sábado, 31 de marzo de 2018
POR UNA SEMANA: CAPITULO 30
Después del trabajo, Paula se acomodó en el mejor sillón de su casa y se quitó las sandalias.
Había conseguido sobrevivir a aquel día, pero su corazón no estaba tan feliz como era habitual.
Cada pareja que entraba en la tienda le recordaba lo que nunca podría alcanzar con Pedro.
Unos golpes en la puerta interrumpieron sus tristes pensamientos. Nada más volver a casa le había dicho a Ian Simmons que quería ver a su hermano Frankie.
Quería preguntarle por los clavos que supuestamente le había robado a Pedro. No dudaba de él, pero antes de hablar con Karen, la madre del chico, quería conocer la versión de Frankie.
Por eso, al abrir la puerta, la última persona a la que esperaba ver era a don No Molestar.
Llevaba una caja de bombones con forma de corazón en la mano. La sorpresa, la excitación y la alegría porque Pedro no se hubiera ido la impidieron decir nada. ¿Qué pretendía?, se preguntó. No lo sabía, pero seguía enfadada por lo de aquella mañana, de modo que hizo lo primero que se le ocurrió: le cerró la puerta en las narices.
Segundos después, él volvió a llamar y ella abrió.
—Pedro, eres un idiota...
—Lo sé.
Paula bajó los ojos. Su corazón dio un vuelco al ver que Pedro se había arrodillado. Los hombres como Pedro nunca se arrodillaban, pensó, a menos que...
—He venido a ofrecerte paz y a pedirte un favor —dijo él.
Paula suspiró y tomó la caja de bombones dejándola sobre una mesa cerca de la puerta.
Aquello no era una proposición, se dijo, por supuesto. Eso sería una estupidez por parte de los dos, pensó. Hasta ella lo comprendía. Quizá tuvieran una relación tormentosa, pero no era amor.
—Esa postura no debe de ser muy cómoda —comentó Paula cruzándose de brazos—. Te debes de estar haciendo daño en las rodillas.
—Sí, ¿puedo levantarme? —preguntó Pedro esperanzado mientras sus ojos negros se encontraban con los de ella.
—No —contestó Paula sacudiendo la cabeza. Pedro dejó caer la suya con un gesto casi infantil. Paula sintió que su corazón se ablandaba, pero a pesar de todo...—. A ese carácter tuyo le viene bien sufrir.
—¿A mi carácter, o a tu orgullo femenino?
—Míralo así —sonrió débilmente—: si me vas a pedir algo que yo no quiero hacer te pegaré. Al menos en esa postura la distancia hasta el suelo es más corta.
—¿Conocen tus vecinos esa vena sádica tuya?
—No, es la primera vez que surge en mí. Según parece sabes sacar lo peor de mi carácter.
—Te lo dije, pero no me escuchaste —contestó Pedro moviéndose incómodo.
—Pues ahora te estoy escuchando —dijo Paula dando un paso adelante para salir al patio—. ¿Cuál es ese favor?
—No te lo pediría... es decir, sé que no debería de pedirte nada después de la discusión de esta mañana, pero... pero el hecho es que me importa mucho lo que tú opines de mí...
—Limítate a pedir, Pedro, no te andes con rodeos. Y por el amor de Dios, ponte de pie.
Pedro se puso en pie y se restregó las rodillas aliviado. Paula no sabía qué pensar. De modo que le importaba lo que ella opinara, repitió en silencio. Aquello tenía que significar algo. Sin embargo, una vez más, no se atrevía a concebir esperanzas.
—Quiero que vuelvas a hacerte pasar por mi mujer. Esta noche.
—Supongo que eres demasiado inteligente para pedirme que me acueste contigo —respiró hondo y lo miró a los ojos—, así que debes de referirte a fingir delante de tu padre, ¿no?
—No sé si puedo contarle la verdad —asintió Pedro—, pero al menos puedo tratar de conocerlo un poco mejor.
—¿Y cómo es que has cambiado de opinión?
—Bueno, supongo que debías de tener una buena razón para desinflarme las ruedas, y no creo que fuera por Lucas —explicó serio, examinando su rostro para ver su reacción—. Lo hiciste para demostrarme algo, así que estuve pensando y pensando, y al final decidí que debía de reconsiderar lo que estaba haciendo aquí. Aunque no sienta nada por Lucas, supongo que no debería de marcharme con rencor —Paula tenía la vista fija sobre él—. ¿Qué estás pensando?
—Pensaba que si con desinflar ruedas basta para conseguir que dos personas se reconcilien he estado perdiendo el tiempo —contestó Paula a punto de reír. No había nada de divertido, sin embargo, en todo aquello—. ¿Aún quieres hacerle creer que eres feliz?
—No soy tan infeliz, Paula —respondió Pedro encogiéndose de hombros—. ¿Lo harás? Sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero sólo será una noche.
—¿Y me lo pides después de reprocharme que me entrometo en tu vida?
—Ahora soy yo quien te lo pide, no te estás entrometiendo.
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