sábado, 10 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 25





Pedro se secó la frente con el dorso de la mano y sacó el brazo por la ventanilla.


-¿Cuándo te vas a decidir a instalar aire acondicionado en este montón de chatarra? –preguntó a Piers Bergstrom.


-Eres incapaz de apreciar la belleza –Bergstrom pasó la mano por el volante del Mercury antiguo que acababa de adquirir-. Lo encontré en un taller de Waukegan el mes pasado. Ha tenido varios dueños, pero aún le quedan muchos kilómetros por recorrer. Escucha el sonido del motor. Ocho cilindros y cuatrocientos cuarenta y un centímetros cúbicos.


-Y chupa gasolina como un loco.


Bergstrom conseguía todo lo que quería. Tenía una sonrisa capaz de enamorar a cualquiera, y lo sabía. Alto, rubio y bronceado, era la viva imagen de típico chico de portada. Pero, al mirarlo detenidamente a los ojos, se podía ver en ellos un brillo calculador.


-Es un coche que responde muy bien. Igual que una mujer cuando la fulminas con la mirada.


Pedro se apoyó en el respaldo del asiento y se dispuso a contemplar el paisaje. Desde la semana anterior no estaba de humor para soportar la forma en que Bergstrom hablaba de sus coches y sus mujeres. Era un buen hombre, pero su mentalidad le alteraba los nervios.


-¿Hay noticias sobre la gente que va a venir a la ciudad? –preguntó Pedro.


-Lo último que he oído es que Hasenstein, Packard, Gallo y Dryden son ya definitivos. Green y Falco figuran como posibles.


-¿Emilio Falco? Creía que sus relaciones con Fitzpatrick eran muy malas desde hacía muchos años.


-Efectivamente, aunque no creo que lo hayan invitado a la boda por motivos de amistad –confirmó Bergstrom.


-Fitzpatrick es muy ambicioso. Quizás esté pensando en alguien para consolidar su posición. Tal vez quiera volver a definir las líneas de poder.


-Ah. Veo que has estado hablando con nuestro amigo Javier.


-No desde el jueves. ¿Por qué? –inquirió Pedro.


-Él piensa lo mismo. Ese trabajo encubierto que estáis montando puede tener más éxito del que esperamos. Todo lo que tienes que hacer es estar en el lugar correcto a la hora correcta.


Bergstrom levantó el pie del acelerador al aproximarse a una curva y se introdujo en un sendero estrecho y bordeado de árboles.


-Lo siento, cariño –dijo a su coche al pasar por un bache.



El sendero se fue estrechando hasta llegar a una pequeña explanada rodeada de árboles, en la cima de la colina. Bersgtrom paró bajo la sombra de un roble, sacó unos prismáticos que estaban bajo el asiento y se los ofreció a Pedro.


-Echa un vistazo.


Pedro dirigió los prismáticos hacia la mansión de ladrillo cubierta de hiedra que había a lo lejos.


-Entiendo a qué te refieres, Berg. Es un lugar estratégico.


-Más vale que lo sea. Le he hecho varios arañazos al coche para llegar hasta aquí –apostilló Bergstrom.


-¿Cuáles son los que le has hecho tú? –preguntó Pedro, sorprendido.


-No le hagas caso, cariño –murmuró Berg dirigiéndose al coche-. Yo te quiero de todas formas.


-Tiene previsto celebrar la ceremonia ahí, en la terraza en la que está la fuente –Pedro dirigió los prismáticos unos grados hacia la izquierda-. Nosotros estaremos colocando las sillas y las carpas mañana por la mañana.


-¿De qué tamaño son las carpas? ¿Ocultarán las vistas?


-Desde este ángulo, no mucho. Ahora que sé dónde estarás colocado, te puedo asegurar que no –dijo Pedro.


-De acuerdo. Según las previsiones no lloverá, así que tan pronto como la gente esté fuera y la banda de música empiece a tocar, sacaré fotos muy interesantes de los asistentes y de quién habla con quién. Me situaré detrás de aquel montículo. Javier colocará gente cerca de la entrada y en el lado del oeste del edificio. El problema es que el garaje oculta la vista de la parte de la casa en la que crees que tendrá lugar la reunión.


-Sí, eso era lo que yo me temía –lamentó Pedro.
-Intentaremos controlar todo lo posible.


-Quiero recordarte una vez más que deberéis tener cuidado de que ninguno de los guardias de Fitzpatrick descubra el brillo de vuestros juguetes.


-Juguetes, ¿eh? –rió Bergstrom-. Lo último en tecnología fotográfica y lo llamas juguete. ¿Qué pasa, Alfonso? Vamos, hombre, relájate –le dijo suavizando la voz-. ¿Te da envidia mi equipo?


Pedro bajó los prismáticos, se quitó la correa del cuello y miró a su acompañante. Bergstrom dedicaba a su cuerpo tantos cuidados como a su coche, y si la mitad de los rumores que circulaban por ahí era cierta, no estaba muy escaso de equipo.


-Lo que cuenta no es el equipo que se tenga, sino cómo se utilice –dijo-. Algunos no necesitamos tecnología para realizar nuestro trabajo.


-Ah, ¿sí? Vale, pues la próxima vez serás tú quien se encargue de tomar fotos y yo me encargaré de la mujer. ¿Qué te parece? Por cierto, cuéntame cómo es.


-¿Quién?



Bergstrom dibujó con sus manos en el aire lo que quería decir.


-Tu prometida.


-La señorita Chaves ha colaborado mucho.


-A las personas tranquilas les suelen gustar los policías. Debe ser por el riesgo. Las armas siempre les parecen excitantes. ¿Le has enseñado ya la tuya?


-Déjalo, Bergs. Es sólo un asunto de trabajo.


-Sí –sonrió Bergstrom-. Seguro.


Pedro gruñó. La relación que había entre Paula y él sólo estaba relacionada con el trabajo. Si continuaba repitiéndoselo durante el tiempo suficiente, quizás su cerebro acabara enviando el mensaje a su cuerpo.


Bergstrom se giró y tomó una pequeña bolsa de plástico del asiento trasero.


-Hablando de equipo, aquí está tu transmisor.


-Olvídalo. Si Fitzpatrick refuerza la seguridad mañana, descubrirán mi tapadera. Ya he hablado con Javier y le he dicho que no quiero llevar nada encima.


-Javier sigue quejándose de que estés tú solo en el interior de la finca.


Pedro tomó la bolsa que Bergstrom le ofrecía y echó una ojeada en su interior.


-¿Por qué? Ya sabes que así es como trabajo.


-Sí, y tú sabes cómo le gusta estar preparado por si algo saliera mal. Quiere que seamos capaces de movernos rápido. Si algo falla, vas a necesitar respaldo.


Pedro negó con la cabeza, devolviéndole la bolsa a Bergstrom.


-Llevaré un teléfono móvil. Entre el teléfono y la vigilancia que podréis tendremos suficiente.


-¡Bien! Sabía que acabarías utilizando uno de mis juguetes. Por cierto, la señorita Chaves es la única que lo sabe, ¿no es así? Debemos asegurarnos de que no se entere nadie más. De lo contrario, sería una pena que su familia tuviera problemas.


-¿Sabes algo más? –preguntó Pedro.


-Ya te lo he dicho todo.


-Si hay algo más, necesito saberlo.


-No, no hay nada más.


-Si prevés que vamos a tener problemas, dímelo. No me gusta jugar con la seguridad de las personas. Le diré a Joel Chaves que cancele el trabajo y nos olvidamos de buscar pruebas.


-¿Qué pasa? Nadie piensa que vaya a haber problemas. Deja a los Chaves hacer su trabajo. Tú haz el tuyo y todos estaremos contentos –tomó los prismáticos, los guardó cuidadosamente dentro de su caja y los dejó de nuevo bajo el asiento-. Tranquilo, que mañana por la noche todo habrá terminado.



-Sí.


Pedro vio cómo la finca desaparecía tras los árboles mientras Bergstrom dirigía el coche nuevamente hasta la carretera. Todo acabaría pronto. El caso Fitzpatrick, el contrato, su relación con Paula…


Debería estar contento de que todo estuviera saliendo como lo había planeado. Por tanto, no entendía a qué podía deberse aquel sentimiento de pesar.



EN LA NOCHE: CAPITULO 24




El humo que salía del horno, formó una nube en la cocina. Secándose las lágrimas producidas por la humareda, Paula retiró la fuente del fuego y pudo contemplar los rollitos quemados. Más que rollitos parecían trozos de carbón. Con una tos entrecortada, depositó la fuente en la pila y se dirigió a abrir la ventana.


Estaba abatida. Había querido contribuir a la fiesta de Esther y Christian colaborando en la elaboración del postre y lo único que había conseguido era perder el tiempo. Últimamente no era capaz de concentrarse en nada. Había olvidado controlar la temperatura y el reloj del horno. Todo lo que hacía resultaba un desastre. 


Estaba enamorada de Pedro Alfonso.


Asiento el zócalo de la ventana con las manos, se llenó los pulmones de aire fresco. No, no podía estar enamorada. Sabía bien lo que era el amor, y lo que ella en realidad sentía por Pedro era gratitud por haberla ayudado a Ruben que permanecían como posos de su pasado. También le agradecía que hubiera ayudado a su sobrino. Cualquiera se sentiría agradecido por ello.


Pedro había sabido ganarse la confianza de Jimmy. Había ya demasiadas personas que intentaban protegerlo de la realidad, pero la forma en que él le presentó las diferentes alternativas al acogedor ambiente de su casa era precisamente lo que Jimmy necesitaba para reaccionar.


Cuando salieron del hospital, Jimmy estaba dispuesto a intentar arreglar las cosas con su padre.


Por supuesto, ahora toda la familia consideraba a Pedro un héroe. Cuando pudieron ver a Armando y Judith de nuevo con su hijo, la intervención de Pedro en aquel asunto alcanzó para ellos el rango de leyenda. Con quienquiera que Paula hablase últimamente, toda la conversación giraba en torno a Pedro. Le preguntaban sin cesar cuándo irían juntos a cenar a casa de uno u otro o cuándo pensaban elegir la fecha de la boda.


Si la relación de Pedro con Jimmy había servido para ganarse la aceptación de toda su familia, a partir de ahora, todo sería mucho más sencillo de lo que ella esperaba. Una vez más, Pedro había demostrado ser un experto a la hora de saber exactamente qué resortes había que accionar.


Dando vueltas por la cocina, Paula se sentó junto a la ventana, sujetándose la cabeza entre las manos y preguntándose si era aquello realmente lo que estaba haciendo Pedro, accionar en cada momento el resorte adecuado. A pesar de que se había preguntado lo mismo más de una vez, aún no había sido capaz de hallar la respuesta.


Los motivos por los que actuaba Pedro no cambiaban en nada lo que había hecho. Los hechos hablaban por sí mismos. Él era un hombre sensible e inteligente, y a ella le gustaba mucho. Suponía que le gustaría a cualquiera.


Ni era necesariamente amor lo que sentía por él. 


Era simplemente un capricho, eso era todo. Era el hombre de sus fantasías, un hombre inteligente, atractivo, sincero. El tipo de hombre con el que seguramente muchas mujeres soñarían.


Sorprendentemente, sintió ganas de reír. 


Después de muchos años, por fin había sucedido. Paula Chaves, que no tenía la costumbre de recibir a hombres, ni vestidos ni desnudos, en su habitación, estaba ahora asustada porque había caído en la más humana de todas las debilidades.


-No es amor –murmuró en voz alta-. Es sólo deseo.


Agitó los hombros cuando dejó escapar la risa contenida. La ironía de la situación era difícil de creer. La mayor parte de su familia, incluida su madre, pensaba que Pedro y ella se acostaban juntos. Había podido comprobar desde el principio que Pedro no parecía tener problemas con la sexualidad. Al igual que el resto, probablemente pensaría lo mismo de ella.



Aunque a ella le había resultado más difícil vivir libremente la sexualidad a causa de su familia.


Para empezar, tenía un padre con ideas anticuadas y seis hermanos protectores en exceso. Además, tuvo un noviazgo con quien había sido su mejor amigo, y llevada por ideas excesivamente conservadoras, se negó a acostarse con él antes de la boda. Luego sobrevino el accidente que dejó paralítico a Ruben. Así era ella. Una mujer de veintiocho años que no había tenido nunca relaciones sexuales completas. Ahora sentía la llamada de la lujuria, de mano del hombre más sensual que nunca había imaginado, y no sabía cómo actuar.


Geraldine la había acusado de esforzarse por ocultar que era una mujer atractiva porque había tomado la determinación de no mantener ninguna relación. Era cierto que Paula no tenía ningún interés en resultar atractiva a ningún hombre. Le resultaba mucho más sencillo actuar y vivir como lo hacía, volcando su energía en el trabajo, dejando que llenase por completo su vida. Y hasta aquel momento no se había planteado cambiar.


Alzó la cabeza, echándose el pelo hacia atrás. 


Lo llevaba suelto desde que había ido a la peluquería; no se lo había vuelto a recoger desde que Pedro elogió su nuevo peinado. Le gustaba la forma en que Pedro le retiraba a veces un mechón de la mejilla y jugueteaba con sus rizos con una mano mientras mantenía el otro brazo alrededor de sus hombros.


También le gustaba la forma en que la miraba cuando llevaba el vestido que Judith y Geraldine habían insistido en que se comprara. En aquellas ocasiones, su expresión se había más intensa, como si sus pensamientos estuvieran llenos sólo de ella. Paula, por su parte, también estaba cambiando la forma de vestir. Ahora utilizaba cinturones que estilizaban su cintura, se dejaba los botones de la parte superior de las blusas sin abrochar, llevaba tacones y utilizaba siempre perfume.


Sintió un vuelco en el estómago cuando recordó la voz de Pedro, tan fuerte y profunda, y la forma en que le había dicho que se sentía muy atraído por ella. Pedro, el sensible e inteligente Pedro. Su vecino, que se había ganado ya las simpatías de toda la familia. Él, que derrochaba sensualidad sin siquiera pretenderlo, la deseaba.


Paula se preguntaba si realmente había algún problema con ello. Tenían que trabajar juntos. 


Ella no quería que nada interfiriese en la investigación de Pedro, por asuntos económicos. Aunque, por encima de todo, no quería volver a comprometerse con un hombre nunca más. No importaba quién fuese. No quería volver a amar a nadie. Pero, en realidad, no estaba enamorada. Ninguno de los dos lo estaba. Su relación era algo provisional.


Pero cuando ella se puso a besarlo, él se había apartado.


Maldiciendo entre dientes, Paula se dirigió al lavabo para mojarse la cara. Se preguntaba si sería su inexperiencia la que había provocado la falta de interés en Pedro. O quizás estuviese malinterpretando las cosas. No encontraba respuesta para todas aquellas preguntas. 


Aunque tal vez no quisiera encontrarlas. Por otro lado, estaba convencida de que, después de la boda de la hija de Fitzpatrick, acabarían todos sus problemas.



viernes, 9 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 23





Eran las dos de la mañana cuando Pedro aparcó en el callejón. La lluvia que había empezado a caer al atardecer se había convertido en una densa llovizna que saturaba el aire. El suelo estaba lleno de charcos, junto a las paredes de ladrillo oscuro.


Estaban cerca de un mercado al por mayor, en un barrio cercano, y aquella calle estaba más limpia de lo normal. No había basura por todas las esquinas, y las paredes no estaban cubiertas de pintadas. Las puertas de acero de los almacenes estaban rotuladas y reforzadas con unos sistemas de seguridad que harían desistir al más decidido de los ladrones.


-Ha dicho que estaría esperándonos –dijo Paula, acercándose a la ventanilla-. Es una pena que me haya hecho prometer que no hablaría con Armando; se aliviaría mucho si supiera que su hijo está bien.


-Pero parece que no quiere hablar con su padre. Confía en ti.


Paula se mordió el labio inferior y frunció el ceño.


-Pobre chico. Parecía muy asustado.



Pedro se contuvo el impulso de hacer una observación despectiva. Aquel mocoso había tenido en vilo a su familia durante tres días, y todo el tiempo había estado a salvo, dibujando y pitando a voluntad en un almacén de productos para artistas.


Por lo que Paula había averiguado en la conversación, una de las amigas de Jimmy había mentido cuando le preguntaron si sabía dónde estaba. En realidad, lo tenía escondido en el almacén de su madre, y si Jimmy había decidido aparecer era sólo porque la dueña del establecimiento iba a volver por la mañana.


-No sabes lo aliviada que estoy.


-Sí. Ha tenido suerte. Las calles son peligrosas para un adolescente.


-Por eso estábamos tan preocupados.


-Aquí es –dijo Pedro, deteniéndose junto a un almacén.


-Espero que no haya cambiado de idea.


-Probablemente no. ¿Por qué iba a llamarte si no?


-¿Y si no quería esperar? ¿Y si ha vuelto a escaparse?


-No llegaría muy lejos –señaló con un gesto el final del callejón-. En cuanto has colgado he puesto este sitio bajo vigilancia.


-¿Cómo? Pero le he prometido que no se lo diría a nadie.


-Esto no es ningún juego. Sólo le estamos llevando la corriente para que no vuelva a escaparse. El hecho de que no le haya pasado nada no quiere decir que tampoco le pase nada la próxima vez.


-Tienes razón. Supongo que su bienestar es más importante que su confianza. A fin de cuentas, ¿qué importancia tiene una mentira más?


-No has roto tu palabra. He sido yo el que ha pedido refuerzos.


-Lo siento. No pretendía comportarme como una desagradecida. Todos estamos en deuda contigo por lo que has hecho.


-Vamos a llevar al chico a casa antes de nada.


En cuanto salieron del coche, la puerta trasera del almacén se entreabrió. Pedro sujetó a Paula por el brazo para evitar que saltara corriendo, pero en cuanto Jimmy los vio, abrió la puerta de par en par.


Mientras Paula se deshacía en efusiones con su sobrino, Pedro inspeccionó el lugar en el que había estado escondido. Era muy cómodo, gracias a su amiga. El quinceañero se puso sus obras de arte bajo el brazo, en un tubo de cartón, se echó la mochila al hombro y acompañó a su tía al exterior.


Todo transcurrió bastante bien hasta que los tres estuvieron en el coche y Pedro enfiló la calle. Al parecer, Jimmy no quería irse a su casa. Quería ir a casa de Paula.


-No puedes hablar en serio –le dijo su tía-. Tus padres están muertos de preocupación. No estoy dispuesta a esconderte en mi casa, y dejar que sigan…



-Me has prometido que no se lo ibas a decir a nadie. Ni siquiera sé por qué te has traído a tu novio.


-Estaba con Paula cuando has llamado –le contestó Pedro frunciendo el ceño-. ¿Es que esperabas que viniera sola a un callejón oscuro en mitad de la noche?


-De acuerdo, no quiero que se entere nadie más. No quiero irme a mi casa. Si no puedo quedarme contigo –añadió, mirando a Paula-, viviré en la calle.


Paula apretó los labios y respiró profundamente.


-Entiendo que tu padre y tú no os lleváis muy bien, pero…


Pedro daba golpecitos al volante mientras escuchaba a Paula, que intentaba razonar con su sobrino. El chico no era tonto; prefería tener otro escondite cómodo a quedarse en la calle. Y no se le daba mal apelar a la conciencia de Paula, intentando ponerla entre su padre y él. Ya lo había conseguido en cierto modo al llamarla por teléfono.


Pero Pedro no podía dejar que Paula siguiera involucrándose en los problemas de Jimmy. Si accedía a dejarlo vivir en su casa, tendrían que fingir que estaban comprometidos durante todo el día, y sospechaba que su autodominio no duraría tanto. Además, la presencia del muchacho probablemente obstaculizaría los preparativos para la boda, y probablemente ocasionaría un roce entre Paula y Armando, que era precisamente el responsable de las asignaciones de trabajo. No podían permitirse algo así tan cerca del acontecimiento crucial.


Y sólo para que un niño mimado y querido pudiera hacerse el rebelde. Jimmy no tenía idea de la suerte que había tenido al nacer en una familia como aquélla. Nunca sabría lo duras que podían ser las calles para otros chicos de su edad, menos afortunados.


De repente tuvo una idea. Llegó a una rotonda y cambió de dirección.


-¿Adónde vas? –le preguntó Paula-. Por aquí no se va a la casa de Armando.


-Y tampoco a la de Paula –añadió Jimmy-. ¿Qué haces?


-Vamos a dar una vuelta –dijo Pedro.


Cuarenta minutos después, aminoró la velocidad y se detuvo junto a un descampado. Un camión abandonado, sin ruedas, estaba volcado en una zanja.


-¿Ves esas cajas, al lado del contenedor? –preguntó Pedro, volviéndose hacia Jimmy.


-Sí, ¿por qué?


-¿Te gustaría vivir ahí?


-Sí, claro, en un montón de basura.


-Mira detenidamente ese montón de basura.


Durante diez minutos, el único sonido que se oyó en el coche fue el del limpiaparabrisas. Después, Paula contuvo la respiración.



-Hay alguien en ese camión –susurró.


Los tres guardaron silencio mientras observaban a un hombre delgado que salía de la cabina del camión y desaparecía en la lluvia. Unos minutos después, se movió una de las cajas de cartón, y una cara, muy pálida, miró en su dirección. Cuando los vio, volvió a cerrar la caja.


-Esas personas no tienen ninguna casa a la que ir –dijo Pedro, poniendo en marcha el motor-. No tienen las oportunidades que tú estás deseando abandonar.


-¿Qué es esto? ¿Una especie de lección?


-Sí, algo así.


La siguiente parada fue un albergue para jóvenes sin techo que Pedro y Javier habían ayudado a organizar cuatro años atrás. De noche estaba cerrado, pero la monja de la puerta reconoció a Pedro y lo dejó pasar. Cuando le explicó lo que quería, ella accedió y los acompañó a los tres a visitar las instalaciones. Estuvo relatando los sobrecogedores pasados de algunos de los jóvenes que vivían allí, y les dijo, desesperanzada, el futuro que los aguardaba. Cuando volvieron al coche, la expresión de Jimmy había perdido parte de su arrogancia.


Pedro dejó el hospital para el final. Cuando llegaron estaban ingresando en urgencias a varios heridos de bala, poco mayores que Jimmy. Era el resultado de un tiroteo entre bandas juveniles.




EN LA NOCHE: CAPITULO 22





El beso fue muy suave. Paula suspiró y se relajó entre los brazos de Pedro. En comparación con otras situaciones, aquélla podía considerarse muy casta.



Sin embargo, era mucho más íntima que ninguna otra que hubieran vivido antes.


Pedro levantó la cabeza, demasiado pronto, pero no se apartó. Tomó entre las manos la cara de Paula y volvió a besarla.


Paula se recordó que sólo era un beso. No tenía nada que ver con el amor, ni con el compromiso ni con ninguna de las cosas que tanto miedo le daban; se trataba de un beso, simplemente. Sabía que había motivos por los que no debería hacer algo así con Pedro, pero no podía detenerse.


Pedro fue profundizando el beso poco a poco, aceptando su invitación con un ligero aumento de la presión. Paula sintió que a los dos se les aceleraba el pulso a la vez. Pedro hundió una vez. Pedro hundió una mano en su pelo, apretándola con firmeza contra la esquina del sofá.


Aquello era muy distinto de lo que habían hecho en la cocina, cuando las bromas condujeron a la pasión. Tampoco tenía nada que ver con lo ocurrido en la sala de reuniones, cuando Pedro se abalanzó sobre ella sin dejarle tiempo para pensar. No tenía ni idea de que pudiera ser tan tierno, tan considerado, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, como si toda su energía y su atención estuvieran concentradas en el deseo de proporcionarle placer, o tal vez consuelo.


No quería pensar en los motivos que tenía Pedro para besarla, como no quería pensar en los motivos que tenían los dos para no besarse. La sensación era maravillosa; tanto que no protestó cuando Pedro subió la mano lentamente para acariciarle un seno. El gemido que dejó escapar la sorprendió tanto como a él. Arqueó la espalda, sonriendo contra los labios de Pedro, que iba desabrochándole uno a uno los botones de la camisa.


Sintió un estremecimiento al sentir sus dedos en la piel desnuda, trazando el borde del sujetador con un dedo. 


Cuando Pedro le deslizó la otra mano por la espalda para desabrocharle el sujetador, la razón y la lógica, desaparecieron por completo. Lo último que podía hacer era pensar.


La acariciaba con tanta ternura como había demostrado al besarla.


-Pedro –susurró.


No dijo nada más, pero él interpretó aquella palabra como otra invitación. Empezó a besarla en la oreja, mordisqueándole el lóbulo. Después, poco a poco, empezó a subirle la mano por la pierna.


El contacto de los dedos de Pedro en su muslo fue como una descarga eléctrica, que desató en su interior deseos cuya existencia no había sospechado jamás. Hundió los dedos en el pelo de Pedro y lo atrajo hacia sí para besarlo.


Excitado por la reacción de Paula, Pedro la besó apasionadamente, con ansiedad. Tenía el cuerpo tan tenso que le temblaban las manos. Dentro de la blusa de Paula. Debajo de su falda.



No sabía qué estaba haciendo. Una vez más, había permitido que el deseo se impusiera a la razón. Aquella mujer era una civil que lo estaba ayudando en un caso.


Pero cada vez se involucraba más. Sabía que no debería haberse metido en los problemas de su familia y, desde luego, no debería haberla escuchado hablando cuando le contó sus más íntimas angustias. El deseo físico ya era bastante difícil de sobrellevar, pero ahora se había acercado a ella de una forma completamente distinta.


En aquella ocasión no tenía ninguna excusa. No podía alegar que estaba desempeñando un papel, ni convencerse de que lo que Paula le demostraba era fingido. No tenían público.


Aquello no formaba parte del plan.


Todas aquellas ideas daban vuelta en su cabeza, pero en aquel momento le parecía que carecían de importancia. 


Tenía que superar aquella debilidad.


Hizo acopio del poco autodominio que le quedaba y levantó la cabeza. Paula tenía las mejillas sonrosadas y los labios húmedos. Su mirada demostraba claramente la excitación que sentía. Durante varias semanas había fantaseado con aquel momento. Pero no tenía derecho a hacerlo, nunca lo tendría.


-Escúchame, Paula…


Su rubor se intensificó. Se pasó la lengua por los labios hinchados, sin dejar de mirarlo a los ojos, y bajó los brazos.


-No digas eso –murmuró.


-¿Qué?


-No digas que sólo fingías, que forma parte de tu papel.


-Claro que no. No puedo negar que me siento atraído por ti. Pero esto es un error.


Paula empezó a abrocharse la blusa con manos temblorosas.


-Un error –repitió.


-No debería haberte besado. Es muy tarde, los dos estamos cansados y tú estás alterada. Me he aprovechado.


-No, Pedro. No te has aprovechado de mí. Yo también te he besado.


-Perdóname. No volverá a ocurrir.


Sin contestar, Paula bajó la cabeza para mirarse las manos mientras se abrochaba los botones. El pelo le tapaba la cara.


-Sólo falta una semana para la boda de la hija de Fitzpatric. No podemos olvidar ni un momento el motivo por el que estamos juntos.


-Sí, ya lo hemos dejado claro. Varias veces. Desde luego, no lo vamos a olvidar.


Pedro captó el dolor de su voz, y lo que más deseaba en el mundo era volver a tomarla entre sus brazos.



-No podemos tener nada mientras estemos trabajando juntos. Las distracciones pueden ser peligrosas.


-Las distracciones.


Al llegar al último botón, se dio cuenta de que se había abrochado mal la camisa.


-No quería que las cosas llegaran tan lejos.


-No es para tanto. A fin de cuentas, sólo ha sido un beso. Tengo veintiocho años, y te aseguro que no es nada nuevo para mí.


Pedro no sabía qué ocurriría si aquello volvía a pasar y no era capaz de detenerlo. Quizás no fuera tan terrible. 


Probablemente sería mejor aflojar un poco la tensión que había entre ellos para poder concentrarse en el trabajo.


Pero estaba con Paula, una mujer que preparaba pan y acunaba bebés. No era alguien con quien pudiera darse un revolcón rápido, sin consecuencias.


Sería mejor que se olvidase del deseo que sentía por ella. 


No podía pasar una semana más así. Sabía cuáles eran sus prioridades.


Paula levantó la cabeza y se apartó el pelo de la cara. Con la blusa mal abrochada y el rubor en las mejillas, su imagen era una tentadora mezcla de inocencia y sensualidad.


-Paula…


En aquel momento sonó el teléfono. Fue una interrupción muy oportuna, justo lo que necesitaban para volver a la realidad.


-¿Diga? –Paula se detuvo, apretando fuertemente el auricular-. ¡Jimmy, Dios mío! ¿Dónde estás?