sábado, 8 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 35





Paula se encontraba en un estado de ánimo extraño, alterado cuando esa noche se vistió para la fiesta. Quería estar aquí; no quería estar aquí. Quería estar con Pedro; no quería estar con Pedro. Quería conocer más de la familia de él, especialmente a su madre, pero temía conocerlos. Sentíase una impostora, una mentirosa. Ni una vez desde que llegaron Pedro había dicho que ella fuera para él algo más que una amiga. ¿Pero siquiera era una amiga? Las amistades, para ella, siempre habían demorado un largo tiempo en solidificarse. ¿Cuánto tiempo hacía que conocía a Pedro? ¿Dos semanas?


Y ni siquiera todo ese tiempo. Pero sabía mucho de él. Viviendo juntos en la cabaña, había aprendido más cosas de las que la mayoría de la gente podría aprender en un año. Sabía que él era fuerte, pero gentil al mismo tiempo. El era viril, podía excitarle todo el cuerpo con una mirada y mucho más tocándola, pero él no se aprovechaba de la debilidad de ella cuando el sentido común lo obligaba a pedirle que se detuviera. El era bondadoso, considerado; amaba a su familia y ellos lo amaban. 


Raramente ella lo había visto encolerizado, y cuando lo estaba, era capaz de contenerse. 


Nunca lo había visto beber. Tenía un maravilloso sentido del humor, aunque a veces un poco a destiempo. El era todo lo que ella siempre había querido encontrar en un hombre. Y sin embargo, en cierto sentido, por alguna razón, él le daba miedo. Paula tenía miedo de llegar demasiado cerca del cariño. El la fascinaba. Y precisamente de eso se trataba: fascinación. El era único, un hombre diferente de todos los que ella había conocido. Posiblemente, si tratara de observarlo como en una especie de experimento, fuera capaz de mantenerse a distancia.


Un ligero golpecito en la puerta arrancó a Paula de sus confusos pensamientos. Antes que tuviera tiempo de responder, Pedro asomó la cabeza.


—¿Estás visible? —preguntó, con los ojos color canela brillantes de buen humor.


Volando desaparecieron las ideas de un experimento. ¿Cómo alguien podía esperar que un hombre así fuese posible observarlo como en un experimento, como si él fuera un ejemplar para estudiarlo científicamente, para examinarlo a voluntad?


Se sintió transida de un estremecimiento nervioso, pero trató de ocultarlo cuando contestó:
—De nada me habría valido no estar visible cuando tú ya estás adentro.


Pedro abrió completamente la puerta y terminó de entrar en la habitación. El también se había vestido para la fiesta. Un traje azul oscuro con una camisa celeste pastel y una corbata rayada complementaban su apostura. Pero él se veía muy bien con cualquier cosa que decidiera ponerse. Si hubiera elegido vestirse como de costumbre, con sus vaqueros descoloridos y una camisa cómoda y vieja, igualmente habría logrado acelerar los corazones de todas las mujeres a una distancia de diez kilómetros. Y Paula no era inmune.


—¿Necesitas algo? —tuvo que preguntar ella, con la voz tensa, mientras él seguía mirándola cómo terminaba de arreglarse el pelo.


La pregunta pareció divertirlo.


—Esa es una pregunta llena de peligros. ¿De veras deseas que te conteste?


Paula se irritó contra su propia estupidez que la hacía caer en la trampa, y respondió en tono cortante:
—No, tengo una buena imaginación... y contigo, sólo se puede elegir un tema.


Sabía que la acusación era injusta pero no pudo detenerse.


Pedro dejó que la acidez de la réplica de ella le pasara por encima.


—¿De veras preferirías que yo cesara de prestarte atención, Paula?


—Podría ser interesante, como cambio.


Paula detestaba pasar por astuta pero era la única forma que tenía de protegerse, tan potente era el efecto que él le causaba.


Pedro se le acercó por atrás y con una mano le acarició la piel de la garganta.


—¿Estás segura?


El ronco murmullo de esa voz, mientras esa boca bajaba hasta tocarle la curva de la oreja, hizo que Paula no se sintiese segura de nada.


Esos dedos largos la sujetaron con suavidad pero con firmeza, como para asegurarse de que ella no se apartaría.


La calidez del cuerpo de Pedro actuó como un imán y Paula se sintió atraída hacia él.


Los labios de Pedro pasaron de su oreja al costado de su cuello, rozando la suave piel con hipnótico efecto.


—Quiero amarte otra vez, — Paula suspiró suavemente él, haciendo que un rayo penetrante de electricidad la atravesara en forma estremecedora, mientras su boca continuaba dejando huellas de fuego en la piel sensible—. Tengo que hacerlo.


Paula echó la cabeza atrás para permitirle más libertad. Ella se elevó en puntas de pie para ayudar a compensar la diferencia de sus alturas y pasaron unos segundos de dicha mientras continuaban las caricias.


Pedro llevó su mano a la cintura de ella y levantó la otra para tomarle un pecho.


Cuando él le hizo volver la cabeza para besarla en la boca, ella reaccionó con voracidad, aferrándose a él, pasando las manos debajo de la chaqueta del traje para acariciarle los músculos firmes de la espalda. El éxtasis dulce y sensual casi fue demasiado para ella.


En seguida, casi antes que se diera cuenta de que se movían, estuvieron tendidos atravesados sobre la cama, Pedro apretando su largo cuerpo contra el de ella.


Paula emitió un leve sonido que pudo ser una protesta pero los labios de Pedro impidieron que se formaran las palabras, y pronto ella estuvo nuevamente demasiado atrapada por el hechizo sensual de él para poder pensar con claridad.


Las expertas manos de él se movían con mágica precisión sobre el cuerpo de ella, usando el conocimiento que había adquirido él en el pasado para ir acercándola a la celebración del mutuo deseo.


Los latidos del corazón de Paula eran erráticos a medida que el calor y el deseo del cuerpo de él iban comunicándoselo. Sus dedos temblaron cuando acariciaron los costados del cuello de Pedro y se hundieron en el espeso pelo castaño.


Pedro lanzó un gemido de satisfacción y su placer aumentó. Fue necesario el impacto desgarrador de otro golpe en la puerta para arrancarlos a los dos de las profundidades de su éxtasis.


Ambos quedaron inmóviles, esperando, inseguros de si el sonido que acababan de oír había sido real o producto de la imaginación. 


Paula miró intensamente a los ojos de Pedro.


El sonido se repitió.


—¿Paula? ¿Estás ahí? ¿Pedro está contigo? —dijo la voz de Verónica en un tono con un asomo de impaciencia.


Pedro murmuró una maldición de frustración. 


Pero cuando soltó lentamente a Paula a la que tenía abrazada y se levantó de la cama, su tono fue ligero y burlón.


—Sí, Ronnie. Pedro está con Paula.


Paula trataba apresuradamente de enderezar el corpiño de su vestido, y su cara tenía un intenso color rosado.


Esta no era la primera vez que Verónica los interrumpía, sólo que ahora había llegado unos minutos demasiado tarde, o demasiado temprano, según el punto de vista desde el cual se lo consideraba.


—Oh.... — Verónica sonó un poco confundida, pero en seguida se recobró.— Lo siento, no fue mi intención interrumpirlos, pero ya han llegado casi todos y pronto llegará Teo con mamá. Pensé que les gustaría bajar... estar allí cuando mamá... —dejó la frase sin terminar.


Pedro soltó un largo suspiro y miró a Paula con sus ojos castaños brillando con una mezcla de deseo reprimido y de ironía.


Paula desvió la mirada; no quería mirarlo a los ojos. Pero pudo adivinar que él se ponía ceñudo y que continuaba observándola.


El fastidio de Pedro fue evidente en el tono de la respuesta que le dio a su hermana.


—Iremos en seguida, Ronnie.


—Muy bien —dijo ella. En seguida, como si no pudiera resistirse, y mientras se alejaba de la puerta, añadió:— Espero que no hayan estado haciendo nada que...


Pedro soltó una carcajada y sacudió la cabeza.


—Mocosa malcriada. No ha cambiado desde que tenía dos años...


La habitación quedó silenciosa después de ese comentario y Paula no pudo romper el silencio. 


Tomó el cepillo de donde había caído en el suelo y nuevamente empezó a pasárselo por el pelo. 


Mientras tanto, sentía que los ojos de Pedro la taladraban.


—¿Qué pasa, Paula? —preguntó suavemente él en un tono lleno de preocupación.


—Nada —respondió ella, mientras sus movimientos se volvían entrecortados por la tensión.


Pedro dio un paso hacia ella pero se detuvo cuando ella se apartó bruscamente. Apretó los labios.


—¡Bueno, hay una cosa segura como el infierno! —dijo él—. Hace un minuto estabas de un humor muy diferente.


—He cambiado de idea.


—Creo que tú no sabes lo que quieres —replicó él inmediatamente. La verdad de esa afirmación era inatacable.


—Posiblemente no.


—Paula, mírame —ordenó Pedro. Paula se negó.


El dio otro paso, la tomó del mentón con sus dedos y la obligó a mirarlo a los ojos.


—Si hay algo que nunca creí de ti es que eras una cobarde. Pero ahora estoy empezando a sospechar - Le sacudió suavemente el mentón. — Vamos, Paula. ¡Yo no puedo hacer todo esto solo! Tú tienes que ayudar... hacer tu parte. Esa estúpida aversión a admitir la verdad que tienes sólo está haciendo que ambos nos sintamos muy mal. Yo te amo, Paula. Te amé desde que puse los ojos en ti. Sé que suena cursi y ridículo, pero es verdad. Y nada de lo sucedido desde entonces pudo hacerme cambiar. Te amo. Quiero casarme contigo. Me gustaría poder bajar en este momento y decirles a todo el mundo que estamos oficialmente comprometidos.


Hizo una pausa, esperando que ella hiciera algún comentario. Y como ella siguió callada, la miró intensamente buscando alguna chispa de sentimiento.


Pero Paula se negó a mostrar nada. 


Exteriormente estaba dura y fría como el acero, pero por dentro se sentía mortalmente asustada. 


¡No quería que él la amara! Hasta que él dijo esas palabras, ella podía fingir que él estaba jugando, como en una especie de entretenimiento infantil. ¡Ahora no podía seguir desentendiéndose y no sabía qué hacer!


Pedro no estaba dispuesto a rendirse.


—¡Me niego a creer que lo que ha ocurrido entre nosotros haya sido puramente físico!


—Cree lo que quieras —replicó Paula tensamente.


Un fugaz relámpago de cólera iluminó la oscura canela de los ojos de Pedro.


—¡No!


Paula se encogió levemente de hombros; su cuerpo no quería hacer nada más que desplomarse en un frenesí de estremecimientos, pero con férrea determinación ella logró controlarlo.


La cólera de él aumentó, como la fuerza con que la sujetaba del mentón. Sin embargo, cuando vio que ella se encogía, inmediatamente la soltó.


—Perdóname si te hice daño —murmuró él.


Paula, con los ojos violetas llenos de lágrimas, asintió con la cabeza. No podía decir nada, sentía como si le hubieran desgarrado las entrañas.


Pedro estuvo varios segundos sin moverse y después se dirigió hacia la puerta.


—Esperaré cinco minutos y después bajaré —dijo.


Paula siguió callada y él salió de la habitación con la espalda rígida como una estaca y la cabeza erguida.



PERSUASIÓN : CAPITULO 34




La casa de Verónica estaba en una hermosa área elevada un poco al norte y el oeste del núcleo principal de Houston. Era una gran casa estilo Tudor de dos plantas, extendida con cómoda elegancia que proclamaba la posición privilegiada de sus propietarios.


Verónica salió corriendo por la puerta principal ni bien el aerodinámico Pontiac Trans Am se detuvo en el frente.


—¡Pedro! Me alegro tanto que hayan venido temprano. —Verónica se volvió rápidamente para incluir a Paula.— ¡Tú también, Paula!


Paula sonrió un poco nerviosa. Todo volvía a repetirse. Pero era evidente que la hermana de Pedro estaba con la mente en otra cosa, y la sensación pasó en seguida.


Verónica se apresuró a tomar a su hermano del brazo.


Pedro, por favor, necesito tu ayuda. Todo lo demás está bajo control, pero casi me he vuelto loca con el florista. Por alguna razón.... no me preguntes cuál... nuestros pedidos se confundieron. ¿Querrías ir hasta allá y arreglarlo?


Pedro lanzó un largo suspiro de sufrimiento y murmuró, como para sí mismo:
—Sabía que debí quedarme en casa hasta la hora de la fiesta...


—¡Por favor!


—¿Por lo menos podemos entrar para beber un vaso de agua? —Su pregunta, formulada en tono de broma, aventó cualquier indicio de disgusto.


—Por supuesto. —La cara de Verónica se iluminó súbitamente con una sonrisa.— Más de uno, si quieren.


—Eres muy amable.


—Y tú también.


Hermano y hermana se miraron afectuosamente y la vehemencia de la sofisticada rivalidad reflejó una emoción mucho más profunda.


Pedro puso un brazo sobre los hombros de Verónica y otro sobre los de Paula. Cuando empezaron a alejarse con intención de llegar a la puerta de entrada, Pedro soltó una exclamación.


—Santo Dios, me olvidaba de Príncipe — dijo contrito.


Todos los ojos se volvieron al mastín que esperaba sentado en el asiento trasero.


—¿Trajiste a ese monstruo? —preguntó Verónica, a medias divertida y a medias desalentada.


—No podía dejarlo en la cabaña —repuso Pedro con tono de inocencia.


—¿Pero dónde vamos a meterlo? —gimió su hermana en una voz que de inmediato inspiró compasión a Paula.


La respuesta de Pedro fue sencilla:
—En el patio trasero, con Sophie.


—Con Sophie... Seguro. A ella no le molestará.


—¡Pero ella es una pequeña caniche! ¡El podría pisarla por accidente y matarla!


Pedro no estuvo de acuerdo.


—Príncipe no haría nada por el estilo. Es un caballero.


—¡Lo que es más de lo que yo puedo decir de cierta persona que conozco!


Paula no pudo evitarlo; lanzó una breve carcajada que hizo que Pedro la mirara con fingida indignación y levantando una ceja.


—¿Estás tratando de decirme que estás de acuerdo? ¿Qué te he hecho yo?


Paula aceptó el desafío.


—Que no me has hecho sería más apropiado. ¿Quieres que te dé una lista en orden alfabético?


Verónica observó este diálogo, enarcó una ceja en un gesto similar al de Pedro, y comentó:
—De modo que todavía no has ganado, hermano mío. ¿Qué pasa? ¿Tu técnica está fallando?


Pedro le sostuvo varios minutos la mirada a Paula antes de cambiar deliberadamente de tema:
—¿Con qué florista tienes problemas?


Verónica entendió la indirecta y respondió la pregunta. Pedro asintió y fue a dejar a Príncipe en libertad.


—Nos ocuparemos de eso —prometió.


Y se ocuparon. Pedro dejó muy bien instalado a Príncipe y Sophie no pareció molestarse demasiado por su presencia. Verónica llevó entonces a Paula a una habitación de huéspedes y le indicó dónde podía colgar el vestido que había traído para la fiesta. Y quince minutos más tarde estaban viajando otra vez. Pedro no le había dejado alternativa de quedarse y Paula ni siquiera lo pensó puesto que ahora estar con Pedro le parecía muy natural.


La confusión del florista era una cosa sencilla y la solución ya estaba en camino antes que ellos llegaran. De modo que como disponían de un poco de tiempo, Pedro sugirió que fueran a un centro de compras cercano donde quería encontrar un regalo para su madre.


—No he pensado mucho en qué le compraré, pero parece que siempre estoy comprando regalos. En nuestra familia usamos cualquier excusa para intercambiar presentes: el día de San Patricio, el Día de Acción de Gracias, el cuatro de julio. No importa.


Paula asintió, en realidad sin necesitar esa confirmación. Ella ya había sentido eso. 


Posiblemente la unión de su familia era la razón de que Pedro fuera como era. Con esa clase de apoyo durante toda su vida, ¿cómo hubiera podido no ser un individuo bien adaptado? 


Ciertamente, él no tenía problemas con su imagen. No le preocupaba que su actividad de escritor de cuentos para niños pudiera ser vista como una ocupación poco viril por ciertas personas. Simplemente, eso lo tenía sin cuidado. Para él, las personas que se hacían problemas por eso eran las que tenían un problema. Y Paula no podía menos que aplaudir esa actitud.


Las horas siguientes pasaron a un ritmo cómodo. Pedro le pidió opinión acerca de cada posibilidad que consideró, sin dejar un momento de tenerla abrazada por la espalda, con la mano sobre las costillas. Los cálidos dedos tan cerca del costado de su pecho hacían imposible que ella no estuviera continuamente consciente de la presencia de él. Tal como fue consciente de las miradas disimuladas y a veces no tan disimuladas que muchas mujeres le dirigieron a él. Era lunes a mediodía y muchas habían salido de sus oficinas cerca del centro de compras. Paula experimentó un impulso posesivo. Pedro estaba con ella. El quería estar con ella. Había hecho muchas cosas sólo para tenerla cerca. ¡Hasta había dicho que quería casarse con ella!


Con eso, se detuvo bruscamente. ¡Santo Dios! 


¿En qué estaba pensando? 


¡Tendría que controlarse severamente! No podía continuar esa línea de pensamiento. No hacía mucho ella era una mujer como esas salidas de sus oficinas, y cuando terminara la semana, volvería a serlo. No podía permitirse perder el control en esa forma.


Mientras Pedro examinaba por segunda vez un anillo que le estaba enseñando un joyero, Paula se escabulló, fingiéndose interesada en unos collares que se exhibían en una vitrina cercana. 


Cuando llegó a la puerta, siguió caminando hasta que se detuvo frente al escaparate de la tienda vecina. Permaneció allí, sin ver, inadvertida, sin notar a la gente que pasaba. 


Sólo una cosa le llenaba la mente: ahora podía huir, hacer lo que había querido hacer desde el principio. Pero sus pies se negaban a llevarla. 


Permanecían firmemente adheridos al lugar donde ella se encontraba y así siguieron hasta que Pedro vino y se detuvo a su lado.


Paula lanzó una rápida mirada al perfil de él. Pudo ser su imaginación pero creyó ver que él estaba un poco pálido. ¿El también pensó que ella aprovecharía la ocasión?


Paula volvió a mirar el contenido de la vidriera y fijó la vista en una colección de abanicos japoneses antiguos. Respiraba aguadamente. 


Oyó que Pedro también respiraba así.


Por fin, él rompió el silencio que flotaba sobre ellos, diciendo:
—Me decidí por el anillo. —Sus palabras fueron prosaicas, de todos los días, pero ella supo que no fueron lo que él realmente quiso decir.


—Bien.


Eso tampoco fue lo que ella quiso decir. Ella quería gritar, soltar un alarido, hacer algo que rompiera el hechizo que parecía envolverla. Y si no podía hacer eso, aunque pareciera ridículo, quería besarlo. Aquí mismo, ahora mismo. 


Quería apretar su cuerpo contra el de él y moverse contra él hasta que ambos olvidaran el pudor y la decencia. Paula deseaba a Pedro. Deseaba tocarlo, deseaba sentir la suavidad de esa piel bronceada contra la de ella, deseaba besarlo intensamente en la boca. Lo deseaba a él totalmente, completamente, ansiaba que él la poseyera. Sin embargo siguió inmóvil, y él también.


Y cuando por fin se apartaron del escaparate, Pedro se cuidó de tocarla.




PERSUASIÓN : CAPITULO 33



Con gran sorpresa de su parte, Paula durmió bien esa noche. Había temido que con la larga siesta que hizo y los turbadores acontecimientos de la tarde, el sueño demorara en llegar. Pero las cosas resultaron diferentes. A la mañana siguiente despertó, totalmente descansada, y hasta el saludo matutino de Pedro combinado con la noticia de que pronto partirían hacia la casa de su hermana, no logró desanimarla. No sabía por qué tan de repente se sentía optimista. 


Hacía años que no se sentía así, tan despreocupada, pero era así como se sentía. Y no iba a luchar contra ello, no. Era joven, estaba viva y este era un nuevo día; Cuando Pedro apareció con un extraño automóvil, salido aparentemente de ninguna parte, y la hizo subir a ella y a Príncipe, Paula no pudo dejar de hacer una observación:
—Que nunca se diga que eres un hombre aburrido. ¿Dónde tenías escondido esto...? ¿En la manga?


Pedro soltó una corta carcajada y la miró después de haber puesto el automóvil en primera velocidad.


—No, nada tan exótico —dijo—. En un garaje.


Ella lo miró sin comprender.


—Está por allá, fuera de la vista. —Señaló vagamente con la mano derecha.— Uno de los pecadillos de papá era que no quería tener nada que le recordase el mundo exterior... nada de automóviles a la vista, teléfonos, televisión. Para él, eran destructores de la mente que privaban al hombre de una imagen de sí mismo. Toleraba el aire acondicionado, el agua corriente en que insistió mi madre. La electricidad... bueno, tan fanático no era. Pero en todos los otros sentidos quería una vida más sencilla. Y yo no puedo decir que estuviera en desacuerdo con él entonces... y ahora.


Paula se relajó, pensativa, en su asiento. No, ella tampoco hubiera podido decir que no estaba de acuerdo. Por alguna razón, de lo que había llegado a conocer y apreciar, esa ideología no era sacrílega en lo más mínimo. En realidad, lo cierto era lo opuesto. El no tener teléfono fue un inconveniente al principio, cuando ella quería denunciar a Pedro a la policía. Y la ausencia de televisión era una adaptación que había que hacer, por más que ella no miraba mucha televisión cuando estaba sola en su casa. En realidad, no echaba de menos lo que había llegado a convertirse en una necesidad en la vida de la mayoría de las personas.


La atmósfera dentro del automóvil era agradable mientras viajaban a la ciudad. Príncipe, ocupando la mayor parte del asiento trasero, por fin dejó de excitarse con cada auto que se cruzaban en la carretera y el estado de ánimo de Pedro parecía armonizar con el alegre humor de Paula.


Paula no se permitía pensar demasiado profundamente. Si lo hacía podría sorprenderse de su actitud cambiada, de su curiosa excitación y entusiasmo por acompañar a Pedro a una reunión familiar, y de haber borrado de su mente sus protestas cuando Pedro le dijo a la hermana que estaban comprometidos. Si se permitían un cuestionamiento de esas ideas terminaría confundida y deprimida. Y ella no quería nada de eso. Algo le había sucedido ayer, posiblemente había estado incubándose en ella durante días. Todavía no sabía cómo llamarlo, pero ella era feliz. Por primera vez en mucho tiempo, era verdaderamente feliz. No era que ella simplemente se dijera que era feliz. Y no quería perder esa felicidad.



viernes, 7 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 32




Al principio el toque de los labios de él en su mejilla la sobresaltó Si hubiera esperado un beso habría sido en los labios. Pero este... casi fue devastador. Los labios de él estaban suaves y sensuales cuando rozaron lentamente la piel suave como un pétalo junto a la boca de ella, atrayéndola, hechizándola, excitándola sexualmente pese a ella misma, haciéndola desear que esto fuera nada más que un preludio de cosas más intensas. Al final, fue ella quien se volvió e hizo que se unieran sus bocas, saboreando la esencia parecida a un néctar, explorando la sedosa suavidad de la piel interior, tocando la punta de la lengua de él con rápidos avances de la suya.


Era una combustión alimentándose de la combustión: el conocimiento de su capacidad para excitarlo más aumentaba la excitación de Paula. Cuánto más ella recibía, más deseaba tener...


Los dedos de Pedro se movieron con urgencia en la nuca de ella enredándose en los finos cabellos, atrayéndola hacia él. Su otra mano se alzó para apoyarse en el brazo de ella y acariciar la carne con creciente intensidad.


Paula no pudo evitarlo; su cuerpo se fundía contra él, y lentamente, como si fuese la cosa más natural del mundo, se movieron ambos con la gravedad de la tierra y se tendieron en el suelo. Las ramitas y las hojas secas hicieron de cojín para sus cabezas pero ellos no las sintieron. Hubieran podido estar tendidos sobre el más fino satén. Paula aspiró el olor penetrante de las hojas y la tierra húmeda y alzó los brazos para rodearle el cuello.


Los ardientes movimientos de sus bocas continuaron mientras él desenredaba su mano del pelo de ella y empezaba a tocarla suavemente, como aleteos de mariposa, a lo largo de la piel expuesta donde la blusa se había separado de la falda, y cada leve contacto avivaba los fuegos que en el interior de ella se convertían en llamaradas devastadoras.


Tal como hacía él, Paula se embarcó en una búsqueda de contacto más íntimo; apartó una mano del cuello de él y empezó a acariciarlo a lo largo de la columna vertebral, disfrutando con el contacto de esos músculos duros y poderosos. 


Acarició los músculos y los tendones tensos, aplicó la palma de la mano sobre las costillas de él y sintió que él aspiraba profundamente. 


Después, dejó que sus dedos se deslizaran sobre el vientre plano y duro...


Paula sabía que debía detenerse; también sabía que eventualmente lo haría, pero quería seguir unos minutos más. Por el momento, su cuerpo dominaba a su mente una vez más, y sin importar si ella lo deseaba o no, los recuerdos de la vez anterior en que habían hecho el amor se afirmaron rotundamente y una oleada de deseo una vez más consumió por lo menos una parte de la amarga miel que la atravesaba como un dardo ardiente. Como antes, ella sabía que era nada más que una reacción física, pero por el momento era una acción que deseaba y alentaba.


Lanzó una exclamación de sorprendido placer cuando los dedos de él subieron de la cintura para extenderse sobre uno de los pechos. El encaje de su sostén era como si no estuviera allí por la protección que le daba contra el contacto ardiente de él.


Paula lanzó un leve gemido cuando él jugueteó con los pezones que se endurecían. Inconscientemente, sus dedos empezaron a tocar ansiosos la piel de la cintura de él.


Por un momento, un rayo de cordura la iluminó y la hizo apartarse un poco. Pero un súbito temblor que atravesó todo su cuerpo se impuso vívidamente y la dominó.


Pedro la sintió temblar y apartó su boca. Pero fue solamente una pausa momentánea, pues bajó la cabeza hasta la garganta de ella y sus labios, como lava fundida, se posaron sobre la piel sensibilizada mientras con las manos le apartaba la falda para acariciarle los muslos y levantaba una rodilla para meterla entre las de ella.


Sus palabras fueron como terciopelo estremecido cuando murmuró:
—¡Dios! ¡Oh, Paula...!


Era como tratar de nadar contra una poderosa corriente... pero la racionalidad pareció reconquistar algo del control. Quizá fue la compulsión detrás de las palabras de él lo que le dieron a Paula el segundo que necesitaba para contener sus tempestuosas sensaciones... 


Quizá fue el temor que regresó... Ella no lo supo. 


Pero respondió a las palabras roncamente susurradas de él con un desesperado grito:
—¡No!


La negativa estuvo dirigida tanto a ella misma como a él.


Por un momento, Pedro continuó besándola, siguiendo con sus labios la curva de los pechos, donde los botones sueltos de la blusa le daban libre entrada.


—No, Pedro, por favor.


Paula empezó a retorcerse presa de pánico. ¡No podía dejarlo continuar! ¡Ella misma no podía continuar! ¡Porque si cualquiera de los dos continuaba, estaría completamente perdida! Ella deseaba que él la tocara... deseaba sentirlo plenamente, deseaba tan desesperadamente ser poseída por él que sentía en lo más profundo de su ser un dolor palpitante. Pero, no todo lo que una persona podía desear era bueno para ella misma... y Paula sabía, con tremenda certidumbre, que él no era bueno para ella, que no era bueno que él pudiera derribar fácilmente todas las barreras y hacerla olvidar todas sus firmes resoluciones... Y ahora más que nunca, eso la aterrorizaba.


Su temor debió transmitírsele a él porque de pronto todos los movimientos cesaron y, luego de unos segundos, él alzó la cabeza para mirarla a la cara.


Paula vio reflejada la pasión en esos ojos castaños, lo mismo que el deseo de ella que vio escrito en esa cara. El estaba mirándola como si no estuviera seguro de lo que acababa de oír.


Paula se retorció una vez más. Fue una señal que él no pudo dejar de interpretar.


—¿Qué pasa? —preguntó con rudeza—¿Qué sucede de malo?


Paula logró poner una pequeña distancia entre ambos. Se sentó y se apartó unos cuantos centímetros, se pasó por el pelo una mano temblorosa, tocó las briznas de hierba, hojas y ramitas y trató de quitárselas.


Evitó mirarlo directamente a los ojos.


—Quería detenerme —susurró tensamente.


Sus palabras cayeron en el silencio. Paula miró a todas partes menos a él. El sabía que ella había disfrutado con lo que acababa de suceder, que casi había pedido que sucediera.


Finalmente, Pedro se sentó y se pasó una mano por el pelo. Se lo veía firme, firme como una roca.


—Está bien. Si tú lo quieres, nos detendremos.


Esas palabras eran muy diferentes de las que Paula hubiera esperado oír en condiciones normales. Estaba volviéndose un poco cansador ese continuo comparar a Pedro con David... parecía que lo hacía constantemente, pero era algo muy humano pues se trataba de dos situaciones muy diferentes que reclamaban su atención, una en el pasado, la otra en el presente. Pero David nunca habría reaccionado así. Cada vez que ella había tratado de apartarse cuando él estaba decidido a poseerla, él se había comportado de mala manera, como un niñito malcriado. Solía enfurecerse y reprocharle su falta de respuesta, y casi siempre la obligaba a someterse. Y Pedro, en cambio, Pedro, a quien ella había alentado, ahora aceptaba su retirada sin tratar de ningún modo de hacerla cambiar de idea.


Paula se sintió miserable y lo miró, pero antes de hablar apartó los ojos.


—Lo siento. Yo...


—No tienes que explicar nada.


—Pero yo...


—Paula —la interrumpió firmemente él—, quiero que confíes en mí. Si tú no te sientes con ganas yo no quiero continuar. No soy un animal, puedo controlarme. Yo quiero complacerte, Paula. Hacer el amor no es bueno a menos que las dos personas disfruten por igual.


Una vez más Paula no supo qué contestar. Con frecuencia cada vez mayor, descubría que Pedro era una clase de hombre que ella nunca había conocido antes. ¿Era posible que fuera real?


Lo que pudo ser un momento incómodo entre los dos resultó algo diferente. Y Pedro también era responsable de eso.


Pedro se puso de pie y tendió una mano para ayudar a Paula a levantarse. Cuando ella vaciló, él le dirigió una sonrisa de aliento.


—Vamos —dijo con amabilidad—. El último que llegue a la cabaña es cola de perro.


Increíblemente, Paula empezó a reír. Nunca lo hubiera creído posible, pero así fue. Y cuando Pedro, fiel a su desafío, empezó a correr, ella también lo hizo. Llegaron a la puerta de la cabaña casi en el mismo instante, Pedro con una leve ventaja.


El la había dejado llegar casi juntamente. Sus largas piernas podían aventajarla mucho más sin esforzarse demasiado. Paula lo sabía, pero el brillo de alegría que iluminaba esos ojos castaños y la amplia sonrisa que se dibujó en ese rostro hermoso le impidieron manifestar sus sospechas en alta voz.