sábado, 6 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 5





Pedro se apartó de la mesa y avanzó hacia ella. 


Clavada al suelo, Paula agradeció que lo hiciera. 


Tantos recuerdos no sabía cómo le habían dejado las piernas. Al llegar hasta donde se hallaba en el centro de la sala, él le sonrió de un modo tan dulce y adorable, que se derritió por dentro.


Pedro Alfonso, has crecido —extendió las manos. Él se las tomó y la sorprendió besándoselas. Tembló.


—Parece que tú has conseguido todo lo que has soñado —comentó Pedro.


—Sí. ¿Y tú?


—Casi. Tengo una cátedra de investigación en el MIT, en el Laboratorio de Fibras y Polímeros en el Departamento de Ingeniería Mecánica, pero mi objetivo es conseguir un puesto fijo allí.


—¿Para hacer qué?


—Enseñar en mi campo, ingeniería textil.


—¿Ingeniería textil? ¿Como en ropa?


—Sí.


—Comprendo. Has dicho que eras profesor de investigación. ¿Qué investigas?


—Síntesis y desarrollo de materiales nuevos, incluyendo copolímeros, nanocompuestos inorgánicos-orgánicos y ensamblajes electrostáticos de nanocapas. También creo modelos matemáticos de fenómenos de transporte en complejas telas protectoras.


—Vaya. Está más allá de mi comprensión.


—Lo siento. Estudio formas de hacer que la tela protectora sea más segura.


—¿Toda esa jerga técnica significa que fabricas tela?


—Tengo diversas patentes para usos en muchas aplicaciones y hace muy poco he dado con una tela sintética que es ligera, duradera y muy suave.


—Me gustaría verla en algún momento.


—Claro. No estoy muy seguro de lo que haré con ella en este punto. Quiero que sea útil. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte en Cambridge? ¿Tienes tiempo para ponerte al día con un viejo amigo?


—He de regresar mañana a Nueva York para una sesión fotográfica, pero podría volver un rato después de la fiesta de la tía Eva, si te apetece.


—Sería estupendo.


—El MIT. Tus padres deben de estar orgullosos de ti.


Se encogió de hombros y sonrió.


—Claro, supongo.


La humildad de la respuesta la sorprendió. En vista de todos sus logros, habría esperado que cambiara. Pero al observar esos ojos cálidos, pudo ver que se había mantenido fiel a sí mismo en todos los años en que no se habían visto. 


¿Podía decir lo mismo de ella?


—¿Cómo están tus padres?


—Me vendieron la casa y se trasladaron a Arizona para ayudar en la artritis de mi madre. Ya sabes, el calor seco y todo eso.


—Paula —apareció su madre, mirando a Pedro—. Aquí estás. Quiero que conozcas a la esposa del alcalde. Se muere por conocer detalles de tu último viaje a París —se volvió para centrarse en Pedro—. Nos disculparás —dijo, sin aguardar una respuesta.


Era como revivir una vez más aquella escena. 


Experimentó un momento de impaciencia por el despotismo de su madre, pero lo contuvo. Su madre había sido la fuerza motriz que la había llevado hasta donde se encontraba en ese momento. Debería sentirse agradecida.


Le dedicó a Pedro una mirada de disculpa. «Te veré esta noche», articuló sin hablar.


Él asintió y esa electricidad intangible fluyó hacia ella como niebla. Pretendía verlo, sentirlo y probarlo en su totalidad para satisfacer de una vez por todas la curiosidad acuciante por averiguar lo que sería hacer el amor con el doctor Pedro Alfonso.



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