sábado, 6 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 4




Paula estaba sentada a la mesa principal con su tía y el resto de su familia, pero le era imposible no buscar en la sala el rostro de Pedro.


La última vez que lo había visto antes de esa noche, había estado apoyado contra la pared del sótano de su tía, con aspecto torturado y más atractivo que el pecado. El adolescente bajo y delgado con la mata de pelo oscuro y los ojos exóticos se había transformado en un joven alto y fibrosamente musculoso, los devastadores ojos castaños brillando con un poderoso calor masculino mientras le ofrecía un silencioso desafío. Mike lo había llamado empollón por una estúpida rivalidad masculina, pero con dieciséis años, Pedro era cualquier cosa menos un empollón. Aquella tarde había quedado cegada por sus propias emociones, la arraigada amistad transformándose en algo más peligroso, más embriagador y completamente prohibido.


El beso que habían compartido había sido el más encendido de sus dieciséis años e incluso en su ingenuidad, había querido algo más de él. 


Pero jamás había dispuesto de la oportunidad de averiguarlo. Su madre había estado tan furiosa aquella noche, que le había prohibido que visitara a su tía. Terminó por inscribirla en más concursos de belleza y había estado tan ocupada viajando y ganando, que nunca más había tenido la oportunidad de ver a Pedro. Le dolía que ni siquiera hubiera tratado de ponerse en contacto con ella.


Desde que podía recordar, Pedro había vivido al lado de su tía favorita. Siempre había tratado de animarla cuando su madre la hacía llorar. Había sido su paño de lágrimas, su conciencia y su amigo. Eso hasta el beso en el sótano de la casa de su tía.


Mientras Paula perseguía la fama y la fortuna, Pedro había cambiado… mucho. Aún tenía esos ojos profundos e insondables, ojos que en sus profundidades parecían contener la riqueza del universo, pero su cara se había convertido en la de un hombre. Y muy atractivo. 


Sus hombros se habían ensanchado y su pecho ampliado. Aún irradiaba ese aire inteligente y estudioso, una conducta serena y distanciada que hacía que tuviera ganas de exasperarlo para ver qué ocurría.


Algo le atenazó el corazón. Ya no importaba lo que sintiera por Pedro, ni en ese momento ni nunca. Sus caminos se habían separado por completo. Paula quería lo que ser modelo le podía aportar… una vida rápida. Por otro lado, Pedro se hallaba asentado en la vida académica, una vida lenta, bien alejada de su mundo de glamour y fiestas.


Pero verlo y recordar el beso arrebatador sumió sus hormonas en un frenesí de anhelo sexual. 


Los pechos se le inflamaron y compactaron, los pezones le hormiguearon. No pudo evitar pensar que tal vez, mientras estuviera en Cambridge, podría llegar a saciar su curiosidad y disfrutar con él.


Había tenido su ración de amantes en su carrera como modelo, pero ninguno podía borrar el recuerdo de aquel beso. De pronto se preguntó qué sentiría si otra vez se encontrara pegada a Pedro.


—Tía Eva —dijo, inclinándose hacia ella—. No sabía que Pedro estaba en Cambridge.


—Acaba de regresar.


—Pensé que habías dicho algo de que trabajaba en Carolina del Norte.


—Y así era. Tendrás que preguntarle a él los detalles. Es un chico encantador. Me corta el césped. Hacía mucho tiempo que no os veíais. Estoy segura de que tenéis muchas cosas que contaros.


—Sí —volvió a mirar la sala en busca de Pedro.


—Lamento que no hayamos podido ir a Australia este año, cariño. El hospital me necesita.


—Me siento decepcionada, pero entiendo que ser enfermera es muy importante para ti, tía. Hemos estado en algunos lugares maravillosos.


—Sí, pero Australia puede esperar hasta el año próximo. Me dará un año entero para planificarlo. Gracias por organizar esta maravillosa fiesta. Sabías que no tenías que hacerlo.


—Lo sé, pero quería. Organizaré una para mamá cuando cumpla los cincuenta.


—Será mejor que no lo hagas. Ni siquiera quiere reconocer que anda en la cuarentena —miró hacia la multitud—. Observa cómo trata a la gente. Tu madre florece bajo los focos.


Paula vio a su madre hablar con la esposa del alcalde y señalar en más de una ocasión hacia ella.


Podía imaginarla hablándole de su hija, modelo de alta costura. Y esa sensación de euforia flotó hasta ella.


Estaba satisfecha de sus logros y éxitos. Había transformado su belleza en una carrera próspera que le permitía disfrutar de las mejores cosas de la vida. Dinero, ropa bonita, coches rápidos, hombres rápidos… una estimulante vida que se movía a doscientos kilómetros por hora.


Sólo había una duda molesta. El contrato de Richard Lawrence. Contaba con ese trabajo lucrativo para que la lanzara a los niveles más altos. Con la promesa de dicho contrato y sus acciones, se había comprado un loft en Manhattan, quedando casi en la bancarrota. 


Pero el dinero estaba casi tan seguro como en su bolsillo.


Sus pensamientos quedaron interrumpidos al ver a Pedro. Y de nuevo se sintió tumbada por la reacción súbita y visceral que le provocaba. Se hallaba cerca de una mesa, solo, como si también esperara la oportunidad de hablar con ella.


—Tía, ¿me disculpas?


—Desde luego, pero será mejor que vuelvas a tiempo para ayudarme a soplar las velas antes de que se dispare la alarma anti incendios.


Paula rió entre dientes y le dio un abrazo.


—Feliz cumpleaños, tía. No estás envejeciendo, sino mejorando.


Se alejó de la mesa dedicándole una sonrisa. 


Volvió a mirar entre la multitud y entonces lo vio. 


Y una vez más se quedó sin aliento. Algo tácito pasó entre ellos cuando los ojos se encontraron, recordando los momentos que vivieron antes de que su madre bajara por las escaleras y lo arruinara todo aquel día.


No podía marcharse de allí hasta que volviera a experimentar todo lo que Pedro tenía que ofrecer.




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