domingo, 2 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 17




La espera pareció interminable, pero por fin la escasa paciencia de Paula fue recompensada con el sonido de él que se acercaba. Cada uno de los músculos del cuerpo de Paula se tensaron cuando las pisadas de él se detuvieron junto a la puerta. El permaneció allí un momento, como indeciso, luego pasaron unos segundos después que él se retiró, y pronto Paula oyó cerrarse una puerta a corta distancia por el pasillo.


Como una conspiradora de una novela barata, sintió que la tensión desaparecía de su cuerpo sólo para ser reemplazada por otra clase de excitación... la que exigía acción. Sin embargo, se obligó a esperar un poco más, pues pensó que podría arruinarlo todo si se apresuraba demasiado. Pedro tenía que estar dormido, en caso contrario...


No, no pensaría en eso. Se obligó a jugar juegos mentales de memoria, las tablas de multiplicar, las obras teatrales en las que había intervenido cuando estaba en el colegio. Se concentró en cualquier cosa que no fuera su deseo de apresurarse.


Cuando por fin la cabaña estuvo en silencio durante lo que parecieron horas y que con toda probabilidad eran apenas treinta minutos, Paula se levantó de la cama y caminó silenciosamente sobre la alfombra. En la puerta se detuvo, con las palmas de las manos húmedas de transpiración. Con suma cautela, abrió apenas la puerta.


Nada se movía en ninguna parte, pero una luz suave que venía de la sala de estar lanzaba sus débiles rayos hacia el pasillo. Eso hizo que Paula parpadeara y echara la cabeza atrás para ocultarse detrás de la puerta. ¿Pedro todavía podía estar levantado? ¿Sus oídos la habían engañado cuando creyó que él se movía dentro de su habitación?


Con el corazón latiéndole con fuerza, Paula pensó en lo que tenía que hacer. Pasaron varios segundos y sus oídos no percibieron sonido alguno. Por lo tanto, después de aspirar profundamente, echó un vistazo y una vez más espió desde atrás de la puerta. La escena que vio fue la misma: silencio y la suave luz de la lámpara.


Paula enderezó los hombros mientras que un plan de contingencia se formaba rápidamente como la solución. Si era Pedro y todavía estaba despierto, podría darle la excusa de que no conseguía dormirse y quería un vaso de leche tibia. Quizá tendría que soportar algunas pullas de él, pero eso sería mejor que esperar y descubrir más tarde que la luz sólo había sido dejada encendida por costumbre. Y si ese era el caso, le resultaría mucho más fácil atravesar la cabaña. Por lo menos no tendría que preocuparse de no tropezar con algo y poner a él sobre aviso de sus intentos de escape.


Respirando apenas, Paula salió de la habitación y avanzó sigilosamente por el pasillo. Entonces, tal como había visto en centenares de series de televisión, se aplastó contra la pared junto al marco de la puerta de la sala de estar y lentamente adelantó la cabeza, centímetro a centímetro, hasta que pudo ver la habitación.


El alivio que la invadió fue enorme. Tal como lo había pensado, Pedro no estaba allí. La lámpara, con la llama muy baja, sólo había sido dejada encendida como orientación durante la noche. ¡Si ella hubiera esperado que la apagara, habría perdido inútilmente el tiempo!


Sin embargo, sabía que tenía que seguir moviéndose con mucha cautela. ¡Todavía no estaba completamente libre! Guiada por la luz, empezó una silenciosa salida de la cabaña.


Estaba en la mitad de la sala de estar cuando notó el gran bulto beige que dormía sobre una alfombrilla frente al hogar. ¡Príncipe! En todos sus planes se había olvidado completamente del perro. De inmediato Paula se detuvo y se reprochó su estupidez. Ahora, todo lo que faltaba para estropear sus planes era que crujiese una tabla del piso...


Con enorme decepción de Paula, mientras ella pensaba en esas palabras, el perro, que había estado durmiendo profundamente cuando ella se detuvo, pareció sentir su presencia y empezó a despertarse. Irguió las orejas, movió la cabeza y abrió lentamente los ojos, que parecían cubiertos por una película, pero mientras Paula lo observaba fascinada, la película desapareció y la enorme cabeza se elevó, dirigiendo los ojos a la forma congelada de ella.


Príncipe no se dejó engañar ni un solo segundo por la versión de una estatua que intentó ofrecer Paula. Sólo que en vez de saltar y delatarla con una serie de fuertes ladridos que sin duda despertarían al más sordo de los durmientes, el perro se limitó a mirarla con una expresión soñolienta en su cara, y empezó a mover lenta y débilmente la cola. Después, cachorro al fin, dejó caer la cabeza sobre la cómoda alfombrilla, entre las patas delanteras, y con un largo suspiro de canina felicidad, volvió a cerrar los ojos.


En ese momento, Paula no supo si reír o llorar. Pero se movió silenciosamente hacia la rústica puerta de madera. Con enorme economía de gestos, corrió la barra de madera y en un segundo más estuvo afuera.


De lo primero que tuvo conciencia cuando recobró su serenidad fue la oscuridad. Aquí, cuando caía la noche, era noche de verdad. 


Nunca había estado antes en una oscuridad tan profunda. En la ciudad siempre había luz que provenía de alguna fuente artificial. ¡Pero aquí! ¡Era casi imposible ver!


Su coraje vaciló cuando pensó en aventurarse sola en la oscuridad, pero rápidamente se recompuso. ¡Si se trataba de elegir entre el mal que conocía y el mal que pudiera esperar allá en lo oscuro, elegía este último!


Paula tanteó su camino hasta el porche y entonces se detuvo y alzó la vista para ver que el cielo era más claro comparado con la oscuridad de abajo pero que estaba nublado y la luz de la luna llena se encontraba oculta, como detrás de un espeso velo. Aún así daba algo de luz, y cuando esperó a que sus ojos se acostumbraran a la noche, pudo distinguir el sendero que se abría entre la gran masa de árboles a cada lado.


Paula tragó con dificultad y empezó a moverse lentamente hacia el camino, y cuando pasó junto a su automóvil, ahora inútil, casi no pensó en él, excepto reprocharse no haber aprendido a hacer un puente con alambres para el encendido. 


Entonces se volvió, y con el acompañamiento de las ranas arborícolas que croaban continuamente desde sus altos observatorios, y con los árboles cerrándose sobre ella hasta producirle la impresión de que la sofocaban, avanzó por el camino de arena apisonada.


Decir que Paula estaba fuera de su ambiente era decir poco, naturalmente. Nunca se había sentido tan vulnerable a la naturaleza, tan desnuda y sola. Se sentia completamente a merced de elementos que no conocía. Pero cuando siguió caminando, poniendo distancia entre ella y la cabaña, lentamente llegó a comprender que estaba ganando la batalla contra su miedo y que al final de esta experiencia, cuando estuviera una vez más a salvo en su apartamento de Houston, estaría convertida en una persona más fuerte. Habría enfrentado al enemigo que tenía dentro y lo habría derrotado.


Justamente cuando se estaba felicitando por su recién descubierta reserva de fuerzas, un sonido susurrante surgió de entre la maleza directamente delante de ella, y antes que tuviese tiempo de respirar, un animal de alguna clase que ella no pudo identificar salió al medio del camino.


Automáticamente Paula dio otro paso, pues el miedo todavía no había llegado a sus pies. Pero en seguida vaciló y se detuvo.


El animal también se detuvo. Era pequeño, con ojillos redondos y brillantes que refulgían en la penumbra, y miró a Paula directamente a la cara.


Paula sólo pudo mirar hacia atrás mientras su miedo crecía vertiginosamente. Lo más cerca de un animal salvaje que recordaba haber estado había sido en el zoológico... ¡y separada por una reja!


De pronto el animal empezó a moverse en dirección que Paula no vio con claridad. No sabía si la criatura seguía cruzando el camino o si se lanzaba al ataque. Con un gritito, ella saltó hacia atrás y empezó a brincar sobre uno y otro pie.


Sus excitados movimientos decidieron la situación, porque su pánico confundió al animal que, respondiendo al miedo con sus propio miedo, se lanzó al ataque como ella había temido.


Con el corazón palpitándole locamente y respirando jadeante, Paula echó a correr por el camino, deseosa solamente de encontrar un refugio. Había cubierto nada más que una corta distancia cuando tropezó de lleno contra algo que tenía la solidez de una muralla. Sólo que esta estructura estaba viva y tenía unos brazos que la rodearon con una ternura cálida, familiar.


En ese momento a Paula no le importó si había estado tratando de escapar de Pedro, no le importó que él, de alguna manera, se hubiera enterado de su intento de fuga y la hubiese seguido. Todo lo que le importó fue que él estuviera allí, que la abrazara, la protegiera. Un temblor incontrolable atravesó su cuerpo esbelto y Pedro aumentó la presión de sus brazos y con una mano apretó la cabeza de ella contra su pecho desnudo.


—¿Qué pasa? ¿Qué sucedió? —preguntó él con voz ronca.


Paula meneó la cabeza mientras sus dedos se aferraban sin inhibición alguna a la cálida piel y a los vellos suaves del pecho de él.


—¿Algo te asustó?


Si Paula se hubiera encontrado en mejores condiciones habría destrozado esa estúpida pregunta, pero ahora se limitó a asentir convulsivamente con la cabeza.


—¿Qué ocurrió?


Paula lanzó un leve gemido:
—Me persiguió...


—¿Qué?


Paula movió espasmódicamente la cabeza. No era así que ella había planeado que sería esta noche, pero conmovida como estaba, eso la tenía sin cuidado.


—¿Que tan grande era?


—N... no muy grande.


Sintió que el pecho de Pedro empezaba a estremecerse suavemente con una risa contenida. Se odió a sí misma por darle a él la oportunidad de ridiculizarla, pero no pudo hacer nada para detenerlo.


—Probablemente ha sido una zarigüeya o un coatí. Los bosques están llenos de ellos. En el peor de los casos pudo ser una mofeta.


Un estremecimiento volvió a conmover a Paula. Que le mostraran una arafla o un lagarto... y no le sucedía nada. Pero un animal salvaje... con dientes...


Pedro continuó:
—Ninguno de ellos te habría hecho daño a menos que tú hubieses tratado de atacarlos primero.


Siendo nacida y criada en Texas, aunque fuera en la ciudad, Paula lo sabía. Pero una cosa era hablar de los habitantes de las áreas lejanas y escasamente pobladas y otra completamente distinta toparse con esos mismos animales en forma totalmente inesperada. Incapaz de controlar su reacción, Paula se apretó más contra la tranquilizadora calidez de Pedro.


La única respuesta de Pedro fue reírse suavemente y estrecharla con más ternura.


Paula no tenía idea de cuánto tiempo permanecieron en el medio del camino, estrechamente abrazados. Sólo sentía el croar de las ranas y percibía la proximidad de Pedro y su risa por el innecesario despliegue de temor de ella.


Después de unos momentos, un cambio sutil empezó a insinuarse en el campo de fuerza del aire que los rodeaba y una chispa relampagueante de conciencia empezó a crecer con cada segundo que transcurría... una conciencia que era tan vieja como el tiempo, pero tan fuerte como cuando fue descubierta por primera vez, cuando el primer hombre se encontró con la primera mujer.


Con torturante pero embriagadora lentitud, los dedos de Pedro se hundieron entre la suavidad del pelo de Paula, y dulcemente la hicieron levantar la cara hacia él.


Como una muñeca a la que la mano del amo coloca en la mejor posición, Paula no se resistió al movimiento. Después levantó la mirada y vio la cercanía de las facciones de Pedro en la penumbra que los rodeaba. Lo que vio le llenó los sentidos y ella lo miró otra vez, incapaz de apartar los ojos, envuelta en una sensación arrolladora que hacía mucho, mucho tiempo que no experimentaba.


El primer contacto de los labios firmes de Pedro fue una exploración suavísima, cautelosa, y Paula supo que en ese momento tenía que apartarse, que tenía que detenerlo, que tenía que detenerse ella misma y recobrar el control de sus acciones, el dominio de su voluntad. Pero fueron pasando los segundos y Pedro seguía besándola, cada vez con más urgencia y osadía, y Paula sintió que su cuerpo empezaba a inflamarse con chispas de una vida que despertaba después de largo sueño, y fue incapaz de hacer nada de lo que su prudencia le dictaba.



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