domingo, 2 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 17




La espera pareció interminable, pero por fin la escasa paciencia de Paula fue recompensada con el sonido de él que se acercaba. Cada uno de los músculos del cuerpo de Paula se tensaron cuando las pisadas de él se detuvieron junto a la puerta. El permaneció allí un momento, como indeciso, luego pasaron unos segundos después que él se retiró, y pronto Paula oyó cerrarse una puerta a corta distancia por el pasillo.


Como una conspiradora de una novela barata, sintió que la tensión desaparecía de su cuerpo sólo para ser reemplazada por otra clase de excitación... la que exigía acción. Sin embargo, se obligó a esperar un poco más, pues pensó que podría arruinarlo todo si se apresuraba demasiado. Pedro tenía que estar dormido, en caso contrario...


No, no pensaría en eso. Se obligó a jugar juegos mentales de memoria, las tablas de multiplicar, las obras teatrales en las que había intervenido cuando estaba en el colegio. Se concentró en cualquier cosa que no fuera su deseo de apresurarse.


Cuando por fin la cabaña estuvo en silencio durante lo que parecieron horas y que con toda probabilidad eran apenas treinta minutos, Paula se levantó de la cama y caminó silenciosamente sobre la alfombra. En la puerta se detuvo, con las palmas de las manos húmedas de transpiración. Con suma cautela, abrió apenas la puerta.


Nada se movía en ninguna parte, pero una luz suave que venía de la sala de estar lanzaba sus débiles rayos hacia el pasillo. Eso hizo que Paula parpadeara y echara la cabeza atrás para ocultarse detrás de la puerta. ¿Pedro todavía podía estar levantado? ¿Sus oídos la habían engañado cuando creyó que él se movía dentro de su habitación?


Con el corazón latiéndole con fuerza, Paula pensó en lo que tenía que hacer. Pasaron varios segundos y sus oídos no percibieron sonido alguno. Por lo tanto, después de aspirar profundamente, echó un vistazo y una vez más espió desde atrás de la puerta. La escena que vio fue la misma: silencio y la suave luz de la lámpara.


Paula enderezó los hombros mientras que un plan de contingencia se formaba rápidamente como la solución. Si era Pedro y todavía estaba despierto, podría darle la excusa de que no conseguía dormirse y quería un vaso de leche tibia. Quizá tendría que soportar algunas pullas de él, pero eso sería mejor que esperar y descubrir más tarde que la luz sólo había sido dejada encendida por costumbre. Y si ese era el caso, le resultaría mucho más fácil atravesar la cabaña. Por lo menos no tendría que preocuparse de no tropezar con algo y poner a él sobre aviso de sus intentos de escape.


Respirando apenas, Paula salió de la habitación y avanzó sigilosamente por el pasillo. Entonces, tal como había visto en centenares de series de televisión, se aplastó contra la pared junto al marco de la puerta de la sala de estar y lentamente adelantó la cabeza, centímetro a centímetro, hasta que pudo ver la habitación.


El alivio que la invadió fue enorme. Tal como lo había pensado, Pedro no estaba allí. La lámpara, con la llama muy baja, sólo había sido dejada encendida como orientación durante la noche. ¡Si ella hubiera esperado que la apagara, habría perdido inútilmente el tiempo!


Sin embargo, sabía que tenía que seguir moviéndose con mucha cautela. ¡Todavía no estaba completamente libre! Guiada por la luz, empezó una silenciosa salida de la cabaña.


Estaba en la mitad de la sala de estar cuando notó el gran bulto beige que dormía sobre una alfombrilla frente al hogar. ¡Príncipe! En todos sus planes se había olvidado completamente del perro. De inmediato Paula se detuvo y se reprochó su estupidez. Ahora, todo lo que faltaba para estropear sus planes era que crujiese una tabla del piso...


Con enorme decepción de Paula, mientras ella pensaba en esas palabras, el perro, que había estado durmiendo profundamente cuando ella se detuvo, pareció sentir su presencia y empezó a despertarse. Irguió las orejas, movió la cabeza y abrió lentamente los ojos, que parecían cubiertos por una película, pero mientras Paula lo observaba fascinada, la película desapareció y la enorme cabeza se elevó, dirigiendo los ojos a la forma congelada de ella.


Príncipe no se dejó engañar ni un solo segundo por la versión de una estatua que intentó ofrecer Paula. Sólo que en vez de saltar y delatarla con una serie de fuertes ladridos que sin duda despertarían al más sordo de los durmientes, el perro se limitó a mirarla con una expresión soñolienta en su cara, y empezó a mover lenta y débilmente la cola. Después, cachorro al fin, dejó caer la cabeza sobre la cómoda alfombrilla, entre las patas delanteras, y con un largo suspiro de canina felicidad, volvió a cerrar los ojos.


En ese momento, Paula no supo si reír o llorar. Pero se movió silenciosamente hacia la rústica puerta de madera. Con enorme economía de gestos, corrió la barra de madera y en un segundo más estuvo afuera.


De lo primero que tuvo conciencia cuando recobró su serenidad fue la oscuridad. Aquí, cuando caía la noche, era noche de verdad. 


Nunca había estado antes en una oscuridad tan profunda. En la ciudad siempre había luz que provenía de alguna fuente artificial. ¡Pero aquí! ¡Era casi imposible ver!


Su coraje vaciló cuando pensó en aventurarse sola en la oscuridad, pero rápidamente se recompuso. ¡Si se trataba de elegir entre el mal que conocía y el mal que pudiera esperar allá en lo oscuro, elegía este último!


Paula tanteó su camino hasta el porche y entonces se detuvo y alzó la vista para ver que el cielo era más claro comparado con la oscuridad de abajo pero que estaba nublado y la luz de la luna llena se encontraba oculta, como detrás de un espeso velo. Aún así daba algo de luz, y cuando esperó a que sus ojos se acostumbraran a la noche, pudo distinguir el sendero que se abría entre la gran masa de árboles a cada lado.


Paula tragó con dificultad y empezó a moverse lentamente hacia el camino, y cuando pasó junto a su automóvil, ahora inútil, casi no pensó en él, excepto reprocharse no haber aprendido a hacer un puente con alambres para el encendido. 


Entonces se volvió, y con el acompañamiento de las ranas arborícolas que croaban continuamente desde sus altos observatorios, y con los árboles cerrándose sobre ella hasta producirle la impresión de que la sofocaban, avanzó por el camino de arena apisonada.


Decir que Paula estaba fuera de su ambiente era decir poco, naturalmente. Nunca se había sentido tan vulnerable a la naturaleza, tan desnuda y sola. Se sentia completamente a merced de elementos que no conocía. Pero cuando siguió caminando, poniendo distancia entre ella y la cabaña, lentamente llegó a comprender que estaba ganando la batalla contra su miedo y que al final de esta experiencia, cuando estuviera una vez más a salvo en su apartamento de Houston, estaría convertida en una persona más fuerte. Habría enfrentado al enemigo que tenía dentro y lo habría derrotado.


Justamente cuando se estaba felicitando por su recién descubierta reserva de fuerzas, un sonido susurrante surgió de entre la maleza directamente delante de ella, y antes que tuviese tiempo de respirar, un animal de alguna clase que ella no pudo identificar salió al medio del camino.


Automáticamente Paula dio otro paso, pues el miedo todavía no había llegado a sus pies. Pero en seguida vaciló y se detuvo.


El animal también se detuvo. Era pequeño, con ojillos redondos y brillantes que refulgían en la penumbra, y miró a Paula directamente a la cara.


Paula sólo pudo mirar hacia atrás mientras su miedo crecía vertiginosamente. Lo más cerca de un animal salvaje que recordaba haber estado había sido en el zoológico... ¡y separada por una reja!


De pronto el animal empezó a moverse en dirección que Paula no vio con claridad. No sabía si la criatura seguía cruzando el camino o si se lanzaba al ataque. Con un gritito, ella saltó hacia atrás y empezó a brincar sobre uno y otro pie.


Sus excitados movimientos decidieron la situación, porque su pánico confundió al animal que, respondiendo al miedo con sus propio miedo, se lanzó al ataque como ella había temido.


Con el corazón palpitándole locamente y respirando jadeante, Paula echó a correr por el camino, deseosa solamente de encontrar un refugio. Había cubierto nada más que una corta distancia cuando tropezó de lleno contra algo que tenía la solidez de una muralla. Sólo que esta estructura estaba viva y tenía unos brazos que la rodearon con una ternura cálida, familiar.


En ese momento a Paula no le importó si había estado tratando de escapar de Pedro, no le importó que él, de alguna manera, se hubiera enterado de su intento de fuga y la hubiese seguido. Todo lo que le importó fue que él estuviera allí, que la abrazara, la protegiera. Un temblor incontrolable atravesó su cuerpo esbelto y Pedro aumentó la presión de sus brazos y con una mano apretó la cabeza de ella contra su pecho desnudo.


—¿Qué pasa? ¿Qué sucedió? —preguntó él con voz ronca.


Paula meneó la cabeza mientras sus dedos se aferraban sin inhibición alguna a la cálida piel y a los vellos suaves del pecho de él.


—¿Algo te asustó?


Si Paula se hubiera encontrado en mejores condiciones habría destrozado esa estúpida pregunta, pero ahora se limitó a asentir convulsivamente con la cabeza.


—¿Qué ocurrió?


Paula lanzó un leve gemido:
—Me persiguió...


—¿Qué?


Paula movió espasmódicamente la cabeza. No era así que ella había planeado que sería esta noche, pero conmovida como estaba, eso la tenía sin cuidado.


—¿Que tan grande era?


—N... no muy grande.


Sintió que el pecho de Pedro empezaba a estremecerse suavemente con una risa contenida. Se odió a sí misma por darle a él la oportunidad de ridiculizarla, pero no pudo hacer nada para detenerlo.


—Probablemente ha sido una zarigüeya o un coatí. Los bosques están llenos de ellos. En el peor de los casos pudo ser una mofeta.


Un estremecimiento volvió a conmover a Paula. Que le mostraran una arafla o un lagarto... y no le sucedía nada. Pero un animal salvaje... con dientes...


Pedro continuó:
—Ninguno de ellos te habría hecho daño a menos que tú hubieses tratado de atacarlos primero.


Siendo nacida y criada en Texas, aunque fuera en la ciudad, Paula lo sabía. Pero una cosa era hablar de los habitantes de las áreas lejanas y escasamente pobladas y otra completamente distinta toparse con esos mismos animales en forma totalmente inesperada. Incapaz de controlar su reacción, Paula se apretó más contra la tranquilizadora calidez de Pedro.


La única respuesta de Pedro fue reírse suavemente y estrecharla con más ternura.


Paula no tenía idea de cuánto tiempo permanecieron en el medio del camino, estrechamente abrazados. Sólo sentía el croar de las ranas y percibía la proximidad de Pedro y su risa por el innecesario despliegue de temor de ella.


Después de unos momentos, un cambio sutil empezó a insinuarse en el campo de fuerza del aire que los rodeaba y una chispa relampagueante de conciencia empezó a crecer con cada segundo que transcurría... una conciencia que era tan vieja como el tiempo, pero tan fuerte como cuando fue descubierta por primera vez, cuando el primer hombre se encontró con la primera mujer.


Con torturante pero embriagadora lentitud, los dedos de Pedro se hundieron entre la suavidad del pelo de Paula, y dulcemente la hicieron levantar la cara hacia él.


Como una muñeca a la que la mano del amo coloca en la mejor posición, Paula no se resistió al movimiento. Después levantó la mirada y vio la cercanía de las facciones de Pedro en la penumbra que los rodeaba. Lo que vio le llenó los sentidos y ella lo miró otra vez, incapaz de apartar los ojos, envuelta en una sensación arrolladora que hacía mucho, mucho tiempo que no experimentaba.


El primer contacto de los labios firmes de Pedro fue una exploración suavísima, cautelosa, y Paula supo que en ese momento tenía que apartarse, que tenía que detenerlo, que tenía que detenerse ella misma y recobrar el control de sus acciones, el dominio de su voluntad. Pero fueron pasando los segundos y Pedro seguía besándola, cada vez con más urgencia y osadía, y Paula sintió que su cuerpo empezaba a inflamarse con chispas de una vida que despertaba después de largo sueño, y fue incapaz de hacer nada de lo que su prudencia le dictaba.



PERSUASIÓN : CAPITULO 16




Como había previsto Pedro, los minutos y las horas que siguieron parecieron arrastrarse interminablemente, pero en vez de enfurecerse por la situación, Paula usó sabiamente su tiempo decidiendo cuál sería la mejor manera de escapar. Le vinieron a la mente numerosos planes, desde golpear a Pedro en la cabeza con una lámpara hasta levantar las tablas de piso de su perfectamente cerrada habitación y huir a través del espacio que había debajo de la cabaña, o fingir que había cambiado de opinión y que aceptaba comenzar a trabajar con él, para que cuando él bajara la guardia, desaparecer silenciosamente por la puerta principal. Pero debió descartar cada uno de esos proyectos por una u otra razón.


El plan por el que finalmente se decidió tenía todas las ventajas: era el más práctico, el que prometía mayores posibilidades de éxito y, además, era inmediato. Esperaría hasta que llegara la noche, se escabulliría de la cabaña después de que estuviera segura de que Pedro dormía, y caminaría, de ser necesario, todo el camino de regreso a Houston. 


¡Y si por cualquier razón no podía marcharse esta noche, lo haría a la siguiente! ¡O la siguiente! ¡O la siguiente! Su voluntad, de la que Pedro había hablado de manera tan caballeresca, se había decidido con obstinada determinación. Ella ganaría su libertad y lo haría con muy poca demora.


Al promediar el día sonó un golpe en su puerta, causándole a Paula tan violento sobresalto que casi se salió de su propia piel. Todo había estado hasta entonces muy silencioso dentro de la cabaña; en realidad, varias veces había estado tentada de salir para verificar si su secuestrador todavía seguía allí. Pero prevaleció la prudencia.


—Paula, soy Pedro —le informó la inconfundible voz ronca.


Paula dobló las piernas y las rodeó con sus brazos. Estaba sentada en medio de la cama, donde llevaba ya cierto tiempo. Había muy poco que hacer en la habitación.


—Creí que era Príncipe —replicó ella, deseosa de fastidiarlo, e irritada por haberse sobresaltado.


Hubo una pausa y ella se preguntó si por fin había logrado desconcertarlo. Pero cuando él habló, sus palabras sonaron cargadas de buen humor.


—No te creo. Bien, yo voy a almorzar. ¿Te gustaría comer algo?


Paula permaneció callada.


—¿Paula?


—Estoy aquí.


—Biftec, ensalada, panecillos...


El estómago de Paula rugió. Rápidamente, ella consiguió hacerlo callar y dijo, ácidamente:
—Vaya, eres un hombre muy doméstico puesto que sabes cocinar.


Pedro rió con ganas.


—Puede decirse que sí.


Nuevamente el silencio se impuso entre los dos.
Después de varios segundos, Pedro finalmente habló:
—¿Debo entender que estás tratando de decirme que no tienes apetito?


—Sí, has entendido bien.


Pedro suspiró.


—Bueno —dijo— ...si cambias de idea...


—No lo haré —llegó la respuesta, cada sílaba cargada con veneno.


—Quizá lo hagas —respondió él en tono amable, y añadió en tono de provocación y con doble sentido: — El hambre puede llevar a una persona a hacer cosas extrañas.


Al oír eso Paula tomó una almohada y la apretó con fuerza contra sus rodillas. Pero cuando ese intento de aflojar su tensión acumulada le falló, regresó a la infancia y sacó la lengua todo lo que pudo. La experiencia le resultó extrañamente satisfactoria. En seguida se llevó una mano a la boca para contener una risita que le vino cuando pensó en la imagen que debía estar ofreciendo. 


¿Quién iba a creer que tenía veinticuatro años? 


Sentada sobre la cama, con una almohada reducida a una pelota abollada sobre su regazo, y sacándole la lengua al hombre que estaba del otro lado de la puerta, en un pueril gesto de desafío. Cuatro años sería más exacto.


Con alivio, el motivo de sus problemas cambió de posición y pronto pudieron oírse las suaves pisadas que se alejaban por el pasillo.


La siguiente media hora la pasó torturada por el aroma del biftec que Pedro estaba asando para su almuerzo y que se filtraba por las hendiduras de la puerta. ¡Maldito individuo! ¡Sabía exactamente lo que estaba haciendo! Y también lo supo más tarde, porque para su comida de la noche, el aroma inconfundible de chile muy condimentado atacó los sentidos de Paula.


Para ser una mujer de su tamaño y esbeltez, Paula siempre había tenido un apetito enorme. 


Podía comer lo que quisiera y no aumentar un gramo, con gran envidia de sus amigas más regordetas. Ella suponía que tenía que ver con su metabolismo, pero además de ser una ventaja en circunstancias normales, tenía también su lado negativo. Le era tremendamente difícil saltarse una comida, y porque ahora se veía obligada a hacerlo dos veces en un mismo día, culpaba directamente a Alan Alfonso. Otro punto negativo para añadir al inventario... especialmente porque esta última vez ni siquiera le preguntó si quería participar.


Las horas que siguieron resultaron las más difíciles. Había llegado la noche, ella lo sabía por la disminución de la poca luz que entraba en la habitación y por la menor frecuencia con que oía el susurro del sistema de aire acondicionado de la cabaña. El mundo exterior estaba enfriándose como una preparación para el descanso y Paula apenas podía contener sus turbulentas emociones. Seguía acostada en la cama, mirando fijamente el vacío oscuro donde había estado el techo, y obligada a esperar, pero sin encender la lámpara a fin de que Pedro creyera que estaba dormida.




PERSUASIÓN : CAPITULO 15




Paula se apartó violentamente de él, más conmovida de lo que le hubiera gustado admitir por su propia reacción ante la proximidad del flexible cuerpo de él. Desde David, no... o más bien, no desde que estuvo con David por primera vez.


Paula sacudió desafiante su cabeza y su pelo suelto danzó en derredor de su cara.


El movimiento hizo que el perro se pusiera todavía más rígido y Pedro, que lo notó, le dio una orden terminante de que se sentara. Paula vio con amargura que el enorme perro obedeció inmediatamente.


¿Alan Alfonso creía que a todo el mundo podía darle órdenes tan fácilmente como al perro? ¿Creía que todos reaccionarían tan obedientemente? ¿El ser un escritor que hacía de Dios para sus personajes lo llevaba a pensar que las personas eran meras marionetas que debían moverse a su voluntad y capricho?


Paula alzó el mentón y enderezó sus esbeltos hombros. Bueno, si era así como pensaba él, en ella había encontrado una digna rival. Ella era tan decidida como él... e igualmente empecinada. La única diferencia era que sus objetivos estaban ubicados en dos polos diferentes: él quería que ella se quedara, ella quería marcharse.


La voz ronca y grave de Pedro interrumpió sus pensamientos y la hizo reaccionar a tiempo para oírle decir:
—No será tan malo, y si eso te hará más feliz, te retendré aquí solamente las dos semanas especificadas.


Ante esa magnánima concesión, el relámpago de zafiro fundido que brotó de los ojos de Paula habría podido perforar la piel de un elefante, pero Pedro apenas pareció notarlo.


—Tengo un manuscrito para pasar a máquina de un borrador —continuó él— y algunas revisiones menores.


Paula detuvo el río de palabras diciéndole exactamente y sucintamente qué podía hacer él con su dichoso manuscrito y revisiones.


Pedro rió muy divertido.


—No creo que eso sea anatómicamente posible, Paula—Continuó como si no hubiera sido interrumpido—...y algunas revisiones menores a otro manuscrito que tiene como último plazo para su entrega el último día de este mes.


Paula casi se ahogó. Empezó a tartamudear. No podría recordar otra oportunidad en su vida en que hubiera estado más furiosa, a causa de alguien que era casi un extraño.


—Si crees que yo voy a escribir tranquilamente a máquina mientras me tienes aquí contra mi voluntad... ¡entonces estás más enfermo de la cabeza de lo que yo pensaba! ¡No trabajaré para ti! ¡No pasaré a máquina una sola palabra! ¡Si quieres, puedes hacerlo tú mismo!


—Pero yo no sé escribir a máquina —dijo Pedro y la miró con una chispa de humor en los ojos.


—¡Peor para ti, entonces!


—Quizá cambies de idea.


—¡Ni lo sueñes!


Pedro se apoyó una vez más en la mesada, con un brillo de desafío en sus ojos castaños.


—Eso tendrá que ser sumado a todo lo demás en que tendremos que pensar más tarde.


Un delicado rubor rosado apareció en las mejillas de Paula.


—¡Nosotros no vamos a pensar en nada más tarde!


—¿Cómo?


—No... porque si voy a ser retenida como rehén, entonces yo actuaré como tal. Si esta cabaña será mi prisión, me voy a mi celda... y no volveré a salir hasta que tu recobres un poco de sensatez.


—Dos semanas es mucho tiempo para estar sola, sin nadie con quien hablar.


—Si la única alternativa que tengo es hablar contigo, antes me cortaría la lengua.


—Una decisión un poco drástica.


Paula arrugó su naricita.


—Pero apropiada —dijo.


El sentido del humor de Pedro, siempre presente, rompió los límites dentro de los cuales él había estado tratando de mantenerlo. Pedro empezó a reír suavemente.


—¡Paula, tú debes ser la persona más terca que he conocido jamás!


—¡Y tú el sujeto más detestable!


Los ojos de Pedro brillaron llenos de picardía.


—Entonces... —dijo— formamos una buena pareja... los dos muy parecidos.


Paula apretó los puños y sus uñas se clavaron en la carne blanda de las palmas de sus manos. 


La palabra asesinato apareció nítidamente en su cabeza. Pero de alguna manera logró recobrar su control. Nada conseguiría discutiendo con él. 


No, lo mejor que podía hacer era estar sola... para pensar, para planear.


Después de varios segundos, Paula dio media vuelta abruptamente, sin dignarse darle una respuesta.


Pero a Pedro nunca parecían faltarle las palabras, quizá porque era escritor, de modo que cuando ella se marchaba, dijo:
—Piénsalo, Paula. Piensa lo fácil que sería si dejaras de luchar contra ti misma y admitieras lo que los dos sabemos que es verdad, cuánto más fácil sería para los dos. La atracción es algo poderoso... una de las fuerzas más poderosas del mundo. Más fuerte todavía que la voluntad de una persona.


Paula, en un gesto infantil, se llevó las manos a los oídos mientras su corazón latía enloquecido. 


No quería escucharlo. ¡No iba a escucharlo ¡ Ya había pasado antes por todo eso.


Corrió a su habitación y cerró violentamente la puerta como si fuera el último bastión de seguridad entre ella y alguna especie de monstruo que pudiera devorarla.




sábado, 1 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 14




—¿Tus llaves?—Pedro repitió las palabras como si nunca hubiese oído mencionar esos objetos.


—Sí —siseó Paula—, ¡Ya sabes, esas cositas de metal que sacaste de mi automóvil!


Pedro se incorporó y el perro se permitió apartar momentáneamente su atención de la comida para posar sobre Paula sus ojos amarillos cargados de sospecha.


—¿Qué te hace pensar que yo las tomé? —preguntó Pedro por fin.


—¡El hecho de que tú eres la única otra persona que hay en este lugar! 


Una lenta sonrisa se insinuó en la boca de él y tuvo el efecto de hacer que el corazón de Paula diera un vuelco aun en el furioso calor de su cólera.


—¿Estás segura de que no las perdiste? —sugirió él con exasperante calma.


Paula se recobró. ¡Maldición! ¿Por qué este hombre? ¿Por qué ella? ¿Por qué ahora?


—¡Sí! —exclamó.


Pedro apoyó la espalda en la mesada, cruzó los brazos, y con sus ojos color canela la observó atentamente a través de sus largas pestañas oscuras. Se tomó varios segundos antes de hablar.


—Bueno, entonces creo que debo haber sido yo.


—¿Qué? —La oscura respuesta casi fue demasiado para la poca paciencia de Paula.


—Dije —repitió él con suavidad— que supongo que quizá fui yo quien las perdí.


—Perdidas... —dijo Paula, sin poder creer lo que oían sus oídos. 


—Me parece que recuerdo que anoche las tenía...


La cólera de Paula explotó.


—¡Encuéntralas, entonces! ¡Y tienes que encontrarlas ahora mismo!


Pedro no se inmutó.


—¿Cómo quieres que las encuentre si acabo de decirte que se perdieron?


—¡Se perdieron muy convenientemente! Tú las tienes en alguna parte, Pedro Alan Alfonso. ¡Y sabes perfectamente bien dónde están!


Otra lenta sonrisa cruzó los atractivos labios de él.


—No pensé que tú ibas a creer eso.


Paula abrió grandes los ojos.


—¡De modo que lo admites!


El alzó sus hombros musculosos.


—Supongo que tendré que admitirlo —dijo.
Paula no supo que decir a continuación. 


¡Parecía que él se divertía haciéndola correr en círculos! Finalmente, lanzó la única palabra que le vino a la mente:
—¡Pero esto es un secuestro!


El rechazó la palabra sin inmutarse.


—Llámalo como quieras —dijo—. Yo prefiero pensar que estoy protegiendo mis intereses comerciales. Te contraté para un trabajo y ahora tú estás tratando de abandonarme sin haber cumplido tu parte del trato.


—¡Nosotros no tenemos ningún trato! —Paula estaba lívida.


—Acuerdo, entonces.


—¡No tenemos ningún acuerdo!


—Tu agencia lo tiene.


—¡Al demonio con mi agencia! ¡Y contigo también!


Pedro tuvo la osadía de echarse a reír, la cual hizo que Paula se abalanzara contra él, perdido ya todo el control. Quería hacerle algo, cualquier cosa, perturbar esa confianza serena y burlona que él se tenía. Desde el principio él había sido un enemigo... casi una maldición.


Pero por alguna razón su plan no funcionó como ella había querido. En vez de no estar preparado para el ataque, Pedro pareció que la esperaba. 


Dio un paso a un costado en el momento que ella lanzó su cuerpo hacia adelante, y la rodeó con sus brazos de acero, inmovilizándola contra su pecho y deteniendo con su fuerza cualquier movimiento de resistencia que ella pudiera intentar.


Paula tenía el rostro congestionado por el esfuerzo cuando por fin se quedó quieta, pero con sus ojos violetas lanzando puñales de odio. 


El cuerpo de él era cálido, duro, y el almizclado perfume que usaba acentuaba su agresiva forma de masculinidad. Paula notó esas cosas como también notó que ahora el perro estaba erguido y rígido a su lado y que de su garganta salía un profundo y amenazador rugido de advertencia.


Pedro la miró a la cara.


—Tendrás que aceptarlo, Paula. No dejaré que te vayas.


Paula respondió con voz ligeramente temblorosa y jadeante:
—¡Te denunciaré a la policía!


—Eso tendrá que esperar hasta que encuentres un teléfono. Afortunadamente, o lamentablemente, según desde dónde lo mires, por aquí no hay ninguno.


—¡Presentaré cargos! —Su voz todavía seguía estremecida por la profundidad de su cólera.— ¡Estarás tanto tiempo en la cárcel que las autoridades se olvidarán de que estás allí!


Pedro frunció los labios.


—Esa será tu prerrogativa... cuando yo decida dejar que te vayas.


Paula se mordió el labio para contener las palabras airadas que trataban de saltar de su lengua. Era inútil. El parecía convencido de que tenía una respuesta para todo. Pero ella no estaba derrotada. ¡No, aún no!


Pedro aflojó un poco los brazos.


—Todo será mucho más sencillo si te relajas un poco. Como te dije antes, yo sólo quiero que tengamos una oportunidad de conocernos mejor. Y creo que si lo admites, tendrás que llegar a ponerte de acuerdo conmigo en que no sería una cosa tan terrible.


Paula cerró la boca con fuerza y lo fulminó con una mirada.


Pedro miró la cara terca, empecinada de ella, el pequeño mentón lleno de determinación, esos labios normalmente suaves y serenos que ahora estaban tensos, formando una fina línea, y la soltó completamente.