domingo, 2 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 15




Paula se apartó violentamente de él, más conmovida de lo que le hubiera gustado admitir por su propia reacción ante la proximidad del flexible cuerpo de él. Desde David, no... o más bien, no desde que estuvo con David por primera vez.


Paula sacudió desafiante su cabeza y su pelo suelto danzó en derredor de su cara.


El movimiento hizo que el perro se pusiera todavía más rígido y Pedro, que lo notó, le dio una orden terminante de que se sentara. Paula vio con amargura que el enorme perro obedeció inmediatamente.


¿Alan Alfonso creía que a todo el mundo podía darle órdenes tan fácilmente como al perro? ¿Creía que todos reaccionarían tan obedientemente? ¿El ser un escritor que hacía de Dios para sus personajes lo llevaba a pensar que las personas eran meras marionetas que debían moverse a su voluntad y capricho?


Paula alzó el mentón y enderezó sus esbeltos hombros. Bueno, si era así como pensaba él, en ella había encontrado una digna rival. Ella era tan decidida como él... e igualmente empecinada. La única diferencia era que sus objetivos estaban ubicados en dos polos diferentes: él quería que ella se quedara, ella quería marcharse.


La voz ronca y grave de Pedro interrumpió sus pensamientos y la hizo reaccionar a tiempo para oírle decir:
—No será tan malo, y si eso te hará más feliz, te retendré aquí solamente las dos semanas especificadas.


Ante esa magnánima concesión, el relámpago de zafiro fundido que brotó de los ojos de Paula habría podido perforar la piel de un elefante, pero Pedro apenas pareció notarlo.


—Tengo un manuscrito para pasar a máquina de un borrador —continuó él— y algunas revisiones menores.


Paula detuvo el río de palabras diciéndole exactamente y sucintamente qué podía hacer él con su dichoso manuscrito y revisiones.


Pedro rió muy divertido.


—No creo que eso sea anatómicamente posible, Paula—Continuó como si no hubiera sido interrumpido—...y algunas revisiones menores a otro manuscrito que tiene como último plazo para su entrega el último día de este mes.


Paula casi se ahogó. Empezó a tartamudear. No podría recordar otra oportunidad en su vida en que hubiera estado más furiosa, a causa de alguien que era casi un extraño.


—Si crees que yo voy a escribir tranquilamente a máquina mientras me tienes aquí contra mi voluntad... ¡entonces estás más enfermo de la cabeza de lo que yo pensaba! ¡No trabajaré para ti! ¡No pasaré a máquina una sola palabra! ¡Si quieres, puedes hacerlo tú mismo!


—Pero yo no sé escribir a máquina —dijo Pedro y la miró con una chispa de humor en los ojos.


—¡Peor para ti, entonces!


—Quizá cambies de idea.


—¡Ni lo sueñes!


Pedro se apoyó una vez más en la mesada, con un brillo de desafío en sus ojos castaños.


—Eso tendrá que ser sumado a todo lo demás en que tendremos que pensar más tarde.


Un delicado rubor rosado apareció en las mejillas de Paula.


—¡Nosotros no vamos a pensar en nada más tarde!


—¿Cómo?


—No... porque si voy a ser retenida como rehén, entonces yo actuaré como tal. Si esta cabaña será mi prisión, me voy a mi celda... y no volveré a salir hasta que tu recobres un poco de sensatez.


—Dos semanas es mucho tiempo para estar sola, sin nadie con quien hablar.


—Si la única alternativa que tengo es hablar contigo, antes me cortaría la lengua.


—Una decisión un poco drástica.


Paula arrugó su naricita.


—Pero apropiada —dijo.


El sentido del humor de Pedro, siempre presente, rompió los límites dentro de los cuales él había estado tratando de mantenerlo. Pedro empezó a reír suavemente.


—¡Paula, tú debes ser la persona más terca que he conocido jamás!


—¡Y tú el sujeto más detestable!


Los ojos de Pedro brillaron llenos de picardía.


—Entonces... —dijo— formamos una buena pareja... los dos muy parecidos.


Paula apretó los puños y sus uñas se clavaron en la carne blanda de las palmas de sus manos. 


La palabra asesinato apareció nítidamente en su cabeza. Pero de alguna manera logró recobrar su control. Nada conseguiría discutiendo con él. 


No, lo mejor que podía hacer era estar sola... para pensar, para planear.


Después de varios segundos, Paula dio media vuelta abruptamente, sin dignarse darle una respuesta.


Pero a Pedro nunca parecían faltarle las palabras, quizá porque era escritor, de modo que cuando ella se marchaba, dijo:
—Piénsalo, Paula. Piensa lo fácil que sería si dejaras de luchar contra ti misma y admitieras lo que los dos sabemos que es verdad, cuánto más fácil sería para los dos. La atracción es algo poderoso... una de las fuerzas más poderosas del mundo. Más fuerte todavía que la voluntad de una persona.


Paula, en un gesto infantil, se llevó las manos a los oídos mientras su corazón latía enloquecido. 


No quería escucharlo. ¡No iba a escucharlo ¡ Ya había pasado antes por todo eso.


Corrió a su habitación y cerró violentamente la puerta como si fuera el último bastión de seguridad entre ella y alguna especie de monstruo que pudiera devorarla.




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