domingo, 1 de abril de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 33




—Estás tan callada que sé que te pasa algo —dijo Chantie mientras Paula se ocupaba de la caja a última hora de la tarde del día siguiente—. Se trata de Pedro, ¿verdad?


—Hmm.


Paula cerró la caja. Aquella mañana había asomado la cabeza en la propiedad de su vecino y había visto que su coche aún estaba aparcado. Sin embargo tenía el presentimiento de que pronto se marcharía. Los hombres como Pedro nunca cambiaban, se dijo. Ni siquiera había ido a verla después de lo ocurrido, y eso no podía sino significar que estaba muy enfadado. No había vuelto a saber nada de él, pero toda la culpa era suya por tratar de ayudarlo, pensó. 


Por una vez en la vida hubiera sido mejor que se metiera en sus propios asuntos. Y Pedro se lo había advertido..


Tenía que admitir, sin embargo, que él ya no era el ser más desgraciado de este mundo. Ella lo era, recapacitó.


—Yo lo único que sé es que tú lo quieres —continuó Chantie—. Lo que no comprendo es por qué no luchas por él.


—Porque Pedro no necesita ni quiere a nadie en su vida, Chantie —respondió Paula—. Él adora su vida privada, ni siquiera tiene amigos. ¿Crees que yo podría enamorarme de una persona así?


—Vamos a ver —dijo Chantie apoyando un codo sobre el mostrador—. Ese hombre es piloto, es terriblemente atractivo, y la verdad es que tú le gustas mucho. Todo eso junto es más raro que el cometa Haley, y si no sales con él es que estás loca.


—Lo estoy —musitó Paula entre dientes.


— ¡Whoa! ¡No me digas! ¿Sales con él? —Exclamó Chantie —. ¿Y qué tal fue? —preguntó en un tono de voz infantil.


—Quiero decir que él me está volviendo loca — contestó Paula seria.


—Sí, seguro que eso era lo que querías decir. Piloto, más atractivo que el diablo, le gustas, y encima es bueno en la cama. Creo que voy a pedirte que me compres un billete de lotería, eres la chica más afortunada de Ohio. Sabes que si quieres yo puedo hacerme cargo de la tienda, puedes seguirlo hasta el fin del mundo y ser feliz para siempre... los dos, juntos. De modo que, ¿qué te detiene?


—Creo que estás simplificando demasiado la situación —contestó Paula tomando un bombón de la caja que Pedro le había regalado y ofreciéndole a Chantie, que lo rechazó—. Una relación entre dos personas nunca debe basarse en el hecho de que ambos se gusten o sean compatibles en la cama. Eso no puede durar. Tiene que haber amor.


—Eso dices tú. Me estás lanzando toda esa propaganda de conciliadora matrimonial mientras por el otro lado te lo estás pasando bien —señaló Chantie—. Será mejor que te olvides de todas esas ideas y vivas la vida un poco, querida. No dejes que se te escape la mejor oportunidad de tu vida. 
¡Vaya! Si tú no lo quieres, déjame que le eche el lazo yo.


Una ola de celos invadió a Paula, que abrió la boca sorprendida. Estuvo a punto de contestar que no, pero luego recordó: ella no tenía ningún derecho sobre Pedro.


— ¡Vaya! —Exclamó Chantie señalando a Paula con un dedo—. Si te hubieras visto la cara cuando te he dicho eso te habrías dado cuenta de lo que sientes por él. Quizá incluso estés enamorada, sólo que ni siquiera te das cuenta.


—No estoy enamorada —negó Paula con rotundidad comiendo otro bombón y dejando que el chocolate se derritiera en su boca.


La intensidad de los celos que había sentido no podía ser sino algo físico, pensó. Tenía que serlo. Ella y Pedro no estaban enamorados. ¿O sí?, se preguntó. El amor no era confusión y nervios, recapacitó. El amor era algo estable, algo sólido, algo en lo que confiar. El amor era lo que ella había sentido con Ramiro, y sabía que no volvería a sentirlo.


¿O no era eso el amor?, volvió a preguntarse dejando la caja de bombones sobre el mostrador.


—Eso está mejor —asintió Chantie en aprobación—. Tienes que mantener la figura si vas a cazar a un hombre como Alfonso.


—Él dijo que tenía un cuerpo precioso —contestó Paula sacudiendo la cabeza.


—Yo también quiero a un hombre que me admire de ese modo —gimió Chantie—. ¿Y dices que él tampoco sabe que está enamorado?


—Yo no estoy enamorada —insistió Paula.


—No, ni estás enamorada ni quieres que se quede en Bedley Hills...


—Por supuesto que quiero que se quede, no le habría sacado el aire a sus neumáticos si no fuera así —Chantie gritó dé regocijo—. ¡Dios! ¡Por qué te lo habré dicho! —exclamó Paula mirando al techo.


Chantie rió aún más fuerte.


—Creo que el chocolate te está derritiendo el cerebro. Cómete otro par de bombones y dime exactamente qué hiciste.


—No lo hice por lo que tú crees. Él tiene un asunto pendiente aquí, con su padre, pero estaba dispuesto a marcharse sin arreglarlo.


—Más bien un asunto pendiente contigo, diría yo —comentó Chantie—. ¿Cuándo vas a admitir que estás enamorada de él?


—¿Cuándo? —repitió Paula.


¿Por qué no se había marchado a casa media hora antes?, se preguntó. ¿Por qué tenía que contestar a esa serie de preguntas?


Porque si él no se había marchado, se contestó en silencio, iba a tenerlo a sólo unos pasos en lugar de a miles de kilómetros. Tenía que enfrentarse a la realidad. Pedro estaba completamente fuera de su alcance.


—¿Cuándo? —repitió Chantie.


Paula recogió su bolso y se lo colgó en el hombro. Se entretuvo luego otro minuto más buscando las llaves del coche y por último se volvió hacia Chantie.


—¿Qué prefieres, que te conteste, o un cheque a fin de mes?


—Será mejor que te aclares, cariño, si no quieres perder de vista la mejor oportunidad de tu vida.


—Ramiro fue la mejor oportunidad de mi vida — negó Paula.


—Puede que Ramiro consiguiera que te brillaran los ojos, pero cada vez que hablas de Pedro te ocurre algo especial.


—¿Y serías tan amable de decirme qué puede ser?


—Te ruborizas, se te abren los ojos inmensamente, se te ponen las rodillas flojas y la mirada perdida. Mi madre llamaba a eso la fiebre del amor.


—Entonces tu madre debería de haber sido consejera matrimonial, no yo —contestó Paula dándose la vuelta y encaminándose hacia la puerta.


—¿A dónde vas? —gritó Chantie.


— A casa —contestó Paula mirándola por encima del hombro—. Si es cierto que tengo esa fiebre por Pedro lo mejor que puedo hacer es poner los pies en alto, tomarme un par de aspirinas y esperar a que se me pase.


Eso era lo que Paula hubiera deseado, pero al llegar a casa y ver el coche de Pedro supo que no había en el mundo aspirinas suficientes para curar su mal.



POR UNA SEMANA: CAPITULO 32




Al ver que Paula no respondía, Pedro se dio la vuelta y entró en casa de Lucas. La maldijo en silencio y recapacitó. Desde el instante mismo de conocerla, Paula había trastocado su vida. 


No tenía derecho a contarle a Lucas la verdad, se dijo.


Entonces se acordó de su padre. Parpadeó y lo miró. De pronto le pareció mucho más mayor.


—¿Es eso cierto? —preguntó Lucas. 


Pedro no contestó, y su padre no dijo nada más. 


Nada. 


Simplemente estaba de pie, con aspecto de haber recibido el mayor shock de su vida.


Aquello no debería de haber ocurrido, se dijo Pedro. Había vuelto a visitar a su padre para que pudiera hacer las paces consigo mismo antes de que él se marchara, pero Paula lo había echado todo a perder. Nunca hubiera debido de confiar en nadie, se reprendió, y sin embargo qué pronto lo había olvidado. Su vieja reserva y discreción resurgieron en él, helando el cálido sentimiento que había nacido lentamente en su interior. Se había dejado llevar por la ilusión, se dijo, había creído que Paula era diferente, pero en el fondo no había sido más que una estupidez. La confianza sólo conducía al desengaño, recapacitó.


Pero lo que Pedro de ningún modo comprendía era por qué había hecho aquello Paula ¿Por venganza?, se preguntó. De todos modos, se dijo, la razón era lo de menos. Lo importante, lo que más le dolía, era que Paula fuera como los demás, de que hubiera pensado primero en sí misma.


—¿Hijo?


—Te mentí —consiguió decir Pedro mirando a los ojos a su padre—. Paula ha dicho la verdad. Probablemente soy el ser más desgraciado que ella haya conocido jamás, sólo que quizá con eso de desgraciado quería decir que soy un canalla.


—Puede que no la conozcas desde hace mucho, pero ella parece muy preocupada por ti.


—La vida de Paula es una constante preocupación por los demás. Se preocupa por todos excepto por sí misma. Sería mejor que se dedicara a buscar a alguien de quien enamorarse —añadió sin querer pensar en que aquello fuera posible.


—Me da la sensación de que entre ella y tú hay mucho más de lo que cuentas —contestó Lucas sentándose en el sillón.


—Y más que va a haber —respondió Pedro caminando de un lado a otro del salón. Pensaba ir a verla en cuanto saliese de allí—. La voy a...


No, se dijo, ella era una mujer. De pronto toda su ira se disipó, se dejó caer sobre el sofá y trató de relajarse. Sin embargo sí podía gritar, pensó, y se sentía muy capaz de gritarle unas cuantas cosas a Paula Chaves.


No obstante, ¿no tenía ella razón en que le hacía falta alguien en su vida?, se preguntó. Se levantó, se pasó las manos por el cabello y miró a su padre, que parecía absorto en sus propias cavilaciones. Podía admitir que había vivido solo y comenzar a cambiar su vida para mejor, se dijo, o despedirse de su padre y retirarse de nuevo a su isla de cristal. Sólo que desde que Paula había aparecido aquella isla le resultaba fría e inhóspita, recapacitó, quería ser feliz. 


Además, aunque eligiera el camino correcto, no necesitaba perdonar a Paula, se dijo asintiendo.


—Paula no debería de haberte dicho nada, pero sí, es cierto. Te mentí sobre el hecho de que fuera feliz. Me gusta volar, pero aparte de eso... —respiró hondo y lo soltó—: Aparte de volver y buscar a Guillermo, no tengo una vida muy satisfactoria.


—Lo siento, lo repetiré hasta el día de mi muerte si así lo deseas. Y por favor, piensa que siempre estaré aquí si me necesitas.


Pedro asintió y tragó. Una ola de afecto calentó su corazón. 


Parpadeó y trató de ahogar la emoción. Se estaba comportando como un niño, pensó. Era un adulto, podía manejar la situación.


—¿Hijo?


—Necesito pensar —contestó Pedro poniéndose en pie. Lucas se levantó del sillón —. Tengo que marcharme a Virginia, eso no era mentira, pero puedo quedarme aquí unos días más y venir a verte alguna vez.


Lucas se restregó los ojos como si se le hubiera metido algo dentro. Luego le ofreció la mano a su hijo y Pedro se quedó mirándola durante unos segundos. Y entonces hizo algo que ni siquiera él se hubiera imaginado capaz de hacer: se inclinó y abrazó a su padre.



sábado, 31 de marzo de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 31




Paula estaba encantada de que Pedro hubiera cambiado de opinión, pero desconfiaba. Él seguía empeñado en hacerle creer a Lucas que era feliz, no iba a decirle la verdad. Seguía huyendo, pensó, aunque por fin demostrara que Lucas le importaba.


Y además se sentía herida. Su transformación no tenía nada que ver ni con ella ni con su relación. Sin embargo, a pesar de todo, asintió. Aquello era lo máximo que podía esperar de un par de ruedas desinfladas, reconoció en silencio. Padre e hijo volverían a reunirse una vez más. Podía hacerse pasar por su mujer durante una noche más, se dijo, si con ello conseguía lo que esperaba: la felicidad de Pedro. Si no era así, pensó, al menos estaría cerca de él y tendría tiempo para hacerle comprender que podía ser feliz.


Si él tenía que abandonarla, pensó, ella tenía que hacerle cambiar su vida. De otro modo no le dejaría marchar. No sabiendo que iba a pasar el resto de su vida en soledad. No, se dijo, cuando estaba enamorándose de él.


El padre de Pedro tenía una reunión de Alcohólicos Anónimos aquella noche, de modo que tuvieron que esperar un día entero para hacerle la visita. Lucas quiso faltar a la reunión, pero Pedro se opuso. Lo último que deseaba, le contó a Paula, era ser responsable de que su padre perdiera el tren. Para Paula aquello resultaba prometedor. Pedro parecía preocuparse por su padre, pensó.


Pasaron una hora aproximadamente en casa de Lucas. Pedro escuchó a su padre, escuchó la historia de cómo había caído en lo más profundo para luego salir a flote e, incluso, aunque sin entrar en detalles, le contó algo de la suya, su vida en las calles. Lucas estuvo escuchándolo con los ojos llenos de lágrimas y se disculpó. Pedro sencillamente asintió. A pesar de que nadie pronunció la palabra perdón el ambiente fue sereno, y Paula comprendió que ambos empezaban a congeniar.


Para Paula la única parte difícil de aquella visita fue ver a Pedro interpretando el papel de amante esposo. Seguía enfadada con él, pero no podía evitar inclinarse hacia su lado o dejar una mano sobre su muslo mientras hablaba. Su cuerpo parecía decir constantemente que una sola noche no era suficiente, de modo que ella misma se vio obligada a hacerlo callar.


Enseguida se despidieron de Lucas. Pedro le prometió escribir. Le estaba contando que acababa de recibir la orden de presentarse en la base aérea de Langley, en Virginia, cuando su padre preguntó:
— ¿Y entonces Paula podrá ir contigo? —Pedro asintió. Paula se sentía incómoda. Contuvo el aliento mientras ambos hombres se estrechaban la mano y luego Lucas añadió—. No debería de haber dudado de ti, Pedro. Veo que has sabido labrarte una vida feliz. No sé cómo te las has arreglado, pero estoy contento y orgulloso de ti. Ahora descansaré tranquilo sabiendo que has conseguido superar lo que os hice a los tres, a Guillermo a tu madre, y a ti.


Paula sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Pedro se mostraba reservado. ¿Cómo era posible que Lucas no se diera cuenta?, se preguntó. Lucas era feliz creyendo en una mentira, pensó. Aquello no estaba bien, se dijo tratando de decidir qué hacer.


—Sí, Lucas, estaré bien —confirmó Pedro—, de verdad.


—Bien. Ése ha sido mi sueño desde que pensé en reunir a toda la familia de nuevo —contestó Lucas apretando más la mano de Pedro.


Paula sentía que los segundos iban pasando. Si no hacía algo en ese mismo instante, mientras padre e hijo estaban juntos, Pedro se marcharía y sería tarde, pensó. Él le había dicho que escribiría a su padre, pero jamás volvería a Bedley Hills. Ver a Lucas le traía demasiados malos recuerdos, le explicó. Y además aún tenía que encontrar a Guillermo. Para Paula, aquella noche no había cambiado en nada la vida de Pedro.


Paula parpadeó y tragó. Pedro nunca sería capaz de sentir amor mientras alguien no se lo enseñase, reflexionó. Sabía qué tenía que hacer, y sabía perfectamente que Pedro no lo entendería como un gesto de amor. Siempre la odiaría.


—Paula y tú os mantendréis en contacto conmigo, cuento con ello —dijo Lucas.


—No te preocupes, Lucas —contestó Paula—, yo sí que lo haré. Vivo en esta ciudad.


Lucas frunció el ceño.


—Paula, por favor, no lo hagas —rogó Pedro.


Paula miró a Lucas. Prefería mirar al padre antes que mirar a Pedro y ver la traición reflejada en sus ojos. Eso era algo que no podría soportar, se dijo.


—No estamos casados, Lucas. Pedro me conoció hace un par de semanas aquí, en Bedley Hills, y me convenció para que me hiciera pasar por su mujer. Quería que tú pensaras que era feliz, pero no es verdad. Es muy desgraciado —añadió con los ojos llenos de lágrimas—, y necesita a alguien en su vida, Lucas. Si no puedo ser yo, espero que tú puedas estar con él.


Después de decir aquellas palabras, Paula se volvió y se marchó. Ignoró la voz de Pedro que la llamaba y se alejó cuanto pudo. Aún era pronto y había luz, así que esperaba que Pedro la dejara volver caminando a casa.


Durante todo el trayecto luchó contra el deseo de llorar. 


Aquello era lo mejor que podía hacer por Pedro, se repetía en silencio. O hacía las paces con su pasado o lo sacaba todo a la luz, allí mismo, con su padre. De un modo u otro, pensó, tendría la oportunidad de ser feliz. Estaba segura de que no querría volver a verla, pero quizá fuera mejor. 


Eran demasiado diferentes el uno del otro, recapacitó. Si enfrentarse a su padre le servía de ayuda y volvía a su lado, mejor que mejor, pero sabía por experiencia que no iba a ser así.






POR UNA SEMANA: CAPITULO 30



Después del trabajo, Paula se acomodó en el mejor sillón de su casa y se quitó las sandalias. 


Había conseguido sobrevivir a aquel día, pero su corazón no estaba tan feliz como era habitual. 


Cada pareja que entraba en la tienda le recordaba lo que nunca podría alcanzar con Pedro.


Unos golpes en la puerta interrumpieron sus tristes pensamientos. Nada más volver a casa le había dicho a Ian Simmons que quería ver a su hermano Frankie. 


Quería preguntarle por los clavos que supuestamente le había robado a Pedro. No dudaba de él, pero antes de hablar con Karen, la madre del chico, quería conocer la versión de Frankie.


Por eso, al abrir la puerta, la última persona a la que esperaba ver era a don No Molestar. 


Llevaba una caja de bombones con forma de corazón en la mano. La sorpresa, la excitación y la alegría porque Pedro no se hubiera ido la impidieron decir nada. ¿Qué pretendía?, se preguntó. No lo sabía, pero seguía enfadada por lo de aquella mañana, de modo que hizo lo primero que se le ocurrió: le cerró la puerta en las narices.


Segundos después, él volvió a llamar y ella abrió.


Pedro, eres un idiota...


—Lo sé.


Paula bajó los ojos. Su corazón dio un vuelco al ver que Pedro se había arrodillado. Los hombres como Pedro nunca se arrodillaban, pensó, a menos que...


—He venido a ofrecerte paz y a pedirte un favor —dijo él.


Paula suspiró y tomó la caja de bombones dejándola sobre una mesa cerca de la puerta. 


Aquello no era una proposición, se dijo, por supuesto. Eso sería una estupidez por parte de los dos, pensó. Hasta ella lo comprendía. Quizá tuvieran una relación tormentosa, pero no era amor.


—Esa postura no debe de ser muy cómoda —comentó Paula cruzándose de brazos—. Te debes de estar haciendo daño en las rodillas.


—Sí, ¿puedo levantarme? —preguntó Pedro esperanzado mientras sus ojos negros se encontraban con los de ella.


—No —contestó Paula sacudiendo la cabeza. Pedro dejó caer la suya con un gesto casi infantil. Paula sintió que su corazón se ablandaba, pero a pesar de todo...—. A ese carácter tuyo le viene bien sufrir.


—¿A mi carácter, o a tu orgullo femenino?


—Míralo así —sonrió débilmente—: si me vas a pedir algo que yo no quiero hacer te pegaré. Al menos en esa postura la distancia hasta el suelo es más corta.


—¿Conocen tus vecinos esa vena sádica tuya?



—No, es la primera vez que surge en mí. Según parece sabes sacar lo peor de mi carácter.


—Te lo dije, pero no me escuchaste —contestó Pedro moviéndose incómodo.


—Pues ahora te estoy escuchando —dijo Paula dando un paso adelante para salir al patio—. ¿Cuál es ese favor?


—No te lo pediría... es decir, sé que no debería de pedirte nada después de la discusión de esta mañana, pero... pero el hecho es que me importa mucho lo que tú opines de mí...


—Limítate a pedir, Pedro, no te andes con rodeos. Y por el amor de Dios, ponte de pie.


Pedro se puso en pie y se restregó las rodillas aliviado. Paula no sabía qué pensar. De modo que le importaba lo que ella opinara, repitió en silencio. Aquello tenía que significar algo. Sin embargo, una vez más, no se atrevía a concebir esperanzas.


—Quiero que vuelvas a hacerte pasar por mi mujer. Esta noche.


—Supongo que eres demasiado inteligente para pedirme que me acueste contigo —respiró hondo y lo miró a los ojos—, así que debes de referirte a fingir delante de tu padre, ¿no?


—No sé si puedo contarle la verdad —asintió Pedro—, pero al menos puedo tratar de conocerlo un poco mejor.


—¿Y cómo es que has cambiado de opinión?


—Bueno, supongo que debías de tener una buena razón para desinflarme las ruedas, y no creo que fuera por Lucas —explicó serio, examinando su rostro para ver su reacción—. Lo hiciste para demostrarme algo, así que estuve pensando y pensando, y al final decidí que debía de reconsiderar lo que estaba haciendo aquí. Aunque no sienta nada por Lucas, supongo que no debería de marcharme con rencor —Paula tenía la vista fija sobre él—. ¿Qué estás pensando?


—Pensaba que si con desinflar ruedas basta para conseguir que dos personas se reconcilien he estado perdiendo el tiempo —contestó Paula a punto de reír. No había nada de divertido, sin embargo, en todo aquello—. ¿Aún quieres hacerle creer que eres feliz?


—No soy tan infeliz, Paula —respondió Pedro encogiéndose de hombros—. ¿Lo harás? Sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero sólo será una noche.


—¿Y me lo pides después de reprocharme que me entrometo en tu vida?


—Ahora soy yo quien te lo pide, no te estás entrometiendo.




POR UNA SEMANA: CAPITULO 29




Pedro vio de pronto un brillo de ira y dolor en los ojos de Paula. Ella se dio la vuelta y comenzó a correr hacia la carretera. No debería de haber dicho aquello, pensó Pedro


Paula tampoco podía cambiarse a sí misma. Sin embargo, aquel comentario sobre su falta de carácter le había herido en lo más profundo, y su primera reacción había sido la de responder.


Se sentía herido, lleno de ira. No era cierto que no tuviera carácter, se dijo en silencio. Había conseguido rehacer su vida, a pesar de su pasado. Podía ponerla en orden, y se aseguraría de que Paula lo supiera antes de marcharse.


Sin embargo lo primero era arreglar las ruedas. 


Eli Tuttle se ofreció a ayudarlo, y Pedro le contó lo que Paula había hecho para retenerlo.


—Si una mujer me hiciera eso a mí, chico —comentó Tuttle—, me quedaría y dejaría que disfrutara de mi compañía.


Pedro seguía enfadado, pero en su fuero interno sabía que Tuttle tenía algo de razón. Mientras arreglaban las ruedas y volvían en el camión estuvo reflexionando. Había llegado a una conclusión. Trataría de reconciliarse con su padre, se dijo. No se sentía capaz de perdonar, pero sí al menos de marcharse sin rencores. 


Hubiera preferido desaparecer, pero no podía hacerlo sin obtener primero el respeto de Paula. 


No sabía por qué, pero lo necesitaba.


Y, entre tanto, quizá pudiera volver a estrechar a Paula entre sus brazos antes de despedirse para siempre, pensó. Pedro suspiró, seguro de su decisión. Tendría que ir a ver a Paula y rogarle que lo perdonara, se dijo. Pedirle su ayuda. Entrar en territorio enemigo.



****

¿Qué podía hacer para demostrarle a su hijo que había cambiado?, se preguntó Lucas una vez más. Probablemente nada, le habían respondido sus compañeros de Alcohólicos Anónimos. Su hijo no tenía deseos de reconciliarse con él, su herida no tenía cura.


Había vuelto del trabajo y necesitaba distraerse, de modo que encendió la televisión y se puso a ver su programa favorito de entrevistas. Lo llamaban el show emocional, y era emocionante escuchar cómo otras personas habían logrado cambiar sus vidas para mejor.


Diez minutos más tarde, Lucas estaba absorto en el programa. Esperaba que la presentadora diera algún número de teléfono para más información. Aquél día dedicaban el show a gente que había perseguido y alcanzado sus sueños.


Una mujer de entre las entrevistadas mencionó un seminario que le había ayudado a conseguirlo. Se trataba de unos cursos impartidos por un tal Guillermo Alfonso. ¿Sería su hijo?, se preguntó Lucas.



Estuvo aguardando más información y rogando por que fuera él. Quería contactar con su hijo, pero sobre todo esperaba que el pasado no lo hubiera amargado tanto como para no querer reunirse de nuevo con su familia. Si era así, pensó, volver a verlo sería doloroso, pero merecía la pena si conseguía ayudar a Pedro