sábado, 8 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 35





Paula se encontraba en un estado de ánimo extraño, alterado cuando esa noche se vistió para la fiesta. Quería estar aquí; no quería estar aquí. Quería estar con Pedro; no quería estar con Pedro. Quería conocer más de la familia de él, especialmente a su madre, pero temía conocerlos. Sentíase una impostora, una mentirosa. Ni una vez desde que llegaron Pedro había dicho que ella fuera para él algo más que una amiga. ¿Pero siquiera era una amiga? Las amistades, para ella, siempre habían demorado un largo tiempo en solidificarse. ¿Cuánto tiempo hacía que conocía a Pedro? ¿Dos semanas?


Y ni siquiera todo ese tiempo. Pero sabía mucho de él. Viviendo juntos en la cabaña, había aprendido más cosas de las que la mayoría de la gente podría aprender en un año. Sabía que él era fuerte, pero gentil al mismo tiempo. El era viril, podía excitarle todo el cuerpo con una mirada y mucho más tocándola, pero él no se aprovechaba de la debilidad de ella cuando el sentido común lo obligaba a pedirle que se detuviera. El era bondadoso, considerado; amaba a su familia y ellos lo amaban. 


Raramente ella lo había visto encolerizado, y cuando lo estaba, era capaz de contenerse. 


Nunca lo había visto beber. Tenía un maravilloso sentido del humor, aunque a veces un poco a destiempo. El era todo lo que ella siempre había querido encontrar en un hombre. Y sin embargo, en cierto sentido, por alguna razón, él le daba miedo. Paula tenía miedo de llegar demasiado cerca del cariño. El la fascinaba. Y precisamente de eso se trataba: fascinación. El era único, un hombre diferente de todos los que ella había conocido. Posiblemente, si tratara de observarlo como en una especie de experimento, fuera capaz de mantenerse a distancia.


Un ligero golpecito en la puerta arrancó a Paula de sus confusos pensamientos. Antes que tuviera tiempo de responder, Pedro asomó la cabeza.


—¿Estás visible? —preguntó, con los ojos color canela brillantes de buen humor.


Volando desaparecieron las ideas de un experimento. ¿Cómo alguien podía esperar que un hombre así fuese posible observarlo como en un experimento, como si él fuera un ejemplar para estudiarlo científicamente, para examinarlo a voluntad?


Se sintió transida de un estremecimiento nervioso, pero trató de ocultarlo cuando contestó:
—De nada me habría valido no estar visible cuando tú ya estás adentro.


Pedro abrió completamente la puerta y terminó de entrar en la habitación. El también se había vestido para la fiesta. Un traje azul oscuro con una camisa celeste pastel y una corbata rayada complementaban su apostura. Pero él se veía muy bien con cualquier cosa que decidiera ponerse. Si hubiera elegido vestirse como de costumbre, con sus vaqueros descoloridos y una camisa cómoda y vieja, igualmente habría logrado acelerar los corazones de todas las mujeres a una distancia de diez kilómetros. Y Paula no era inmune.


—¿Necesitas algo? —tuvo que preguntar ella, con la voz tensa, mientras él seguía mirándola cómo terminaba de arreglarse el pelo.


La pregunta pareció divertirlo.


—Esa es una pregunta llena de peligros. ¿De veras deseas que te conteste?


Paula se irritó contra su propia estupidez que la hacía caer en la trampa, y respondió en tono cortante:
—No, tengo una buena imaginación... y contigo, sólo se puede elegir un tema.


Sabía que la acusación era injusta pero no pudo detenerse.


Pedro dejó que la acidez de la réplica de ella le pasara por encima.


—¿De veras preferirías que yo cesara de prestarte atención, Paula?


—Podría ser interesante, como cambio.


Paula detestaba pasar por astuta pero era la única forma que tenía de protegerse, tan potente era el efecto que él le causaba.


Pedro se le acercó por atrás y con una mano le acarició la piel de la garganta.


—¿Estás segura?


El ronco murmullo de esa voz, mientras esa boca bajaba hasta tocarle la curva de la oreja, hizo que Paula no se sintiese segura de nada.


Esos dedos largos la sujetaron con suavidad pero con firmeza, como para asegurarse de que ella no se apartaría.


La calidez del cuerpo de Pedro actuó como un imán y Paula se sintió atraída hacia él.


Los labios de Pedro pasaron de su oreja al costado de su cuello, rozando la suave piel con hipnótico efecto.


—Quiero amarte otra vez, — Paula suspiró suavemente él, haciendo que un rayo penetrante de electricidad la atravesara en forma estremecedora, mientras su boca continuaba dejando huellas de fuego en la piel sensible—. Tengo que hacerlo.


Paula echó la cabeza atrás para permitirle más libertad. Ella se elevó en puntas de pie para ayudar a compensar la diferencia de sus alturas y pasaron unos segundos de dicha mientras continuaban las caricias.


Pedro llevó su mano a la cintura de ella y levantó la otra para tomarle un pecho.


Cuando él le hizo volver la cabeza para besarla en la boca, ella reaccionó con voracidad, aferrándose a él, pasando las manos debajo de la chaqueta del traje para acariciarle los músculos firmes de la espalda. El éxtasis dulce y sensual casi fue demasiado para ella.


En seguida, casi antes que se diera cuenta de que se movían, estuvieron tendidos atravesados sobre la cama, Pedro apretando su largo cuerpo contra el de ella.


Paula emitió un leve sonido que pudo ser una protesta pero los labios de Pedro impidieron que se formaran las palabras, y pronto ella estuvo nuevamente demasiado atrapada por el hechizo sensual de él para poder pensar con claridad.


Las expertas manos de él se movían con mágica precisión sobre el cuerpo de ella, usando el conocimiento que había adquirido él en el pasado para ir acercándola a la celebración del mutuo deseo.


Los latidos del corazón de Paula eran erráticos a medida que el calor y el deseo del cuerpo de él iban comunicándoselo. Sus dedos temblaron cuando acariciaron los costados del cuello de Pedro y se hundieron en el espeso pelo castaño.


Pedro lanzó un gemido de satisfacción y su placer aumentó. Fue necesario el impacto desgarrador de otro golpe en la puerta para arrancarlos a los dos de las profundidades de su éxtasis.


Ambos quedaron inmóviles, esperando, inseguros de si el sonido que acababan de oír había sido real o producto de la imaginación. 


Paula miró intensamente a los ojos de Pedro.


El sonido se repitió.


—¿Paula? ¿Estás ahí? ¿Pedro está contigo? —dijo la voz de Verónica en un tono con un asomo de impaciencia.


Pedro murmuró una maldición de frustración. 


Pero cuando soltó lentamente a Paula a la que tenía abrazada y se levantó de la cama, su tono fue ligero y burlón.


—Sí, Ronnie. Pedro está con Paula.


Paula trataba apresuradamente de enderezar el corpiño de su vestido, y su cara tenía un intenso color rosado.


Esta no era la primera vez que Verónica los interrumpía, sólo que ahora había llegado unos minutos demasiado tarde, o demasiado temprano, según el punto de vista desde el cual se lo consideraba.


—Oh.... — Verónica sonó un poco confundida, pero en seguida se recobró.— Lo siento, no fue mi intención interrumpirlos, pero ya han llegado casi todos y pronto llegará Teo con mamá. Pensé que les gustaría bajar... estar allí cuando mamá... —dejó la frase sin terminar.


Pedro soltó un largo suspiro y miró a Paula con sus ojos castaños brillando con una mezcla de deseo reprimido y de ironía.


Paula desvió la mirada; no quería mirarlo a los ojos. Pero pudo adivinar que él se ponía ceñudo y que continuaba observándola.


El fastidio de Pedro fue evidente en el tono de la respuesta que le dio a su hermana.


—Iremos en seguida, Ronnie.


—Muy bien —dijo ella. En seguida, como si no pudiera resistirse, y mientras se alejaba de la puerta, añadió:— Espero que no hayan estado haciendo nada que...


Pedro soltó una carcajada y sacudió la cabeza.


—Mocosa malcriada. No ha cambiado desde que tenía dos años...


La habitación quedó silenciosa después de ese comentario y Paula no pudo romper el silencio. 


Tomó el cepillo de donde había caído en el suelo y nuevamente empezó a pasárselo por el pelo. 


Mientras tanto, sentía que los ojos de Pedro la taladraban.


—¿Qué pasa, Paula? —preguntó suavemente él en un tono lleno de preocupación.


—Nada —respondió ella, mientras sus movimientos se volvían entrecortados por la tensión.


Pedro dio un paso hacia ella pero se detuvo cuando ella se apartó bruscamente. Apretó los labios.


—¡Bueno, hay una cosa segura como el infierno! —dijo él—. Hace un minuto estabas de un humor muy diferente.


—He cambiado de idea.


—Creo que tú no sabes lo que quieres —replicó él inmediatamente. La verdad de esa afirmación era inatacable.


—Posiblemente no.


—Paula, mírame —ordenó Pedro. Paula se negó.


El dio otro paso, la tomó del mentón con sus dedos y la obligó a mirarlo a los ojos.


—Si hay algo que nunca creí de ti es que eras una cobarde. Pero ahora estoy empezando a sospechar - Le sacudió suavemente el mentón. — Vamos, Paula. ¡Yo no puedo hacer todo esto solo! Tú tienes que ayudar... hacer tu parte. Esa estúpida aversión a admitir la verdad que tienes sólo está haciendo que ambos nos sintamos muy mal. Yo te amo, Paula. Te amé desde que puse los ojos en ti. Sé que suena cursi y ridículo, pero es verdad. Y nada de lo sucedido desde entonces pudo hacerme cambiar. Te amo. Quiero casarme contigo. Me gustaría poder bajar en este momento y decirles a todo el mundo que estamos oficialmente comprometidos.


Hizo una pausa, esperando que ella hiciera algún comentario. Y como ella siguió callada, la miró intensamente buscando alguna chispa de sentimiento.


Pero Paula se negó a mostrar nada. 


Exteriormente estaba dura y fría como el acero, pero por dentro se sentía mortalmente asustada. 


¡No quería que él la amara! Hasta que él dijo esas palabras, ella podía fingir que él estaba jugando, como en una especie de entretenimiento infantil. ¡Ahora no podía seguir desentendiéndose y no sabía qué hacer!


Pedro no estaba dispuesto a rendirse.


—¡Me niego a creer que lo que ha ocurrido entre nosotros haya sido puramente físico!


—Cree lo que quieras —replicó Paula tensamente.


Un fugaz relámpago de cólera iluminó la oscura canela de los ojos de Pedro.


—¡No!


Paula se encogió levemente de hombros; su cuerpo no quería hacer nada más que desplomarse en un frenesí de estremecimientos, pero con férrea determinación ella logró controlarlo.


La cólera de él aumentó, como la fuerza con que la sujetaba del mentón. Sin embargo, cuando vio que ella se encogía, inmediatamente la soltó.


—Perdóname si te hice daño —murmuró él.


Paula, con los ojos violetas llenos de lágrimas, asintió con la cabeza. No podía decir nada, sentía como si le hubieran desgarrado las entrañas.


Pedro estuvo varios segundos sin moverse y después se dirigió hacia la puerta.


—Esperaré cinco minutos y después bajaré —dijo.


Paula siguió callada y él salió de la habitación con la espalda rígida como una estaca y la cabeza erguida.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario