Pedro vio de pronto un brillo de ira y dolor en los ojos de Paula. Ella se dio la vuelta y comenzó a correr hacia la carretera. No debería de haber dicho aquello, pensó Pedro.
Paula tampoco podía cambiarse a sí misma. Sin embargo, aquel comentario sobre su falta de carácter le había herido en lo más profundo, y su primera reacción había sido la de responder.
Se sentía herido, lleno de ira. No era cierto que no tuviera carácter, se dijo en silencio. Había conseguido rehacer su vida, a pesar de su pasado. Podía ponerla en orden, y se aseguraría de que Paula lo supiera antes de marcharse.
Sin embargo lo primero era arreglar las ruedas.
Eli Tuttle se ofreció a ayudarlo, y Pedro le contó lo que Paula había hecho para retenerlo.
—Si una mujer me hiciera eso a mí, chico —comentó Tuttle—, me quedaría y dejaría que disfrutara de mi compañía.
Pedro seguía enfadado, pero en su fuero interno sabía que Tuttle tenía algo de razón. Mientras arreglaban las ruedas y volvían en el camión estuvo reflexionando. Había llegado a una conclusión. Trataría de reconciliarse con su padre, se dijo. No se sentía capaz de perdonar, pero sí al menos de marcharse sin rencores.
Hubiera preferido desaparecer, pero no podía hacerlo sin obtener primero el respeto de Paula.
No sabía por qué, pero lo necesitaba.
Y, entre tanto, quizá pudiera volver a estrechar a Paula entre sus brazos antes de despedirse para siempre, pensó. Pedro suspiró, seguro de su decisión. Tendría que ir a ver a Paula y rogarle que lo perdonara, se dijo. Pedirle su ayuda. Entrar en territorio enemigo.
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¿Qué podía hacer para demostrarle a su hijo que había cambiado?, se preguntó Lucas una vez más. Probablemente nada, le habían respondido sus compañeros de Alcohólicos Anónimos. Su hijo no tenía deseos de reconciliarse con él, su herida no tenía cura.
Había vuelto del trabajo y necesitaba distraerse, de modo que encendió la televisión y se puso a ver su programa favorito de entrevistas. Lo llamaban el show emocional, y era emocionante escuchar cómo otras personas habían logrado cambiar sus vidas para mejor.
Diez minutos más tarde, Lucas estaba absorto en el programa. Esperaba que la presentadora diera algún número de teléfono para más información. Aquél día dedicaban el show a gente que había perseguido y alcanzado sus sueños.
Una mujer de entre las entrevistadas mencionó un seminario que le había ayudado a conseguirlo. Se trataba de unos cursos impartidos por un tal Guillermo Alfonso. ¿Sería su hijo?, se preguntó Lucas.
Estuvo aguardando más información y rogando por que fuera él. Quería contactar con su hijo, pero sobre todo esperaba que el pasado no lo hubiera amargado tanto como para no querer reunirse de nuevo con su familia. Si era así, pensó, volver a verlo sería doloroso, pero merecía la pena si conseguía ayudar a Pedro
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