viernes, 7 de septiembre de 2018
PERSUASIÓN : CAPITULO 32
Al principio el toque de los labios de él en su mejilla la sobresaltó Si hubiera esperado un beso habría sido en los labios. Pero este... casi fue devastador. Los labios de él estaban suaves y sensuales cuando rozaron lentamente la piel suave como un pétalo junto a la boca de ella, atrayéndola, hechizándola, excitándola sexualmente pese a ella misma, haciéndola desear que esto fuera nada más que un preludio de cosas más intensas. Al final, fue ella quien se volvió e hizo que se unieran sus bocas, saboreando la esencia parecida a un néctar, explorando la sedosa suavidad de la piel interior, tocando la punta de la lengua de él con rápidos avances de la suya.
Era una combustión alimentándose de la combustión: el conocimiento de su capacidad para excitarlo más aumentaba la excitación de Paula. Cuánto más ella recibía, más deseaba tener...
Los dedos de Pedro se movieron con urgencia en la nuca de ella enredándose en los finos cabellos, atrayéndola hacia él. Su otra mano se alzó para apoyarse en el brazo de ella y acariciar la carne con creciente intensidad.
Paula no pudo evitarlo; su cuerpo se fundía contra él, y lentamente, como si fuese la cosa más natural del mundo, se movieron ambos con la gravedad de la tierra y se tendieron en el suelo. Las ramitas y las hojas secas hicieron de cojín para sus cabezas pero ellos no las sintieron. Hubieran podido estar tendidos sobre el más fino satén. Paula aspiró el olor penetrante de las hojas y la tierra húmeda y alzó los brazos para rodearle el cuello.
Los ardientes movimientos de sus bocas continuaron mientras él desenredaba su mano del pelo de ella y empezaba a tocarla suavemente, como aleteos de mariposa, a lo largo de la piel expuesta donde la blusa se había separado de la falda, y cada leve contacto avivaba los fuegos que en el interior de ella se convertían en llamaradas devastadoras.
Tal como hacía él, Paula se embarcó en una búsqueda de contacto más íntimo; apartó una mano del cuello de él y empezó a acariciarlo a lo largo de la columna vertebral, disfrutando con el contacto de esos músculos duros y poderosos.
Acarició los músculos y los tendones tensos, aplicó la palma de la mano sobre las costillas de él y sintió que él aspiraba profundamente.
Después, dejó que sus dedos se deslizaran sobre el vientre plano y duro...
Paula sabía que debía detenerse; también sabía que eventualmente lo haría, pero quería seguir unos minutos más. Por el momento, su cuerpo dominaba a su mente una vez más, y sin importar si ella lo deseaba o no, los recuerdos de la vez anterior en que habían hecho el amor se afirmaron rotundamente y una oleada de deseo una vez más consumió por lo menos una parte de la amarga miel que la atravesaba como un dardo ardiente. Como antes, ella sabía que era nada más que una reacción física, pero por el momento era una acción que deseaba y alentaba.
Lanzó una exclamación de sorprendido placer cuando los dedos de él subieron de la cintura para extenderse sobre uno de los pechos. El encaje de su sostén era como si no estuviera allí por la protección que le daba contra el contacto ardiente de él.
Paula lanzó un leve gemido cuando él jugueteó con los pezones que se endurecían. Inconscientemente, sus dedos empezaron a tocar ansiosos la piel de la cintura de él.
Por un momento, un rayo de cordura la iluminó y la hizo apartarse un poco. Pero un súbito temblor que atravesó todo su cuerpo se impuso vívidamente y la dominó.
Pedro la sintió temblar y apartó su boca. Pero fue solamente una pausa momentánea, pues bajó la cabeza hasta la garganta de ella y sus labios, como lava fundida, se posaron sobre la piel sensibilizada mientras con las manos le apartaba la falda para acariciarle los muslos y levantaba una rodilla para meterla entre las de ella.
Sus palabras fueron como terciopelo estremecido cuando murmuró:
—¡Dios! ¡Oh, Paula...!
Era como tratar de nadar contra una poderosa corriente... pero la racionalidad pareció reconquistar algo del control. Quizá fue la compulsión detrás de las palabras de él lo que le dieron a Paula el segundo que necesitaba para contener sus tempestuosas sensaciones...
Quizá fue el temor que regresó... Ella no lo supo.
Pero respondió a las palabras roncamente susurradas de él con un desesperado grito:
—¡No!
La negativa estuvo dirigida tanto a ella misma como a él.
Por un momento, Pedro continuó besándola, siguiendo con sus labios la curva de los pechos, donde los botones sueltos de la blusa le daban libre entrada.
—No, Pedro, por favor.
Paula empezó a retorcerse presa de pánico. ¡No podía dejarlo continuar! ¡Ella misma no podía continuar! ¡Porque si cualquiera de los dos continuaba, estaría completamente perdida! Ella deseaba que él la tocara... deseaba sentirlo plenamente, deseaba tan desesperadamente ser poseída por él que sentía en lo más profundo de su ser un dolor palpitante. Pero, no todo lo que una persona podía desear era bueno para ella misma... y Paula sabía, con tremenda certidumbre, que él no era bueno para ella, que no era bueno que él pudiera derribar fácilmente todas las barreras y hacerla olvidar todas sus firmes resoluciones... Y ahora más que nunca, eso la aterrorizaba.
Su temor debió transmitírsele a él porque de pronto todos los movimientos cesaron y, luego de unos segundos, él alzó la cabeza para mirarla a la cara.
Paula vio reflejada la pasión en esos ojos castaños, lo mismo que el deseo de ella que vio escrito en esa cara. El estaba mirándola como si no estuviera seguro de lo que acababa de oír.
Paula se retorció una vez más. Fue una señal que él no pudo dejar de interpretar.
—¿Qué pasa? —preguntó con rudeza—¿Qué sucede de malo?
Paula logró poner una pequeña distancia entre ambos. Se sentó y se apartó unos cuantos centímetros, se pasó por el pelo una mano temblorosa, tocó las briznas de hierba, hojas y ramitas y trató de quitárselas.
Evitó mirarlo directamente a los ojos.
—Quería detenerme —susurró tensamente.
Sus palabras cayeron en el silencio. Paula miró a todas partes menos a él. El sabía que ella había disfrutado con lo que acababa de suceder, que casi había pedido que sucediera.
Finalmente, Pedro se sentó y se pasó una mano por el pelo. Se lo veía firme, firme como una roca.
—Está bien. Si tú lo quieres, nos detendremos.
Esas palabras eran muy diferentes de las que Paula hubiera esperado oír en condiciones normales. Estaba volviéndose un poco cansador ese continuo comparar a Pedro con David... parecía que lo hacía constantemente, pero era algo muy humano pues se trataba de dos situaciones muy diferentes que reclamaban su atención, una en el pasado, la otra en el presente. Pero David nunca habría reaccionado así. Cada vez que ella había tratado de apartarse cuando él estaba decidido a poseerla, él se había comportado de mala manera, como un niñito malcriado. Solía enfurecerse y reprocharle su falta de respuesta, y casi siempre la obligaba a someterse. Y Pedro, en cambio, Pedro, a quien ella había alentado, ahora aceptaba su retirada sin tratar de ningún modo de hacerla cambiar de idea.
Paula se sintió miserable y lo miró, pero antes de hablar apartó los ojos.
—Lo siento. Yo...
—No tienes que explicar nada.
—Pero yo...
—Paula —la interrumpió firmemente él—, quiero que confíes en mí. Si tú no te sientes con ganas yo no quiero continuar. No soy un animal, puedo controlarme. Yo quiero complacerte, Paula. Hacer el amor no es bueno a menos que las dos personas disfruten por igual.
Una vez más Paula no supo qué contestar. Con frecuencia cada vez mayor, descubría que Pedro era una clase de hombre que ella nunca había conocido antes. ¿Era posible que fuera real?
Lo que pudo ser un momento incómodo entre los dos resultó algo diferente. Y Pedro también era responsable de eso.
Pedro se puso de pie y tendió una mano para ayudar a Paula a levantarse. Cuando ella vaciló, él le dirigió una sonrisa de aliento.
—Vamos —dijo con amabilidad—. El último que llegue a la cabaña es cola de perro.
Increíblemente, Paula empezó a reír. Nunca lo hubiera creído posible, pero así fue. Y cuando Pedro, fiel a su desafío, empezó a correr, ella también lo hizo. Llegaron a la puerta de la cabaña casi en el mismo instante, Pedro con una leve ventaja.
El la había dejado llegar casi juntamente. Sus largas piernas podían aventajarla mucho más sin esforzarse demasiado. Paula lo sabía, pero el brillo de alegría que iluminaba esos ojos castaños y la amplia sonrisa que se dibujó en ese rostro hermoso le impidieron manifestar sus sospechas en alta voz.
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