sábado, 10 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 25





Pedro se secó la frente con el dorso de la mano y sacó el brazo por la ventanilla.


-¿Cuándo te vas a decidir a instalar aire acondicionado en este montón de chatarra? –preguntó a Piers Bergstrom.


-Eres incapaz de apreciar la belleza –Bergstrom pasó la mano por el volante del Mercury antiguo que acababa de adquirir-. Lo encontré en un taller de Waukegan el mes pasado. Ha tenido varios dueños, pero aún le quedan muchos kilómetros por recorrer. Escucha el sonido del motor. Ocho cilindros y cuatrocientos cuarenta y un centímetros cúbicos.


-Y chupa gasolina como un loco.


Bergstrom conseguía todo lo que quería. Tenía una sonrisa capaz de enamorar a cualquiera, y lo sabía. Alto, rubio y bronceado, era la viva imagen de típico chico de portada. Pero, al mirarlo detenidamente a los ojos, se podía ver en ellos un brillo calculador.


-Es un coche que responde muy bien. Igual que una mujer cuando la fulminas con la mirada.


Pedro se apoyó en el respaldo del asiento y se dispuso a contemplar el paisaje. Desde la semana anterior no estaba de humor para soportar la forma en que Bergstrom hablaba de sus coches y sus mujeres. Era un buen hombre, pero su mentalidad le alteraba los nervios.


-¿Hay noticias sobre la gente que va a venir a la ciudad? –preguntó Pedro.


-Lo último que he oído es que Hasenstein, Packard, Gallo y Dryden son ya definitivos. Green y Falco figuran como posibles.


-¿Emilio Falco? Creía que sus relaciones con Fitzpatrick eran muy malas desde hacía muchos años.


-Efectivamente, aunque no creo que lo hayan invitado a la boda por motivos de amistad –confirmó Bergstrom.


-Fitzpatrick es muy ambicioso. Quizás esté pensando en alguien para consolidar su posición. Tal vez quiera volver a definir las líneas de poder.


-Ah. Veo que has estado hablando con nuestro amigo Javier.


-No desde el jueves. ¿Por qué? –inquirió Pedro.


-Él piensa lo mismo. Ese trabajo encubierto que estáis montando puede tener más éxito del que esperamos. Todo lo que tienes que hacer es estar en el lugar correcto a la hora correcta.


Bergstrom levantó el pie del acelerador al aproximarse a una curva y se introdujo en un sendero estrecho y bordeado de árboles.


-Lo siento, cariño –dijo a su coche al pasar por un bache.



El sendero se fue estrechando hasta llegar a una pequeña explanada rodeada de árboles, en la cima de la colina. Bersgtrom paró bajo la sombra de un roble, sacó unos prismáticos que estaban bajo el asiento y se los ofreció a Pedro.


-Echa un vistazo.


Pedro dirigió los prismáticos hacia la mansión de ladrillo cubierta de hiedra que había a lo lejos.


-Entiendo a qué te refieres, Berg. Es un lugar estratégico.


-Más vale que lo sea. Le he hecho varios arañazos al coche para llegar hasta aquí –apostilló Bergstrom.


-¿Cuáles son los que le has hecho tú? –preguntó Pedro, sorprendido.


-No le hagas caso, cariño –murmuró Berg dirigiéndose al coche-. Yo te quiero de todas formas.


-Tiene previsto celebrar la ceremonia ahí, en la terraza en la que está la fuente –Pedro dirigió los prismáticos unos grados hacia la izquierda-. Nosotros estaremos colocando las sillas y las carpas mañana por la mañana.


-¿De qué tamaño son las carpas? ¿Ocultarán las vistas?


-Desde este ángulo, no mucho. Ahora que sé dónde estarás colocado, te puedo asegurar que no –dijo Pedro.


-De acuerdo. Según las previsiones no lloverá, así que tan pronto como la gente esté fuera y la banda de música empiece a tocar, sacaré fotos muy interesantes de los asistentes y de quién habla con quién. Me situaré detrás de aquel montículo. Javier colocará gente cerca de la entrada y en el lado del oeste del edificio. El problema es que el garaje oculta la vista de la parte de la casa en la que crees que tendrá lugar la reunión.


-Sí, eso era lo que yo me temía –lamentó Pedro.
-Intentaremos controlar todo lo posible.


-Quiero recordarte una vez más que deberéis tener cuidado de que ninguno de los guardias de Fitzpatrick descubra el brillo de vuestros juguetes.


-Juguetes, ¿eh? –rió Bergstrom-. Lo último en tecnología fotográfica y lo llamas juguete. ¿Qué pasa, Alfonso? Vamos, hombre, relájate –le dijo suavizando la voz-. ¿Te da envidia mi equipo?


Pedro bajó los prismáticos, se quitó la correa del cuello y miró a su acompañante. Bergstrom dedicaba a su cuerpo tantos cuidados como a su coche, y si la mitad de los rumores que circulaban por ahí era cierta, no estaba muy escaso de equipo.


-Lo que cuenta no es el equipo que se tenga, sino cómo se utilice –dijo-. Algunos no necesitamos tecnología para realizar nuestro trabajo.


-Ah, ¿sí? Vale, pues la próxima vez serás tú quien se encargue de tomar fotos y yo me encargaré de la mujer. ¿Qué te parece? Por cierto, cuéntame cómo es.


-¿Quién?



Bergstrom dibujó con sus manos en el aire lo que quería decir.


-Tu prometida.


-La señorita Chaves ha colaborado mucho.


-A las personas tranquilas les suelen gustar los policías. Debe ser por el riesgo. Las armas siempre les parecen excitantes. ¿Le has enseñado ya la tuya?


-Déjalo, Bergs. Es sólo un asunto de trabajo.


-Sí –sonrió Bergstrom-. Seguro.


Pedro gruñó. La relación que había entre Paula y él sólo estaba relacionada con el trabajo. Si continuaba repitiéndoselo durante el tiempo suficiente, quizás su cerebro acabara enviando el mensaje a su cuerpo.


Bergstrom se giró y tomó una pequeña bolsa de plástico del asiento trasero.


-Hablando de equipo, aquí está tu transmisor.


-Olvídalo. Si Fitzpatrick refuerza la seguridad mañana, descubrirán mi tapadera. Ya he hablado con Javier y le he dicho que no quiero llevar nada encima.


-Javier sigue quejándose de que estés tú solo en el interior de la finca.


Pedro tomó la bolsa que Bergstrom le ofrecía y echó una ojeada en su interior.


-¿Por qué? Ya sabes que así es como trabajo.


-Sí, y tú sabes cómo le gusta estar preparado por si algo saliera mal. Quiere que seamos capaces de movernos rápido. Si algo falla, vas a necesitar respaldo.


Pedro negó con la cabeza, devolviéndole la bolsa a Bergstrom.


-Llevaré un teléfono móvil. Entre el teléfono y la vigilancia que podréis tendremos suficiente.


-¡Bien! Sabía que acabarías utilizando uno de mis juguetes. Por cierto, la señorita Chaves es la única que lo sabe, ¿no es así? Debemos asegurarnos de que no se entere nadie más. De lo contrario, sería una pena que su familia tuviera problemas.


-¿Sabes algo más? –preguntó Pedro.


-Ya te lo he dicho todo.


-Si hay algo más, necesito saberlo.


-No, no hay nada más.


-Si prevés que vamos a tener problemas, dímelo. No me gusta jugar con la seguridad de las personas. Le diré a Joel Chaves que cancele el trabajo y nos olvidamos de buscar pruebas.


-¿Qué pasa? Nadie piensa que vaya a haber problemas. Deja a los Chaves hacer su trabajo. Tú haz el tuyo y todos estaremos contentos –tomó los prismáticos, los guardó cuidadosamente dentro de su caja y los dejó de nuevo bajo el asiento-. Tranquilo, que mañana por la noche todo habrá terminado.



-Sí.


Pedro vio cómo la finca desaparecía tras los árboles mientras Bergstrom dirigía el coche nuevamente hasta la carretera. Todo acabaría pronto. El caso Fitzpatrick, el contrato, su relación con Paula…


Debería estar contento de que todo estuviera saliendo como lo había planeado. Por tanto, no entendía a qué podía deberse aquel sentimiento de pesar.



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