sábado, 6 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 8
Atravesaron los ventanales. La brisa fresca de la noche de comienzos del verano le rozó la piel y le provocó un leve temblor. De inmediato Pedro se quitó la chaqueta y se la pasó por los hombros. Sus manos se demoraron allí, causándole otro temblor en respuesta a la calidez de la chaqueta y a la presión de sus dedos.
Era una presencia sólida y alta a su espalda. De niños, había sido más alta que él durante mucho tiempo. Luego, con trece años, Pedro había empezado a crecer y no tardó en superarla. Fue el mismo año en que se puso a hacer pesas.
Estaba harto de que lo vapulearan los chicos que lo consideraban una presa fácil.
—Estás aquí para decirme que no puedes venir esta noche. Mejor dar una mala noticia rodeados de belleza. Bien pensado.
Era tan condenadamente inteligente que a veces la intimidaba.
—Mi madre insiste en que vaya a casa con ella y que pase algo de tiempo con la familia y quería un sitio privado donde decírtelo. Si no recuerdo mal, las fiestas no son tu punto fuerte.
—¿Sigue dirigiendo tu vida?
Lo miró.
—Eso no es muy justo, Pedro. Ella me ayudó a llegar a donde estoy.
Con suavidad, la guió lejos de los ventanales, por unos escalones que bajaban a un patio en penumbra.
—Lo siento. Resentimiento residual. Ha estado fuera de lugar. No le caigo bien. Jamás le he caído bien.
—¿Por qué dices eso?
—¿Tienes idea de todas las veces que te llamé durante aquel año entero después de tu fiesta?
—¿Llamaste a mi casa?
—Innumerables veces. Tu madre me decía que o estabas ocupada o no te encontrabas en casa. Al final me rendí.
—Jamás me contó que habías llamado. Ni una vez. Pensé que lamentabas…
Pedro no respondió de inmediato mientras la estudiaba. Los ojos oscuros de él le provocaron escalofríos. Parecía estar investigando cada ángulo y plano de su cara, como si fuera un interesante proyecto de ciencias.
—Nunca —afirmó con voz ronca y descarnada—. Reconozco que después de aquel gran beso, nuestra relación tenía que cambiar, pero ni una sola vez lamenté haberte conocido, Paula.
Se perdió en esos ojos intensos y remolinantes.
Alzó la mano y le acarició el costado de la cara.
—Te lo agradezco mucho, porque tu opinión significa mucho para mí.
Él la tomó la mano y la llevó hasta un banco de piedra cerca de los setos.
—Háblame de tu vida en Nueva York. ¿Es lo que esperabas cuando soñabas con ser modelo y tratabas de centrar tu atención en los problemas de matemáticas?
—Tuve que trabajar muy duramente.
Pedro rió.
—Ahí se acaba el mito de que a una modelo le basta con ser bonita y decorativa.
—A veces, después de intensivas jornadas de ocho horas, tenía que ir a casa, cambiarme y largarme a la inauguración de un club o a la fiesta que daba la editorial de alguna revista. Todo en la agencia está organizado. Desde mis sesiones hasta mi vida social. Puede resultar agotador.
—Pero en tus ojos veo que te encanta.
—Sí. La atención es divertida, en especial cuando la gente me reconoce y me saluda. Me encanta la ropa y el glamour. Ah, y el dinero es fenomenal.
—Es evidente por esta fiesta. Es como si hubieras traído Nueva York a Cambridge.
—Contraté al mejor pinchadiscos de Manhattan, lo que no fue fácil. Mi madre ayudó con la comida y la decoración. Se le da muy bien organizar fiestas. Y ahora, ¿qué me dices del doctor Alfonso? Fabricando telas. Eso me estimula.
—A mí también me estimuló. Trataba de conseguir una fibra sintética que pudiera ser útil quizá en los deportes o en el campo militar, y terminé con este material delicado. Es casi como la seda, pero más resistente y muy suave.
—He de verlo. La tía Eva me ha contado que fuiste a Auburn. ¿Sacaste también allí el doctorado?
—El máster y el doctorado.
—No podía imaginarlo, Pedro. Yo nunca llegué a ir a la universidad. A veces me siento rara, ya que muchas modelos consiguen ambas cosas, pero yo estaba tan centrada en mi carrera, que jamás dudé de que lo conseguiría.
—Siempre has sido esa clase de persona. Veías lo que querías e ibas por ello.
—Atrevimiento o Verdad, Pedro.
—Verdad. La última vez que me planteaste una prueba, me metí en aguas muy profundas.
—No entiendes este juego. La verdad también puede provocar eso.
—Consideré la posibilidad, pero la verdad no requiere ningún acto embarazoso.
—Si no me conocieras de toda la vida, ¿querrías ser mi amigo ahora?
—Decididamente, no.
Ella rió y le dio un golpe en el hombro.
—Hablo en serio, Pedro.
—¿En un juego juvenil de Atrevimiento o Verdad?
—De acuerdo, olvídate del juego. Simplemente, responde la pregunta.
—Ha pasado mucho tiempo y hemos estado fuera de contacto. Nuestras vidas se encuentran en lados opuestos del espectro. Imagino que la respuesta sincera es que todo lo que has conseguido no es quién eres, así que diría que sí. Querría llegar a conocerte ahora, a la mujer que puede poner de rodillas a un hombre.
—Es una verdadera pena que no pueda venir esta noche.
Él asintió.
—Pero ha sido estupendo verte. Quizá podamos quedar la próxima vez que vengas a la ciudad.
—Desde luego. No estoy muy segura de cuándo será. Tengo algo en marcha que tal vez me mantenga ocupada mucho tiempo.
—El precio de la fama.
—Un precio elevado —sonrió.
Se alejó de ella como si fuera reacio a marcharse. Al llegar a las escaleras, giró y las subió.
—Pedro —llamó Paula.
Sin pensárselo, corrió tras él y le rodeó el cuello con los brazos. En ese momento, la invadió una gran sensación de paz, como si nadara en un estanque profundo y cálido… una sensación instantánea. Apenas podía respirar.
SUGERENTE: CAPITULO 7
—No puedo creer que vayas a estar aquí sólo una noche más y no vengas a casa. Tu padre te echa de menos.
El leve quejido en la voz de su madre la sorprendió. Rara vez se le pedía que se quedara con sus padres cuando estaba en la ciudad. De hecho, su madre prefería que se alojara con su tía.
Paula se reservó los comentarios sobre su padre. Era su padrastro y su madre se había casado con él cuando ella contaba con dos años. Su padre biológico había muerto en un accidente de coche.
La verdad era que su padrastro apenas notaba que estaba viva. Era un profesor de Harvard y pasaba todo el tiempo entre la investigación y los estudiantes. Su madre odiaba eso, pero jamás lo reconocería delante de ella.
Había tenido que suplicarle que asistiera esa noche a la fiesta de su hermana.
—Me gustaría disfrutar de tu compañía, y mañana podría llevarte al aeropuerto —su madre le hizo una súplica con los ojos.
Era muy raro.
—¿Sucede algo? —preguntó Paula.
Jamás hablaban del matrimonio. Su madre encubría la infelicidad que vivía y estaba segura de que ése era el motivo por el que prefería que se quedara en la casa de su tía cada vez que iba de visita.
—No. ¿Por qué iba a suceder algo?
—Porque te comportas de forma extraña.
Su madre bufó.
—Ahora soy extraña.
—No he dicho eso. He dicho… olvídalo. Te he dicho que le prometí a Pedro que nos pondríamos al corriente de lo que ha sido del otro durante todos estos años.
—¿Un chico al que no has visto en doce años es más importante que tu familia? Soy tu madre, Paula.
La recorrió una oleada de culpabilidad. Era verdad. Ese año no había pasado mucho tiempo con su madre.
—Iré contigo esta noche. He de decírselo a Pedro. Perdona.
Lo encontró de pie junto a la puerta de la cocina hablando con uno de los camareros que estaban recogiendo las mesas.
Únicamente captó el final de la conversación y oyó el nombre de David Backer antes de que el joven la viera y se largara al interior de la cocina.
Pedro se volvió hacia ella.
—Lo has asustado.
—No doy tanto miedo.
—Sí que lo das. Cualquier hombre tiene que buscar valor para mirarte, y más para hablar contigo.
—Tú estás hablando conmigo.
—Yo soy inmune. Te conozco desde que eras una mocosa y una adolescente petulante.
—No era petulante.
—Sí que lo eras. Petulante, picara, atrevida, y te encantaba romper las reglas establecidas.
—Y tú no eras nada de eso. Sólido, inteligente y reservado. Típico de ti prescindir del champán y del caviar para hablar con un chico acerca de David Backer. ¿Quién es?
—¿David Backer o el chico con el que hablaba?
—Ambos.
—David Backer fundó el laboratorio en el que trabajo y el chico es estudiante en uno de mis cursos de verano en el MIT. Trabaja aquí para ganar dinero y regresar a la universidad en otoño.
Paula movió la cabeza con resignación.
—Salgamos al patio —enlazó el brazo con el suyo—. Aquí hay un jardín precioso. Casi tanto como el de mi madre.
SUGERENTE: CAPITULO 6
Sencillamente, se sintió encandilado al ver a Paula alejarse de él. Se alejó del centro de la sala. En muchas ocasiones había mirado su foto en la portada de alguna revista. Nunca había esperado volver a estar tan cerca de ella.
Se detuvo en el borde de la sala, donde se sentía seguro observando a la gente alternar y divertirse.
—¿Por qué no estás con los demás, Pedro?
Se volvió y vio a la tía de Paula de pie junto a él. Ella le ofreció una copa de champán.
—Me siento más cómodo aquí, señora Jenkins.
—¿Cuándo vas a dejar de llamarme señora Jenkins, Pedro? Después de ser vecinos durante tanto tiempo y de ser amigo de Paula podrías llamarme tía Eva. Si no, voy a tener que empezar a llamarte doctor Alfonso.
Pedro aceptó la copa y rió entre dientes.
—No me deja elección, tía Eva.
—Eso está mejor.
—Paula parece muy feliz.
—Sospecho que lo es, aunque me tiene preocupada. Viaja tanto, va a fiestas con sus amigos de Nueva York y gasta el dinero con tanta profusión… Yo no tenía necesidad de esta fiesta tan grandiosa, pero ella insistió.
—Usted se merece una fiesta así, señora… tía Eva, después de todas las cosas buenas que hizo por ella. No se olvidó de usted.
Sonrió, pero observó a su sobrina con cierta ansiedad.
—No protestaría si sólo fuera una fiesta, pero nos ha llevado a su madre y a mí a Milán, París e incluso Tokio. Fue un viaje maravilloso. He de agradecerle que me mostrara algo de mundo.
—No creo que deba preocuparse. Da la impresión de controlarlo todo.
—Ésa es Paula para ti.
—Su madre no ha cambiado mucho —hizo una mueca—. Lo siento, eso ha estado fuera de lugar.
—No, tienes razón. Su madre está atrapada en lo que Paula hace, no en lo que es.
—¿Cree que eso cambiará alguna vez?
—No lo sé. Quizá algún día —le sonrió—. A lo largo de los años, Paula ha preguntado por ti, pero primero te fuiste a Auburn a estudiar y luego te estableciste en Carolina del Norte. Es estupendo que al fin hayas vuelto a casa.
—Es agradable volver a estar en casa.
Bebió un sorbo de champán y observó a Paula tratar con un invitado tras otro mientras escuchaba a la tía Eva explayarse sobre sus viajes con Paula. Al final, la madre de Paula se la llevó a un lado y dio la impresión de que discutían.
SUGERENTE: CAPITULO 5
Pedro se apartó de la mesa y avanzó hacia ella.
Clavada al suelo, Paula agradeció que lo hiciera.
Tantos recuerdos no sabía cómo le habían dejado las piernas. Al llegar hasta donde se hallaba en el centro de la sala, él le sonrió de un modo tan dulce y adorable, que se derritió por dentro.
—Pedro Alfonso, has crecido —extendió las manos. Él se las tomó y la sorprendió besándoselas. Tembló.
—Parece que tú has conseguido todo lo que has soñado —comentó Pedro.
—Sí. ¿Y tú?
—Casi. Tengo una cátedra de investigación en el MIT, en el Laboratorio de Fibras y Polímeros en el Departamento de Ingeniería Mecánica, pero mi objetivo es conseguir un puesto fijo allí.
—¿Para hacer qué?
—Enseñar en mi campo, ingeniería textil.
—¿Ingeniería textil? ¿Como en ropa?
—Sí.
—Comprendo. Has dicho que eras profesor de investigación. ¿Qué investigas?
—Síntesis y desarrollo de materiales nuevos, incluyendo copolímeros, nanocompuestos inorgánicos-orgánicos y ensamblajes electrostáticos de nanocapas. También creo modelos matemáticos de fenómenos de transporte en complejas telas protectoras.
—Vaya. Está más allá de mi comprensión.
—Lo siento. Estudio formas de hacer que la tela protectora sea más segura.
—¿Toda esa jerga técnica significa que fabricas tela?
—Tengo diversas patentes para usos en muchas aplicaciones y hace muy poco he dado con una tela sintética que es ligera, duradera y muy suave.
—Me gustaría verla en algún momento.
—Claro. No estoy muy seguro de lo que haré con ella en este punto. Quiero que sea útil. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte en Cambridge? ¿Tienes tiempo para ponerte al día con un viejo amigo?
—He de regresar mañana a Nueva York para una sesión fotográfica, pero podría volver un rato después de la fiesta de la tía Eva, si te apetece.
—Sería estupendo.
—El MIT. Tus padres deben de estar orgullosos de ti.
Se encogió de hombros y sonrió.
—Claro, supongo.
La humildad de la respuesta la sorprendió. En vista de todos sus logros, habría esperado que cambiara. Pero al observar esos ojos cálidos, pudo ver que se había mantenido fiel a sí mismo en todos los años en que no se habían visto.
¿Podía decir lo mismo de ella?
—¿Cómo están tus padres?
—Me vendieron la casa y se trasladaron a Arizona para ayudar en la artritis de mi madre. Ya sabes, el calor seco y todo eso.
—Paula —apareció su madre, mirando a Pedro—. Aquí estás. Quiero que conozcas a la esposa del alcalde. Se muere por conocer detalles de tu último viaje a París —se volvió para centrarse en Pedro—. Nos disculparás —dijo, sin aguardar una respuesta.
Era como revivir una vez más aquella escena.
Experimentó un momento de impaciencia por el despotismo de su madre, pero lo contuvo. Su madre había sido la fuerza motriz que la había llevado hasta donde se encontraba en ese momento. Debería sentirse agradecida.
Le dedicó a Pedro una mirada de disculpa. «Te veré esta noche», articuló sin hablar.
Él asintió y esa electricidad intangible fluyó hacia ella como niebla. Pretendía verlo, sentirlo y probarlo en su totalidad para satisfacer de una vez por todas la curiosidad acuciante por averiguar lo que sería hacer el amor con el doctor Pedro Alfonso.
SUGERENTE: CAPITULO 4
Paula estaba sentada a la mesa principal con su tía y el resto de su familia, pero le era imposible no buscar en la sala el rostro de Pedro.
La última vez que lo había visto antes de esa noche, había estado apoyado contra la pared del sótano de su tía, con aspecto torturado y más atractivo que el pecado. El adolescente bajo y delgado con la mata de pelo oscuro y los ojos exóticos se había transformado en un joven alto y fibrosamente musculoso, los devastadores ojos castaños brillando con un poderoso calor masculino mientras le ofrecía un silencioso desafío. Mike lo había llamado empollón por una estúpida rivalidad masculina, pero con dieciséis años, Pedro era cualquier cosa menos un empollón. Aquella tarde había quedado cegada por sus propias emociones, la arraigada amistad transformándose en algo más peligroso, más embriagador y completamente prohibido.
El beso que habían compartido había sido el más encendido de sus dieciséis años e incluso en su ingenuidad, había querido algo más de él.
Pero jamás había dispuesto de la oportunidad de averiguarlo. Su madre había estado tan furiosa aquella noche, que le había prohibido que visitara a su tía. Terminó por inscribirla en más concursos de belleza y había estado tan ocupada viajando y ganando, que nunca más había tenido la oportunidad de ver a Pedro. Le dolía que ni siquiera hubiera tratado de ponerse en contacto con ella.
Desde que podía recordar, Pedro había vivido al lado de su tía favorita. Siempre había tratado de animarla cuando su madre la hacía llorar. Había sido su paño de lágrimas, su conciencia y su amigo. Eso hasta el beso en el sótano de la casa de su tía.
Mientras Paula perseguía la fama y la fortuna, Pedro había cambiado… mucho. Aún tenía esos ojos profundos e insondables, ojos que en sus profundidades parecían contener la riqueza del universo, pero su cara se había convertido en la de un hombre. Y muy atractivo.
Sus hombros se habían ensanchado y su pecho ampliado. Aún irradiaba ese aire inteligente y estudioso, una conducta serena y distanciada que hacía que tuviera ganas de exasperarlo para ver qué ocurría.
Algo le atenazó el corazón. Ya no importaba lo que sintiera por Pedro, ni en ese momento ni nunca. Sus caminos se habían separado por completo. Paula quería lo que ser modelo le podía aportar… una vida rápida. Por otro lado, Pedro se hallaba asentado en la vida académica, una vida lenta, bien alejada de su mundo de glamour y fiestas.
Pero verlo y recordar el beso arrebatador sumió sus hormonas en un frenesí de anhelo sexual.
Los pechos se le inflamaron y compactaron, los pezones le hormiguearon. No pudo evitar pensar que tal vez, mientras estuviera en Cambridge, podría llegar a saciar su curiosidad y disfrutar con él.
Había tenido su ración de amantes en su carrera como modelo, pero ninguno podía borrar el recuerdo de aquel beso. De pronto se preguntó qué sentiría si otra vez se encontrara pegada a Pedro.
—Tía Eva —dijo, inclinándose hacia ella—. No sabía que Pedro estaba en Cambridge.
—Acaba de regresar.
—Pensé que habías dicho algo de que trabajaba en Carolina del Norte.
—Y así era. Tendrás que preguntarle a él los detalles. Es un chico encantador. Me corta el césped. Hacía mucho tiempo que no os veíais. Estoy segura de que tenéis muchas cosas que contaros.
—Sí —volvió a mirar la sala en busca de Pedro.
—Lamento que no hayamos podido ir a Australia este año, cariño. El hospital me necesita.
—Me siento decepcionada, pero entiendo que ser enfermera es muy importante para ti, tía. Hemos estado en algunos lugares maravillosos.
—Sí, pero Australia puede esperar hasta el año próximo. Me dará un año entero para planificarlo. Gracias por organizar esta maravillosa fiesta. Sabías que no tenías que hacerlo.
—Lo sé, pero quería. Organizaré una para mamá cuando cumpla los cincuenta.
—Será mejor que no lo hagas. Ni siquiera quiere reconocer que anda en la cuarentena —miró hacia la multitud—. Observa cómo trata a la gente. Tu madre florece bajo los focos.
Paula vio a su madre hablar con la esposa del alcalde y señalar en más de una ocasión hacia ella.
Podía imaginarla hablándole de su hija, modelo de alta costura. Y esa sensación de euforia flotó hasta ella.
Estaba satisfecha de sus logros y éxitos. Había transformado su belleza en una carrera próspera que le permitía disfrutar de las mejores cosas de la vida. Dinero, ropa bonita, coches rápidos, hombres rápidos… una estimulante vida que se movía a doscientos kilómetros por hora.
Sólo había una duda molesta. El contrato de Richard Lawrence. Contaba con ese trabajo lucrativo para que la lanzara a los niveles más altos. Con la promesa de dicho contrato y sus acciones, se había comprado un loft en Manhattan, quedando casi en la bancarrota.
Pero el dinero estaba casi tan seguro como en su bolsillo.
Sus pensamientos quedaron interrumpidos al ver a Pedro. Y de nuevo se sintió tumbada por la reacción súbita y visceral que le provocaba. Se hallaba cerca de una mesa, solo, como si también esperara la oportunidad de hablar con ella.
—Tía, ¿me disculpas?
—Desde luego, pero será mejor que vuelvas a tiempo para ayudarme a soplar las velas antes de que se dispare la alarma anti incendios.
Paula rió entre dientes y le dio un abrazo.
—Feliz cumpleaños, tía. No estás envejeciendo, sino mejorando.
Se alejó de la mesa dedicándole una sonrisa.
Volvió a mirar entre la multitud y entonces lo vio.
Y una vez más se quedó sin aliento. Algo tácito pasó entre ellos cuando los ojos se encontraron, recordando los momentos que vivieron antes de que su madre bajara por las escaleras y lo arruinara todo aquel día.
No podía marcharse de allí hasta que volviera a experimentar todo lo que Pedro tenía que ofrecer.
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