domingo, 1 de abril de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 32




Al ver que Paula no respondía, Pedro se dio la vuelta y entró en casa de Lucas. La maldijo en silencio y recapacitó. Desde el instante mismo de conocerla, Paula había trastocado su vida. 


No tenía derecho a contarle a Lucas la verdad, se dijo.


Entonces se acordó de su padre. Parpadeó y lo miró. De pronto le pareció mucho más mayor.


—¿Es eso cierto? —preguntó Lucas. 


Pedro no contestó, y su padre no dijo nada más. 


Nada. 


Simplemente estaba de pie, con aspecto de haber recibido el mayor shock de su vida.


Aquello no debería de haber ocurrido, se dijo Pedro. Había vuelto a visitar a su padre para que pudiera hacer las paces consigo mismo antes de que él se marchara, pero Paula lo había echado todo a perder. Nunca hubiera debido de confiar en nadie, se reprendió, y sin embargo qué pronto lo había olvidado. Su vieja reserva y discreción resurgieron en él, helando el cálido sentimiento que había nacido lentamente en su interior. Se había dejado llevar por la ilusión, se dijo, había creído que Paula era diferente, pero en el fondo no había sido más que una estupidez. La confianza sólo conducía al desengaño, recapacitó.


Pero lo que Pedro de ningún modo comprendía era por qué había hecho aquello Paula ¿Por venganza?, se preguntó. De todos modos, se dijo, la razón era lo de menos. Lo importante, lo que más le dolía, era que Paula fuera como los demás, de que hubiera pensado primero en sí misma.


—¿Hijo?


—Te mentí —consiguió decir Pedro mirando a los ojos a su padre—. Paula ha dicho la verdad. Probablemente soy el ser más desgraciado que ella haya conocido jamás, sólo que quizá con eso de desgraciado quería decir que soy un canalla.


—Puede que no la conozcas desde hace mucho, pero ella parece muy preocupada por ti.


—La vida de Paula es una constante preocupación por los demás. Se preocupa por todos excepto por sí misma. Sería mejor que se dedicara a buscar a alguien de quien enamorarse —añadió sin querer pensar en que aquello fuera posible.


—Me da la sensación de que entre ella y tú hay mucho más de lo que cuentas —contestó Lucas sentándose en el sillón.


—Y más que va a haber —respondió Pedro caminando de un lado a otro del salón. Pensaba ir a verla en cuanto saliese de allí—. La voy a...


No, se dijo, ella era una mujer. De pronto toda su ira se disipó, se dejó caer sobre el sofá y trató de relajarse. Sin embargo sí podía gritar, pensó, y se sentía muy capaz de gritarle unas cuantas cosas a Paula Chaves.


No obstante, ¿no tenía ella razón en que le hacía falta alguien en su vida?, se preguntó. Se levantó, se pasó las manos por el cabello y miró a su padre, que parecía absorto en sus propias cavilaciones. Podía admitir que había vivido solo y comenzar a cambiar su vida para mejor, se dijo, o despedirse de su padre y retirarse de nuevo a su isla de cristal. Sólo que desde que Paula había aparecido aquella isla le resultaba fría e inhóspita, recapacitó, quería ser feliz. 


Además, aunque eligiera el camino correcto, no necesitaba perdonar a Paula, se dijo asintiendo.


—Paula no debería de haberte dicho nada, pero sí, es cierto. Te mentí sobre el hecho de que fuera feliz. Me gusta volar, pero aparte de eso... —respiró hondo y lo soltó—: Aparte de volver y buscar a Guillermo, no tengo una vida muy satisfactoria.


—Lo siento, lo repetiré hasta el día de mi muerte si así lo deseas. Y por favor, piensa que siempre estaré aquí si me necesitas.


Pedro asintió y tragó. Una ola de afecto calentó su corazón. 


Parpadeó y trató de ahogar la emoción. Se estaba comportando como un niño, pensó. Era un adulto, podía manejar la situación.


—¿Hijo?


—Necesito pensar —contestó Pedro poniéndose en pie. Lucas se levantó del sillón —. Tengo que marcharme a Virginia, eso no era mentira, pero puedo quedarme aquí unos días más y venir a verte alguna vez.


Lucas se restregó los ojos como si se le hubiera metido algo dentro. Luego le ofreció la mano a su hijo y Pedro se quedó mirándola durante unos segundos. Y entonces hizo algo que ni siquiera él se hubiera imaginado capaz de hacer: se inclinó y abrazó a su padre.



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