viernes, 24 de noviembre de 2017
MI UNICO AMOR: CAPITULO 29
La quietud y la oscuridad habían cubierto el apartamento con un manto pesado y Paula se movió quedo en el sillón que ocupaba. Había escuchado un leve sonido, pero eso bastó para que se pusiera de pie muy alerta y a la expectativa. Su oído estaba afinado a cualquier crujido y murmullo que perturbara el aire y cuando volvió a oír pisadas que se arrastraban de manera casi imperceptible, su pulso se aceleró. En silencio y en la penumbra, tanteó para apoyarse en la mesa antes de detenerse a un lado de la puerta.
Parecía una figura pálida que esperaba en las sombras de la noche.
La puerta se abrió y sus presentimientos se hicieron realidad cuando alguien caminó con una lámpara de mano hacia el sofá y el escritorio. Paula encendió la luz y Rebecca giró. La conmoción la hizo contener el aire y la lámpara se le soltó de las manos que al caer sobre la alfombra hizo un ruido sordo.
—¿Buscas algo? —la retó Paula.
—Sabes a qué vine —dijo con voz ronca, como si hubiera corrido una gran distancia después de sobreponerse a la conmoción de saber que no estaba sola—. Nos ahorrarás tiempo y problemas si de inmediato me entregas los papeles.
—¿Y si no quiero hacerlo? —la observó pensativa.
La sonrisa de Rebecca fue breve y sin diversión.
—Me doy cuenta de que usas esta habitación como oficina. Tu equipo debió costarte una pequeña fortuna. ¿No crees que sería terrible que ocurriera un accidente? —levantó un pisapapeles de cristal del escritorio y lo sopesó—. Los ordenadores son muy frágiles.
Una ráfaga de aire fresco tocó los brazos descubiertos de Paula y ella comprendió que la puerta de entrada había quedado abierta.
—¿Cómo entraste? —preguntó—. Pero quizá lo adivine, el hecho de que te llevaras mis llaves el otro día no se debió a un descuido, ¿verdad? Te las llevaste para que te sacaran una copia.
—Pensé que me sería útil —aceptó Rebecca y movió despacio los dedos sobre el pisapapeles.
—Deja eso, Rebecca.
De pronto se escuchó la voz de Pedro y el corazón de Paula se alocó. Ella lo miró y absorbió su presencia. Por lo visto, él sí se había presentado. ¿Cómo supo que ella lo necesitaba?
Durante un momento, sus miradas se encontraron antes de que él entrara con lentitud. Rebecca se alejó de él. Tenía el rostro lívido, marcado por la tensión interna y sus dedos ceñían el pisapapeles con tanta fuerza que sus nudillos perdieron color.
—¿Por qué lo hiciste, Rebecca? —preguntó Pedro sin moverse—. ¿Por qué alteraste los libros? ¿No pudiste recurrir a mí para decirme que estabas endeudada y que necesitabas dinero? Pude darte un préstamo o encontrar la manera de ayudarte.
—¿Cómo podría pagar un préstamo? No sabes lo difícil que es llevar una casa sólo con un sueldo, tratar de criar a una criatura que deja la ropa porque le queda chica casi desde que se compra —torció la boca y sus facciones cambiaron al contemplar a Paula—. ¿Por qué tuviste que regresar e inmiscuirte? Pedro nunca lo habría sabido si tú no vas a la oficina. Me tenía confianza. Nunca receló de mi trabajo y Adrian tampoco —con inquietud movía el pisapapeles que tenía en las manos—. ¿Por qué te quedaste con esos documentos? Arruinaste todo. Toda la evidencia fue destruida…
—Quizá mentí, quizá no tengo nada… —murmuró Paula afligida.
Rebecca se le quedó mirando. Despacio y con mucho cuidado Pedro levantó un brazo y le quitó el pisapapeles de los dedos para dejarlo sobre la mesa.
—Debes saber que tarde o temprano lo habríamos descubierto.
Rebecca hizo un movimiento negativo con la cabeza y sus ojos azul pálido adquirieron un aire remoto. Levantó una mano para asirse de la camisa de Pedro.
—Ella causa problemas, lo supe desde el principio —murmuró Rebecca—. Sabes que ella trabaja para Blake y que se confabuló con él. ¿Acaso no estás enfadado con ella? Sabes lo que ella hace y merece que su negocio fracase. Es demasiado ambiciosa. Nada de esto habría ocurrido si ella hubiera interpretado bien su horóscopo para actuar de acuerdo con él. Debió irse cuando tuvo la oportunidad. ¡Dile que se vaya!
Paula la observó con mucha tristeza. La mujer estaba desquiciada y desvariaba. Incluso en ese momento no podía aceptar que todo había terminado y que su engaño también debía terminar. Se aferraba a la tabla salvadora que eran los sentimientos de Pedro hacia ella. ¿Quién podía saber si él le negaría ese apoyo que ella buscaba?
—Ojalá hubieras acudido a mí, Rebecca —murmuró Pedro—. Ojalá me hubieras confiado tus problemas para que te ayudara.
Había tanta tristeza en sus ojos, que Paula tuvo que volverse, porque su alma lloraba de angustia. Era evidente que Pedro le tenía mucho cariño a la mujer que lo había traicionado.
—No supe qué hacer —confesó Rebecca—. Estaba desesperada porque necesitaba el dinero. Quise decírtelo, pero tuve miedo. Pensé que acudirías a la policía y no sabía lo que habría hecho yo en ese caso.
—Estás muy nerviosa —murmuró él—. Ven a sentarte aquí.
Rebecca se lo quedó mirando, pero no lo enfocaba y movía los labios sin emitir sonido.
—Siéntate —repitió Pedro en tono amable.
Rebecca parpadeó y obedeció.
—No existe ninguna evidencia —murmuró ella—. Paula dijo que no tenía pruebas y que mintió.
—Dudo que eso sea cierto —respondió Pedro—. Debe tener fotocopias y discos anteriores. Es una precaución que se toma por temor a que se pierda algo cuando se trabaja con el ordenador.
Miró a Paula, pero no necesitaba que ella se lo confirmara. Pedro lo había adivinado.
—La policía —murmuró Rebecca—. Llamaste a la policía —el rostro de Rebecca estaba lívido y sus labios no tenían color—. ¿Qué sucederá? ¿Qué voy a hacer?
—Olvida a la policía. Yo hablaré con ellos. Solucionaremos el problema —prometió después de arrodillarse a su lado.
Rebecca asintió y se meció suavemente en el sofá.
—La obligarás a que se vaya, ¿no? —rogó—. Todo es culpa de ella. Después de que se vaya las cosas volverán a estar bien.
—Yo me encargaré de todo. Tranquila, no debes preocuparte por nada.
Rebecca aceptó las palabras de Pedro y se calmó. Él se puso de pie. Le indicó a Paula que saliera con él y ella lo siguió.
—¿Estás bien? —preguntó Pedro en la pequeña cocina.
—Sí —Paula respiró profundo.
Teniendo a Pedro a su lado podría resistir cualquier tormenta.
Él le tocó el rostro con ternura y le rozó la mejilla con el pulgar cuando le apartó del rostro unes mechones rebeldes.
—Estás cansada —dijo—. Ha sido una noche larga y debió ser difícil para ti.
—Pero ya pasó.
De pronto, no le pareció suficiente que él le tocara el rostro.
Deseaba que la abrazara como era debido para que olvidara el mundo. Necesitaba sentir la presión ardiente de sus labios en los propios para que desapareciera el molesto dolor de la incertidumbre. Lo deseaba con vehemencia porque era un deseo fiero y pulsante dentro de ella.
—Pedro…
Los labios de él rozaron los de ella con la suavidad de una pluma y luego, increíblemente, Pedro se alejó y fue como un aguijón de rechazo, como una cubeta de agua helada que le caía sobre la carne acalorada.
—No puedo quedarme —expresó Pedro calmado—. Creo que sabes que debo hacer lo que pueda por Rebecca.
Trabajó muchos años conmigo y nuestra relación es algo más que la de un jefe con su secretaria. Tengo que cuidarla porque es evidente que en los últimos meses estuvo muy presionada y ahora necesita mi ayuda —sus ojos azul profundo le sostuvieron la mirada—. ¿Puedes comprenderlo?
La conmoción le dio de lleno. Pedro haría lo que Rebecca le había pedido. Se alejaba de ella porque Rebecca era vulnerable y significaba más que nadie para él.
Paula no supo de dónde sacó las fuerzas para contestarle sin traicionarse por la tormenta dentro de su ser.
—Sé cuanto te importa, siempre lo he sabido.
Se le hizo un nudo en la garganta y sintió el escozor de las lágrimas debajo de los párpados. Se volvió para que él no las viera. ¿Por qué siempre le entregaba el corazón al hombre equivocado?, se preguntó muy triste. ¿Por qué no pudo probar un poco de la delicia que el amor de Pedro podría darle, sólo un fragmento del ascua encendida que le habría dado calor interno en vez de sentir ese vacío frío y amargo?
—La llevaré para que la examine un médico y si él lo juzga conveniente, ella podrá quedarse en la clínica Marshes —declaró Pedro—. ¿En dónde está el teléfono?
El médico llegó a la media hora y examinó a Rebecca antes de decidir que necesitaban una ambulancia para llevarla a la clínica Marshes. Mientras esperaban, Paula preparó unas bebidas calientes y se mantuvo aparte para escuchar a Pedro hablar con la mujer que seguía meciéndose en el sofá. Saber lo mucho que él debía amarla le desgarraba el corazón.
—¿Por qué no te acuestas, Paula? Trata de dormir un poco —la voz interrumpió los pensamientos de la chica—. La ambulancia llegó y ya no puedes hacer más.
Despacio y como autómata, obedeció y se dirigió a su dormitorio
MI UNICO AMOR: CAPITULO 28
Cuando Paula regresó al edificio de ladrillos rojos donde vivía, la tarde comenzaba a proyectar sombras largas y grises. Había recorrido varios kilómetros mientras trataba en vano de deshacerse de los demonios de los celos y el resentimiento que la perseguían. Sin importar qué rumbo tomara, siempre sabría que amaba a Pedro y que él no correspondía a ese sentimiento. Nada borraría ese amor; existiría siempre en lo más recóndito de su ser. Ese dolor sordo nunca se calmaría.
Entró en su apartamento y cansada, se quitó la chaqueta y la colgó en el ropero. Encendió la chimenea de la sala y la luz azul titiló. Extendió las manos hacia las llamas, tenía mucho frío. Por dentro estaba congelada, tenía el cuerpo aterido y la mente desolada.
Fue a la cocina y se preparó una bebida caliente que llevó a la sala donde el fuego comenzaba a calentar el ambiente.
Recordó que no había probado bocado en todo el día, pero no tenía hambre. Pensar en comida le provocó náuseas.
Paula se preguntó cuánto tiempo tardaría Rebecca en presentarse, pues estaba segura de que lo haría.
Por algún motivo, Rebecca había alterado las páginas en los libros y no deseaba que alguien se enterara.
Paula había sacado todo a relucir y no podía arrepentirse.
Rebecca creía que Paula podía demostrar su culpabilidad y de seguro intentaría evitarlo.
¿Por qué no se daba cuenta Pedro de la verdad? ¿Estaba tan enamorado de su bella secretaria que estaba ciego para lo demás?
Fijó la vista en el fuego. Rebecca lo hacía jadear. La mujer lo engañaba para obtener lo que quería y eso incluía destruir a Paula.
Paula sabía que su situación era peligrosa. No tenía manera de saber hasta qué extremos llegaría el control de Rebecca.
Las fuerzas sombrías y amenazantes rondaban y Paula era la carnada, pero ella misma se había metido en la trampa.
¿Por qué no se daba cuenta Pedro de lo mucho que ella lo necesitaba? El corazón le dolía porque lo deseaba a su lado, pero esa era una ilusión vana nacida de la desesperación. Él la había llevado al torbellino del amor y ahora Paula se sumergía y se ahogaba. Pedro, por el contrario, había escapado a través de la bruma que pendía sobre el agua.
Rebecca lo había seducido y él la complacía de buena voluntad porque tenía la mente ofuscada.
No oía a Paula que lo llamaba a través de la bruma que los separaba y no la ayudaría. Ella estaba sola y lo había perdido para siempre.
MI UNICO AMOR: CAPITULO 27
Con angustia, mientras tocaba los discos que había preparado para Adrian, Paula se dijo que debió tomar en cuenta las advertencias de los anónimos. Todo le había resultado mal desde su regreso a Eastlake. Quizá debería irse para comenzar en otro sitio. Si se quedaba ahí, siempre tendría el tormento de encontrarse con Pedro y de revivir el dolor y la infelicidad de amarlo. Realmente lo amaba.
Aunque ella lo había alejado, no podía negar que la frialdad con la que él se había ido, le dejó un vacío en el corazón.
Pedro la odiaba y por eso la había acusado falsamente. Ella era incapaz de cometer una traición. Había un límite en lo que podía tolerar y no sabía cuándo se presentaría el punto de ruptura.
Pero no era fácil desenraizarse justo cuándo comenzaba a establecerse. Había muchos cabos sueltos, muchos clientes que esperaban sus servicios y no podía defraudarlos. Le entregaría a Adrian los programas terminados y luego se mantendría lo más lejos posible de Lynx y del hombre que dirigía esa empresa.
Pero también existía el problema de las discrepancias que halló en los libros. Ella tenía que señalar los registros de los cuales sospechaba para que averiguaran qué ocurría. Esa sería su última responsabilidad ante Adrian y Pedro y con eso terminaría. Cortaría el cordón que la ataba a ellos de manera tajante e irrevocable.
Horas después, cuando llegó a Lynx, la puerta de la oficina estaba abierta y al entrar, Paula comprendió el motivo. El olor a humo llenaba el ambiente, había manchas negras en las paredes y en el suelo, provocadas por el fuego. Había restos de papel quemado en el suelo y en los escritorios. Y la gaveta de acero del archivador estaba abierta.
—Si viniste a buscar a Adrian, te llevarás una gran desilusión —expresó Pedro y caminó sobre la alfombra ennegrecida—. Esta tarde sacará a Emma del hospital. Hoy no vendrá.
—¿Qué sucedió? —preguntó Paula incrédula. La superficie del escritorio estaba chamuscada y la madera astillada y rugosa—. ¿Está él enterado de esto?
—Lo sabe —habló con severidad y Paula se volvió hacia él con los ojos bien abiertos—. Se mantendrá alejado porque se lo ordené. En este momento su única preocupación debe ser Emma. Esto es algo que nosotros podemos abordar sin él —la miró con enfado—. ¿Para qué viniste? ¿Decidiste que llegaste muy lejos? Tu desesperación te hizo desear verme, ¿quizás para retractarte de algunas de las cosas que me dijiste?
Paula se encogió por dentro por el tono quemante. Pedro no le tenía el más mínimo afecto. Sus comentarios burlones habían ocultado las puyas, pero habían demostrado lo poco que ella le importaba.
—Quería hablar con Adrian con respecto a algo y le traje los programas que me pidió —contestó.
—Dámelos a mí, yo los revisaré.
Extendió la mano y ella titubeó antes de buscarlos en su bolso. Pedro deseaba deshacerse de ella, que saliera de la oficina y se alejara de su vida y eso deseaba Paula también, ¿o no? No existía la confianza mutua, ni tenían afinidades.
Le entregó el pequeño paquete y volvió a observar el caos en la oficina.
—¿Qué ocurrió aquí? —preguntó.
—¿Qué parece? —tronó—. Tuvimos la visita de un pirómano que nos dejó una nota.
Ella lo miró en silencio porque la frialdad en sus ojos la congeló.
—El fuego de los condenados, ¿no fue eso lo que dijiste? ¿Es esto lo que deseabas? ¿Satisfizo tu sed de venganza?
Al recordar sus propias palabras, Paula tragó en seco. ¡No era posible que él la culpara del incendio!
—¿Cómo puedes pensar eso? ¿No me conoces para nada?
Pedro rió con dureza y se acercó a ella.
—Ah, sí, te conozco muy bien, mi bella atormentadora. Te agradaría verme sufrir, ¿no? —le tomó un mechón y lo enroscó en sus dedos. Sin saber en qué estado de ánimo estaba él, Paula trató de soltarse, pero él la ciñó con más fuerza—. ¿Crees que no sé lo que tramas? Atizaste el fuego con todos los señuelos tentadores de Eva, antes de alejarte para reír mientras yo ardía por tu calor. ¿No es esa la verdad? ¿No es eso lo que te divierte?
—No hice eso —murmuró ronca. La sangre le golpeaba la cabeza y las sienes—. Hablas como si yo fuera una coqueta… Nunca fue así.
—¿No? Quizá lo haces sin intentarlo.
Tiró de ella para acercarla y cuando los dos cuerpos chocaron, Paula quedó sin aire. La conmoción eléctrica la cubrió. Él observó su rostro y sus labios entreabiertos.
—Me lastimas —murmuró Paula al intentar soltarse.
—Quiero lastimarte —tronó—. Quiero aplastarte y tomar todo lo que tienes.
La boca de él se apoderó de la de ella con una fuerza hiriente y el clamor dentro de la cabeza de Paula llegó a un crescendo ensordecedor. El mundo giró y la hizo tambalearse. De pronto, Pedro la soltó y ella cayó a la tierra respirando con fiereza y con el pulso descontrolado.
—¿Por qué? —exigió enfadada—. ¿Por qué hiciste eso? ¿Crees que puedes descargar tu mal humor en mí de la manera que se te antoje? No lo permitiré. Si Rebecca no desea aliviar tu libido febril, lo lamento. Tendrás que conformarte con una ducha fría o un remojón en el lago, yo no estoy disponible. ¿Comprendes? ¿Recibiste mi mensaje?
—Comprendo muy bien —replicó con dureza—. Hablaste fuerte y claro. También recibo las otras señales, las que crees que no puedo descifrar. Te conozco, Paula, mucho mejor de lo que piensas y sé exactamente lo que sucede en el laberinto de tu mente. No me engañas ni un segundo.
—¿De veras? —repuso iracunda por la presunción de esa atrevida conjetura—. Supongo que tus facultades superiores decidieron que yo soy la culpable de esta destrucción —señaló la oficina—. No se te ocurrió que pudo ser un accidente por un cigarrillo encendido o algo parecido…
—Sería un accidente muy extraño puesto que el objetivo principal fue el archivador de seguridad —la interrumpió.
—¿No acostumbráis cerrarlo con llave?
—Es evidente que alguien logró meter una cerilla encendida por el ojo de la cerradura —se burló.
—No tienes motivo para ser sarcástico —murmuró.
—No fueron tus expedientes los que se quemaron. Sólo Dios sabe que tardamos mucho tiempo en recuperar la información. ¡Era lo único que nos faltaba!
Un sonido ahogado se escuchó desde la puerta. Rebecca estaba ahí llorando quedo y con lágrimas en las mejillas.
—No fue mi culpa —sollozó la secretaria—. Sabes que la cerradura fallaba y que un herrero iba a venir a revisarla, pero ahora…
Volvió a lloriquear y los gemidos se le atoraron en la garganta.
Pedro se acercó a ella y la llevó a una silla. Después de sentarla, la abrazó y apoyó la cabeza de Rebecca contra su pecho. La mujer gimió junto a la camisa de él y Paula se sintió mal. Él siempre encontraba la excusa para abrazar a esa infeliz. ¿Por qué acostumbraba a mostrarse comprensivo y conmiserativo con otras? Paula sólo había recibido los latigazos de su lengua.
—No te preocupes, Rebecca —murmuró él—. Nadie te culpa. No se destruyó nada valioso, sólo es un inconveniente. Sécate las lágrimas.
Ella volvió a sollozar y Pedro, haciendo una mueca, miró a su alrededor.
—¿En dónde está la maldita cafetera? Una cosa es que hayan allanado la oficina; otra es que se hayan llevado algunas cosas esenciales.
—Pero no fue allanamiento, ¿o sí? —Rebecca se enjugó los ojos con un pañuelo—. Esta mañana dijiste que no había señales de que alguien hubiera forzado la entrada.
—¿Eso dije? —frunció el ceño y metió las manos dentro de sus bolsillos antes de comenzar a pasearse—. Esta mañana dije muchas cosas, entre ellas pregunté en dónde estaba el directorio telefónico, la guía del ordenador y la cafetera. Debo decir que aún no los encontramos. Sobretodo la cafetera, y ya deberías saber que no funciono bien sin cafeína.
Lanzó una mirada hacia Paula.
—No me mires a mí —declaró todavía dolorida por el despliegue de afecto de Pedro hacia su secretaria que tenía los ojos húmedos—. Si tuviera un poco de café te lo vertería encima.
Rebecca pareció intrigada y se dirigió a Pedro:
—Me preguntaste si le había prestado la llave a alguien, se la di al ingeniero de teléfonos que vino a revisar la extensión de atrás —calló y sus ojos azules enfocaron a Paula—. La señorita Chaves también tiene una llave y creo que no la ha devuelto.
Conmocionada por la acusación velada, Paula parpadeó.
Miró a Pedro y notó que sus ojos titilaban. Él no tenía derecho a mirarla de esa manera, porque ella no había hecho algo indebido. Sin embargo, Pedro y Rebecca la hacían sentirse como si fuera el enemigo público número uno.
—Es cierto, tengo una llave. Adrian me la dio unos días antes para que cerrara la oficina. También tengo llave del archivador de seguridad —abrió una bolsita dentro de su bolso, sacó los objetos ofensivos y se los arrojó a Pedro—. ¿Esto me convierte en sospechosa? —preguntó con la espalda rígida.
Pedro no contestó, pero tampoco tuvo necesidad de las palabras. El control que él ejercía en sus facciones, lo decía todo mientras metía las llaves en su propio llavero.
—Me doy cuenta que sí —confirmó Paula con la garganta cerrada—. ¿Qué motivo pudo impulsarme? —no era posible que él la creyera capaz de esa infamia—. No niego que tuve la oportunidad de quedarme sola en la oficina, los dos sabemos que estaba furiosa y que dije muchas cosas sin pensar… Pero, ¿sería tan vengativa como para hacer esto?
—¿El aguijón de la cola del escorpión? —preguntó Pedro, sin dejar de observarla—. En efecto, dijiste muchísimas cosas. Y según recuerdo, me deseaste estar en el infierno. ¿Debo pensar que me has redimido de ese sitio en especial? Pero como te conozco, me atrevo a decir que eso se debe sólo a que se te ocurrió inflingirme otra diabólica venganza.
—¿Y destruir tu archivo e infelicidad?
No tenía manera de probar un diminuto espasmo de rechazo e infelicidad. No tenía manera de probar su inocencia y él no estaba dispuesto a darle el beneficio de la duda. Era como una pesadilla que se agrandaba fuera de toda proporción.
Debía de haber alguna manera de retomar a la realidad.
—Desde luego, hay otro enfoque, pero lo diré si durante un momento, toleras olvidar que pude hacer algo por rencor.
—¿Qué cosa es? —alzó una ceja.
Paula respiró profundo. No tuvo la intención de exponer de ese modo sus sospechas; pero no le quedó otro camino, pues pensó que a la larga quizá se lograría un buen resultado.
—No sé lo que una revisión exhaustiva de tus libros pueda revelar. Quizás había algo incorrecto en los expedientes y en los libros. Tal vez las cuentas no estaban muy exactas —sus ojos brillaron—. ¿Por casualidad esperáis una auditoría en el futuro próximo?
—¿Insinúas que prendieron fuego para deshacerse de alguna evidencia incriminadora? ¿No crees que supones demasiado?
Pedro habló en tono escéptico y ella debió imaginar que así sería. Él estaba decidido a rechazar cualquier sugerencia de Paula.
—Cualquiera puede imaginar algo parecido después de que la evidencia quedó destruida —Rebecca metió el pañuelo dentro de su bolsillo—. Especialmente cuando se les culpa.
Se alisó la falda y despacio, cruzó una esbelta pierna sobre la otra. Pedro volvió la cabeza para seguir ese movimiento.
Paula incrustó las uñas en sus palmas. ¿Cómo podía él hacerle eso? ¿Cómo permitía que lo distrajeran siendo que la integridad de ella estaba en juego? Rebecca la acusaba de haber iniciado el fuego y él no rechazaba la idea. ¿Estaba él tan encandilado por la mujer que no podía ver que la versión de la secretaria podía ser errónea?
—No creo que realmente pienses que yo tuve que ver en esto —murmuró ronca.
Pedro desvió la vista y se encogió de hombros al apoyarse contra el borde de la mesa.
—Estoy seguro de que la policía hallará las pruebas necesarias y sin duda querrán interrogarte en algún momento. Ya tomaron las huellas digitales y revisaron todo lo que creyeron necesario.
Paula bajó las pestañas para ocultar el dolor que reflejaba su mirada. Pedro estaba dispuesto a declararla culpable.
Estaba muy calmado y el hecho de que ella se sintiera desgraciada, no lo molestaba. Quizás le daría gusto que la metieran en la cárcel porque así dejaría de irritarlo y él quedaría libre para divertirse sin freno con su linda muñequita de ojos azules.
—Estoy segura de que a la policía le interesará escuchar tu versión. Aunque no creo que le presten mucha atención, puesto que no tienes manera de demostrar tu inocencia —intercaló Rebecca.
Paula alzó la barbilla y apretó la mandíbula para observar con disgusto a la secretaria. No necesitaba que Rebecca le recalcara ese punto. No era ciega ni tonta. Cualquier tonto comprendería que sin los libros y los documentos, nada quedaba para demostrar que habían alterado la contabilidad. ¿Era ese el caso?
—De hecho, eso no es así —respondió Paula despacio—. Tengo una manera de probar que algo no estaba en orden —miró a Pedro—. Los papeles que te di la otra noche…
—¿Me diste? —preguntó él con desdén—. ¿No es más correcto decir que me los arrojaste?
—Dejaste algo después de que te fuiste con esos documentos —declaró Paula impaciente—. De no haber estado de tan mal humor…
—¿Yo?—repitió en tono candente—. ¿De mal humor? Supongo que tú parecías una perita en dulce.
—Quizá yo habría recogido todo si no te hubieras mostrado tan desagradable —continuó haciendo caso omiso del rechazo—. Dadas las circunstancias, Rebecca tiene razón. Si quiero demostrar mi inocencia estoy segura de que la policía querrá algo más que mis conjeturas —se volvió a Rebecca y consultó su reloj—. Es tarde para ir a molestarlos y es posible que a esta hora cambien de turno. Pero mañana temprano iré a verlos para que se enteren de los hechos.
—Bueno, eso al menos, resuelve el problemita —expresó Rebecca, pensativa, mirando a Paula—. Pero presenta otro… ¿Qué pudo estar mal en la contabilidad? Nada importante, porque de lo contrario Adrian o Pedro se habrían dado cuenta. A menos de que insinúes, que ellos hicieron algunos ajustes.
Alzó una ceja y como Paula no contestó, sonrió y se puso de pie. El traje de lino enfatizó su grácil cuerpo. Pedro volvió la cabeza y la observó caminar hacia el archivador. Admiró el elegante andar y el movimiento de su cadera.
Rebecca cerró la gaveta y se volvió hacia él con la espalda levemente arqueada contra el archivador. La pose parecía una invitación sutil.
—Deberíamos comenzar a asear la oficina para tratar de regresar a la normalidad.
Pedro le correspondió con una agradable sonrisa, pero Paula no oyó su contestación. Giró sobre sus talones y deprisa salió de la oficina. ¡Que ellos se dedicaran a sus flirteos, ella no tenía que quedarse para presenciarlos!
jueves, 23 de noviembre de 2017
MI UNICO AMOR: CAPITULO 26
Pedro no trató de comunicarse con Paula después de que ella salió de la oficina el día anterior, y eso significaba que ella no se había equivocado en su evaluación. Él no deseaba volver a verla porque no quería enfrentarse a su propia culpabilidad.
Atacó el teclado del ordenador con vigor renovado. Era muy tonta porque siempre la atraía el hombre equivocado, pero quizás algún día aprendería la lección. Pedro Alfonso. había sido el primero en aprovecharse de su inocencia; la había llevado a un encandilamiento del cual se liberó justo a tiempo.
Ahora era Pedro. Lo que Ruben había hecho no se comparaba con lo que Pedro había provocado en ella. Él jugó con sus emociones y las tensó al grado de que tronarían con la menor presión. Ella lo odiaba por lo que él le hacía. Pedro había aprovechado su vulnerabilidad y quiso explotarla al máximo. Era un monstruo despiadado, insensible y traicionero y ella lo odiaba.
El ordenador hizo un sonido como de indignación y ella la observó con rebeldía. Presionaba las teclas equivocadas, pero, ¿por qué hacía tanto estruendo? ¿Conspiraba todo contra ella? ¿Era su culpa si su cerebro no funcionaba con normalidad? Pedro tenía la culpa de los horrores a los cuales se enfrentaba ella. Desde que lo conoció no había dejado de subir y bajar en la montaña rusa al ir de una crisis emocional a la otra. ¿Cómo podía ella trabajar con ordenadores tontos que no tenían la inteligencia de comprender un error sencillo o con las calculadoras que le daban cifras equivocadas? Al diablo con esos aparatos, los apagaría y se iría a sumergir en una bañera durante una media hora.
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Sujetó sus rizos rebeldes e hizo una mueca frente al espejo que comenzaba a cubrirse de vapor. Lo único que calmaría su espíritu lastimado sería un buen baño en la bañera caliente llena de espuma jabonosa y aromática. Dejó caer la bata sobre un taburete y se deslizó despacio hacia la calidez del agua. ¿Por qué tenía que ser tan complicada la vida? No era justo tener que lidiar con tantos torbellinos.
Dirigió un pie hacia el techo y distraída, observó la largura de su pierna llena de jabón. ¿Qué veía Pedro en Rebecca? Era una muñeca rubia de ojos azules con quien jugar, sólo eso.
Disgustada, arrojó la esponja hacia los grifos justo cuando el timbre de la puerta sonó.
Debió imaginar qué tendría visitas. Por la insistencia del timbre de seguro era algún acreedor. ¿No había pagado el alquiler hacía apenas unas semanas?
Suspiró frustrada, se secó y se puso la bata sobre la ropa íntima La gente era un engorro. Le habría ido mejor al tratar de olvidar sus penas con una botella de vino tinto y permitir que el mundo se incendiara. Hizo una mueca.
Cuando abrió la puerta el pulgar de Pedro seguía presionando el timbre. Los dos se miraron. Él ceñudo y ella recelosa.
—¿Qué quieres? —preguntó Paula.
—Aclarar algunas cosas —entró en el vestíbulo y miró a su alrededor—. ¿En donde está la sala… Por aquí?
Entró en la sala y se detuvo al lado de una ventana saliente sin dejar de observar el decorado.
—Puedes irte si mi decoración ofende tu sensibilidad —tronó Paula.
—No te hagas la graciosa, no te queda —entrecerró los párpados—. ¿Qué hacías ayer en Lynx antes de que yo llegara?
—Te dije que había olvidado mi calculadora y fui por ella —respondió, aunque la pregunta la sorprendió.
—¿Qué más recogiste allí?
—No comprendo —lo miró intrigada—. ¿Qué tratas de decir?
—Quiero saber qué te llevaste además de tu calculadora —gruñó—. Espero que ahora ya comprendas.
—Nada. Ya te dije, fui porque Adrian me pidió que le copiara un disco y luego busqué mi calculadora, que había olvidado.
—Entonces, Rebecca mintió al decir que tú tenías los libros de contabilidad y algunos expedientes que sacaste del archivador de seguridad.
Soltó las palabras como si masticara granito.
—¿Libros? ¡Ah…! —lo había olvidado, ¿cómo pudo olvidar algo tan importante?—. Pensaba…
—¿Qué pensabas? ¿Ahora dices que sí los tienes? ¿Qué te pasa? ¿Tienes la mente totalmente ofuscada o soy el blanco de una traición?
—¿Traición? Estás loco y no tienes una capa de educación. No puedes entrar en mi casa para molestarme. Me haces preguntas como si fueras parte de un pelotón de fusilamiento.
Si él no la hubiera perturbado tanto el día anterior, al dejarla abandonada para irse con su amiguita, ella quizás habría recordado los libros. Él no tenía derecho de entrar en su casa para tratarla como si fuera una criminal.
—¿Los tienes? —apretó la boca y la mandíbula.
—Sí —bulló—. Los tengo, pensaba devolvértelos.
—Pero antes terminaste un proyecto para tu buen amigo Ruben Blake, ¿no?
—¿Te incumbe eso?
Alzó una ceja.
—Quizás. Algunos se preguntarían si ahora Blake podrá fijar sus precios a una cotización más baja para competir favorablemente con Lynx. Sólo el tiempo lo dirá, ¿estás de acuerdo?
—¿Me acusas de espionaje industrial? —lo miró conmocionada y respiró profundo. ¿No tenían fin los horrores que él la creía capaz de cometer? La amargura la hirió como un cuchillo y la furia y la frustración le nublaron la vista—. ¿Cómo te atreves a venir a mi casa para acusarme con tantas mentiras sucias? ¿No tienes la más mínima confianza? ¿Realmente crees que pondría en peligro mi trayectoria cometiendo algo tan vil? —la furia le llenó la cabeza como si fuera una bruma roja—. Permite que te diga, Alfonso —rechinó los dientes y la voz le tembló—. Estoy harta de tus calumnias malvadas. No he hecho nada para merecer tus odiosas insinuaciones; no lo hice con Ruben ni con Adrian, y si no puedes creerme, al menos concédeles a ellos un poco de integridad.
Se abalanzó sobre la mesa, tomó su carpeta y la abrió.
—Viniste por esto, ¿no? ¿Tus libros y unos expedientes? No creo tener nada más, excepto unas fotocopias. Pero no aceptes mi palabra, quizá deberías revisar mi apartamento, por las dudas. Quizás tengo un archivador debajo del colchón. ¿Por qué no vas a verificarlo? Quizás metí el contenido de tu caja de seguridad dentro de mi bata antes de abrirte la puerta y verte. No tienes manera de saber hasta que punto me degradaría, ¿o sí?
Él gruñó y caminó hacia ella.
—Aléjate de mí —tronó Paula—. No te quiero cerca de mí; sal de mi apartamento y de mi vida, ¿me oíste? Y llévate esto —le arrojó el contenido de la carpeta y le dio gusto ver que había dado en el blanco—. No quiero tratar contigo ni con algo que remotamente tenga relación contigo. No me ensuciaría las manos. Llévate tus malditos papeles y vete al infierno. No me importa si ardes con los condenados. ¡Sal de aquí!
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