domingo, 1 de abril de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 33




—Estás tan callada que sé que te pasa algo —dijo Chantie mientras Paula se ocupaba de la caja a última hora de la tarde del día siguiente—. Se trata de Pedro, ¿verdad?


—Hmm.


Paula cerró la caja. Aquella mañana había asomado la cabeza en la propiedad de su vecino y había visto que su coche aún estaba aparcado. Sin embargo tenía el presentimiento de que pronto se marcharía. Los hombres como Pedro nunca cambiaban, se dijo. Ni siquiera había ido a verla después de lo ocurrido, y eso no podía sino significar que estaba muy enfadado. No había vuelto a saber nada de él, pero toda la culpa era suya por tratar de ayudarlo, pensó. 


Por una vez en la vida hubiera sido mejor que se metiera en sus propios asuntos. Y Pedro se lo había advertido..


Tenía que admitir, sin embargo, que él ya no era el ser más desgraciado de este mundo. Ella lo era, recapacitó.


—Yo lo único que sé es que tú lo quieres —continuó Chantie—. Lo que no comprendo es por qué no luchas por él.


—Porque Pedro no necesita ni quiere a nadie en su vida, Chantie —respondió Paula—. Él adora su vida privada, ni siquiera tiene amigos. ¿Crees que yo podría enamorarme de una persona así?


—Vamos a ver —dijo Chantie apoyando un codo sobre el mostrador—. Ese hombre es piloto, es terriblemente atractivo, y la verdad es que tú le gustas mucho. Todo eso junto es más raro que el cometa Haley, y si no sales con él es que estás loca.


—Lo estoy —musitó Paula entre dientes.


— ¡Whoa! ¡No me digas! ¿Sales con él? —Exclamó Chantie —. ¿Y qué tal fue? —preguntó en un tono de voz infantil.


—Quiero decir que él me está volviendo loca — contestó Paula seria.


—Sí, seguro que eso era lo que querías decir. Piloto, más atractivo que el diablo, le gustas, y encima es bueno en la cama. Creo que voy a pedirte que me compres un billete de lotería, eres la chica más afortunada de Ohio. Sabes que si quieres yo puedo hacerme cargo de la tienda, puedes seguirlo hasta el fin del mundo y ser feliz para siempre... los dos, juntos. De modo que, ¿qué te detiene?


—Creo que estás simplificando demasiado la situación —contestó Paula tomando un bombón de la caja que Pedro le había regalado y ofreciéndole a Chantie, que lo rechazó—. Una relación entre dos personas nunca debe basarse en el hecho de que ambos se gusten o sean compatibles en la cama. Eso no puede durar. Tiene que haber amor.


—Eso dices tú. Me estás lanzando toda esa propaganda de conciliadora matrimonial mientras por el otro lado te lo estás pasando bien —señaló Chantie—. Será mejor que te olvides de todas esas ideas y vivas la vida un poco, querida. No dejes que se te escape la mejor oportunidad de tu vida. 
¡Vaya! Si tú no lo quieres, déjame que le eche el lazo yo.


Una ola de celos invadió a Paula, que abrió la boca sorprendida. Estuvo a punto de contestar que no, pero luego recordó: ella no tenía ningún derecho sobre Pedro.


— ¡Vaya! —Exclamó Chantie señalando a Paula con un dedo—. Si te hubieras visto la cara cuando te he dicho eso te habrías dado cuenta de lo que sientes por él. Quizá incluso estés enamorada, sólo que ni siquiera te das cuenta.


—No estoy enamorada —negó Paula con rotundidad comiendo otro bombón y dejando que el chocolate se derritiera en su boca.


La intensidad de los celos que había sentido no podía ser sino algo físico, pensó. Tenía que serlo. Ella y Pedro no estaban enamorados. ¿O sí?, se preguntó. El amor no era confusión y nervios, recapacitó. El amor era algo estable, algo sólido, algo en lo que confiar. El amor era lo que ella había sentido con Ramiro, y sabía que no volvería a sentirlo.


¿O no era eso el amor?, volvió a preguntarse dejando la caja de bombones sobre el mostrador.


—Eso está mejor —asintió Chantie en aprobación—. Tienes que mantener la figura si vas a cazar a un hombre como Alfonso.


—Él dijo que tenía un cuerpo precioso —contestó Paula sacudiendo la cabeza.


—Yo también quiero a un hombre que me admire de ese modo —gimió Chantie—. ¿Y dices que él tampoco sabe que está enamorado?


—Yo no estoy enamorada —insistió Paula.


—No, ni estás enamorada ni quieres que se quede en Bedley Hills...


—Por supuesto que quiero que se quede, no le habría sacado el aire a sus neumáticos si no fuera así —Chantie gritó dé regocijo—. ¡Dios! ¡Por qué te lo habré dicho! —exclamó Paula mirando al techo.


Chantie rió aún más fuerte.


—Creo que el chocolate te está derritiendo el cerebro. Cómete otro par de bombones y dime exactamente qué hiciste.


—No lo hice por lo que tú crees. Él tiene un asunto pendiente aquí, con su padre, pero estaba dispuesto a marcharse sin arreglarlo.


—Más bien un asunto pendiente contigo, diría yo —comentó Chantie—. ¿Cuándo vas a admitir que estás enamorada de él?


—¿Cuándo? —repitió Paula.


¿Por qué no se había marchado a casa media hora antes?, se preguntó. ¿Por qué tenía que contestar a esa serie de preguntas?


Porque si él no se había marchado, se contestó en silencio, iba a tenerlo a sólo unos pasos en lugar de a miles de kilómetros. Tenía que enfrentarse a la realidad. Pedro estaba completamente fuera de su alcance.


—¿Cuándo? —repitió Chantie.


Paula recogió su bolso y se lo colgó en el hombro. Se entretuvo luego otro minuto más buscando las llaves del coche y por último se volvió hacia Chantie.


—¿Qué prefieres, que te conteste, o un cheque a fin de mes?


—Será mejor que te aclares, cariño, si no quieres perder de vista la mejor oportunidad de tu vida.


—Ramiro fue la mejor oportunidad de mi vida — negó Paula.


—Puede que Ramiro consiguiera que te brillaran los ojos, pero cada vez que hablas de Pedro te ocurre algo especial.


—¿Y serías tan amable de decirme qué puede ser?


—Te ruborizas, se te abren los ojos inmensamente, se te ponen las rodillas flojas y la mirada perdida. Mi madre llamaba a eso la fiebre del amor.


—Entonces tu madre debería de haber sido consejera matrimonial, no yo —contestó Paula dándose la vuelta y encaminándose hacia la puerta.


—¿A dónde vas? —gritó Chantie.


— A casa —contestó Paula mirándola por encima del hombro—. Si es cierto que tengo esa fiebre por Pedro lo mejor que puedo hacer es poner los pies en alto, tomarme un par de aspirinas y esperar a que se me pase.


Eso era lo que Paula hubiera deseado, pero al llegar a casa y ver el coche de Pedro supo que no había en el mundo aspirinas suficientes para curar su mal.



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