—Eso es verdad. De todas formas, podría habérselo depilado, ¿no?


—Los griegos como Dios manda no se depilan. Eso es más bien un fenómeno metrosexual estadounidense.


—Dios mío, no digas «metrosexual». Ese término tiene por lo menos cinco años de antigüedad.


—Los mismos que yo llevo fuera de los Estados Unidos. He perdido contacto con la cultura urbana de mis compatriotas.


—Lo último que se lleva es depilarse todo el cuerpo.


—¿El vello púbico también?


—Sí, para tener un estilo dinámico, moderno.


—Ah… ¿Y a las mujeres les gusta eso?


—A algunas parece que sí.


—Tú no te habrás depilado los bajos, ¿verdad? —le preguntó Paula.


—¿Realmente quieres saberlo?


—No, tienes razón. No quiero saberlo.


—Sólo te diré una cosa. En los testículos duele muchísimo.


Paula soltó un gemido. No era una imagen muy agradable.


Hector continuó con su charla sobre los preparativos de boda, y Paula se recostó en el sofá mientras lo escuchaba. Su hermano representaba, al menos, una agradable distracción de los problemas que salpicaban su vida: Angélica, la gata venida del infierno; Pedro, el hombre del que no quería enamorarse; y, finalmente, su creciente paranoia con el terrorista griego.


No entendía cómo era posible que su vida se hubiera complicado tanto de golpe, pero estaba segura de que ella era la única culpable. Como para suscribir aquel pensamiento, la gata la avistó desde el otro lado de la habitación y se lanzó sobre el dedo gordo de su pie sin ninguna razón aparente.



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